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Anàlisi :: amèrica llatina |
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linchamientos aymaras
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per fredfinley Correu-e: fredfinley@yahoo.es |
18 jun 2004
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Los linchamientos no son más que un síntoma de la convulsión que azota al país.
Dos alcaldes acusados de corrupción han sido linchados en el breve espacio de dos meses. Uno en Perú, en Bolivia el otro. Se habla de justicia comunitaria, de leyes propias de los Aymaras, de Estado fallido, de una administración que no puede garantizar que las fuerzas de seguridad hagan cumplir la ley o incluso protejan la vida de sus representantes. Se habla, sobre todo, de un resurgir del indigenismo en América Latina.
Los dos linchamientos se encuentran separados por mil kilómetros de distancia pero comparten pertenencia a un modo de ejercer la justicia que es propio de los habitantes originarios de la región andina y precede incluso a la llegada de los españoles al continente. Aceptando acríticamente el linchamiento como ejercicio de identidad Aymara y milenaria justicia comunitaria y juzgando a posteriori a dos cabezas de turco, líderes locales de algún sindicato campesino, los gobiernos de Carlos Mesa (Bolivia) y Alejandro Toledo (Perú) pasarán página y se recordarán los lichamientos como hechos aislados del resto de sucesos violentos que convulsionan ambos países. Mientras tanto, Toledo se encuentra con un 90% de desafección popular y Carlos Mesa prosigue, con el camino hacia el Referendum sobre el gas y las próximas elecciones municipales, en un clima político cada vez más enrarecido, con casi nulos apoyos parlamentarios y gobernando en una suerte de estado de excepción continua que cualquier día puede derivar en estallido violento.
El error de interpretación en que incurren la mayoría de los medios radica en el excesivo hincapié que se pone en presentar los linchamientos como el resurgir de cuestiones identitarias e indigenistas con el objetivo de aislar estos hechos del contexto político y social (no únicamente indígena) de la región andina. Si bien los linchamientos y la justicia popular nunca llegaron a desaparecer del espectro social, la novedad radica en que en estas ocasiones, el objeto de la violencia ha sido directamente la representación del Estado en las comunidades indígenas.
Y precisamente debido a la inclusión de amplias zonas de Bolivia y Perú en la categoría de Estados fallidos, las fuerzas de orden del Estado no pueden garantizar la seguridad de sus propios representantes mientras la justicia no tiene ni los medios ni, probablemente, la más mínima intención de hacerles ver a sus ciudadanos que la democracia está provista de instrumentos para evitar la arbitrariedad y la corrupción de los funcionarios públcos (cargos que han motivado los linchamientos). Más allá de cuál sea la voluntad de implementar mejoras, el gobierno no tiene capacidad para controlar todo el territorio nacional. Como ha asegurado Alfonso Ferrufino, Ministro de Gobierno (interior): “Hay que refrescar la memoria, el país no tiene gobierno desde el año 2000, no hay que olvidar los sucesos del cerco a La Paz, la guerra del agua en Cochabamba y los recientes sucesos de febrero y octubre del año pasado".
Por más que el linchamiento no salga de la nada y exista en una cierta tradición cultural Aymara, la responsabilidad última por estos hechos surge de la incapacidad del Estado para garantizar la impartición de justicia o la simple perspectiva de democracia. La fractura no se encuentra en la raza sino en la pobreza y en la ausencia de expectativas de ciertas comunidades, entre las cuales la Aymara está mostrándose como la más combativa, liderada en Bolivia por el "Mallku" Felipe Quispe que con cada vez más insistencia niega toda posibilidad de salida pacífica a la crisis boliviana.
La identificación entre indigenismo y violencia le es absolutamente funcional a quien pretende revertir de irracionalidad hechos, que siendo absolutamente reprobables, son absolutamente racionales desde la perspectiva del desposeído. Si el Estado falla, los habitantes, desprovistos de cualquier protección física ante las arbitrariedades del poder y de cualquier cobertura sanitaria o educativa de contención que les haga sentirse partícipes de una estructura que les extraña y ajena y se llama Estado, recurrirán a sus medios tradicionales de búsqueda de justicia. Nuestro "occidentalismo" nos impide comprender sus razonamientos pero paralelamente nunca nos ha impedido colonizar y utilizar a los habitantes de la región o los recursos naturales de su medio ambiente para el lucro de nuestros países y compañías. De aquellos barros vienen estos lodos. Y mientras no se consolide un Estado que garantice educación, sanidad, seguridad y justicia para estas comunidades, la fractura se ampliará y radicalizará con nefastas consecuencias.
El 80% de los indígenas latinoamericanos son pobres. De estos, más de la mitad son extremadamente pobres. Según el Banco de Desarrollo Interamericano (BID), el 25% de la pobreza en países como Bolivia, Brasil, Guatemala y Perú se debe en exclusiva a razones de raza y origen étnico. Si nos fijamos en que esta pobreza corre paralela a la absoluta falta de medios para combatirla podremos comprender un poco mejor lo que está sucediendo.
Pongamos un ejemplo. En Bolivia, 3.256 jubilados absorben el 10 por ciento del total de las pensiones que se pagan en el país. Mientras tanto, otros miles de jubilados simplemente no cobran ningún tipo de pensión y el gobierno pretende presentar como gran avance el límite a 1000us$ mensuales de las pensiones de privilegio para los altos cargos. 1000 us$ por mes de pensión es una cifra absolutamente inmoral por lo elevado para un país como Bolivia. Sirvan las cifras como ejemplo para comprender por qué un minero es capaz de hacerse explotar a sí mismo arrastrando consigo a dos policías en el centro de la capital o por qué masas de campesinos pueden linchar a un alcalde. La injusticia de su situación no tiene límite y mientras se debate y se debate en eternas comisiones parlamentarias alejadas cada vez más de los problemas reales de la población, los campesinos, los maestros, los mineros y sus viudas son colectivos que se sumen sin remedio en la miseria. |
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