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Notícies :: dones
174 puñaladas... Carta abierta a ZP
03 ago 2006
Carta abierta a... ZP

Soy una ciudadana, que habla por boca de millones de mujeres realmente indignadas, asqueadas, y al borde de exiliarse de este país ante la situación excepcional de injusticia a la que se subordina todavía hoy, tercer milenio de la nueva era, año 2006, a las mujeres en España, un país que presuntamente se constituye en Estado Social y Democrático de Derecho y donde además se garantiza la igualdad de todos ante la ley: Eso dice el Artículo 14 de su Constitución como varón, no de la mía como mujer, pues es a la fémina a quien se excluye en dicho precepto constitucional, incluido, nada más y nada menos en el capítulo de Derechos y Libertades Fundamentales de los Españoles al expresarse en tales términos: “Los españoles son iguales ante la ley sin que pueda ser prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social�. Muy acertado pero, señor Zapatero, yo no soy español, yo soy española al igual que el 51% de la población de este país.

Al cabo de dos años y pico como jefe del gobierno español lamento tirar de la manta y reprocharle tanto a usted como a su equipo de gobierno la inoperancia absoluta de las políticas de igualdad y de protección integral contra la violencia de género que se han venido implementando a lo largo de la actual legislatura. A fecha de 3 de agosto de 2006, 44 mujeres han sido asesinadas. La última de ellas, después de ser degollada, recibió 174 puñaladas. Y no me hagan referirme a la comparativa entre la situación de la mujer española y de la mujer afgana. No. El punto de arranque es la comparativa entre la situación del hombre y de la mujer. La mujer aquí y ahora no posee poder de gestión, ni decisión y vive además excluida de la cultura, de la ciencia, de la economía, y de tantos otros ámbitos profesionales que al hombre confieren prestigio y solvencia.
Las amas de casas, esas mujeres que mueren asesinadas cada cuatro días, son personas según plantea el Instituto Nacional de Empleo, inactivas para la economía. Desde otro punto de vista, razonable, también podría pensarse que sostienen gratuitamente el trabajo productivo de sus maridos. Y en este punto, tomando como referente los términos marxistas de plusvalía, la mujer, la ama de casa, sirve a su hombre y a su prole, sin obtener rendimientos maximizadores derivados de un esfuerzo y un trabajo físicos no reconocidos por la sociedad. En este caso, quien se apropia del plusvalor, acrecentando el valor de su trabajo productivo por causas extrínsecas a él, es el marido. Quizás la prueba más escandalosa del escaso reconocimiento que da esta sociedad a las personas excluidas y la verdadera dimensión de lo que se llama desprotección, lo constituya el ejemplo de las amas de casa. Que el acceso a los sistemas de protección social de una persona que trabaja 16 horas diarias sosteniendo a su familia y educando a sus hijas e hijos, tenga que hacerse a través de lo que es capaz de producir el esposo mediante su empleo, nos hace pensar que esta sociedad no considera el trabajo doméstico como una ocupación digna de reconocimiento y por tanto de protección.

La situación de la mujer en España, en términos de violencia física, psicológica y sexual es alarmante: Abusos sexuales, homicidios, tráfico sexual, malos tratos físicos, psicológicos, vejaciones y otras situaciones de desprotección ante la violencia sufrida por la mujer, merman su autoestima, su valor y riqueza como persona autónoma e individual. Pese a que el número de denuncias contra este tipo de agresiones crece por días, en España sigue enquistada la violencia de género hasta extremos que convierten a este país en desmerecedor de la categoría constitucional de Estado Social y Democrático de Derecho. Ha de superarse, de una vez por todas, la creencia que excusa la violencia “doméstica� como problema de índole privado. Estamos ante un flagrante atentado contra los Derechos Humanos de la Mujer, ante un Genocidio de género. Problemas como el terrorismo, la inmigración o el desempleo, figuran entre las principales preocupaciones de la población española. Seguimos sin afrontar el hecho vergonzoso de que cada año, mueren asesinadas a manos de su pareja, un porcentaje altísimo de mujeres, inconcebible en un Estado de Bienestar desarrollado. La cifra oscila entre 60/70, aunque lamentablemente todo apunta a que este año se rebasará esa cifra, ese baile macabro de mujeres muertas, víctimas no de la violencia doméstica (saquemos el problema del ámbito privado) sino de la violencia de género.
Sin ánimo de caer en la demagogia, la realidad nos enseña que, en España, una mujer tiene más probabilidades de morir asesinada por su cónyuge, que de fallecer en un atentado perpetrado por una banda terrorista. ¿Por qué entonces los medios, al servicio de los mandos políticos siguen inoculando en la sociedad el miedo al terrorismo y a la inmigración como principales problemas para los españoles y las españolas?

En términos de Exclusión Social existe una doble discriminación. En la sociedad española, el hecho de ser mujer se “padece� aún más si cabe, en el caso de ser inmigrante, desempleada, discapacitada, gitana, viuda, prostituida, embarazada, drogodependiente, ama de casa, enferma, reclusa, estudiante, soltera y madre a la vez. Las barreras que trampear para superar la exclusión social de la mujer en España son harto difíciles. Aún estando ante la generación de mujeres jóvenes más y mejor preparadas de la historia en este país, todas chocamos contra el famoso techo de cristal, en otras palabras, me refiero a lo que siempre se ha conocido como discriminación vertical: esa barrera invisible pero infranqueable que dificulta el acceso de la mujer a puestos superiores en una escala organizativo-profesional que implique mayores niveles de responsabilidad, gestión, dirección y toma de decisiones. En otras palabras, la presencia de la mujer en el trabajo, tanto en la esfera pública como en la privada, es inversamente proporcional al grado de responsabilidad de dicho cargo o mandato. Investigando cualquier recinto profesional, nos daremos cuenta de que la presencia de la mujer disminuye a medida que crecen los niveles de responsabilidad. Y esto ocurre tanto en la esfera privada como en la pública, por muchas ministras que tenga usted en su gabinete. Por si no bastase, nuestros salarios, son de media, aún trabajando más horas, de un 25 por ciento menores que el del varón. ¿Alguien puede dar una explicación a esta brecha salarial? En este punto, la mujer trabajadora (ha de quedar claro que me refiero al trabajo productivo), cumple en la mayoría de los casos con la triple función productiva-reproductiva y comunitaria. A su trabajo como asalariada, ha de sumarse el trabajo de la casa, empleándose en los quehaceres domésticos diarios y en la reproducción y cuidado de la familia que en su caso, haya creado. Sólo hay que atender al dato de que el 42% de las mujeres en España cuidan a las personas mayores, solas, mientras, los hombres lo hacen en un porcentaje mínimo del 14%. Lo mismo cabe decir del cuidado de los menores. Los recursos sociales de ámbito público en España, todavía no compensan a la mujer en el esfuerzo doméstico de los cuidados de terceras personas dependientes.

Por eso me atrevo, señor ZP a exigirle su compromiso para con las mujeres de este país adoptando modelos y políticas de igualdad como las que se implementan con éxito en países como Suecia o Noruega. Escuche, si alguna vez tiene oportunidad las palabras del señor Jens Orback, ministro sueco para la Igualdad de Género y la Democracia, un estandarte a nivel comunitario por la igualdad real entre géneros. Caerá en la cuenta de que España, un país desarrollado, es también un país del que, como mujeres, tenemos el derecho de avergonzarnos. No sólo por lo que le he venido expuesto líneas arriba sino también por que sé, que este país no brinda protección suficiente a la mujer y que, tanto esta que escribe como otros tantos millones de mujeres españolas y extranjeras, se encuentran, aquí, año 2006, en flagrante situación de desamparo. Por último, me gustaría también añadir que, tras dos licenciaturas, dos master, cuatro idiomas y no se cuantos cursos de postgrado más, empezamos a estar hartas de trabajar como becarias hasta los 40 años.
Raquel Quinteiro Castromil

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