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Notícies :: laboral
He hecho un curso de Formación Ocupacional estupendo
18 oct 2003
Hace cosa de un año me animé a apuntarme a un cursillo de formación ocupacional que patrocinaba un sindicato representativo de la multinacional a la que sirvo, y la propia empresa. El tema del cursillo era lo de menos. Eché la solicitud sin fijarme mucho y luego me olvidé.
Hola, quiero compartir esta experiencia con vosotros/as

Hace cosa de un año me animé a apuntarme a un cursillo de formación ocupacional que patrocinaba un sindicato representativo de la multinacional a la que sirvo, y la propia empresa. El tema del cursillo era lo de menos. Eché la solicitud sin fijarme mucho y luego me olvidé.



Hace un par de meses me comunica la dirección de mi centro que he sido "seleccionado" para el curso junto con otros siete colegas. Me dicen que tengo todo pagado, que el curso se hace en una localidad costera en un hotel de cinco estrellas, que dura una semana y que nos pagan el viaje en tren, la estancia, la comida y los materiales del curso. Me quedé alucinado. Con grandes voces pregunté que si se me estaba tomando el pelo. Pues no.

Como persona práctica que soy, me apresuré a hacer el equipaje y a salir zumbando para disfrutar de una experiencia que se auguraba interesante. En primer lugar, nunca había estado en un hotel de cinco estrellas. En segundo lugar, casi no salgo de mi ciudad. Mis descansos los paso en el barrio. Pues llego a la estación, y dando grandes voces nos saludamos todos los que hemos quedado. Subimos al tren.

Hay que reconocer que los trenes han mejorado mucho. Ya no dan los botes ni traqueteos de hace treinta años. O por lo menos el tren en el que yo iba no los daba. Una señorita muy simpática vestida como de supermercado pero en elegante me regaló unos auriculares y una bandeja llena de caramelos. Luego vino un señor gordo con bigote y uniforme de RENFE a explicarme que la bandeja no era para mí, sino que era para todo el pasaje. Después de dar grandes voces, me conformé con cinco o seis caramelillos. Luego echaron una película de vampiros, pero no se oía. El del sindicato me rogó que dejara de hacerle pasar verguenza. Bueno, pues llegamos, y en autocar nos trasladan hasta un pedazo de hotel, que yo y mis compañeros nos quedamos embobados mirándolo y preguntándonos si había algún error. Aquello era la hostia, lleno de fuentes, estatuas griegas de gente desnuda con arcos y flechas y tal, palmeras, tiendas de joyas y diamantes y guardias de seguridad. Nos dirigimos a la recepción, y después de asegurarnos bien y con grandes voces de que es el sitio correcto y de que no nos van a cobrar nada, me dan la llave de la habitación doble que era una tarjeta.

La habitación era de grande más o menos como mi piso. Con dos camas, bar, televisor, teléfono, caja fuerte que forzamos y en la que guardamos los calcetines sucios, unos cuadros muy monos de Manet, una pedazo de terraza con vistas al mar y a las fuentes y estatuas de abajo. Escupimos. En el cuarto de baño había una gran bañera circular, toallas, jabones, perfumes y unguentos cremosos. Llené la bañera, eché un bote de sales amarillas, otro de sales azules, otro de crema perfumada y me mantuve flotando a oscuras durante dos horas a pesar de las protestas del compañero de habitación que quería cagar y yo no le dejaba. Al final lo hizo en alguna parte.

Después, a eso de las 14 horas nos vamos al comedor. En el comedor nos daban un bufé. En el bufé puedes comer y beber todo lo que puedas. Así que después de comprobar con grandes voces de que no nos iban a cobrar, yo y los otros seis, incluyendo al del sindicato, nos arrojamos sobre fuentes de ensalada, carnes, pescados, fritos y pasteles, zampándonos además una cantidad indeterminada de vino y cerveza. Fue horroroso. Nunca había comido tanto, ni en la boda de mi cuñado el gordo. Los camareros eran ucranianos, lituanos, rumanos y gente de por ahí.

A las cinco de la tarde empezaba el cursillo. Había allí doscientos tíos del curso (en mi empresa no hay casi mujeres) y nos dio la bienvenida el secretario general del sindicato. Nos reparten las cosas y nos dicen que firmemos la hoja de asistencia. En cuanto firmamos yo y otros cinco salimos discretamente casi a cuatro patas de la indigestión y nos vamos a echar la siesta.

Después de darle un potreo a la piltra de más de dos horas, bajamos como podemos al salón de cursos, y allí están dando una conferencia de algo. Nos quedamos un rato, y el tipo y los trabajadores responsables allí estaban diciendo lo mal que estaba todo y lo necesario que era partirse el lomo por la empresa por la competencia desleal de los malayos. Así que en un descuido me deslizo fuera. Resulta que ya había empezado la hora de la cena, porque esta gente parece que cenan muy temprano. Pues no me lo pienso dos veces y vuelvo a lanzarme al bufé, por lo de hacer gasto, dándome cuenta de que por allí había más gente del curso escaqueada, que nos sentamos en la misma mesa, chorreamos sudor de tanto comer y comentamos lo increíble que es todo esto dando grandes voces.

En fin, que me he tirado una semana en un hotel, sin hacer el huevo, desayunando en el bufé, firmando la hoja de asistencia y largándome luego a la playa, al bufé, a la siesta, a la playa, al bufé y al karaoke... Veo que esto se está haciendo muy largo y voy a cortar, porque explicar lo de la clase de aerobíc me parece ya demasiao.

La conclusión ha sido la siguiente. Aproximadamente hacia el quinto día estaba harto de la comida del hotel y de aquellas bacanales romanas en las que me obligaba a engullir una comida insípida. Estaba deseando acercarme al bar del barrio a tomarme una tapa bien picante y grasienta de callos, o de sesos fritos, o de pimientos, o de papas, o de criadillas, o de caracoles... una caña de barril por favor, no más cerveza de marca. Un tinto de garrafa por misericordia. Estaba harto de tenerlo todo pagado. Estaba harto de salir por la mañana y encontrarme luego la cama hecha. Si tiraba la toallla al suelo, si llenaba de migas la habitación, si arrugaba un papel... una polaca invisible que se empeñaba en llamarme "señor" en lugar de Jorge venía para recogérmelo, ¡qué hartura!. Estaba harto de aquella despersonalización, de aquel lujo y de aquel derroche de medios. Estaba hasta harto de la bañera gigante, de los pedos en el agua y echaba de menos mi cuarto, mi ducha, mi bici, mi desorden y mi bombona de butano. Estaba harto de la hoja de firmas y de las conferencias estúpidas de aquellos técnicos fanáticos de la empresa. Estaba harto del sindicato que me había procurado asomarme a algo parecido a una vida de rico cutre durante unos días. Siempre los cursos de Formación Ocupacional me han parecido el invento de una mente diabólica, y esta experiencia no ha hecho más que confirmármelo. Se han gastado veinte o treinta millones en comprarnos, vaya..., pues conmigo no lo han conseguido. Cuando pienso que hay gente que vive así toda la vida, me estremezco. Menudo bodrio.

Ayer eché otra solicitud. Si vuelve a tocarme, repetiré. Los currelas del país somos masocas.

Jorge Gómez"

Extraido de http://www.alasbarricadas.org
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