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Notícies :: sense clasificar
Verticalisme
21 abr 2010
La ciudad moderna clava sus raíces en el subsuelo, perfora el terreno y crece hacia abajo, pero sobre todo lo hace hacia arriba, conquistando las alturas.

El rascacielos no es sólo una tipología utilitaria, la forma idónea de edificio de oficinas en la metrópolis burocratizada, y la estructura edificatoria que cumple el ideal de congestión y maximización del beneficio en la ciudad capitalista. Es también parte de toda una utopía urbano-arquitectónica defendida por las vanguardias europeas y que ha acabado triunfando en la ciudad global erizada de rascacielos.

Futurismo, constructivismo, Mies, Gropius o Le Corbusier, celebraron la ciudad vertical de los negocios y el rascacielos, dando pasos para su depuración formal y racionalización constructiva. Pero fue en las ciudades norteamericanas, y en Nueva York en particular, donde se dio antes que en ningún otro sitio, la conocida concentración de edificios en altura que hoy en día caracteriza la mayoría de grandes metrópolis. El manhattanismo ha llegado a ser sinónimo de congestión y verticalismo arquitectónico. Y la ciudad vertical, la forma por antonomasia de la ciudad especulativa, es incluso defendida por algunos como alternativa pseudoecológica al derroche de territorio, opción que no discute el crecimiento actual y sigue planteando consumir ingentes cantidades de recursos y energía.

Con la mundialización y el crecimiento económico desenfrenado, el “rascacielismo” se ha convertido en un “estilo internacional”, emblema del mundo corporativo, y las mimetizaciones de Manhattan cada vez más numerosas se expanden por todo el planeta. La construcción de torres elevadas no es sólo un rasgo definidor de los distritos financieros y el poder del dinero y la tecnología, sino que éstas se ofrecen como imagen o símbolo icónico de la propia ciudad.

Pero su espectáculo gigantesco tiene connotaciones ambivalentes. A veces coincide con la visión radiante, colorista, de las torres incandescentes, irresistibles luminarias en la noche urbana. En otras denota un consumo devorador de energía y una escala de la ciudad y la arquitectura que aplasta al individuo y lleva implícita la catástrofe. Visiones negativas, distópicas, como las de Hugh Ferris, los films Metrópolis o Blade Runner se han hecho realidad.

La escala del urbanismo revela el tamaño de las fuerzas que operan en la ciudad. En particular, la potente acumulación de producción, beneficios y alienación humana, que genera el capitalismo. Su arquitectura imponente, colosal, que escapa a la escala del individuo y busca someter, fascinándolo, al espectador, es proporcional al gigantismo de la estructura productiva y estatal y el poder inmenso de las corporaciones. También ilustra el creciente protagonismo de las oficinas de arquitectura e ingeniería responsables de su diseño. Con los rascacielos de firma se da un conocido intento de personalización de los mismos cuya pretendida originalidad acaba sin embargo sucumbiendo al carácter tumultuoso del conjunto. A pesar de sus extravagancias arquitectónicas, todos los distritos financieros se parecen, todos resultan sustancialmente iguales. Ante lo cual prevalece la carrera por lo cuantitativo, esto es la búsqueda del record de altura, del número cada vez mayor de pisos iguales.

Finalmente, hacer mención a los costes psicológicos del confinamiento humano en rascacielos que son el lugar de trabajo y alojamiento de millares de personas: congestión, dependencia tecnológica, separación radical del suelo, enclaustramiento, síndrome del ascensor… Y desde la calle, la perfección agigantada de los volúmenes desafiando el cielo u ocultándolo.

Conquistar el cielo... y también el mar, no sólo a través de los enormes y lujosos cruceros, sino de la urbanización progresiva del territorio marítimo. Dos ejemplos de desarrollo urbano en zonas marinas, un fenómeno que se multiplica hoy en día sin cesar, eliminando, se dice, la dicotomía tierra-mar. Uno, el de Dubai, con la construcción reciente de islas artificiales con fines turísticos. El otro el de Tokio, donde se gana terreno al mar desde hace décadas con los desechos urbanos y la basura. Con ello se aumenta la barrera antitsunami o se construyen pistas de aeropuerto también en el mar… Todo es ya urbanizable para la voracidad metropolitana.

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