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Notícies :: xarxa i llibertat
Música Libre
06 set 2003
Lúcido analisis del sociólogo Manuel Castells (Albacete, 1942), acerca de la imparable dinámica de la libre distribución cultural, a través de Internet. Leído hoy día 6 de septiembre de 2003, en La Vanguardia.
Música libre

UNA SOCIEDAD sana es la que utiliza el mercado pero conoce sus límites. Las leyes de propiedad intelectual están tecnológicamente obsoletas

MANUEL CASTELLS - 06/09/2003
Las grandes batallas de nuestro mundo no sólo se libran en las calcinadas tierras de Medio Oriente, sino también en los espacios de libertad que se han ido creando a trancas y barrancas. Por ejemplo, en Internet. En estas batallas se juega la capacidad de adaptación de nuestras leyes y nuestras instituciones a las nuevas condiciones tecnológicas y culturales en las que vivimos. Y en estos días empieza a vivirse con intensidad la lucha entre las grandes empresas discográficas y, tras ellas, de toda la industria audiovisual, y el deseo de decenas de millones de jóvenes (y menos jóvenes) de todo el mundo que quieren compartir entre ellos la música que, en su día, compraron. En Estados Unidos, unos sesenta millones de personas se bajan música de la red, naturalmente sin pagar. En Catalunya, según el estudio que hicimos en la Universitat Oberta de Catalunya en el año 2002, un 38% de los usuarios de Internet hace lo mismo. Y la proporción entre los jóvenes, en todos los países, es mucho más alta. Se estima que es práctica habitual de más de dos tercios de los jóvenes usuarios de Internet. Según las encuestas, a la mayoría de los usuarios que así proceden no les parece que esto sea inmoral, aunque pueda ser ilegal. Argumentan que cada uno de ellos ha comprado su música. Lo que hacen es compartirla, como quienes se intercambian cintas o se prestan libros. Ocurre que se trata de un gigantesco intercambio global, en una especie de gran fiesta de aquellos que quieren participar de la música de todos: cada uno digitaliza su propia música en su ordenador y abre sus archivos a los demás. Y nadie se beneficia, nadie vende ni compra, todos disfrutan de lo que todos, colectivamente, han comprado. Es un fenómeno social que ataca los fundamentos de la apropiación de la creatividad musical y cultural por parte de los oligopolios mundiales del audiovisual. Naturalmente, las grandes empresas reaccionaron hace tiempo y consiguieron la eliminación de Napster, la red que, utilizando la tecnología de intercambio de ficheros MP3, consiguió millones de usuarios en poco tiempo.

Pero Napster, aunque la iniciara un joven californiano de Stanford, se convirtió rápidamen-te en una empresa comercial, cotizando en bolsa y con un servidor central identificado. Naturalmente, no se puede hacer dinero como empresa capitalista sin respetar las reglas del juego de la propiedad capitalista. Pero mientras los abogados de la Recording Industry Association of America se ensañaban con Napster, otras tecnologías, difundidas libremente en la red, orga-

nizaban el intercambio “peer to peer� (es decir, de uno a otro), de ordenador a ordenador, sin pasar por ningún servidor central. Por tanto, nadie cobra nada, nadie paga nada, todos se benefician de la música y no queda rastro de quién intercambia con quién. Primero fue el programa Gnutella, luego Freenet, luego decenas de programas, que van mutándose y perfeccionándose con el afán creador de miles y miles de programadores gratuitos. En estos momentos, son las redes Kaza y Morpheus las que tienen mayor difusión en el mundo.

Las empresas audiviosuales intentaron desprestigiar esta práctica asimilándola a la piratería. Pero una cosa es bajarse música para hacer un disco compacto y venderlo en la calle (y esto sí es piratería tradicional) y otra es intercambiarse música sin ánimo de lucro. De ahí se pasó a la batalla ética, al discurso sobre los pobres artistas privados de sus derechos de autor. Pero, según los estudios realizados hace tres años por mis estudiantes de Berkeley, son las casas discográficas las que realmente se llevan la parte del león. Y para los artistas, sobre todo los jóvenes, la difusión de su música mediante Internet les ofrece un canal directo con su público que puede proporcionarles mucha mayor audiencia y, en último término, poder de negociación con las casas discográficas. Porque no es que se dejen de producir discos, es simplemente que, a partir de un cierto nivel de notoriedad, las empresas tienen que compartir con el mundo el disfrute de esa música en lugar de seguir cobrando eternamente por cada trozo de plástico que graben o por cada minuto que suene una canción por cuya producción ya obtuvieron beneficios sustanciales.

Pero en las últimas semanas se acabó el debate ético y empezaron las malas maneras. No en vano se está jugando un mercado de 30.000 millones de euros. Las empresas discográficas están utilizando diversas tácticas en un intento desesperado de parar el fenómeno. Por un lado, reforzar la penalización de lo que ellas llaman piratería musical. Yo estaba presente en el 2002 en la reunión de ministros de Telecomunicación europeos, en donde el representante de una gran multinacional del audiovisual pidió a los gobiernos una legislación que impusiera años de cárcel para cualquiera que bajase música de la red sin pagar. Pero, ¿cómo encarcelar a millones de personas? Bien, en el nuevo clima de represión de libertad, las empresas estadounidenses están desarrollando medidas tecnológicas, junto con equipos de detectives, para encontrar algunos casos de jóvenes que bajen música, y emprender acciones legales contra sus padres por cantidades astronómicas. El propósito es atemorizar a las familias y hacerles agentes de control de sus propios hijos. Al mismo tiempo, están difundiendo virus en los circuitos de intercambio de los archivos musicales, tanto para destruir el mayor número de ordenadores que puedan como para asustar a los usuarios con epidemias informáticas.

Vano intento. La oleada de música libre es de tal magnitud que es tecnológica y socialmente imparable. Pero habrá dramas humanos y se acentuará el sentimiento de los jóvenes de que las instituciones de la sociedad son absurdas. No todo es comercializable hasta el último momento. Una sociedad sana es aquella que utiliza el mercado pero conoce sus límites. Es obvio que las actuales leyes de propiedad intelectual están tecnológicamente obsoletas y así lo argumentan los mejores juristas del tema, empezando por Lawrence Lessig. Pero en lugar de inventar nuevos modelos de negocio basados en la libertad y la creatividad, las empresas se aferran al monopolio y a la policía como forma de perpetuar sus privilegios. Y luego se extrañan de que a muchos jóvenes no les guste el capitalismo.

Comentaris

Re: Música Libre
04 ago 2005
Hola.

A mi m'agradaria fer servir aquest kaka per a baixar-me cançons. No per a vendre. Senzillament perquè com moltes altres persones, visc la música, fa nedar les emocions. I m'agrada que coi.
Desitjo que la massa humana sigui prou gegant com per a fer que els impulsos d'avaricia de les grans multinacionals no tinguin la mes mínima repercusió sobre ningú, mai.

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