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Notícies :: ecologia
Artículo: Cuando la mierda nos alcanza
01 jun 2011
CUANDO LA MIERDA NOS ALCANZA
Cuando la mierda nos alcanza sale a la luz el estado real del mundo en que vivimos. Más que nada porque llega un punto en que no se puede esconder bajo ninguna alfombra y ya no hay ningún modo de mirar hacia otro lado. Pues de allí también emerge mierda que quisiéramos desintegrar por arte del olvido. Pero no, pues hay un principio físico inquebrantable: la mierda acaba siempre por darnos un rodeo y se nos echa encima cuando menos lo esperamos.
Quizás sea la industria nuclear quien mejor ejemplifica la sociedad en la que nos ahogamos. Pues justo en estos días, el mundo mira de reojo un nuevo accidente nuclear, el de Fukushima, después del terremoto y posterior tsunami del 11 de marzo de 2011. Esta central nuclear lleva semanas fuera del control humano y la cosa va para largo. No obstante, la situación es mucho más fea de lo que inicialmente se proclamó desde todos los frentes nuclearistas. Y cuando el foco de atención global ya se ha perdido en la inmensidad de la mierdosfera mediática (circo electoral, toboganes económicos, eucaristía futbolística, guerras humanitarias, catástrofes en directo…), pues se informa de lo que hay: que el núcleo del reactor 1 está totalmente fundido desde las primeras horas del terremoto y que se tiene la sospecha de que los otros dos reactores pueden estar igualmente acalorados. En jerga nuclear, cagada gorda.
Las consecuencias de todo ello son aún más que imprevisibles, aunque el resultado de todo este “pequeño” contratiempo (unas decenas de miles de años de mierda indigerible…) es más que probable: la construcción de muchas más centrales nucleares en el mundo. En el frenesí económico en el que subsistimos, a ver qué político listillo se opone al lobby energético y renuncia definitivamente del maldito engendro. Y nos sermonearán con que la energía nuclear es la más limpia en la batalla contra el cambio climático y que las nuevas centrales serán “mucho más modernas y seguras, por supuesto”. El mito de una seguridad perfeccionada. Algo que en la práctica va a ir quedando difuminado por la dinámica económica de unos presupuestos que se inflaman y por unas ambiciones demasiado alargadas. Aunque en esta historia, que es la de la vida, la única seguridad es la de la muerte. Y así vamos.
Porque lo que ha evidenciado Fukushima es que esta industria cuenta con un buen número de eminencias científicas dispuestas a defender, con mucha fe y pesada terminología, el chollo nuclearista. Pero ahora que se empieza a saber la magnitud de la cagada, procuran limpiar sus carreras de prestigio con el mejor papel higiénico que tienen a mano: el silencio. Donde dije chollo, digo hoyo.
Pues mientras que Fukushima es de rabiosa actualidad (nunca mejor dicho), lo de Chernóbil no ha hecho sino empezar, cuya historia se mantiene latente bajo un sarcófago cuya vida útil se calcula en 30 años desde su macabra construcción. Lo que se traduce en que “alguien” tendrá que afrontar nuevamente ese percance. De hecho, ahora ya andan construyendo un segundo sarcófago, cuya finalización se ha postergado hasta 2015, esperando trasladar el asunto a 100 años vista. Y para Fukushima empieza a sonar que “alguien” acabe construyendo un sarcófago que tape, provisionalmente, el desastre. Para dejarlo allí, latentemente silenciado, hasta que en unos años “alguien” deba afrontar nuevamente el problemilla. Quizás, para entonces, técnicamente se esté mucho mejor preparado para solucionar estas porquerías del pasado, aunque puede ser todo lo contrario: que el mundo humano esté patas arriba, que todos los recursos estén destinados a degollar y someter al prójimo y que Fukushima se convierta en otra bomba de relojería esperando su momento...
Porque este parece el legado de la era de la fisión nuclear, al menos para Chernóbil: unos monumentales sarcófagos que, como muñecas rusas, irán incluyendo en sus entrañas sarcófagos de otros tiempos. Material para futuros arqueólogos. Quizás se contemplarán como Pirámides postmodernas conteniendo los despojos de un mundo colapsado por exceso de codicia. Obras faraónicas para el descanso milenario de una tecnología endiosada. Y puede que incluso se pregunten quiénes construyeron tales obras monumentales, y verán el reflejo de una sociedad desquiciada. Eso si todo va bien…
Averiguarán que fueron unos individuos, llamados Liquidadores, los que se enfrentaron cuerpo a cuerpo con el inventito. Casi todos trabajadores y soldados. Ningún político ni general, ningún científico ni inversor-especulador de los que han sacado rédito de dicha industria. Pues más bien se mantienen a distancia prudencial. La efeméride se reserva a los peor situados en la jerarquía social. Ningún académico charlatán, ningún político para hacerse la foto, ni ningún enriquecido inversor. Ninguno en las horas donde se exige agallas y coraje. Dos atributos que escasean entre esa clase de gente que, la mierda al revés, es la gente de clase.
Porque ninguno cambia su traje-corbata por un buen traje de plomo para ir ahí, a primera línea. Que es justo donde deberían estar los amantes del engendro. Pero como siempre, sólo se dan codazos cuando hay que salir en la foto o cuando hay que cobrarse beneficios. Pero cuando se les caga encima el monstruo, nunca se los encuentra. Como en todo en esta sociedad de mierda, cuando las cosas pintan malas, miran hacia abajo.
Y es que Fukushima y lo nuclear nos llevan otra vez al debate no sólo de la energía que debe hacer funcionar a la sociedad, sino de qué sociedad estamos hablando. Porque toda sociedad que se construye requiere de su energía y debe gestionar sus desechos. Pues este parece el rollo de la existencia: energía, entropía, mierda y vida.
Con lo nuclear este círculo es, en lo que a los humanos concierne, más que problemático. La radiactividad puede matar a corto plazo, pero lo que parece más preocupante son sus funestas consecuencias, que van para largo. La mierda nuclear, es decir los residuos de la actividad de dicha industria, pura y simplemente no sirve a los intereses humanos. Se corre el milenario peligro de que cualquier accidente acabe por contaminar toda la cadena trófica y así no hay humano que sobreviva. Quizás emerja otra especie de esta mierda, pero la especie humana es, hoy por hoy, difícil que sobreviva a sus propios excrementos.
Porque lo del humano con su mierda es curioso. Siempre mirar para otro lado… Y para ello ya tenemos el entramado mediático: la cagada que no deja ver el estercolero. Y es que nos pasamos todo el día mirando y escuchando mierda: desde políticos, pasando por grandes expertos, hasta acabar tragando con cualquier programa (de mierda) que echen por televisión o que ya, directamente, buscamos por la red. Es tan evidente la mierda que tragamos, que aunque la vemos, la ingerimos e incluso nos revolcamos en ella, ya ni tan siquiera la percibimos. Es más, la aplaudimos y la legitimamos (¡queremos más mierda!) incluso cuando, como hoy, en esta crisis económica, no ya se mean en la cara, sino que directamente lo que nos cae encima es una tremenda descomposición. La que ha llegado después de tantos años de ingerir, a lo bruto, codicia y ambición.
Y no sólo es la mierda energética que deriva de la mierda social. Ni la mierda mediática que acaba siempre por presentar a la mierda social como autoridad respetable. De la mierda individual, la que arrastramos a cuestas, también habría mucho de qué hablar. Pues toda esta gran mierda, la colosal mierda, es el reflejo de lo que se gesta y reproduce a nivel individual. Allí donde unos pagan a otros para que limpien su mierda. Cuestión de status.
Pues si analizamos el mundo del trabajo no vemos más que una larga cadena de defecación. En esta cadena, lo más digno (laboralmente hablando) se encuentra en la base de todo el montaje: los trabajadores de limpieza. A partir de aquí, se alza el estercolero: una larga cadena jerarquizada donde el principio básico y fundamental es limpiar el culo del inmediatamente superior.
Como tanta mierda acostumbra a ser corrosiva se genera cierta toxicidad que acaba pasando a la cadena lógica, convirtiendo un acto indigno en un principio de promoción: lamiendo el culo a los de arriba, se inspiran sueños de jerarquía. Los creyentes a tal principio piensan que se abre ante ellos una carrera meritocrática por despliegue de capacidades, hasta descubrir que otros consiguen más escalafón al presentar una técnica de lamido algo más depurada. Es cuando evidencian que la mierda cae siempre hacia abajo, y que con tanta autoridad no hay donde ponerse a salvo.
Así pues, no es de extrañar que nos estemos ahogando entre tanto excremento. Pues todo reside, al fin y al cabo, en cómo queremos construir la sociedad en la que poder desarrollarnos. El día en que exijamos a los nuclearistas (políticos, económico-inversores, académicos…) que se enfundan un traje de plomo para liquidar a sus engendros descontrolados será un indicio de que quizás algo haya cambiado. Pues cada uno debe asumir la mierda que ha promocionado. Hasta entonces, tendremos la mierda que nos merecemos.

Alex Shevek. 1 de junio de 2011

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