AITOR HERRERA VIEITES
Me detuvo la Ertzantza la noche del 4 al 5 de septiembre del 2003, a las 3.30 horas de la madrugada, en el domicilio familiar, en Santurtzi. Estaba solo en casa ya que mis padres se encontraban de vacaciones. Estando en la cama oà unos golpes muy fuertes en la puerta y tras romperla, entraron gritando un grupo de élite. Digo que eran de élite porque iban vestidos de gris, con luces en los cascos y totalmente parapetados con escudos, metralletas y demás. Yo me encontraba en la cama en calzoncillo, me llevé un susto de muerte, me gritaban si tenÃa armas y que me dirigiera hacia ellos por el pasillo con las manos en alto.
Una vez esposado me sacaron a la escalera del portal unos cinco minutos mientras ellos comprobaban que estaba solo en casa. Mientras tanto iban legando más ertzainas de paisano, y Beltzas. Cuando estaba en la escalera me comunicaron que estaba detenido por terrorismo y que tenÃan una orden de registro dirigida desde la Audiencia Nacional.
Una vez que llegó la secretaria judicial empezó el registro de la casa habitación por habitación. Cada vez que terminaban el registro de una habitación hacÃan fotografÃas de lo que se querÃan llevar y la secretaria me lo mostraba. El registro duró más o menos hasta las 07.30 horas de la mañana, creo, porque perdà enseguida la noción del tiempo. Dentro de lo que yo vi que se llevaban habÃa todo tipo de papeles mÃos y de mis padres, como facturas del móvil, facturas del domicilio, papeles personales mÃos, pegatinas, todo tipo de fotografÃas, todos los móviles que encontraron, hasta las llaves del coche de mis padres. También se llevaron las llaves de mi coche, también se llevaron mi coche (de lo que me enteré más tarde y hoy dÃa sigue en dependencias policiales). También se levaron algún objeto decorativo.
Una vez finalizado el registro me bajaron a la calle y me introdujeron en un coche patrulla con tres agentes encapuchados. Durante el registro, menos la secretaria todos iban encapuchados. Dentro del coche un agente iba detrás conmigo. Me dijeron que no levantara la cabeza y empezó el viaje hacia Arkaute (academia de tortura). Sé que era Arkaute porque miraba de reojo a la calle e iba viendo señales de indicación. Durante el registro y el viaje a Arkaute el trato fue frÃo, pero no hubo malos tratos. Llegué con unos pantalones, una camiseta y unas zapatillas.
Una vez me introdujeron dentro de las dependencias, el trato cambió, habÃa constantemente insultos, me quitaron los cordones del calzado, me indicaron que tenÃa que estar agachado, todo el tiempo mirando para abajo, que sino serÃa peor para mÃ. Todo esto me lo dijeron entre gritos, y me introdujeron en una pequeña celda que lo único que tenÃa era una especie de repisa de hormigón, que teóricamente era la cama. Perdonar pero en el relato puedo tener alguna confusión en los hechos, a la hora de escribirlo cronológicamente.
Al de un rato, me sacaron de la celda llevándome por un pasillo, una especie de galerÃa, hasta otra habitación pequeña en la que no habÃa nada aparte de mà y 4 ó 5 ertzainas. Todos ellos iban vestidos de negro y estaban encapuchados. En aquel momento comenzaron los interrogatorios. Al dirigirse a mà lo hacÃan gritándome todos al oÃdo a la vez, entre insultos de todo tipo y zarandeos. Lo que hacÃan era ponerme contra una esquina, con las piernas totalmente abiertas y flexionadas y los brazos estirados en cruz o hacia arriba. Ellos, mientras yo permanecÃa en aquella posición, me daban patadas en las piernas para que abriese más las piernas aún, hasta el punto que piensas que te las van a romper. Me inclinaban hacia abajo mientras ellos se apoyaban sobre mi espalda hasta el punto de crearme mareos. Cada vez que me derrumbaba, me levantaban violentamente y otra vez a empezar desde el principio. Todo ello siempre iba acompañado con gritos e insultos, usando todo tipo de descalificativos hacia mi persona, entre ellos; “eres un hijo putaâ€?, “eres un mierdaâ€?, sino hablas vas a salir en una silla de ruedasâ€?, “vas a salir cagando hilobalaâ€?, etc.
Ellos cuando me veÃan reventado fÃsicamente me llevaban a la celda obligándome a permanecer de pie, mientras que me decÃan que allà no me llevaban para descansar, sino para que pensase lo que tenÃa que contarles.
En la celda estarÃa más o menos una hora hasta que volvieron y me llevaron de nuevo hasta otra habitación pequeña, en la que tampoco habÃa nada, más que tres o cuatro ertzainas vestidos de negro (pero con ropa deportiva), y de nuevo a empezar con las posturas contra la esquina, flexionado y recibiendo golpes en la cabeza, fuertes tirones de pelo y de orejas. Mientras me hacÃan esto, también me daban empujones contra la pared y con sus rodillas me apretaban fuerte los tendones y los músculos de las piernas hasta el punto que se me subÃan las bolas de las piernas. Si me caÃa al suelo, me cogÃan de los brazos y de nuevo para arriba. Mientras ocurrÃa todo esto, la música estaba ya muy alta, música que durarÃa todos los dÃas.
En el estado en el que estás pierdes la noción del tiempo totalmente. Los interrogatorios eran constantes, los ertzainas se iban relevando porque las voces de los interrogadores cambiaban. Las preguntas al principio siempre eran las mismas: “¿Quién te ha captado y dónde?â€?. Me decÃan que ellos ya lo sabÃan pero que querÃan oÃrlo de mi boca. Al decirles yo que no sabÃa nada, me cogÃan fuertemente y me zarandeaban para los lados, agarrándome del pelo, del cuello...
Cada vez que me veÃan mal me llevaban a la celda. Esto era constante. Ya en la celda, creo que por la noche, me dieron u bocadillo y un botellÃn de agua. Yo al desconfiar, no lo comÃ.
Al de X tiempo (no lo puedo precisar), volvÃan y de nuevo me llevaban por la galerÃa hasta la habitación de interrogatorios. En la galerÃa habÃa como 3 ó 4 puertas de celdas, igual a la mÃa, y como habÃa botellines de agua por el suelo, empecé a pensar que habÃa más detenidos, ya que con la música puesta constantemente tan alta, todos los sonidos eran confusos.
Cuando estaba en la celda, cada vez que tocaban la puerta me tenÃa que levantar y colocarme siempre en la misma postura: agachado y de espaldas a la puerta. Esto era constante.
Una de las veces que me sacaron me llevaron a una habitación donde habÃa una mesa donde estaban sentadas dos personas, una mujer y un hombre que se me presentaron como médico forenses. Yo les pedà el carné en el que ponÃa que eran del Colegio de Araba o algo similar. Me hacÃan preguntas sobre el trato, pero en el estado en el que estás desconfÃas de todo el mundo, y aparte, los ertzainas me habÃan amenazado con lo que les contarÃa. Yo les decÃa que me dolÃa mucho la espalda y las piernas y que querÃa ir al hospital. Ellos me decÃan que lo iban a mirar, pero una vez me hubieron tomado el pulso y la tensión, llamaron a los ertzainas y me volvieron a llevar a la celda.
Los interrogatorios eran constantes, llegando a extremos en los que acababa completamente empapado en sudor, sufriendo unos fuertes contrastes de temperatura, porque en el calabozo hacÃa mucho frÃo, y la primera noche no me dieron nada para arroparme.
En los interrogatorios acabas reconociéndoles por el calzado, y a algunos en especial, acabas temblando nada más verles, debido a su agresividad y brutalidad. HabÃa uno que llevaba unas zapatillas deportivas que era el que más se ensañaba conmigo, golpeándome en el cuello y en la cabeza, retorciéndome las muñecas, yo gritaba fuertemente a causa del dolor que me producÃa, y él y el resto de los ertzainas se reÃan de mÃ. A parte de los ertzainas que me torturaban, notaba la presencia de más ertzainas en la habitación. Cuando me veÃan derrotado y tirado en el suelo se reÃan fuertemente y me insultaban debido al estado en el que me encontraba.
Al mismo tiempo que me interrogaban, aparte de la música alta que se oÃa, también apreciaba fuertes portazos y gritos de personas, por lo que daba por hecho que habÃa más interrogatorios a la vez con más detenidos.
En la habitación “de torturaâ€? hacÃan el papel de buenos y de malos. HabÃa momentos en los que algunos de ellos salÃan de la habitación y entraba uno solo que me decÃa que no merecÃa la pena seguir asÃ, que era mejor decirles lo que querÃan y que todo se acabarÃa y me dejarÃan dormir.
En uno de los traslados a la celda habÃa un grupo de ertzainas en corro que estaban hablando entre ellos. Yo levanté un poco la cabeza instintivamente, y vi a uno de ellos sin encapuchar. De repente uno echó a correr en mi dirección, me empezó a zarandear hacia todos los lados amenazándome mientras me golpeaba en la cabeza, en el cuerpo, y me llevaron a la celda temblando.
Mientras estás en la celda, la situación es tal que piensas en todo, incluso en llegar a morderte las venas para acabar con todo esa agonÃa y todo el sufrimiento. Pero a la hora de la verdad no era capaz de autolesionarme y me echaba para atrás pero no sin antes haberlo intentado.
En otra ocasión en que me sacaron de la celda me llevaron a la habitación en la que habÃa una mesa y sillas, y allà estaban los médico forenses. Me hicieron preguntas sobre el trato y yo les contesté si estaban ciegos, porque mi aspecto lo decÃa todo. Les enseñé un gran moratón que tenÃa en el brazo izquierdo a la altura del codo y algunos más a la altura de las axilas, y una pequeña herida que tenÃa en la oreja izquierda debido a los fuertes tirones de orejas que me propinaban, a causa de los cuales se me hincharon las orejas. Ellos me dijeron que la hora que era y que me iban a llevar al hospital. Me quedé alucinado cuando supe que solo era el segundo dÃa que estaba en dependencias policiales, no me lo podÃa creer porque allà las horas se hacen eternas, se hacen dÃas.
De allà me sacaron por un pasillo, me esposaron y por una puerta me metieron en un coche patrulla diciéndome que no levantara la cabeza hasta llegar al hospital. Una vez allÃ, esposado a la espalda y agachado en todo momento, me introdujeron en el hospital, todo ello rápidamente y bruscamente. En el hospital facilité mis datos en recepción y me metieron en una habitación, todo el tiempo custodiado por dos ertzainas. Allà se presentó un médico que me preguntó lo que tenÃa. Le dije que me dolÃa mucho la espalda, el cuello y el brazo izquierdo. Me tomó el pulso mientras yo permanecÃa en una camilla, y luego con el martillito me hizo las pruebas de reflejos golpeándome las piernas para ver si respondÃan a los golpes. Me miró los brazos y me dijo que me iban a hacer unas radiografÃas del brazo izquierdo, por si estaba tocado el hueso, pero que en el cuello y en la espalda no habÃa notado nada. me hicieron la radiografÃa diciéndome que estaba bien aparte del moratón, y me dio unas pastillas para el dolor de espalda y me dijo que las tenÃa que tomar cada ocho horas. De allÃ, vuelta a Arkaute.
Una vez en Arkaute, no me acuerdo si me metieron un rato en la celda, pero vuelta a empezar con los interrogatorios. De nuevo me obligaban a permanecer en posturas incómodas hasta que me caÃa al suelo, comentaban “que a ver que me creÃa, que el recreo ya habÃa terminadoâ€?, todo ello gritando y riéndose de mÃ.
Los ertzainas que me llevaban de los interrogatorios a la celda y al revés, eran diferentes a los que participaban en los interrogatorios, algunos de ellos eran muy jóvenes, y aunque iban encapuchados, cuando me traÃan los bocadillos o el agua a la celda (los bocadillos siempre de tortilla francesa o lomo) me hablaban algo, y por la voz y por la pinta se notaba que eran jóvenes y más tranquilos que los otros.
Cuando permanecÃa en la celda era incapaz de dormir a causa de la música que siempre estaba encendida muy alta, y aparte se oÃan gritos de gente y podÃa reconocer las voces de los torturadores cuando gritaban. Además como he comentado antes, cuando estaba tumbado en la celda y tocaban la puerta, tenÃas que levantarte y colocarte de espaldas a la puerta. En alguna ocasión entró uno de los “buenosâ€? diciéndome que a qué esperaba para hablar, que era mejor para mi, que todo aquello podÃa acabar si yo querÃa, y que todo iba a ser más fácil.
Creo que el segundo dÃa me trajeron una esterilla y una manta porque les habÃa dicho que tenÃa mucho frÃo. Los interrogatorios de los primeros dÃas se te hacen interminables por toda la presión y los malos tratos a los que te someten, y las vejaciones. Me decÃan que “me iban a desnudar y me iban a introducir algo por el culo, ya que a los hijos de puta como yo aquello les gustabaâ€?. Yo de reojo vi que alguno de ellos tenÃa algo en las manos parecido a una porra, y ellos se reÃan al verme temblar.
Recuerdo que se me cayó el mundo a los pies cuando vinieron con unos papeles y me enseñaron la prórroga de la incomunicación por dos dÃas más. Ellos me amenazaban con que lo estaban disfrutando y que iba a salir de allà en silla de ruedas y “cagando hilobalaâ€?.
Aparte de los malos tratos fÃsicos, la presión psicológica es fuertÃsima y acabas por derrumbarte totalmente fÃsica y mentalmente.
Los forenses fueron los mismos los tres primeros dÃas, y los dos últimos dÃas fueron dos mujeres diferentes.
Los dÃas más duros fueron los dos o tres primeros, luego ya el trato fue un poco más relajado respecto a los dÃas anteriores. En estos últimos dÃas incluso me dejaban sentarme y me hablaban de polÃtica y de Euskal Herria, me decÃan por ejemplo que ellos también eran vascos, que no les gustaba hacer aquellas cosas a los detenidos y detenidas, que nosotros /as nos lo buscábamos, que habÃa que buscar una solución al problema vasco, incluso alguno de ellos se identificaba como nacionalista. La verdad es que en el estado en el que te encuentras acabas creyéndote que alguno de ellos en concreto quiere ayudarte debido al juego teatral que se traen, hacen “del bueno y los malosâ€?. Te llegan a crear contradicciones imaginarias pero lo que tengo bien claro es que no voy a olvidar el papel represivo que ellos ejercen en el conflicto de Euskal Herria, y el maltrato vejatorio al que fuimos sometidos.
La última noche sobre las dos de la mañana fue cuando me llevaron a un despacho donde se encontraban dos agentes y una abogada de oficio para hacer la declaración policial. Esto también fue un teatro ya que el que escribÃa en el ordenador me cambiaba las palabras y el significado de las frases. Yo me encontraba totalmente agotado fÃsica como psicológicamente y les decÃa que no querÃa seguir, que necesitaba dormir un poco y descansar, ya que no me veÃa con todas mis facultades para continuar. Ellos constantemente me decÃan que no se podÃa, que la abogada estaba de turno y que sino lo hacÃamos en aquel momento, se tendrÃa que marchar, por lo que tenÃamos que continuar. Yo seguÃa negándome, por lo que accedieron a bajarme al calabozo. Yo en el calabozo, estaba alucinado y me decÃa a mi mismo que tenÃa que despejarme y estar atento a lo que escribÃan, porque me estaban engañando y estaban tergiversando mi declaración. Más o menos al de una hora me volvieron a subir, y fue más de los mismo. El del ordenador seguÃa escribiendo lo que le daba la gana, yo la verdad es que rectifiqué lo que pude. En esos momentos lo único que quieres es que todo acabe y yo deseaba que me llevasen a Madrid o donde fuera con tal de salir de allÃ.
Hoy ya estando en Soto, cuando me pongo a recordar todo siento una furia e impotencia que creo que arrastraré toda mi vida, por todos los engaños y falsedades a las que te someten, aparte de todos los maltratos ya mencionados.
Sin más, os doy un gran saludo y espero que mi relato sirva para algo y sobre todo para toda la gente luchadora de EUSKAL HERRIA. |