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Hiroshima Big Bang
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per Orlando Guillén Correu-e: floresdeuxmal@yahoo.com.mx |
06 ago 2010
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A 65 años de la atómica sobre Hiroshima y Nagasaki proso estos versos del libro que ahora escribo y los vuelco en esta página contra la guerra |
Hiroshima Big Bang
Orlando Guillén
En el principio fue el Caos. Y el Caos y la Materia y la Nada eran la misma Cosa: Un Huevo Sin Gallina, Un Punto de Densidad Infinita que en un momento dado explota y expande Clara y Yema hacia todas las direcciones hoy conocidas dando origen al Universo en inseparable binomio espaciotemporal, según largan doctas y doctos, palabras más o palabras menos («¡La constante cosmológica! ¡Nomás dime María Antonia!»), los teóricos Del Big Bang.
¡Qué casual
Y qué bonito!:
¡Todos tienen
Cuatro pies!
Las teorías son de paso mientras no se demuestre lo contrario, y la del Gran Estallido explica el Origen a partir de Lo Que Ya Estaba Ahí: Un Punto de Densidad Infinita. Ese Punto es la cuestión y lo demás son escamoteos. El Origen, defecto de origen, no es su asunto: Un Huevo Sin Pollito que se expande más de la cuenta porque le dan altavoces de verdad «científica»
los mismos que a la tecnología llaman Ciencia y Paraguas Civil a qué.
¿Es que alguna vez el mundo fue cuadrado?
¿Dónde quedó la panacea de la gravedad universal?
¿Dónde quedará que no sea en Hiroshima la teoría general de la relatividad?
Todo es relativo, sí.
O no: porque Todo es absoluto.
Pero ¿se atrincherarán eternos unos Quantos en los elíseos Campos Unificados del Todo mientras los demás volamos en pedazos por sus bombas sigilosas como números cuando la Fórmula les estalle entre las manos?
¡Qué casual
Y qué bonito!:
¡Todos tienen
Cuatro pies!
La Verdad es que del Origen no tenemos, por no decir ni puta idea, más certeza que el Misterio Humeante. Por su lomo lomito lo mío inexpugnable como un niño jugando al Cinturón Escondido entre las Rocas Puras se despeña en corrientes rojas, verdes, minerales, airosas, líquidas y ciegas la Poesía, el Arte como riñón o páncreas o «Espejito, Espejito» hecho trizas en soledad de cosmos del Amor, del Sueño, de la Vida y de la Muerte.
La respuesta primaria al Misterio Natural fueron dioses y diosas que resolviéronse en Dios por absoluto para los Crédulos temblorosos y para los Sacerdotes especuladores del Miedo, siniestros vendedores de posmuerte segura. Para otros sencillamente se resolvió en Materia,
porque la Materia es Lo Que Es Y Ocupa Lugar Y Tiempo Y Curva Y Espiral O Forma; o bien, pongamos por caso, porque la Existencia precede a la Esencia, como quiere el díctum famoso y potente de JPS aunque no sea cierto: la única verdad posible en torno a esto es su simultaneidad, porque no se Existe sin Ser.
¡Ey, Familia! Llevad al Big Bang, casualmente desarrollado por G en 1948, a saltar en pedazos las puntas del Absurdo como si bailara la teoría de las Supercuerdas y podremos ver entonces, con estos ojos que despreciaron ahítos los Cuervos, que Lo Que Ya Estaba Ahí, nítidamente Era.
Era. Existía. Y si existía, sucedía. Y si sucedía, sucedía en el Tiempo y el Tiempo por tanto era mayoral de edad.
Y si Lo Que Era Ya Estaba ¿dónde si no en el Espacio estaba?
Universo, Tiempo y Espacio eran, sucedían, no en el bi sino en el tri Nomio Caos, y estaban y eran y sucedían, si quereis o con ello sois dichosos, como ‘Punto de densidad infinita’.
Deshinchad ahora la expansión del Gran Estallido y todo se reducirá a pedo de espantasuegras: a que el Universo es el Origen del Universo. O peor tantito: a que el Origen es el Origen del Origen. Para tan enjundiosas conclusiones la opinión de Pero Grullo nos hubiera ahorrado Nagasaki.
¡Qué casual
Y qué bonito!:
¡Todos tienen
Cuatro pies!
Menos El Burro.
Preguntadle a La Mula, Al Macho y a La Yegua, que son buenos cuates.
O a La Burra que lo sabe como nadie.
Menos al Burro, que la Quinta Pata ostenta, y como plectro la menea.
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Los físicos teóricos, glóbulos rojos que se expanden raudos como partículas subatómicas por el espacio antes que la altísima temperatura y la densidad del Universo las fusionara en elementos químicos, han reconstruido, ellos que los vieron y pueden dar fe sin contraerse, los hechos, a partir de un 1/100 de segundo después del Big Bang.
«Entraron, pues, en expansión primordial electrones, positrones, mesones, bariones, neutrinos y fotones, y hasta más de 89 padres y madres del hidrógeno y el helio, sustancias que al expandirse a su vez se enfriaron y se condensaron en estrellas que formaron galaxias. Los elementos más pesados se produjeron ya dentro de las estrellas».
«Así de fácil», diría El Marraco.
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Según se expandía el Universo la radiación residual continuó enfriándose. De ser esto así
algún rastro tenía que haber dejado.
Fósiles de «radiación de fondo de microondas» fueron detectados por radioastrónomos no identificados salvo por el comité Nobel en 1965. El oportuno hallazgo proporcionó a la parte interesada si no la prueba fehaciente, porque seres somos que todo lo ponemos en duda
(¿Qué se sabe; qué se supo del Eslabón Perdido?), sí el pretexto, por no decir la coartada que se esperaba para dar por verdadera la teoría del Big Bang, y seguir expandiéndola en todas las direcciones, casualmente a 20 años apenas del más grande genocidio de la historia.
Para ser física el Big Bang es ominosamente teoría política subliminal. No importan las cabezas físicas de las que parte, todas ellas involucradas y cargadas de mala conciencia sino las cabezas de misil. Si no fuera obra del poder, el poder la inventaría, útil para hacer admitir la bomba y la militarización de la ciencia y su reducción a tecnología aplicada como cosa natural,
embotellada de origen o propiamente fatal de lo existente, y para, en consecuencia, más que convivir con la bomba y sus bomberos, aceptarla, aceptarlos; como si las personas naciéramos con las armas (atómicas para acabarla de chingar) en las manos: no ofrecer resistencia civil a lo que obedece al orden natural, a aquello que no hay por qué resistirse, y que antes bien habría que aplaudir, estar orgullosos (porque el crimen no es nada sin el febril alucine entusiasta de las masas).
El respaldo al envilecimiento científico y al voluminoso sostén al aparato que lleva o llevará a la bomba de neutrones si no es que ya llevó, o a «optimizar» las armas químicas y biológicas ya de largo cubiertas de gloria sucia o a la bomba capitalista o a lo que sea y resulte de los afanes verdeoliva del caletre de soldada estratósferica, será cantar de gestapo, música de abrelatas entre las altas esferas y el tachón de los galones.
La adecuación de las partes teóricas del banco de datos «inteligentes» que montaron el Gran Estallido forma parte de la propaganda de guerra de los criminales impunes y es un punto de inverecundia de una densidad infinita. La extrapolación a la inocencia del Mundo de una explosión atómica ofrecida con todo aparato amplifical como origen del Universo en la bandeja virtuosa de Los Avances de la Ciencia Deslumbrante De Nuestro Tiempo.
«Así de simple», diría El Marraco.
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¿Es el Universo abierto o cerrado?
¿A veces lo uno y a veces lo otro según convenga al juego, como los techos retráctiles de las pistas de tenis?
¿Ambas cosas como el elefante principitesco y además un sombrero?
¿Ninguna de las dos y todo es Aparente?
¿Se expandirá indefinidamente?
¿Se volverá a contraer hasta el colapso en reversa o Big Crunch?
¿Qué mosca le picó que ahora está en plena aceleración?
¿La planitud de su trazo actual será su último camuflaje o su último capricho vario?
¿Se han vuelto locos los satélites y los observatorios o ya lo eran de nación?
¿Serán unos pendejos los Mirones?
¿Se desinflará neumático en el Desierto Absoluto y ese día no llevaremos repuesto?
¿Escapará globito de las manos dejando en el Vacío el llanto de los niños?
Todo eso depende de la cantidad de materia gaseosa en el Universo, del cristal con que se mire, del fósforo de los muertos de las galaxias, del drenaje profundo de la Materia Oscura, del genio de las cabezas de misil, del número de Oasis disponibles en La Nada y, desde luego, de la firmeza de la mano del niño.
Si la hay.
Si quedan niños.
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La «vieja» ley de H por la cual las galaxias se alejan unas de otras a velocidades directamente proporcionales a su distancia con respecto a un punto dado, por ejemplo La Tierra, sugería que el Universo está en expansión, o de paso quizá, como los trenes al abismo, y no más. Eso en el caso de que fuera cierta; porque cuando hablamos de Universo hablamos de Naturaleza y en la Naturaleza nada es inmutable sino callado y tenso y chiquitito y reptil y alado y aparente y finito como el dragón volador, y al fuego eterno se le acabará la leña.
Sea como fuere o hubiere de ser, de los pelos de esta ley se agarraron dos hipótesis opuestas: la del Bang y la del estado estacionario del Universo que piensa que la generación de nueva materia mientras las galaxias se alejan entre sí mantiene un modelo equilibrado en el tiempo. Y ambas en su momento tuvieron sus fans. Por si fuera poco, de la misma ley se derivó la teoría acordeón que tañe que el Universo se contraerá antes de empezar a expandirse de nuevo y vivirá oscilante entre uno y otro genio de ser, rugoso como gusano de feria o de ramazón.
Quién ganó la batalla hipótetica y el cúmulo globular de las cifras y las claves sonoras en el pautado de las barras y las estrellas hoy por hoy en cartelera cósmica, lo sabes tú. Y si lo sabes tú por qué no va a saberlo el Mundo.
La «verdad» se hospeda en las computadoras, en las pantallas simuladoras y en el Gran Colisionador de Hadrones, no en lo que Es y Está.
La técnica yab de izquierda y cruzado de derecha es y ha sido la misma, por su eficacia, que se sigue con una encuesta electoral o un combate Mohammed Alí versus Rocky Marciano.
Gana siempre, y por nocáut, el progamador.
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Una cosa es Dios, otra la Iglesia, otra el Dogma, otra los Sacerdotes, otra los Crédulos.
Una cosa es el Universo, otra la Física, otra la Teoría de la Relatividad, otra los Físicos Nucleares, otra los Crédulos.
Grosso modo, Dios creó el Universo.
Grosso modo, el Universo debe tener origen comprobable experimentalmente.
Grosso modo, la Iglesia es instrumento cerrado del poder de Dios.
Grosso modo, la Física es instrumento abierto para conocer el Universo.
Grosso modo, el Dogma es doctrina revelada de la Creación.
Grosso modo, la Teoría de la Relatividad es una explicación física del Universo.
Grosso modo, los Sacerdotes son manejadores de la Verdad de Dios y de la Verdad de Dios manducan.
Grosso modo, los Físicos Nucleares son diestros de la citada teoría y de mantener relativa su verdad manducan.
Grosso modo, los Crédulos son adeptos convencidos de lo uno o de lo otro.
Grosso modo, la Física es Ciencia; respuesta humana al Misterio.
Grosso modo, la Religión es Dogma; respuesta ‘divina’ al Misterio.
Hablando en plata, sin embargo, Iglesia y Ciencia son respuestas culturales, obra de los hombres: los dioses no necesitan Dios ni Averiguaciones Previas o Posteriores.
La Iglesia sostiene una verdad absoluta e inmutable. La Ciencia sostiene verdades relativas y las teorías son explicaciones de época, siempre mejorables o derrumbables por el paso curioso del tiempo inexorable.
Estamos condenados a teoría incesante. La Verdad absoluta no es densidad humana. Antes desapareceremos como especie. Y más rápido todavía con los aceleradores nefarios del poder actual.
En nuestras propias narices Iglesia y teorías científicas ofrecen argumentos a modo para «comprobar» o dar verosimilitud a sus asertos y los acomodan y manipulan.
Pero más alla de la Verdad Revelada ni siquiera la Iglesia ha llevado al paseíllo de los delirios la patraña propia como tan lejos el cinismo relativista.
Recientemente, canción del verano, orejas espaciales puestas en órbita por la industria discográfica de tanta verdad de fe (que ya nos había vendido el taladro electromagnético como música de los astros), han conseguido «oír» ¡los vestigios de la explosión primigenia! Y seguro que no les reventaron los tímpanos.
¡Coño, Alicia! ¿En qué país vivimos? ¿Dónde carajos se metió La Duquesa? ¡Que le corten la cabeza! O que le pase cuanto antes copia a los fundamentalistas de la religión dominante con la encomienda de que graben de inmediato la voz de Jehová cuando dictó, se supone que tajante, a Moisés El Leproso: «No matarás».
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