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Anàlisi :: corrupció i poder
¿Prólogo al ecofascismo?
28 abr 2020
02-04-2020 / Si aceptamos este momento como un acto fundacional en lugar de crear un clima destituyente e impugnador, seguramente estaremos aceptando participar en un acontecimiento que con toda facilidad va a ser utilizado como analogía positiva para desarrollos autoritarios.
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El futuro ya está aquí. No ha llegado de manera progresiva, al compás de la subida del nivel del mar, ni confirmando la progresión anunciada por este o aquel modelo matemático. Ha llegado como un aldabonazo y (como paradójicamente cabía esperar) de la manera más inesperada.El futuro ya no es dentro de 30 años, es ahora, y la máquina del tiempo no es ningún artefacto de laboratorio sino el resultado de un conjunto de interacciones que abarcan desde la devastación ecológica y las cadenas de producción y distribución de la agroindustria, hasta los procesos de privatización y recortes sanitarios o la multiplicación de la cantidad y la velocidad de las interconexiones por tierra, mar y aire. El futuro se ha presentado de golpe aunque no exactamente sin avisar.

En plena inmersión en una distopía, seguramente uno de los sentidos comunes más compartidos está siendo el de “que hay aprovechar la oportunidad”. De repente, se ha convertido en hegemónica una versión sui géneris del cuanto peor mejor, y tanto la crisis en sí como la gestión mediante la orden de confinamiento general y la restricción de derechos han sido convertidas en una ocasión para decrecer, para cambiar nuestras vidas, para frenar el ritmo..., como si este momento pudiera, de alguna manera, ser el trampolín hacia un cambio.

La primera pregunta es obvia: ¿es un estado de excepción una oportunidad para algo más que para su propia prolongación o para el mantenimiento o el incremento de medidas autoritarias? No estoy negando aquí la necesidad de medidas sanitarias de prevención. Incluso me parecen comprensibles los cambios de criterio permanentes de las autoridades, inevitables cuando lo inesperado —que no necesariamente imprevisible— irrumpe en un mundo de instituciones patriarcales que presumen con suficiencia de tenerlo todo bajo control. Pero que la realidad que estamos viviendo nos imponga asumir ciertas medidas indeseables no significa que la conjunción entre una catástrofe y un estado de excepción propiciado por esa catástrofe sea el punto de partida para un cambio a mejor. Lo más probable es lo contrario.

Ya debería preocuparnos el propio clima que se está generando alrededor de esa especie de formación del espíritu nacional construido alrededor del confinamiento, que de repente opera como una nueva regla de reconocimiento social. Aparte de las diferencias de clase que ya han sido denunciadas o las situaciones límite como las de las mujeres recluidas con su maltratador o las personas en situación de calle —realidades que abundan en lo que las feministas vascas han calificado como una crisis de cuidados—, el estado de ánimo generado alrededor de la exaltación del encierro tiene un conjunto de aspectos inquietantes.

Si bien la versión oficial del #YoMeQuedoEnCasa se ha querido enfocar al cuidado del personal sanitario y la protección de las poblaciones más vulnerables al covid19, a su rebufo se están desarrollando otros fenómenos que sería prudente no minusvalorar. Por una parte, el activismo 'hello kitty' que, mediante una banalización intencionada de la suspensión de derechos y el ejercicio de juegos, canciones, bailes, bitácoras y autorrepresentaciones chachis, ha construido una versión coach y rosa del encierro masivo de la población (y no se trata aquí de no llevarlo con sentido del humor o de buscar la dignidad y la alegría incluso en los momentos más duros, sino de la absoluta despolitización y desconflictivización de llegar a un extremo tan grave).

Por otro lado, el activismo chucky de ciertos sectores —en algunos casos coincidentes con aquellas corrientes dedicadas a exigir políticas municipales de carácter securitario— que están mostrando una pasión insomne por la vigilancia de la vida de los otros. Si ambos extremos, el del autodisciplinamiento feliz y lo que podríamos denominar como el autoritarismo biopolítico de las vocaciones vigilantes, construyen una identidad en torno a una experiencia común trágica como esta podemos ver superadas las más delirantes viñetas de Miguel Brieva.

Aparte de estas mutaciones antropológicas, este toque de queda que estamos viviendo no es bueno ni puede positivizarse, tanto por su origen como por su posible onda expansiva. En primer lugar, porque es la consecuencia multicausal de un conjunto de políticas —en materia sanitaria, alimentaria, ecológica, industrial, turística— implementadas y promovidas de manera consciente a nivel global y que en este momento han mostrado la altísima capacidad destructiva que pueden alcanzar cuando entran en combinación. En segundo lugar, porque establece un mecanismo de gestión que quizás ahora puede acatarse como inevitable, pero que, de convertirse en un precedente ejemplar, puede dar lugar a desplazamientos sociales de carácter ideológico y político que a partir de ahora no podríamos considerar insospechados, y que bien podrían ser un acelerador de la curva protofascista.

La pandemia ha abierto a la vez tres cajas de Pandora. La primera, la materialidad de la devastación capitalista mediante el contagio, las muertes y la profunda fragilidad de las instituciones del infraestado del bienestar. La segunda, su metáfora, con el virus convertido en un relato de la velocidad letal de las lógicas del capital, pero donde “el peligro somos nosotros” y mantener el virus a raya es mantener a raya a la población. Y la tercera, su modelo de gestión autoritaria, con el estado de excepción como la única gestión posible en favor de la salud pública.

Esa triada, establecida en este momento como una realidad total e inseparable puede habernos traído el riesgo ecofascista o, como mínimo, ecoautoritario más cerca de lo que creíamos esperar. Sabiendo que lo que estamos viviendo marcará profundamente la psicología colectiva y provocará un desplazamiento de la manera de sentir y de mirar de millones de personas, la apelación a la salud pública y a la defensa de la vida, puede convertirse fácilmente en la coartada de un espíritu colectivo que acepte el reforzamiento de fronteras, la ampliación de las potestades policiales, restricciones aún mayores a los accesos a la ciudadanía o a la sanidad pública (como ya está haciendo Vox), todo como medidas inevitables en nombre de un bien mayor.

Si aceptamos este momento como un acto fundacional en lugar de crear un clima destituyente e impugnador, seguramente estaremos aceptando participar en un acontecimiento que con toda facilidad va a ser utilizado como analogía positiva para desarrollos autoritarios. Obviamente cualquier lucha parte siempre de una realidad dada y no elegida, pero las lecturas y las palabras importan, y no necesitamos “aprovechar el momento” sino plantear desde ahora mismo un 'nunca mais' que impugne tanto la lógica sistémica que nos ha traído hasta aquí —y que se concreta en políticas impuestas y aplicadas tanto a nivel local como a nivel internacional—, como la gestión autoritaria, que puede ser hoy un mal necesario, pero que debe ser denunciado necesariamente como un mal (y no menor) fruto de otro mal mayor.

El futuro ya está aquí, el factor de riesgo es el capital y la militarización de las vidas solamente puede ser el prólogo al ecofascismo.

fuente: https://www.elsaltodiario.com/laplaza/prologo-ecofascismo

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