La
batalla por nuestros senos
* De
las mamas sagradas a las tetas comerciales, pasando por las chichis
patrióticas
vea
también la historia gràfica de nuestras tetas
¿Qué
son para usted sus senos? ¿Cómo los nombra: senos,
pechos, tetas, chichis, mamas, busto? ¿Qué significado
les da y qué sentimiento le producen en relación consigo
misma? ¿Ha vivido a gusto con ellos/ellas (¿?) o ha
tenido una relación conflictiva con esa parte de su anatomía
a lo largo de su vida o en importantes etapas de ella?
Sean cuales sean los significados que demos a nuestros senos, siempre
irán ligados a los valores que la cultura le dé a
ellos. Los significados que se les han atribuido a lo largo de la
historia, y mediante los cuales varones e instituciones se han apropiado
de ellos, raramente han expresado los sentimientos de las mujeres.
Igual que al resto del cuerpo y la sexualidad de las mujeres, a
los pechos se los ha connotado en la dicotomía de “bueno�?
o “malo�?. En el “pecho bueno�? el acento
recae en su facultad para alimentar al recién nacido o, alegóricamente,
a toda una comunidad religiosa o política. ¿Ejemplos?
La mujer de pechos desnudos que personifica a la revolución
francesa y su consigna de ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!
o aquella con los ojos vendados y un solo seno a la vista, que representa
a la Justicia.
En el modelo “malo�?, el pecho se convierte en un agente
de seducción o agresión. Este modelo es hoy evidente
en el cine que combina sexo y violencia, en la pornografía
y hasta en la publicidad, pero lo encontramos expresado en espacios
que van desde la Biblia hasta la “gran literatura�?.
En la primera, el profeta Ezequiel describe a las ciudades de Jerusalén
y Samaria como unas “rameras de pechos pecaminosos�?;
en la segunda está Shakespeare que crea el personaje de lady
Macbeth como un monstruo de “pechos perversos�?. En la
plástica prácticamente ninguna “mala mujer�?
ha sido representada sin exhibir impúdicamente unos voluminosos
senos.
Aunque a lo largo de la historia encontramos diferencias en el significado
social y simbólico de los senos femeninos, la mayoría
de las descripciones tradicionalmente han expresado el punto de
vista de los hombres y las formas de la imaginación masculina
sobre el cuerpo nuestro y muy poco se sabe de lo que han sentido
las mujeres sobre sus propios pechos. De hecho el hablar de nuestros
senos es algo claramente contemporáneo y no es casualidad
ni de poca importancia –aunque hoy a muchas les parezca “extremista�?
y renieguen de ese acto de tanta fuerza simbólica- el que
uno de los actos fundacionales del feminismo contemporáneo
haya sido el sacarse y tirar o quemar masiva y públicamente
los brassieres, sostenes, sujetadores, entrenadores o como lo llamen
los expertos en ventas.
Del seno de las diosas madres al pecho de la madre de dios
Las
mamas femeninas han tenido diversos significados a lo largo de la
historia. La llamada prehistoria dejó dispersas por muchas
áreas del planeta millares de estatuillas representando mujeres
desnudas, de llamativos y protuberantes senos, prominentes estómagos
y rollizas nalgas. Estos adiposos cuerpos no eran el Play Boy de
la prehistoria, eran símbolos de la posibilidad de la vida
como un principio femenino ligado a la nutrición, a la fertilidad
de la naturaleza, a la posibilidad de que la vida se de y la descendencia
se logre.
Desde Turquía
hasta Palestina se veneraban a las “Astartés�?
a Ashera y a Anat, todas deas nutrix (diosas que nutren), A las
“Astartés�? se las representaba como una especie
de “árbol con pechos�?, que equivalía a
una plegaria tangible para obtener la fertilidad y la nutrición
y no sólo de las mujeres madres humanas, sino de la Madre
Principal, la Naturaleza.
Cuando los israelitas bíblicos se imponen en Canaan, desaparecen
a estas diosas, aunque la arqueología nos muestra que muchos
siguieron venerándolas en secreto y por varios siglos más.
Al fin y al cabo ¿Qué sabía Yahvé –un
dios masculino de la guerra- sobre como criar y amamantar a los
hijos?
La edad de bronce,
la época prehelénica, esta plagada de estatuillas
diversas de mujeres con pequeños o protuberantes senos, con
los brazos cruzados bajo ellos para resaltarlos, muchas adornadas
con frutas, flores y elementos de la naturaleza, a veces amamantando
no a una criatura sino a dos, sugiriendo poderes excepcionales.
La famosa
Artemisa efesia aparece cubierta de abejas, uvas, flores bellotas
y de su pecho cuelgan más de 20 mamas. Esta es la última
ola de adoración precristiana, inspirada en los misterios
femeninos y muchas veces realizada en el interior de las casas,
en sitios denominados “clandestinos�?.
Aunque
en el judaísmo primitivo la fertilidad era tan importante
como lo fuera en las religiones paganas, en el mundo bíblico
hebreo lo que reciba el “pueblo de dios�? será
ya sólo por voluntad divina. Las mujeres aparecerán
primordialmente como madres y si sus pechos no amamantan serán
los “pechos pecaminosos�? de los que hablaba el profeta
Ezequiel y recibirán castigo: “beberás hasta
las heces y te rasgarás los senos�?.
Una excepción
en la Biblia a esta mirada, se da en el Cantar de los Cantares,
donde hay una mirada más placentera y erótica. Marcia
Falk, una de sus más recientes traductoras, piensa que las
mujeres contribuyeron significativamente a la composición
oral de esa obra. Señala que “las mujeres hacen oír
su voz en más de la mitad de los versos, hablando de sus
propias fantasías y experiencias y utilizando palabras que
parecen no haber pasado todavía por el filtro del conocimiento
patriarcal�?.
En el
cristianismo la figura femenina más popular será la
de una madre: la virgen María, la que suministró su
cuerpo como receptáculo para el hijo de Dios, sin mancillarse
con el acto carnal. Este mito básico de la teología
cristiana lleva a que en los primeros siglos de la cristiandad se
vea al cuerpo (especialmente al de la mujer) y al placer, como adversarios
del alma.
De ahí
que, a comienzos de la edad media, en la representación pictórica
o escultórica rara vez se mostrara alguna de las protuberancias
de los cuerpos. Las mujeres dejaron de tener senos y su pecho se
mostraba tan plano como el de los hombres.
Simbolizando
la corrupción, los diablos a veces ostentaban grandes senos
colgantes, y los pecados capitales se representa-ban a través
de mujeres con los pechos al aire, en ocasiones mutilados como símbolo
de castigo.
Así como en el mundo antiguo los senos habían sido
un símbolo de lo sagrado, el arte visual cristiano sugería
que la ausencia de ellos era un indicio seguro de la santidad.
Sin embargo en
la literatura medioeval, contrariamente a la ausencia visual de
los senos, estos tomaron una gran importancia, relacionando el amamantar
con el linaje, la unión entre generaciones, la idea de que
la descendencia legítima –en especial el hijo varón-
tuviera la mejor de las leches posibles para poder continuar el
apellido paterno. A la madre que amamantaba se la consideraba una
buena madre mientras si daba al vástago a una nodriza se
la condenaba explícitamente. Dar el pecho al propio hijo
significaba asegurar la transmisión de todo un sistema de
creencias éticas y religiosas.
Surgen así en la pintura las innumerables maddonas, amamantando
a su hijo (varón) con un pequeño seno al descubierto
-siempre representado como ajeno al resto del cuerpo, incrustado
como un extraño adorno- y en las iglesias centenares de relicarios
con supuesta leche de la virgen María
Este papel de los senos, vinculado al modelo de mujer-madre, convivió
y tuvo que luchar con la influencia -cada vez más extendida-
del amor cortesano, donde no había lugar para la lactancia
y donde trovadores cantaban y alababan los pechos pequeños
(les mamelettes) siempre firmes y siempre blancos. Una muestra de
esta lucha entre dos ideas de senos la da Dante en La Divina Comedia
cuando censura el escote tan de moda entre las mujeres de la Florencia
de inicios del 1300 y donde se prefiguraba el humanismo mundano
del Renacimiento.
El pecho para el erotismo masculino
No
obstante la lucha de la iglesia católica y sus fieles por
mantener la relación entre senos y sagrada maternidad, en
la segunda mitad del 1400 se inauguraría de manera oficial
el pecho erótico, los senos como referencia al placer y campo
de juegos del deseo masculino, con el cuadro de la amante de Carlos
VII, rey de Francia, pintada como madonna, pero mostrando a una
dama de la corte cuyo pecho se ofrecía como fruta para deleite
del espectador y no para el niño que distraído se
sienta en sus faldas.
Desde ese momento, la moda fue resaltar los pechos de las damas
y la tarea de predicadores y de los países protestantes fue
condenarlo. En Inglaterra, Enrique IV se sentía ultrajado
por esta moda y en algunos países protestantes, como Holanda,
se dictan leyes para normar la vestimenta (las tetas de las holandesas
terminarán siendo el símbolo de la buena lactancia
y por tanto de la armonía doméstica). En las cortes
de París, Roma o Venecia se veneraba a los senos como parte
de la nueva libertad sexual renacentista. En todas partes se expresaba
la contienda entre pro senos y anti senos. Las mamas femeninas se
convirtieron en un objeto más, que los hombres emprendedores
tenían que conquistar arrancándolas de las manos de
curas y predicadores, por no mencionar a las de las propias mujeres
y de los niños, ya que en este nuevo juego erótico
masculino, el dar de mamar volvía a salir del papel femenino,
había que mantener senos sin deterioro, siempre firmes y
deseables.
Al principio se mantiene el ideal medioeval de senos pequeños,
duros y blancos, pero en la medida que la erótica masculina
se hizo más franca, el ideal se transforma en grandes, voluminosos
y carnosos pechos. En Francia e Inglaterra se diseñan los
corsés y corpiños de manera que forzaran los omóplatos
hacia atrás y elevaran y proyectaran el pecho hacia delante
con los pezones a punto de salir.
En la medida de esa erótica varonil más franca, se
expresará también el miedo masculino a los senos,
cuyo máximo exponente fue Shakespeare, quien transforma la
leche en hiel para que sus mujeres asesinen (Macbeth); que las castiga
con frecuencia con heridas en el pecho (Romeo y Julieta, Antonio
y Cleopatra) y que muestra al cuerpo femenino como una fortaleza
a la que hay que conquistar y asolar (La Fierecilla Domada, La violación
de Lucrecia).
Los senos femeninos, despojados ahora de sus implicaciones religiosas,
se habían convertido en flagrantes emblemas del deseo masculino.
Los
argumentos de la razón: de los senos para la Patria a las
tetas sicológicas
La
polémica sobre los senos nunca se detuvo, pero desde el humanismo
renacentista ésta ya no podía seguir en términos
sólo de moral religiosa, así que la argumentación
fue tomando características racionales y científicas
y se fue asociando a la realidad social. Filósofos, médicos
y científicos fueron presentando diversas teorías
y estudios “probatorios�? de que lo que era natural en
el cuerpo humano era bueno para el cuerpo político y por
tanto, que el hábito de entregar la lactancia a una nodriza,
que se había extendido a más de la mitad de los infantes
nacidos, iba en contra de la transformación y regeneración
social y familiar.
Diversos factores políticos y sociales dieron fuerza a muchas
de estas teorías. Las mujeres pobres rentaban sus pechos
a las ricas en detrimento de la alimentación de sus propios
hijos; la clase media naciente trataba de distinguirse en sus costumbres
de la aristocracia decadente y soñaba con un “civismo�?
general basado en un paraíso familiar donde la lactancia
era un principio político igualitario. Para la segunda mitad
del siglo XVIII, cuando los pensadores de la ilustración
se disponían a cambiar el mundo, los senos se habían
convertido en un campo de batalla para las polémicas teorías
relacionadas con la raza humana y los sistemas políticos.
La más influyente fue la argumentación sobre el retorno
a la naturaleza, con énfasis especial en la lactancia materna,
que hizo Jean-Jacques Rousseau en su libro El Emilio.
En el discurso de los revolucionarios franceses, la leche pura de
las madres se contraponía con la leche manchada de los aristócratas,
criados en su mayoría con nodrizas. Amamantar a los hijos
era una decisión patriótica y hacerlo era visto como
una adhesión al nuevo régimen. “Dar el pecho
al hijo para que se alimentara y al marido para que reposara�?
era parte del devocionario oficial revolucionario.
La iconografía de la revolución francesa se pobló
rápidamente con mujeres de pechos desnudos, la imagen misma
de la nueva república es una mujer con una lanza rematada
por un gorro frigio y con los pechos desnudos (Marianne), aunque
a las mujeres se las haya dejado fuera de los logros de la revolución.
Al concluir el siglo, los pechos se habían vinculado a la
idea misma de nación. Los senos deben ahora inspirar sentimientos
políticos en vez de estímulos sexuales.
Esta idea/símbolo del pecho político se ha seguido
usando desde entonces para múltiples causas: se la usó
en la lucha anti esclavista; la usó el tío Sam para
inspirar sentimientos patrióticos en ambas guerras mundiales
del siglo XX; para mostrar el sentimiento de libertad frente al
enemigo opresor y de manera masiva, como fotos e imágenes
enviados a los soldados para “levantar su moral�?. De
otro lado, los gobiernos y Estados han intervenido -y lo siguen
haciendo- de muchas maneras para definir la función que los
pechos deben tener: permisos o no permisos de lactancia, definición
de coberturas del pecho, prohibiciones de mostrar pechos o lactar
en público, etcétera.
Si bien en todas las épocas la medicina a dedicado capítulos
a la observación, interpretación y consejos sobre
el tema, mostrando más que realidades científicas
la valoración que cada momento histórico tenía
y construía sobre las mujeres como elementos de procreación,
nutrición y placer, es a partir del siglo XIX que el papel
de los senos y las exigencias sobre ellos han aumentado.
La nueva psicología y en especial el psicoanálisis,
destacaron el papel crucial del pecho femenino en el desarrollo
emocional de las personas. Para Freud, chupar la mama no es sólo
un acto de alimentación sino el punto de partida de la vida
sexual del niño y la niña que entrarán a la
heterosexualidad adulta a través de la relación con
su pene el primero y, de la resolución de lo que Freud definió
como “envidia del pene�? en la segunda. Aunque muy criticado
por la valoración patriarcal falocéntrica de la teoría,
este pecho psicológico freudiano se ha trasladado al cine,
las caricaturas, la literatura, el humor, las revistas, como parte
de la cultura popular y de un saber acrítico.
Los
senos para el comercio y el lucro
En una cultura obsesionada por los senos femeninos, el mercado capitalista
ha encontrado posibilidades comerciales infinitas. Las mujeres son
el primer objeto vendedor y comprador de una gigantesca industria
internacional, no sólo relacionada con los servicios y productos
destinados directamente a adecuar y controlar el pecho sujetándolo,
modelándolo, realzándolo, disimulándolo, achicándolo,
agrandándolo, mostrándolo, escondiéndolo, sino
que, como dicen algunos mercadotecnistas “con unas buenas
tetas puede usted vender lo que quiera: coches, bebidas, cigarros,
juguetes, deportes y hasta programas políticos�?.
Aunque de un modo u otro los pechos siempre se han comercializado,
ha sido en los últimos cien años que la fuerza del
mercado se ha abalanzado sobre los senos femeninos como objetos
capaces de producir beneficios comerciales.
Evidentemente, este pecho comercial en tiempos de la comunicación
masiva e instantánea, ha extendido como nunca la dictadura
del modelo corporal ideal, hoy por hoy, un cuerpo sumamente delgado
pero de grandes pechos con el que muy pocas mujeres cuentan y que
deja a la mayoría en diversos niveles de insatisfacción
y conflicto con su cuerpo real. Las mujeres de hoy gastan sumas
asombrosas en productos y servicios para reducir la mitad inferior
del cuerpo y aumentar la superior. La bulimia y la anorexia han
alcanzado proporciones casi de epidemia.
En esta historia de nuestros senos poco se sabe de la verdadera
relación que las propias mujeres han tenido con ellos; en
todas las épocas nuestras mamas han respondido a la imposición
de la imaginación masculina. Evidentemente la mayoría
ha aceptado y se ha insertado en las normas impuestas, si bien en
todas las épocas la aceptación no ha sido absoluta
y ha habido resistencias de las que se encuentran pequeños
hilos y que hay que rastrear con gran trabajo.
Pero lo que para nosotras es más evidente aún, es
que hoy en día no sólo tenemos que luchar contra estos
múltiples y variables usos y significados que el imperio
del falo le ha dado a nuestros senos. En nuestras vidas, el pecho
“bueno�? y el pecho “malo�? no enfrentan ya
a la madre o a la santa con la ramera o la puta. El cáncer
de mamas, una de las principales causas actuales de muerte femenina,
ha hecho que a todas las simbologías se le agregue la de
ser un posible receptáculo de enfermedad y muerte, que el
pecho bueno sea el sano y el pecho malo el enfermo. Los pechos son
ahora también un problema médico, hemos llegado a
temer a nuestros pechos, mantenemos sobre ellos una temerosa vigilancia
que amenaza sobrepasar cualquier significado erótico o maternal.
Recuperar nuestros senos, reapropiárnoslos, sacarlos del
imperio de las fantasías masculinas, es una tarea que se
ha iniciado y que está expresando cada vez más las
necesidades de las mujeres, a quienes en primera y última
instancia, nos pertenecen. Debemos encontrar más y nuevas
maneras de proteger y validar nuestros pechos, senos, tetas, chichis,
mamas, bustos...
vea
también la historia gràfica de nuestras tetas |