La Primera Guerra Mundial también significó un profundo debate en el seno del movimiento obrero internacional y, como no, en el anarquismo. Una encrucijada en la que se vio el movimiento obrero del que iba a salir con otra fisionomía.
El socialismo internacional, salvo excepciones, se posicionaron con sus respectivos países durante el conflicto. La socialdemocracia alemana que tenía una importante fuerza en el movimiento obrero, no dudó en votar a favor de los créditos de guerra. Le siguió los pasos el socialismo del Imperio Austro-Húngaro. Muchos más críticos fueron los socialistas italianos y franceses. Los italianos en un principio condenan la guerra, pero pronto un grupo se desgaja apoyando la intervención italiana en el conflicto. Entre ellos se encontraba un personaje, Benito Mussolini, que fundó un periódico, Il popolo d'Italia y hace concebir el embrionario fascismo. Los franceses por su parte tuvieron en la figura de Jean Jaurès el mejor opositor a la guerra. Pero el asesinato de éste por el ultranacionalista Raoul Villain el 31 de julio de 1914 enterraba el posicionamiento de este sector del socialismo francés. La constitución de un gabinete de concentración nacional en Francia contó con el apoyo de los socialistas que tomaron varios ministerios. En el caso español, ante la neutralidad del país, el socialismo aunque crítico la guerra mostró inclinación por los aliados, a los que consideraba defensores de la democracia frente al autoritarismo de los imperios centrales. Quizá fue el socialismo ruso quien sacó mejor partido, ya que su táctica de oposición a la guerra les llevó al triunfo de la Revolución en 1917 y a la toma del poder por parte del Partido Bolchevique.
¿Y el anarquismo?
El movimiento anarquista había sido muy claro en sus posturas desde sus orígenes ante la guerra. Consideraba como una herramienta más de Estados y capitalistas, los anarquistas se opusieron a cualquier tipo de conflicto que enfrentara a pueblos y trabajadores. La guerra era la social, entre explotadores y explotados. Unos posicionamientos que quedaron reforzados tras la Congreso de Ámsterdam de 1907 y donde se vislumbraba ya el horizonte que se teñía sobre Europa.
Sin embargo la Primera Guerra Mundial si generó un pequeño debate en las filas libertarias, pues alguno de los pensadores más destacados del anarquismo mantuvieron posiciones distintas a las defendidas hasta el momento. Si para la inmensa mayoría del movimiento libertario internacional la guerra seguía siendo una herramienta al servicio del poder, para personajes como Kropotkin, Malato o Cornelissen, la situación era distinta. Sobre todo fue Kropotkin quien inició una fuerte campaña en favor de las potencias aliadas. En una carta dirigida a James Guillaume en septiembre de 1914 Kropotkin hace una disertación sobre la brutalidad de los imperios centrales y la necesidad de apoyar a los aliados como única salida para conquistar el socialismo. Kropotkin incluso llegó a escribir en La Bataille Syndicaliste que la oportunidad para el socialismo era inmejorable, incluso haciendo alusión que si Marx quería que triunfase el «socialismo alemán» ellos tendría que luchar por la necesidad de triunfo del «socialismo francés».
No dejó de causar consternación en el entorno anarquista que una personalidad de la influencia de Kropotkin se posicionase así. Pero lejos de generar un debate extenso en el movimiento libertario las voces anarquistas fueron contrarias a la guerra. Además personalidades de la talla de Errico Malatesta o Emma Goldman tuvieron brillantes intervenciones contra el conflicto bélico. En marzo de 1915 se emite un comunicado firmado por personajes como Alexander Berkman, Errico Malatesta, Ferdinand Domela Nieuwenhuis, Emma Goldman, Alexander Shapiro o Pedro Vallina, donde se condena la guerra, el capitalismo y el Estado. Los enemigos no son los pueblos sino aquellos que ordenaba a los trabajadores matarse entre ellos por objetivos que les eran ajenos. Así lo expresa en un momento del comunicado: «La propaganda y la acción anarquista deben dirigirse con preferencia a debilitar y desintegrar los diversos Estados, a cultivar el espíritu de rebeldía y a desarrollar el descontento en los pueblos y los ejércitos. A los soldados de todos los países que combaten por la justicia y por la libertad, debemos explicarles cómo su heroísmo y su valor no servirán más que para perpetuar el odio, la tiranía y la miseria. A los obreros de las ciudades, debemos recordarles que el fusil que hoy empuñan sirvió otras veces para fusilarlos en ocasiones de huelga y de legítima revuelta, y que una vez la guerra concluya se volverá contra ellos para obligarlos a sufrir la explotación. A los campesinos, mostrarles que después de la guerra se verán forzados a encorvarse otra vez bajo el yugo para labrar las tierras de sus señores y alimentar a los ricos. A todos los parias, que no deben soltar sus fusiles sin haber ajustado cuentas con sus opresores y tomado posesión de los campos y las fábricas. A las madres, compañeras e hijas, víctimas de la miseria en exceso y de las privaciones, decirles quiénes son los verdaderos responsables de sus dolores y del asesinato de sus padres, hijos y maridos.»
Por su parte, en febrero de 1916 el reducido grupo de anarquistas «aliadófilos» firman un manifiesto donde responsabilizan de todo al Imperio Alemán. Es el conocido como «Manifiesto de los 16», que tuvo una influencia escasa y que tuvo una respuesta de Errico Malatesta en Freedom, acusándolos de «anarquistas pro-gobierno».
El anarquismo español ante la guerra
España permaneció neutral durante la Gran Guerra si bien las industrias de guerra generaron un enorme beneficio a la clase capitalista del país que se lucró con la venta de armamento de forma oficial a los aliados y de forma soterrada a los imperios centrales. Este beneficio económico no repercutió en una mejora para la clase obrera cuyas condiciones fueron cada vez peor y se generó todo un ciclo de fractura social y movilización.
Cuando estallo la Guerra Mundial la CNT volvía a la legalidad tras tres años proscrita. Y curiosamente volvía con más militantes que cuando fue ilegalizada por el gobierno. Y aunque el sindicalismo revolucionario francés estuvo en su mayoría por la paz, fue la CNT la única organización del movimiento obrero que se opuso en bloque al conflicto bélico.
Aunque en España también hubo algún debate entre anarquistas pacifista y anarquistas «aliadófilos», lo cierto es que los primero tenían aplastante mayoría. Tan solo la voz solitaria de Ricardo Mella apoyó las tesis de Kropotkin que en España no tuvieron la más mínima influencia.
Incluso fue en España donde se organizó y desarrolló un Congreso Internacional por la Paz en la ciudad de Ferrol los días 29 y 30 de abril de 1915. La organización del Congreso la asumió el Ateneo Sindicalista de Ferrol destacando la figura de José López Bouza. El congreso estaba asumido e impulsado por la CNT y contó con el apoyo de las figuras más importantes del momento: Eusebio Carbó, Ángel Pestaña, Antonio Loredo, Mauro Bajatierra, etc. Al mismo estaban convocados diversos organismos y personalidades internacionales. La prensa anarquista española y portuguesa se hicieron eco del evento desde meses antes.
Pero el gobierno español prohíbe la celebración del mismo, al que considera una reunión de «peligrosos anarquistas». Aun con todo se celebraron dos sesiones, donde participaron delegados españoles, portugueses y franceses. Al congreso se adhieren organizaciones y personalidades anarquistas de Gran Bretaña, Francia, Italia, Argentina, Brasil, etc. La policía procede a la detención y expulsión del país de los delegados extranjeros. La paz fue el tema principal así como la necesidad de organización de una Internacional anarquista y de la reorganización de la CNT. Se tomó el acuerdo de que si España decidiese entrar en Guerra se convocaría una huelga general.
Poco más dio de sí dicho congreso, si bien las consecuencias del mismo marcó el devenir del movimiento libertario. Apenas un año después la CNT y la UGT llegan a un acuerdo por las condiciones de la clase obrera y deciden ir a la huelga. Huelga que se convierte en revolucionaria en agosto de 1917 y que tiene los ecos de la Revolución rusa de fondo.
La fractura social que generó el final de la guerra y las carestías generadas a la clase obrera fue el inicio de un ciclo huelguístico que tiene en la huelga de la Canadiense de 1919 y la conquista de las ocho horas de trabajo el punto álgido.
La guerra finalizó en 1918 y durante años se debatieron los tratados de paz. El mapa del movimiento obrero internacional había variado. El socialismo se había roto y había surgido un nuevo actor, el comunismo. El anarquismo, a pesar de alguna excepción, se había mantenido firme respecto a la guerra. Fue el triunfo de la Revolución rusa lo que generó mayor debate en el seno del anarquismo. Pero es otra historia.
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