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Notícies :: amèrica llatina
Los mapuche no son anarquistas ni libertarios, se mueven dentro de las lógicas parlamentarias izquierda-derecha,
04 set 2022
El Partido Socialista chileno muestra a Sudamérica con un hacha de piedra indígena en su interior. Los socialistas fueron los primeros en el reconocimiento del indígena en Chile, y traspasaron esta inquietud a otros grupos que bebieron de él, como el MCR, y a varios grupos propiamente indígenas, como el Frente Único Araucano y la Federación de Campesinos Indígenas (FCI) en los ‘60 o, ya desde los ‘80, el Consejo de Todas Las Tierras, Meli Wixan Mapu, Identidad Territorial Lafkenche, Ad Mapu, y las más modernas, Plataforma Política Mapuche, Red de Mujeres Mapuches, etc. La historia de la lucha indigenista en Latinoamérica se encuentra íntimamente vinculada a los partidos “socialistas” latinoamericanos, como el Partido Socialista peruano de José Carlos Mariátegui, y el Partido Socialista chileno, que fueron fundados desde la década de 1930. Estos partidos mantuvieron una fuerte disputa ideológica con los partidos “comunistas” que defendieron con mayor encono una doctrina soviética hasta los años ‘90. Los “socialistas” chilenos, permitían en su seno a todas las tendencias partidistas y desarrollaron una teoría sui generis, que llamaron “latinoamericanista”, que buscaba construir economías capitalistas estatistas y una sociedad de derechos para obreros y campesinos, dentro de la legalidad nacional, adaptando el marxismo a la realidad local “con empanadas y vino tinto”. De hecho la bandera del Partido Socialista chileno muestra a Sudamérica con un hacha de piedra indígena en su interior.
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El momento de lucha más radical del indigenismo en Chile fue a principios de los ‘70 durante el gobierno de Allende, de la Unidad Popular (UP), con el MCR (Movimiento Campesino revolucionario), el ala campesina del MIR.
El MIR, aunque se declaraba marxista-leninista y revolucionario, alegremente se pasó a la defensa del "gobierno popular" socialdemócrata allendista porque ambos compartían un proyecto estatista.
Las tomas de terreno campesinas y mapuche durante la UP que el MIR apoyaba no estaban encaminadas hacia una autogestión, de corte libertario, donde campesinos y obreros se hicieran con el control de lo social, sino que a forzar un reconocimiento estatal de esas tierras en el contexto de una reforma agraria.
Con el advenimiento de la democracia, tras la dictadura de Pinochet, se creó la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), que ha venido entregando por la vía legal desde su creación, hace 30 años, unas 212 mil hectáreas a 509 comunidades indígenas mapuches y de otras etnias. Sin embargo este proceso ha sido muy lento y engorroso y representa solo una pequeña fracción de lo que fue expoliado, desde que a fines del siglo XIX el Estado chileno comenzara su proceso de “pacificación de la araucanía” por medio de la fuerza militar.
No se puede negar la justicia de la causa mapuche, ni que ésta pueda ser emprendida a través de la violencia, porque el Estado no ha respondido, ni devolviendo las tierras usurpadas ni reconociendo a los indígenas como éstos reclaman.
Pero del mismo modo, como anarquistas, debemos reconocer que la gran mayoría de los mapuches se decantan por el parlamentarismo, y por más que se a veces algunos grupos se puedan declarar como “anticapitalistas” o “antiestatistas”, siempre han realizado su lucha desde una posición política, ya sea desde la izquierda o la derecha. De hecho, como ejemplo de la derecha mapuche, durante la dictadura, Pinochet fue proclamado por los “consejos regionales” mapuches “Fauta Lonco”, que significa “Gran Autoridad”.
La ideología mapuche no es intrínsecamente libertaria, es política, porque hasta los grupos más izquierdistas en su seno buscan un cierto reconocimiento territorial en el marco de los Estados y el capitalismo, ya sea como “entidades autónomas” o incluso como un Estado independiente, el Wallmapu. Y por más que su forma organizativa socio-económica ideal sea rural y comunitaria (la comunidad indígena) y pueda basarse en una cosmovisón animista, que busca vincularse a la tierra desde un punto de vista espiritual, en la práctica ésta no busca escapar a las lógicas de intercambio capitalista ni en resistencia al capitalismo, como si lo plantean las colectividades agrícolas y comunas libertarias.
Además, no podemos dejar pasar que el 70% de los mapuches en Chile vive en ciudades, y que la inmensa mayoría, aunque hoy en día no tenga problemas en declararse mapuche, tampoco sienten que ésto deba llevarlos a una lucha política distinta de las lógicas parlamentarias. De hecho es muy probable que los mapuches obtengan cada vez más grados de participación en la institucionalidad Estatal, y no sería raro que hasta la CAM vea en futuro próximo como necesaria su participación en esas instancias, siguiendo el ejemplo del EZLN en México o los kurdos en Turquía, que han llamado abiertamente a participar en la política.
Por eso, desde una visión anarquista planteo que antes que favorecer la causa indígena, se debe impulsar la lucha del pueblo en su conjunto, sin divisiones nacionales, rechazando toda vinculación con una “nación” sea ésta “chilena” o mapuche, y que por el contrario la lucha debe estar basada en las demandas y aspiraciones del pueblo en su conjunto, y en la moral y la solidaridad que solo la pobreza conoce, que solo desde el proletariado se puede reproducir.
En Chile más del 90% de la población somos mestizos de mapuche u otros pueblos indígenas con europeos, generalmente españoles. Somos mestizos, así como la humanidad es mestiza. Como leí en una viñeta alguna vez, quien cree pertenecer a una raza “pura” es porque cree que descendemos de distintos monos.
No niego que deban restituirse las tierras a los mapuche, ni la libertad para todos los presos, ni que los mapuche tengan todo el derecho de desarrollar su ideología como quieran, pero me parece que su planteamiento parte desde una posición errónea, porque como anarquista me siento un humanista y considero a todos los habitantes de este planeta como iguales, hombres y mujeres, y me parece un error querer separar la lucha por sexos, razas, etnias, naciones, religiones, “cosmovisiones”, “tribus” o lo que sea. A lo que apelo es que cualquiera de éstas luchas deben sumirse en una lucha más general, como lo planteaba claramente el anarquismo antes, una la lucha por la emancipación de todo el género humano, desde nuestra posición de proletarios, sea del color que seamos, el lugar en que hayamos nacido, los ancestros o la condición que tengamos, luchando unidos contra esa minoría egoísta y burguesa que nos tiene viviendo en un caos social, hasta la abolición de las clases sociales.
El que la izquierda, totalitaria por antonomasia, hubiera entendido antes del '89 que debía integrar al pueblo en su visión del "hombre nuevo", en una suerte de militarizado y musculoso proletario fabril, y que ese modelo se haya derrumbado por ilusorio y perverso, no quiere decir que la unidad e integración del pueblo que el anarquismo reclama, y que es totalmente distinta a la marxista, se haya caído también con los "socialismos reales". Esa es una mala lectura.
Hoy la izquierda busca nuevamente una especie de “hombre nuevo”, una nueva "masa" que conducir, pero ya no entre los proletarios sino que entre las "disidencias" y los indígenas, porque los obreros apenas si les votan, y cuando lo hacen es por mera conveniencia, sin convicción.
Por el contrario el obrero y el campesino que reclama el anarquismo sigue estando ahí, sacando banderas negras frente a la opresión y la explotación, cuando sale a la huelga o cuando le contaminan su comunidad, pero esta vez, sale sin un horizonte claro, inmerso en una multitud de “disidencias” contradictorias y en pugna entre si, sin una finalidad común, disueltos en la contracultura.
Lucho por reafirmar nuestro camino anarquista propio, lejos de la derecha-izquierda y la política, y de cualquier grupo que hoy o mañana nos traicione con sus negociaciones políticas o parlamentarias, llamando a la unión del pueblo, sin estar “partidos”, hasta que logremos la autogestión, y sea el pueblo, en su conjunto, a través de sus organizaciones laborales y comunitarias, el que administre la sociedad, y el que restituya las tierras a los mapuche y a todos los que quieran trabajarla, y libere los campos y las ciudades en pos del bienestar para todos y todas.

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