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Once tesis clasistas sobre la revolución y la contrarrevolución en Cataluña (1936-1938). Por una teoría ácrata de las revoluciones, desde...
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per Agustín Guillamón |
22 mai 2024
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"Once tesis clasistas sobre la revolución y la contrarrevolución en Cataluña (1936-1938). Por una teoría ácrata de las revoluciones, desde un análisis materialista de los hechos históricos". Charla de Agustín Guillamón, el 17 de mayo de 2024, en el Ateneo La Idea de Madrid. |
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Introducción
El combate de los trabajadores por conocer su propia historia no es puramente teórico, ni abstracto o banal, porque forma parte de la propia conciencia de clase, y se define como teorización de las experiencias históricas del proletariado internacional, y en España debe comprender, asimilar y apropiarse, inexcusablemente, las experiencias del movimiento anarcosindicalista en los años treinta.
Si las doctrinas, los mitos, los prejuicios ideológicos o los textos sagrados chocan con la realidad social e histórica, lo que debe modificarse son esas falsas ilusiones y espejismos; no la interpretación de la realidad.
Estas once tesis teorizan las experiencias del proletariado en la revolución de 1936 y 1937.
Tesis número 1
Del 17 al 19 de julio de 1936 se produjo un alzamiento militar contra el gobierno de la República, impulsado por la Iglesia Católica, la mayoría del Ejército, fascistas, burguesía, terratenientes y derechistas. La preparación de ese golpe de estado había sido tolerada por el gobierno republicano, que había ganado las elecciones de febrero de 1936 gracias a la coalición de Frente Popular.
Los democráticos partidos parlamentarios REPUBLICANOS o monárquicos, de izquierda y de derecha, hicieron la política que más convenía a la burguesía española, y a su preparación de un cruento golpe de Estado.
El alzamiento militar fracasó en las principales ciudades y provocó, como reacción (en la zona republicana), un movimiento revolucionario, victorioso en su insurrección armada contra el ejército. En esa victoria insurreccional jugaron un papel preponderante, en Cataluña, los Cuadros y Comités de Defensa de la CNT-FAI, que habían sido preparados desde 1931. NO FUE UNA INSURRECCIÓN ESPONTÁNEA…
Los comités revolucionarios, que Munis teorizó como comités-gobierno, ejercieron en muchos lugares todo el poder a nivel local, pero no existió ninguna coordinación ni centralización de esos comités locales: hubo UN VACÍO DE PODER CENTRAL O ESTATAL. NI EL ESTADO REPUBLICANO, NI LOS GOBIERNOS REGIONALES AUTÓNOMOS (como el de la Generalidad) EJERCIERON UN PODER CENTRAL, pero tampoco lo ejercieron esos comités locales.
Podía hablarse de una ATOMIZACIÓN DEL PODER
Tesis número 2
Los comités revolucionarios: de defensa, de fábrica, de barrio, de control obrero, locales, de defensa, de abastos, etcétera, fueron el embrión de los órganos de poder de la clase obrera. Iniciaron una metódica expropiación de las propiedades de la burguesía, pusieron en marcha la colectivización industrial y campesina, organizaron las milicias populares que definieron los frentes militares en los primeros días, organizaron patrullas de control que impusieron el nuevo “orden revolucionario” mediante la represión violenta de la Iglesia, patronos, fascistas y antiguos sindicalistas y pistoleros del Libre. Pero fueron incapaces de coordinarse entre sí y crear un poder obrero centralizado. Los comités revolucionarios desbordaron con sus iniciativas y sus acciones a los dirigentes de las distintas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, incluida la CNT y la FAI. Había una revolución en la calle y en las fábricas, y unos POTENCIALES órganos de poder del proletariado revolucionario: LOS COMITÉS, que ninguna organización o vanguardia supo o quiso COORDINAR, POTENCIAR y TRANSFORMAR EN AUTENTICOS ÓRGANOS DE PODER OBRERO.
Los comités superiores optaron por la colaboración con el Estado burgués para ganar la guerra al fascismo. La consigna de García Oliver, el 21 de julio, de «ir a por el todo» no era más que una propuesta leninista de toma del poder por la burocracia cenetista; que además el propio García Oliver sabía que la hacía inviable y absurda, cuando en el pleno cenetista se planteó una falsa alternativa entre «dictadura anarquista» o colaboración antifascista. Esta falsa opción «extremista» de García Oliver, la temerosa advertencia de Abad de Santillán y Federica Montseny del peligro de aislamiento y de intervención extranjera, y la opción de Durruti de esperar a la toma de Zaragoza, decidieron que el pleno optara por una colaboración antifascista «provisional». Nunca se planteó la alternativa revolucionaria de destruir el Estado republicano y convertir los comités en órganos de un poder obrero y las Milicias en el ejército del proletariado.
No puede hablarse de situación de doble poder entre el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA) y el gobierno de la Generalidad, en ningún momento, porque en ningún momento existió un polo de centralización del poder obrero; pero sí que puede hablarse de una posibilidad, fracasada ya en las primeras semanas posteriores al 19 de julio, de establecer una situación de doble poder entre esos comités revolucionarios y el CCMA. Algunos comités sindicales, locales y de barriada expresaron desde el principio su desconfianza y temores frente al CCMA, porque intuían el papel contrarrevolucionario que podía desempeñar.
Son muchos los protagonistas, y también los historiadores, que hablan de una situación de doble poder entre el CCMA y el gobierno de la Generalidad. Sin embargo, es un profundo error creer que el CCMA fue otra cosa que un pacto antifascista de las organizaciones obreras con las organizaciones burguesas y las instituciones del Estado, esto es, un organismo de colaboración de clases,
Los dirigentes de la CNT desconfiaban de los comités revolucionarios, porque no entraban en sus esquemas organizativos y doctrinales, y al mismo tiempo, como burocracia, se sentían desbordados y amenazados por sus realizaciones.
Tesis número 3
Durante todo un mes, desde el 21 de julio hasta el 21 de agosto de 1936, “los notables” anarquistas y anarcosindicalistas divagaron sobre el dilema de acabar con el CCMA, sin entrar en el gobierno de la Generalidad, o conservarlo. Existían dos modalidades básicas: la primera consistía en crear comisiones técnicas en las distintas consejerías (o ministerios de la Generalidad) como fórmula para controlar, sin participar en el gobierno: era el ejemplo de la Comisión de Industrias de guerra o el Consejo de Economía; la segunda era hacerlo desde los “organismos revolucionarios”, apoyando formalmente los poderes legales, pero sosteniendo un poder “revolucionario” que diera una posición real de fuerza a los cenetistas: era el ejemplo de las Patrullas de Control y del comité de investigación del CCMA, coordinados por Manuel Escorza desde el Servicio de Información e Investigación de la CNT-FAI, que dependía exclusivamente del Comité Regional de la CNT y del Comité Peninsular de la FAI.
Existían tres instituciones fundamentales de participación cenetista en el aparato estatal: el CCMA, el Consejo de Economía y el Comité de Abastos. El CCMA fue un gobierno de colaboración de clases, constituido por todas las organizaciones antifascistas catalanas, que ayudó a la reconstrucción del aparato estatal de la Generalidad y preparó la entrada de los anarquistas en un gobierno de unidad antifascista. Tras nueve semanas y media de vigencia se disolvió el 1 de octubre de 1936, tras la entrada de tres consellers anarquistas en el gobierno de la Generalidad formado el 26 de setiembre, bajo la presidencia de Tarradellas como conseller primer.
La transformación de los comités de defensa en comités revolucionarios de barrio y locales, que tendían a sustituir al Estado, gestionando y asumiendo todas sus funciones, unidos al amplio y profundo proceso de expropiación espontánea de las fábricas por los sindicatos de industria, desarrollaron una de las revoluciones sociales y económicas más profundas de la historia.
Pero los comités superiores cenetistas, organizados en un elitista, ejecutivo y autoritario Comité de comités que, mediante su colaboración política en un gobierno de unidad antifascista, sostuvo y fortaleció el poder del Estado capitalista, no lideraron ni coordinaron esa revolución de la militancia de base en la calle y las fábricas, sino que se convirtieron en un partido antifascista más, aliado al resto de partidos antifascistas, desde estalinistas, nacionalistas y poumistas a republicanos y gobierno de la Generalidad, sin más objetivo que la victoria en la guerra contra el fascismo, aunque ello supusiera la renuncia a cualquier “conquista revolucionaria” y a los propios principios ácratas.
Hubo, pues, una divergencia y separación real entre el Comité de comités y la revolución social y económica protagonizada en las calles por los comités revolucionarios y los sindicatos.
Ese antagonismo de clase entre CCMA y comités revolucionarios de julio de 1936 derivó en el seno de la Organización CNT-FAI en una oposición que, en diciembre de 1936, enfrentó al Comité de comités con los comités de barrio barceloneses, cuando estos se negaron a entregar sus armas para enviarlas al frente, argumentando que esas armas eran la única garantía de la revolución en curso, y que si se necesitaban armas para el frente, ahí, en la retaguardia barcelonesa, tenían acuartelados y armados a los guardias de asalto y a la guardia civil. Que los comités revolucionarios de barrio jamás entregarían las armas conquistadas al ejército en las luchas callejeras.
Tesis número 4
Sin destrucción del Estado no puede hablarse de revolución proletaria. Puede hablarse de una situación revolucionaria, de movimiento revolucionario, de insurrección triunfante, de pérdida «parcial» o «provisional» de funciones del Estado burgués, de caos político, de pérdida de autoridad real por parte de la administración republicana, de VACÍO DE PODER CENTRALIZADO y atomización del poder, pero no de revolución proletaria.
La SITUACIÓN revolucionaria de julio de 1936 no planteó nunca la implantación de un poder obrero antagónico al Estado republicano: no hubo pues una revolución proletaria, si hablamos con rigor y en sentido estricto. Y, en ausencia de revolución proletaria, la situación revolucionaria evolucionó rápidamente hacia la consolidación del Estado republicano, el debilitamiento de las fuerzas revolucionarias y el triunfo definitivo de la contrarrevolución tras las Jornadas de Mayo de 1937, con la ilegalización y persecución política del POUM en junio de 1937, así como la clandestinidad de los Amigos de Durruti, de diversos grupos ácratas y de comités de defensa, como el que editó el periódico Alerta, entre octubre y diciembre de 1937.
La participación de la CNT (y también del POUM y la FAI) en las instituciones burguesas, con su correspondiente oferta de cargos públicos, unida a un masivo proceso de afiliación sindical, paralelo a la marcha al frente de los mejores militantes, los más bregados en la lucha social y los de formación teórica más avanzada, favoreció un rápido proceso de burocratización de la CNT.
En la primavera de 1937, los militantes revolucionarios se encontraron aislados en las asambleas y en una situación minoritaria absolutamente insuperable. Los principios fundamentales del anarcosindicalismo quebraron y cedieron el paso a un oportunismo enmascarado por la ideología de unidad antifascista («renunciar a la revolución para ganar la guerra») y el pragmatismo de la fiel y leal colaboración con los partidos y el gobierno de la burguesía republicana, con el objetivo exclusivo de defender la democracia capitalista y la República burguesa. LA BUROCRACIA SINDICAL CENETISTA DEMOSTRÓ EN MAYO DE 1937 SU CARÁCTER CONTRARREVOLUCIONARIO. La lucha contra el fascismo era la excusa que permitía renunciar a la destrucción del Estado burgués republicano, defendido por las fuerzas contrarrevolucionarias del PSUC y ERC. Era inevitable el enfrentamiento del proletariado revolucionario con la burocracia cenetista, que estaba ya en el campo contrarrevolucionario.
Tesis número 5 [Es la tesis más breve, pero absolutamente CLAVE]
Frente a la alternativa entre capitalismo o revolución anticapitalista, la ideología burguesa, en la España de los años treinta, siempre opuso falsas opciones burguesas, que negaran al proletariado la posibilidad y existencia de una alternativa revolucionaria:
En 1931 ofreció la opción entre monarquía o república. En 1934 planteó la opción entre derecha o izquierda. En 1936 impuso la opción entre fascismo o antifascismo.
La aceptación por el proletariado de la ideología antifascista suponía defender la democracia capitalista, renunciando a afirmarse como clase revolucionaria.
La opción burguesa entre fascismo o antifascismo no sólo era falsa, sino que suponía, además, la derrota de la alternativa revolucionaria y anticapitalista.
Sólo algunas minorías, sin apenas influencia, se atrevieron a denunciar el antifascismo como ideología burguesa y contrarrevolucionaria.
Tesis número 6
Las colectivizaciones no podían tener ningún desarrollo futuro, si el Estado capitalista no era destruido. De hecho, las colectivizaciones acabaron sirviendo las necesidades imperiosas de una economía de guerra. Las situaciones evolucionaron de forma muy variada, rápida e inestable, desde la expropiación revolucionaria de las fábricas a la burguesía, en julio de 1936, hasta la militarización de la industria y del trabajo, predominante en 1938. Era y es imposible separar la revolución política de la revolución social y económica. Las revoluciones, como concluyeron Los Amigos de Durruti, son siempre TOTALITARIAS, en el doble significado de la palabra: total y autoritaria. NO HAY NADA MÁS AUTORITARIO QUE UNA REVOLUCIÓN: expropiar una fábrica a sus dueños, o un latifundio a su propietario o bien ocupar un cuartel, una iglesia o una gran mansión será siempre una imposición autoritaria. Y sólo puede hacerse cuando los cuerpos represivos de la burguesía, ejército y policía, han sido derrotados por un ejército revolucionario que impone AUTORITARIAMENTE la nueva legalidad revolucionaria. El anarcosindicalismo y el POUM, por incapacidad teórica los primeros y por debilidad numérica, verbalismo, seguidismo y falta de audacia, los segundos, no plantearon nunca la cuestión del poder, que abandonaron en las manos de los políticos profesionales de la burguesía republicana y de los socialistas: Azaña, Giral, Prieto, Largo Caballero, Companys, Tarradellas, Negrín…, o que compartieron con ellos, cuando su participación era necesaria para cerrar el paso a una alternativa revolucionaria.
En el campo económico el mito historiográfico englobado en el concepto genérico de «COLECTIVIZACION» conoció (en Cataluña) cuatro etapas:
1.- La incautación obrera (julio a septiembre 1936).
2.- La adaptación de las incautaciones al Decreto de Colectivizaciones (octubre a diciembre de 1936).
3.- La lucha de la Generalidad por dirigir la economía y controlar las colectivizaciones, enfrentada al intento de socialización de la economía, impulsado por el sector radical de la militancia cenetista (enero a mayo de 1937).
4.- El progresivo intervencionismo y la centralización estatal (del gobierno central) impusieron una economía de guerra y la MILITARIZACION del trabajo (junio de 1937 a enero de 1939).
Los comités revolucionarios se convirtieron rápidamente en comités antifascistas, en comités de gestión sindical de las empresas, o bien sufrieron una prolongada hibernación (como los comités de defensa confederales) o fueron transformados en organismos del Estado
La ambigüedad y ambivalencia de las Patrullas de control, de las colectivizaciones, de las Milicias, de los comités de defensa, y en definitiva de la «Revolución del 19 de Julio», era consecuencia directa de la propia ambigüedad y ambivalencia de las organizaciones de extrema izquierda del Frente Popular (CNT y POUM. Eran ambiguas porque el CCMA era fruto de la victoria insurreccional PROLETARIA del 19 de julio, pero también del fracaso político del 21 de julio, CUANDO SE ACEPTÓ LA COLABORACIÓN DE CLASES.
Tesis número 7
Mayo del 37 fue la derrota armada del proletariado revolucionario más avanzado que necesitaba la contrarrevolución para pasar a la contraofensiva. Las causas de mayo radican en el encarecimiento de la vida, la escasez de subsistencias, la resistencia a la disolución de las patrullas de control y la militarización de las milicias, y el constante forcejeo de los obreros en las empresas colectivizadas por conservar el control de la producción, frente al creciente intervencionismo de la Generalidad, propiciado por la aplicación de los decretos de S’Agaró. No en vano las jornadas de mayo se iniciaron en una empresa colectivizada, la Telefónica, por la oposición armada de los trabajadores cenetistas de base frente a su ocupación por las fuerzas represivas de la Generalidad. La rápida extensión de la lucha a toda la ciudad de Barcelona fue obra de los comités de defensa y de los comités de barriada, enlazados telefónicamente, que actuaron al margen de los comités superiores de la CNT, desbordándolos.
En un lado de la barricada estaban las fuerzas del orden público, los estalinistas del PSUC, ERC, Estat Català y las Milicias Pirenaicas catalanistas, todos ellos en teoría al servicio del gobierno de la Generalidad. En el otro lado de la barricada estaban los obreros cenetistas y el POUM. Sólo los anarquistas de la Agrupación de Los Amigos de Durruti y los trotskistas de la Sección Bolchevique-Leninista intentaron dar unos objetivos revolucionarios a la lucha de las barricadas.
Pero la militancia cenetista no pudo ni supo actuar contra las consignas COLABORACIONISTAS lanzadas por los dirigentes y los comités superiores de la CNT. Llegó a dispararse a los aparatos de radio que trasmitían los discursos de conciliación de García Oliver y Federica Montseny, pero al fin se acataron sus consignas. Los Amigos de Durruti calificaron de «enorme traición» la actividad de esos dirigentes y comités superiores.
Después de mayo de 1937 fracasaron los intentos de expulsión de los Amigos de Durruti POR PARTE DE LOS COMITÉS SUPERIORES DE LA BUROCRATIZADA CNT, ya que no fue ratificada por ninguna asamblea de sindicatos. Sin embargo, no se produjo una escisión capaz de clarificar las posiciones encontradas e inconciliables en el seno de la CNT.
Tesis número 8
La institucionalización de la CNT tuvo importantes consecuencias, inevitables, en la propia naturaleza organizativa e ideológica de la CNT.
El ingreso de los militantes más destacados en los distintos niveles de la administración estatal, desde ayuntamientos hasta los Ministerios del gobierno de la República, pasando por las Consejerías de la Generalidad o de instituciones “revolucionarias” nuevas, más o menos autónomas, como el CCMA, el CC de Abastos y el Consejo de Economía crearon nuevas funciones y necesidades, que debían ser cubiertas por un número limitado de militantes capacitados para desempeñar tales cargos de responsabilidad.
El nombramiento de esos militantes con cargos, además de su asesoramiento y control, fue realizado por unos comités superiores, que a su vez generaban otros cargos internos de responsabilidad en el seno de la Organización.
Los comités superiores, estaban formados por el CR, la Federación Local de Sindicatos, el CP, el CR de la FAI, la Federación Local de GGAA de Barcelona, la FIJL, las Juventudes Libertarias de Cataluña, los concejales y consejeros, así como el CN y los ministros cuando podían, y ocasionalmente por los delegados de las Columnas confederales, y determinadas personalidades de prestigio.
Las funciones de dirección y de poder ejercidas por esos comités superiores, que abarcaban una minoría muy limitada de elementos capaces de ejercerlas, crearon una serie de intereses, métodos y objetivos distintos a los de la base militante confederal. De ahí, por una parte, una desmovilización y desencanto generalizado entre los afiliados y la militancia de base, que se enfrentaban al hambre y la represión absolutamente desamparados por los comités superiores. De ahí el surgimiento de una oposición revolucionaria, encarnada fundamentalmente en Los Amigos de Durruti, las Juventudes Libertarias de Cataluña, algunos grupos anarquistas de la Federación Local de GGAA de Barcelona, y sobre todo en los comités de barrio y de defensa de las barriadas barcelonesas.
La excepcionalidad de la situación histórica, así como la urgencia de las decisiones a tomar impidieron un funcionamiento horizontal y asambleario en la CNT catalana. El Comité de comités dirigió la Organización desde el 23 de julio de 1936 hasta junio de 1937. La Comisión Asesora Política (CAP) desde junio de 1937 hasta marzo de 1938. Mientras tanto, en julio de 1937, se produjo la conversión de la FAI en un partido antifascista más, capaz de suministrar y adiestrar burócratas necesarios para asumir cargos de responsabilidad y mando. Finalmente, en un contexto de desbandada y derrumbe de los frentes, el elitista y autoelegido Comité Ejecutivo del Movimiento Libertario de Cataluña dirigió dictatorial y jerárquicamente la Organización desde abril hasta octubre de 1938, sin más horizonte que la militarización del trabajo y de la sociedad, así como de la propia Organización.
La institucionalización de la CNT y la asunción de la ideología de unidad antifascista transformaron a los comités superiores en el peor enemigo de la (minoritaria) oposición revolucionaria cenetista, que estuvo muy cerca de provocar una escisión, que finalmente no se produjo a causa de la eliminación física, encarcelamiento o clandestinidad a que se vio sometida esa oposición por la represión estatal y estalinista. Represión que tuvo un carácter SELECTIVO, ya que estaba dirigida contra la minoría revolucionaria, al mismo tiempo que se intentaba asegurar la integración de los comités superiores en el aparato estatal republicano.
No debe hablarse de una TRAICIÓN DE LOS COMITÉS SUPERIORES, que no explica nada, sino de un enfrentamiento DE CLASE entre unos comités superiores que eran ESTADO, y unas minorías revolucionarias reprimidas y perseguidas. No era una traición, era una lucha de clases entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes o aspirantes a serlo y gobernados, entre burócratas y trabajadores.
Tesis número 9
La militarización de las Milicias Antifascistas, junto con el decreto de Colectivizaciones y la disolución de los Comités locales marcaron el inicio y el curso de la contrarrevolución burguesa y de su reconquista del aparato estatal, que no había sido destruido.
La militarización de las Milicias, en el frente, no sólo suponía la pérdida de la dirección de la guerra por los obreros y la pérdida de cualquier objetivo revolucionario, sino que conllevaba además la militarización de la retaguardia, esto es, del Orden Público.
Y esa militarización de la retaguardia transformaba todas las relaciones sociales y políticas de poder, porque violencia y poder eran lo mismo. La militarización del Orden Público implicaba, además, un proceso de creciente desmovilización social, política y revolucionaria de los trabajadores.
En la oposición a la militarización de las Milicias Populares (decretada en octubre de 1936) destacó la cuarta agrupación de Gelsa de la Columna Durruti, que, tras superar un conato de enfrentamiento armado con otras fuerzas de la Columna, partidarias de la militarización, decidió abandonar el frente (en febrero de 1937) y regresar a Barcelona, llevándose las armas. Esos 800 milicianos, junto con otros militantes cenetistas radicales, empeñados en la lucha existente en las empresas por la socialización, fundaron en marzo de 1937 la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que llegó a alcanzar de cuatro a cinco mil adherentes y se constituyeron, en Cataluña, en una alternativa revolucionaria a los comités superiores (colaboracionistas) de la CNT-FAI.
De la violencia revolucionaria de los comités, contra la burguesía, curas y fascistas, se pasó a la violencia represiva de las fuerzas burguesas del orden capitalista contra las minorías revolucionarias. Esa represión de la oposición revolucionaria cenetista (y de otras minorías revolucionarias) fue paralela y homóloga a la integración de los comités superiores en el aparato estatal (estuviesen o no en el gobierno). No se trataba de ninguna traición de los dirigentes a las bases, sino de las dos vertientes necesarias de un mismo proceso contrarrevolucionario SELECTIVO: persecución de los revolucionarios e institucionalización de los comités superiores.
El orden público antifascista se fundamentaba en la unidad antifascista de todas las organizaciones con el objetivo único de ganar la guerra. Esa victoria militar implicaba y profundizaba la militarización de las Milicias, de las fuerzas del orden, del trabajo, de las relaciones sociales y la política. La guerra devoró a la revolución.
Tesis número 10
La resistencia al desarme de los comités de barrio, en diciembre de 1936, provocó su hibernación por parte de la Federación Local de Sindicatos; pero cuando el 4 de marzo de 1937 un decreto unificó a guardias de asalto y guardias civiles, bajo el mando del gobierno de la Generalidad, los sindicatos respondieron a esa amenaza volviendo a financiar, armar y reactivar a los comités de defensa de los barrios. La ofensiva de estalinistas, republicanos, catalanistas y Generalidad se había solidificado y parecía imparable. El hambre popular había expresado su descontento en las manifestaciones de mujeres del 14 de abril en distintos mercados de Barcelona. Del 12 al 24 de abril de 1937, la Federación Local de Grupos anarquistas, las JJLL y los comités de defensa de los barrios se prepararon para una insurrección, capaz de enfrentarse al progresivo avance represivo de la contrarrevolución. A mediados de abril Herrera y Escorza negociaron con Companys un nuevo gobierno y una salida a la crisis gubernamental. Se iniciaron los primeros sumarios por “cementerios clandestinos”, que culpaban y encarcelaban a los miembros de los comités de las jornadas revolucionarias de julio. El 27 de abril de 1937, las autoridades de Bellver, apoyadas por el gobierno de la Generalidad y envalentonadas por la creciente invasión de carabineros en la Cerdaña, organizaron una emboscada para asesinar a Antonio Martín, desencadenando una ofensiva represiva contra los anarquistas en esa comarca. Los comités superiores creían que bastaría “con enseñar los dientes” al PSUC, ERC y la Generalidad, para detener su ofensiva represiva. Los comités de defensa de las barriadas de Barcelona desbordaron a los comités superiores, desencadenando el 3 de mayo una insurrección revolucionaria, que escapó a su control.
Desde junio de 1937, disueltas las Patrullas de Control, se asistió a una reconquista de las distintas localidades y comarcas por parte de las fuerzas de asalto y de la guardia civil, que aplicaron una represión brutal contra los cenetistas y muy especialmente contra los expatrulleros y los militantes más destacados. En muchos lugares la organización cenetista desapareció, como en Cerdanya y Tierras del Ebro.
Esa represión del anarcosindicalismo fue acompañada por una actitud pasiva de los comités superiores, que optaron por una defensa individual y jurídica de los presos, en lugar de una defensa colectiva y política. Los millares de presos anarcosindicalistas exigieron a los comités superiores un mayor compromiso y solidaridad, que sólo consiguió que el CR de la CNT y el CR de la FAI accedieran a sacar una prensa clandestina, que realizó una campaña en favor de los presos.
El 9 de junio de 1937, Campos y Xena se enzarzaron en una bizantina discusión sobre si seguía existiendo, o no, el llamado Comité de Comités, instaurado el 23 de julio de 1936 como un instrumento directivo y centralizador de la CNT-FAI, capaz de tomar decisiones urgentes e importantes, sin consultar a la base militante.
A los pocos días, el 14 de junio se constituyó formalmente la Comisión Asesora Política (CAP), que no era más que una resurrección y actualización del Comité de Comités surgido en julio de 1936. Las motivaciones eran idénticas, la necesidad de un organismo ejecutivo que tomara rápidamente las decisiones más importantes y urgentes. Pero ahora se añadía una nueva razón: que los comités de defensa NO volviesen a desbordar a los comités superiores, como había sucedido en mayo. Y para abastecer, controlar e impedir otro posible desbordamiento de los comités de defensa se creó el denominado Comité de Enlace, supeditado a la CAP.
Tesis número 11 y última
En julio de 1936, la cuestión esencial no fue la toma del poder (por una minoría de dirigentes anarquistas), sino la de coordinar, impulsar y profundizar la destrucción del Estado por los comités. Los comités revolucionarios de barriada (y algunos de los comités locales) no hacían o dejaban de hacer la revolución: eran la revolución social.
Mientras los comités superiores convertían a la CNT en una organización antifascista más, dedicada a la recuperación y fortalecimiento del aparato estatal republicano; los comités revolucionarios asumían la tarea de destruir el Estado y de sustituirlo en todas sus funciones.
El papel de la CNT, como sindicato, quizás debería haberse reducido transitoriamente a la gestión de la economía, pero subordinándose y disolviéndose en la nueva organización que brotaba de los Comités de barrio, locales, de fábrica, de abastos, de defensa, etcétera. La incorporación masiva de los trabajadores, muchos de ellos ausentes hasta entonces del mundo proletario organizado, introducía una nueva realidad. Y la realidad que la revolución había creado era distinta a la que existía antes del 19 de julio. Las antiguas organizaciones y partidos políticos quedaban, en la práctica, fuera de la nueva realidad social instaurada. El organismo revolucionario de los comités revolucionarios, generalizado a todos los niveles, debería haber representado a todo el proletariado revolucionario, sin las absurdas divisiones de unas siglas, que tenían sentido antes de la insurrección de julio, pero no después.
La CNT-FAI debería haber sido la levadura del nuevo organismo revolucionario, coordinador de los comités, desapareciendo en el propio proceso de fermentación revolucionaria (al mismo tiempo que se disolvían el resto de organizaciones y partidos).
Después de la insurrección victoriosa de los obreros y de la derrota del ejército, y con el acuartelamiento de las fuerzas de orden público, la destrucción del Estado dejó de ser una futurista utopía abstracta.
La destrucción del Estado por los comités revolucionarios era una tarea muy concreta y real, en la que esos comités asumían todas las tareas y funciones que el Estado desempeñaba antes de julio de 1936.
Los Amigos de Durruti concluyeron que faltó una vanguardia (no sustitutoria) dispuesta a defender esa autonomía proletaria, capaz de coordinar, extender y fortalecer esos comités revolucionarios: Los Amigos de Durruti la llamaron Junta Revolucionaria, pero no supieron ni pudieron ponerla en práctica, aunque en el cartel que distribuyeron a finales de abril de 1937 en Barcelona proponían decididamente la sustitución de la Generalidad por esa Junta Revolucionaria.
Estas once tesis se fundamentan en estos libros de Agustín Guillamón:
– Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona. Descontrol, 5ª edición,
– Los Amigos de Durruti. Historia y antología de textos. Descontrol, 2ª edición, 2021
-Durruti sin mitos ni laberinto y otras estampas. Sabotajes de sueños, 2022
–CNT versus AIT. Los comités superiores cenetistas contra la oposición revolucionaria interna e internacional. Descontrol, 2022 |
Mira també:
https://www.portaloaca.com/historia/revolucion-social/once-tesis-clasistas-sobre-la-revolucion-y-la-contrarrevolucion-en-catalu |
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