Campamento de refugiados Los Naranjos, comunidad de Acteal, municipio de San Pedro Chenalhó, en Los Altos de Chiapas, México, lunes 22 de diciembre de 1997. Unos 350 desplazados tzotziles de la Sociedad Civil "Las Abejas de Chenalhó" -organización pacífica fundada en noviembre de 1992- se concentran desde las primeras horas de la mañana en la ermita católica del lugar, que es un galerón de madera con techo de lámina y piso de tierra. Alertados por los zapatistas del municipio autónomo de Polhó, saben que los paramilitares pedranos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) están por atacarlos de nuevo, después de haberles robado sus cosechas y haberlos obligado a trabajar para ellos, sobre todo a las mujeres, y haber quemado sus casas hace un mes. La escalada de violencia que los ha llevado a desplazarse tendrá su máxima expresión ese día, pero ellos deciden ayunar y rezar por la paz en vez de escapar o esconderse. Vulnerables, indefensos, inermes, son niños, mujeres y ancianos mayoritariamente, pues muchos hombres se han retirado para evitar un enfrentamiento. Los paramilitares, en cambio, están entrenados y protegidos por el ejército federal y la policía del estado, pertrechados con armas de grueso calibre por el presidente municipal, también priista, Jacinto Arias Cruz, y mandos oficiales y suboficiales de Seguridad Pública local, como Felipe Vázquez Espinoza.
10:30 AM. Los desplazados rezan de rodillas, casi todos afuera del pequeño templo, tiritando en la húmeda intemperie de la montaña, por las limitaciones del espacio, cuando se escuchan en las inmediaciones los primeros disparos. Divididos en cuatro grupos, más de cien paramilitares del ejido Los Chorros, básicamente, aunque también de comunidades como Puebla, La Esperanza, Chimix, Quextic, Pechiquil, Tzajalucum, Yibeljoj, Bajoveltic, Naranjatic, Canolal y Acteal misma, se aproximan en camiones de tres toneladas, tanto del ayuntamiento como de particulares; unos visten de negro y otros uniforme azul oscuro como el de Seguridad Pública; llevan paliacates rojos en la cabeza o pasamontañas; van armados con fusiles AR-15 y AK-47 (cuernos de chivo), rifles calibre 22, escopetas, pistolas tipo escuadra, cuchillos y machetes. Al llegar, cerca de las once de la mañana, se estacionan a orillas de la carretera, bajan corriendo, rodean la capilla y abren fuego a mansalva y por la espalda contra las primeras personas, a quienes asesinan allí mismo. La mayoría de los desplazados trata entonces de huir y se dispersa cuesta abajo hacia la cañada, entre los matorrales. Algunos son alcanzados por las balas y caen en el camino y la barranca. Otros cargan a los heridos, a los niños que tropiezan y lloran; las mujeres ruedan con los bebés que llevan a sus espaldas, se levantan. Muchos corren hasta un arroyo que se localiza a unos 300 metros y se esconden en una pequeña cueva. Hasta ahí llegan los paramilitares a matarlos y rematarlos con singular saña.
11:30 AM. El ruido de las ráfagas y detonaciones es escuchado en Quextic, desde donde se observa claramente Acteal, y llega hasta San José Majomut, también con claridad, donde hay un destacamento de la policía del estado. A un lado de Majomut está Polhó, cabecera del municipio autónomo creado en abril de 1996 por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Desde ahí, alguien llama por teléfono a San Cristóbal de Las Casas para informar de la balacera. El vicario de la diócesis y secretario técnico de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), Gonzalo Ituarte Verduzco, llama por su parte al gobernador del estado, que no le contesta, así que habla entonces con el secretario general de Gobierno, Homero Tovilla Cristiani, para notificarle de los disparos y pedir su intervención inmediata. Tovilla dice no saber nada. El coordinador general de las policías en Chiapas, Jorge Gamboa Solís, y el director de la Policía de Seguridad Pública del Estado, José Luis Rodríguez Orozco, enterados de lo que ocurre en Acteal desde las once de la mañana, emiten un reporte oficial de "sin novedad".
Acompañado por 40 agentes de la policía estatal, que portan fusiles R-15, pistolas y chalecos antibalas, el general brigadier retirado del ejército federal, Julio César Santiago Díaz, es el mando de mayor jerarquía en el lugar de los hechos. Funge como jefe de asesores de la Coordinación General de Seguridad Pública y director general de la Policía Auxiliar en Chiapas. Durante cinco horas y media, entre las 11:00 y las 16:30, el personal bajo su mando y el que fue llegando al escuchar los disparos (unos "300 soldados con uniformes de la policía estatal") permanece en la entrada de la comunidad, sobre la carretera, y en la escuela primaria, mientras a 200 metros, montaña abajo, es perpetrada la masacre. También se encuentran allí el comandante Roberto García Rivas y el oficial de Seguridad Pública en Majomut, Roberto Martín Méndez Gómez. En algún momento, el mencionado Vásquez Espinoza -destacamentado en la Colonia Miguel Utrilla, del ejido Los Chorros, bastión de los paramilitares pedranos, en donde tiene lugar su principal campo de entrenamiento- le recomienda al general Santiago Díaz: "Jefe, hágase para acá, no le vayan a dar un tiro". Los 300 soldados con uniforme de policía no intervienen para detener la carnicería porque su función real es más bien táctica: cerrar el paso a los desplazados en su única salida.
17:00 PM. El asalto dura seis horas; termina cuando los agresores, que se dan tiempo inclusive para vejar a los cadáveres de sus víctimas, creen que han acabado con todos en la hondonada del río; pero unos cuantos desplazados se salvan manteniéndose quietos bajo los cuerpos de otros hasta que oscurece y pueden dirigirse a San Cristóbal. El saldo de la agresión es de 45 muertos (21 mujeres, 15 niños -incluido un bebé- y nueve hombres), así como 26 heridos y lisiados, cinco desaparecidos y miles de refugiados, tanto de Las Abejas como del EZLN (solo en el municipio autónomo de Polhó y sus 33 comunidades y barrios, los desplazados llegan a ser alrededor de cinco mil). Cuatro de las mujeres muertas estaban embarazadas, con gestaciones de diez a 37 semanas.
Según el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, además de los decesos que ocasionaron las balas, doce personas fallecieron a causa de lesiones producidas por armas punzocortantes, "incluyendo en algunos casos machacamiento de cráneo (sic), y uno de los cuatro cadáveres de las mujeres embarazadas presentaba como causa de muerte la exposición de víscera abdominal al medio ambiente por herida cortocontundente penetrante"; en otras palabras, a una la mataron partiendo su vientre a cuchillo o machete.
Los testimonios y las evidencias dan cuenta de que los asesinos desnudaron los cadáveres de las mujeres, les cortaron los senos, les metieron palos entre las piernas y las nalgas, y en los casos de mujeres preñadas (como solían hacer los kaibiles), abrieron sus vientres y sacaron a los fetos para exhibirlos como trofeos y luego jugar con ellos, aventándolos de machete a machete. "Hay que extirpar la semilla", decían entre gritos y carcajadas, con los ojos inyectados y arrojando espumarajos de baba.
18:00 PM. El secretario de Gobierno, Homero Tovilla, llama por teléfono al vicario de la diócesis, Gonzalo Ituarte, para notificarle que el "incidente" en Acteal está bajo control, que se han escuchado unos cuantos tiros y hay cuatro o cinco heridos leves.
19:00 PM. Comienzan a llegar los "heridos leves" a diversas clínicas de San Cristóbal, en donde los atienden por impactos de balas expansivas, que hacen un orificio pequeño al entrar en el cuerpo y al salir dejan un boquete. Entre las víctimas, hay dos bebés que impactan en un sentido contrario al de las balas expansivas. Uno se debate por la vida con el cerebro descubierto y otro tiene una pierna y un brazo destrozados. El primero no llega a tiempo y el segundo vivirá con el cuerpo mutilado, la familia mutilada, la comunidad mutilada y el olor a pólvora y sangre en algún lugar de la memoria.
20:00 PM. Los asesinos festejan a balazos el éxito de su empresa y desde luego hacen correr el rumor de que la barbarie desatada en Acteal tendrá réplicas en otros parajes. Una década más tarde, sigue corriendo ese rumor, para dejar a su paso miedo y tensión. Por lo pronto, las secuelas son suficientes para darle continuidad a la pesadilla que culminó en Acteal ese día, pero comenzó diez meses antes, por lo menos en Chenalhó. Muchos de los sobrevivientes se hundieron en el abismo de la tristeza; mujeres y niños dejaron de hablar, quizá para siempre. Entre los miles de refugiados en condiciones infrahumanas de sobrevivencia, comenzaron a morir bebés todos los días (soy testigo de eso), mientras que los autores de un crimen de Estado contra la humanidad pasean por el mundo su impunidad y ejercen en este país sus oficios de tinieblas...
Algún efecto ha de tener la información que abunda sobre la responsabilidad del Estado en este crimen de lesa humanidad (genocidio), pero mientras tanto Acteal seguirá siendo una herida abierta en la memoria del mundo y un agravio que lacera la historia reciente de México. |