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Comentari :: guerra
La canción de la tierra
19 mar 2004
Inaccesibles al honor

Joaquin Navarro Estevan
Deia
El viernes, 12-M, por la tarde, supe que el PP había terminado. No fue una revelación ni una intuición emotiva o intelectiva. En la pantalla del televisor aparecieron unos cuantos chavales de Santa Eugenia. Chavales y chavalas. Adolescentes. Comentaban delante de una cámara las últimas novedades sobre la matanza del día anterior. Algunos de ellos dijeron que iban a hacer lo mismo que sus padres. Cambiar de papeleta. Y lo decían con tranquilidad, sin apasionamiento. Ya se había difundido que el Gobierno estaba reteniendo información sobre la autoría de la salvajada. Junto al grupo de chavales, una mujer comentaba muy seria que esto no podía seguir así. «No podemos continuar así. Hay que buscar soluciones». Supe que el PP se estaba hundiendo.

Poco después, las grandes manifestaciones. Gente compacta y seria. El Gobierno estaba tan inseguro que recurrió a la familia real, aparentando que ésta lo apoyaba. «Excelentes rehenes», debió pensar nuestro nuevo Cánovas del Castillo. Por si acaso, Felipe, Helena y Cristina. Entre los cientos de miles de manifestantes, un grito sobresalía con insistencia: «¿Quién ha sido? ¿Quién ha sido? ¡Queremos saber!». Minucias laterales. Aznar, Rajoy y demás tenores habían dejado bien atadas las cosas. Llamadas desde La Moncloa a directores de periódicos, corresponsales extranjeros, embajadores españoles y de otros países, etc, recibían, desde el núcleo del poder celtibérico, la buena nueva de que los matarifes de Atocha, Tío Raimundo y Santa Eugenia eran los etarras. La voz que les llamaba terminaba diciendo: «Que no os engañen». Todo lo que iba en distinta dirección, oculto. Temblando bajo el polvo. Si Otegi decía que ETA no, ya se sabe quién es Otegi. Si circulaba un comunicado etarra negando cualquier participación, otra mentira de ETA. Si aparecía la furgoneta con signos inequívocos de participación árabe, eso no significaba nada. Que nadie se engañe. Era ETA.

Alguien del CNI llamó al PSOE informándole del infundio. El PSOE llamó al Gobierno inquiriendo información. Se le dijo algo. «Todas las hipótesis están abiertas, pero la única fuerte es la de ETA». Mientras tanto, más de diez millones de ciudadanos compactos congestionaban las calles de todo el Estado. Parecía que la manipulación estaba a punto de triunfar. Muy mal tendrían que darse las cosas para que la verdad respirase ante una multitud suficiente. Pero los hechos, tozudos como siempre, seguían insistiendo. Siete detenidos. Tres árabes, dos hindúes y dos hispano-hindúes. Tenían mucho que ver con las mochilas, el teléfono de las mochilas, las tarjetas del teléfono de las mochilas y los detonadores de la dinamita de la matanza.

La opinión pública estaba siendo informada de la gran manipulación. Una opinión pública amedrentada por tanta amenaza de violencia y desventura, por tanta advertencia de inestabilidad, fractura e inseguridad. Una opinión pública que sabía de memoria lo que Aznar y Rajoy habían hecho por los españoles empezaba a espantarse ante la gran mentira. Era un proceso imparable, pero lento. Tuvieron que intervenir comandos informáticos que convocaron manifestaciones sabatinas ante los areópagos del PP, más que nunca mentideros. Los manifestantes recordaban el terror de la guerra contra Irak, la decisión aznariana, contra el pueblo español, de ir a la guerra.

Como ahora nos mataban por ello, había que recordarlo. No los mataban a ellos, a los ''imperiales'', sino al pobre pueblo trabajador y pobre de Alcalá de Henares, Tío Raimundo, Santa Eugenia y Atocha. ''¡Asesinos! ¡Cobardes! ¡Mentirosos!''. Gritos de puñal en la tarde-noche del día 13, más de reflexión que nunca. Lo de Rajoy fue patético. Ojeroso y ensombrecido, dijo en televisión que aquellas manifestaciones «ilegales e ilegítimas», que en ellas se estaba insultando gravemente a ciudadanos muy respetables.

''Cuando el trigal se mueve/ se mueve todo el trigo/ Mira, amigo/ todo el trigo''. El trigal existía ya en toda la tierra española. La gente lo sabía. El poder estaba desnudo. Tanto ejercer la prepotencia, la amenaza, la difamación, el autoritarismo, la inflexibilidad, el desprecio por las opiniones ajenas, la persecución de la discrepancia, la criminalización de los adversarios. Pues ahora desnudo. No le quedaba ya ni la retórica. Descubierto ''in ipsa turpitudine'', su única salvación era la degradación de la opinión pública. Que estuviese tan degenerada que admitiese hasta esa horrenda manipulación.

Pero no. Frente a la autoridad de poder estatal del grupo que miente, ni siquiera es posible el asentimiento sin fe que Spinoza ideó en su Tratado teológico-político. Era ya un grupo inaccesible al honor. Así lo ha entendido la gran mayoría del Estado. De nada le ha valido su más querida máxima: firmeza, inflexibilidad y máxima retórica. Que no les valga tampoco a sus sucesores. Que la política se regenere mediante la paz y la palabra. Lo pedía ya hace trillones de años Blas de Otero. Paz y palabra de poeta vasco. Ahora, que florezcan cien rosas y compitan mil escuelas. Ahora aquí el poeta es chino.

Comentaris

Re: La canción de la tierra
19 mar 2004
Y para rematar la manipulación
van y nos montan una mani...
POR LA CONSTITUCIÓN!

TOMA YA!

Y los sociolistos la mar de contentos!

Los manipuladores me dan asco, pero los que se dejan manipular me dan pena.
Re: La canción de la tierra
19 mar 2004
La calle es tuya (nuevo disco de Estopa)

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