Imprès des de Indymedia Barcelona : https://barcelona.indymedia.org/
Independent Media Center
Notícies :: criminalització i repressió
Testimonio torturas Ziortza Fernandez (Euskal Herria)
15 nov 2003
Detenida por la Ertzaintza el 4/9/03.
ZIORTZA FERNANDEZ LARRAZABAL (Portugalete).

Me detuvieron el 4 de septiembre, sobre las cuatro de la madrugada en casa de mi madre. En aquel momento nos encontrábamos en casa mi madre, mi hermana y yo. Me detuvo la Ertzantza. Me leyeron la orden de detención, no me la enseñaron, era una orden dictada por Teresa de Palacios, y me dijeron que me acusaban de “pertenencia a banda armada�. Seguido me leyeron mis derechos.
Eran sobre las cuatro de la mañana. Cuando estábamos las tres en la cama, oímos unos golpes muy fuertes en la puerta, a la vez que gritaban “policía, abran la puerta�, una y otra vez. Yo pensé que iban a echar la puerta abajo. Después pude ver que tenían una maza, por lo que pensé que los golpes los habrían dado con ella. Fue mi madre quien abrió la puerta, y pude ver unos escudos gigantes, cascos con frontales y escopetas o algo del estilo. En aquel momento oí mi nombre y gritaron que saliese enseguida. Yo estaba con una camiseta y en bragas pero aún así me gritaron que saliese enseguida. Hicieron un pasillo y salí entre empujones, hasta que me pararon en el descansillo. Me pusieron contra la pared y uno de ellos me empezó a cachear. Yo intenté girarme y volver la cabeza porque pensé que quien me estaba cacheando era un hombre, pero me di cuenta que la persona que estaba encapuchada era una mujer. Nada más acabar me esposaron en la espalda, me colocaron las esposas muy prietas, y aunque se lo dije, les dio igual. Pedí ropa, ellos andaban de un lado para otro (no sé cuántos estaban porque yo seguía contra la pared), pero hacían mucho ruido. La chica me trajo unos pantalones, antes me habían tapado la cabeza con una camiseta. Los pantalones eran pequeños, pero aún así ella insistía en que me los pusiese, pero en cuanto se dio cuenta, me los quitó y me trajo otros. Estos eran de mi madre, los tenía grandes, pero me llevaron con ellos. En aquel espacio de tiempo, les sacaron a mi madre y a mi hermana al piso de arriba. Le dije a mi madre que me acusaban de pertenencia, y uno de los ertzainas me empujó y me dijo que estaba incomunicada y que no podía hablar. Mi madre y mi hermana estaban fuera de casa, yo también, y en cuanto llegó la secretaria de nuevo me metieron en casa. El ertzaina que estaba todo el tiempo conmigo llevaba puesto un buzo ignífugo y los demás iban vestidos con ropa de calle o ropas especiales.
Hicieron el registro delante de mí, pero ellos andaban por toda la casa. Yo se lo dije en un par de ocasiones a la secretaria. Se metieron en el baño, en la cocina y creo que también en la sala. La secretaria me decía que estuviese tranquila, que solo estaban ellos. Yo le dije que no había nadie de mi familia presente y que porqué tenían que estar por la casa. No me hizo caso. El registro fue bastante bien, todo lo que sacaban intentaban dejarlo en su sitio (la ropa, los libros...). Mi madre y mi hermana no pudieron entrar en casa hasta que me llevaron a mí.
Antes de que acabase el registro le dije al ertzaina que estaba conmigo que me colocase las esposas un poco más suaves, porque me dolían mucho las muñecas, y me las aflojó. También me dejó ir al baño (era el más tranquilo de todos) porque estaba con el periodo, pero cuando le chica me volvió a esposar, me las puso muy prietas.
Cuando acabaron en casa, sobre las 7.30 de la mañana, me metieron en una furgoneta de antidisturbios, y me llevaron hasta donde tenía aparcado el coche, que estaba en la calle de al lado, y comenzaron a registrarlo. Mi madre se intentó acercar. A mí me dijeron que no le mirase, pero les expliqué que el coche era de mi madre. Aún así, le echaron de allí, yo solo podía mirar al coche. Al acabar, me volvieron a meter en la misma furgoneta, sentada en la parte trasera, y me `pusieron una tela blanca plastificada por encima, y me llevaron a Arkaute. El viaje aunque fue incómodo, fue tranquilo.
En el traslado a Madrid, íbamos en el coche, dos ertzainas delante, y detrás conmigo una ertzaina mujer. El viaje fue bastante brusco. Me pusieron unas muñequeras de esas que se utilizan cuando tienes lesiones, y por encima las esposas, en esta ocasión flojillas. La mujer me obligó a llevar la cabeza agachada durante todo el viaje. Yo en ocasiones me movía un poco porque aquella postura me provocaba dolor de espalda, pero me dijo que le ponía nerviosa y que me quedase quieta de una vez. Le dije que estaba mal, pero me dijo que me callase. Al acercarnos a la Audiencia me dijo “que no se te ocurra levantar la cabeza�, y por si acaso colocó su mano sobre mi cabeza para que no la levantase.
Cuando estaba en Arkaute, pensaba que estábamos mucha gente, porque en casi todos los calabozos había botellas de agua, como en el mío, y estaban abiertas.
Nada más llegar a Arkaute me llevaron a un calabozo. Me quitaron las esposas y creo que me volvieron a leer los derechos, aunque no estoy segura. Yo estaba contra la pared, y entraron dos o tres ertzainas y me dijeron como iba la historia. Me explicaron que siempre que abriesen la ventanita que tenía la puerta o que entrase alguno, tenía que estar con las manos a la espalda, la cabeza agachada y de frente a la pared, que aquello podía ir bien o ser un verdadero infierno, que todo dependía de mí. Todo esto me lo dijeron entre gritos al oído. Creo que cerraron la puerta y se marcharon. Yo tenía tanto miedo que me mantuve unos minutos en aquella postura por si volvían, y lo hicieron enseguida. Entraron otros tres o cuatro, siguieron gritándome “sabemos que eres de ETA y que nos has intentado matar, el coche trampa de Bilbo te lo vas a comer� y un montón de cosas más. Uno se reía y me dijo que mi compañero se había hecho el gudari y estaba a punto de morir con dos tiros en el cuerpo, alusiones a la Guardia Civil, “que os pensáis que somos...�. Me daba detalles de los disparos y se seguían riendo. Otros gritaban, yo les decía que no tenía nada que ver y me gritaban más y más cerca. Los calabozos serían de unos tres o cuatro metros por dos con algo de ancho. Había una cama de piedra, una luz que siempre estaba encendida, un respiradero, una puerta metálica con una ventanita por la que miraban cada equis tiempo. Yo, en la celda, al principio les decía todo el rato que no tenía nada que ver. Antes de marcharse me dijeron que había cinco días por delante, que reflexionase, que todo estaba en mis manos.
Se marcharon, y creo que entonces apareció “el bueno�. Me hablaba en euskera y me dijo que era mejor que colaborase, que me veía débil y que me lo iba a pasar muy mal. Luego me sacaron a hacerme la ficha policial (huellas, fotos, vídeo...). Estos ertzainas estaban encapuchados.
Al principio, cuando llegué a Arkaute, casi todos los ertzainas que veía estaban encapuchados. Luego solo la llevaban los y las que se ocupaban de sacarme al baño, interrogatorios y/ o me daban la comida. Pero creo que los que participaban en los interrogatorios iban con gorras. Alguno llevaba un puf de algodón, pero como yo en todo momento tenía que permanecer con la cabeza agachada, no les veía. Me avisaron que no se me ocurriese mirarles a la cara.
Según fueron pasando los interrogatorios, estos eran más tranquilos, había dos grupos, cada uno era de dos o tres ertzainas, a los que si les veía la cara.
Durante los cinco días me ofrecieron de comer, beber, ir al baño y me proporcionaban támpax y compresas. Pude ducharme dos veces, una fue antes de ir a la Audiencia. Me proporcionaron muda y ropa limpia de otra detenida. Bebí agua, comí algún yogurt y alguna pieza de fruta. Cronológicamente, diría que los interrogatorios y la detención en sí fue de más fuerte a más suave. Aunque no lo recuerdo muy bien, diría que sufrí tres tipos de interrogatorios. Creo que serían tres o cuatro los más duros. El traslado a cualquier sitio era siempre con las manos detrás y el cuerpo totalmente agachado hacia delante. Cuando llegaba a la sala de interrogatorios, me ponían de pie con las manos detrás y la cabeza agachada, contra una esquina de la habitación. Había varias salas donde se realizaban los interrogatorios, pero eran casi todas iguales, menos una que era rectangular y con un espejo. La sala tenía una mesa y tres sillas. Cuando empezaba la música (un casete que tenían en el pasillo), que estaba muy alta era cuando empezaban los interrogatorios. La música, en ocasiones era la radio (40 principales...), luego una cinta creo que de AC/ DC, muy alta también, música que resultaba muy estridente.
Yo no sé los ertzainas que podía haber en los interrogatorios, serían cinco o seis. Uno daba portazos, abría y cerraba la puerta dando golpes muy fuertes. Otros daban patadas a las sillas, las tiraban contra el suelo, creía que iban a destrozarlo todo, y otros dos o tres me gritaban al oído hasta que me dolía. Estos tres o cuatro interrogatorios fueron iguales, y el tema era mi pertenencia, ekintzas y pisos... Yo lloraba y les decía que no sabía nada de aquello, y se ponían todavía más violentos. Me gritaban “puta llorona, deja de llorar, qué clase de gudari eres, tu compañero ya ha reconocido ser un gudari de ETA con orgullo�. Cada uno me agarraba de un brazo y me zarandeaban muy fuerte, hasta darme con la cabeza contra la pared, como si fuese un muñeco. Llegaron a dejarme u pequeño hematoma en el brazo de lo fuerte que me sujetaban por los brazos. Yo seguía llorando y ellos me gritaban más. Me hicieron alusiones a mi vida sentimental, que todos mis compañeros habían acabado en el comando Bizkaia, que si me gustaba follarme asesinos... Uno de ellos se puso muy nervioso porque yo seguía negándolo y entonces me empezó a insultar. Yo mientras tanto, podía oír otro interrogatorio, que era muy duro también, creo que era en la sala de enfrente. Este ertzaina me decía “hija de puta, vas a bailar, te voy a hacer bailar, esto no es nada, va a echar las tripas por la boca, aquí ya están todos cantando y tú también lo vas a hacer, vas a desear suicidarte, morir�. Me decían todo tipo de amenazas, me daban a entender que lo peor eran las salas de enfrente, que yo era una mierda, una débil, y que no lo iba a aguantar ni dos minutos. En una ocasión me hicieron poner los brazos contra la pared y abrir un poco las piernas. Como no contestaba a lo que querían, me daban patadas en las piernas, de manera que cada vez se me abrían más. Me temblaba todo el cuerpo. Cuando tenía las piernas totalmente abiertas, me temblaban tanto que me iba desvaneciendo e iba bajando los brazos. Me decían que no me podía ni mover, hasta que me temblaban tanto las piernas que me iba a caer y me pusieron una silla. Seguía contra la pared. Uno de los ertzainas me dijo que descansase un rato y que reflexionase, porque había algunos que me tenían muchas ganas por lo de Bilbao, y que si quedaba en sus manos lo pasaría muy mal. Así fueron estos tres o cuatro interrogatorios; gritos, música y golpes con la puerta y las sillas.
Sufrí otro tipo de interrogatorios, en los que yo permanecía sentada en una silla, algunas veces contra la pared y otras de espaldas a ellos. Yo veía a uno de los ertzainas, el resto estaba detrás de mí. Estos eran más tranquilos, pero siempre había un ertzaina desquiciado “se está riendo de nosotros, el buen rolo se ha acabado�. Me hablaban por detrás, me agarraban de los hombros con guantes de cuero, me daban algún empujón, y también, a veces, me gritaban. En una ocasión, uno de ellos, por detrás se puso a tocarme o a acariciarme el pelo. Yo di un salto y me preguntó si le iba a denunciar por vejaciones sexuales. La inseguridad la producía el tenerlos detrás, no saber que iban a hacer, no verles, solo sentirles. En alguna ocasión me volvieron a poner de pie porque decían que les estaba mintiendo. Lo intercalaban con conversaciones y risas sobre mi vida personal, mis amistades, familia, que mi compañero tenía la culpa de que yo estuviese allí, alusiones a mi debilidad, “si no aguantan ellos, tú no lo vas a aguantar�.
Y el tercer tipo de interrogatorios que sufrí fueron una vez había hecho ya la declaración policial. Me ofrecieron tabaco, coca- cola, agua, un trato favorable. En este tipo de interrogatorios también estaba sentada en una mesa, con dos o tres ertzainas. Uno siempre estaba más tranquilo, otro, en cambio, nervioso, siempre con la amenaza de que aquello (tan bueno) se podía acabar y podían volver a dejarme en manos de los otros, que yo creo que en realidad eran los mismos jugando diferentes roles. A veces estos interrogatorios tranquilos, también eran estando yo contra la pared. Según iba declarando se iban tranquilizando, pero aún así había uno de ellos (el que me había dicho que mi compañero estaba muy mal) que seguían insistiendo en que no estaba diciendo todo, me decía que él me había estado controlando y que sabía que yo estaba más metida. Me asustaba con prontos violentos, me gritaba, daba patadas a una silla... Su compañero, “el tranquilo�, le pedía que se tranquilizara, que nos dejara solos, y el que estaba violento antes de irse me amenazaba “te doy diez minutos, luego vuelvo yo y no tengo tanta paciencia�.
Durante los cinco días los ertzainas que participaban en los interrogatorios eran los mismos, se iban turnando. Sabían cuales eran mis puntos débiles; la niña que cuido, mi madre, mi perra... y en los interrogatorios “hablamos� de todo: lucha armada, mis visitas a la cárcel, dónde, con quién ando... Sabían que aquello me hundía mucho.
El primer día, al poco de llegar, después de entrar los primeros ertzainas en el calabozo, empecé con taquicardias y con vómitos. Les dije que sufría de ansiedad y me trasladaron al hospital. Allí también me mantuvieron esposada a la espalda y totalmente agachada. Me vieron un médico y un siquiatra, y me recetaron “Valium� cada doce horas. En comisaría me dieron las pastillas, aunque seguí vomitando, y en alguna ocasión con sangre, me ayudaron a estar más tranquila y poder dormir los ratos que me dejaban. Para ello, para dormir, nos proporcionaron una esterilla y una manta.
A veces resultaba difícil, quizás era lo más duro, en cuanto encendían el radiocasete a tope y empezabas a oír los gritos, los portazos... sabías que empezaban de nuevo los interrogatorios, y que aunque tú estuvieses descansando, te percatabas de que había alguien pasando un infierno. Sí, aquel rato se hacía muy largo, y yo llegué a desear que me sacasen de allí, porque era una agonía permanecer oyéndolo, esperándolo.
Otra cosa que me pasó, era que entre los interrogatorios duros y los del medio, llegué a preferir el estar contra la pared, los gritos, la postura extenuante en la que me obligaban a permanecer, la amenaza continua, unos ertzainas detrás de ti... que los otros interrogatorios.
Las forenses vinieron todos los días, siempre de dos en dos. El primer día no sabía quienes eran, me tuvo que decir la forense que levantase la cabeza. Antes de visitarles, siempre nos dejaban descansar un rato, y algunos de los ertzainas cuidaban más las formas, otros te llevaban agachada hasta allí. Con los forenses (creo que en los dos primeros días vinieron unos y luego los otros) muy bien. Me vieron el hematoma, me lo midieron y tomaron nota de ello. Me revisaron todo el cuerpo por si acaso, me tomaron el pulso, la tensión, recogieron muestras de orina todos los días. La de los primeros días, la conocía, era de mi pueblo. El trato fue muy correcto, la verdad, muy bien. Fui tratada como una persona. Le expliqué lo que estaba pasando. Anotó todo, me aconsejó que comiese algo a causa de los vómitos. Les dijo a los ertzainas que saliesen de la habitación y que cerrasen la puerta. Ellos esperaban en la puerta. Los ertzainas antes de llevarme ante la forense me hacían muchos comentarios sobre si denunciaría torturas, yo al principio tenía mucho miedo, ya que no sabía dónde irían a parar los informes que hiciese, pero la forense me tranquilizó y me dijo que irían directos a Madrid.
Cuando estaba en uno de los interrogatorios suaves, los ertzainas me repetían “aquí estás fumando, hablando tranquilamente, luego diréis que la Ertzantza tortura, el manual...�. Tenían u informe sobre mí, con fotografías mías alguna me la habrán sacado en la calle, donde había una frase en mayúsculas “ODIA A LA ERTZANTZA Y AL PNV�. Con esto también me machacaron en algunos interrogatorios.
Me trasladaron al Hospital Santiago. Una ertzaina estuvo todo el tiempo presente, con lo que no pude hablar del porqué de mi estado, de porqué estaba así. El traslado al hospital no fue nada bueno (esposada detrás...), así que aunque “el majo� me preguntó si quería volver al hospital de nuevo, porque seguía devolviendo a pesar de los “Válium�, le respondí que no.
A parte del ertzaina que me hablaba en euskera, “el majo�, una de las ertzainas que me llevaba al baño... era la que me daba los�Válium� y me proporcionó támpax... Este último fue el que me vino a la celda y me dijo que me subiría a declarar, que lo estaba haciendo muy bien, que si lo hacía como en el último interrogatorio todo iría bien, y que al bajar nos volveríamos a ver. Yo esto lo tomé con un doble sentido, si lo hacía mal...
Me subieron a una sala, ya era todo mucho más tranquilo, entre las 12.00 y las 13.00 horas. Un ertzaina estaba sentado en el ordenador, otro era el que hacía las preguntas, y allí también estaba mi abogado (de oficio), que estaba de mero espectador. Una cosa que me llamó la atención fue que el que apuntaba, lo hacía a mano y luego lo transcribía en el ordenador, con lo que la toma de declaración se alargó 3 ó 4 horas. Después me dieron la declaración para leerla y cambié algunas cosas. Aunque al principio no tenía fuerzas ni ganas, luego decidí leerlo todo bien, y cambié algunas cosas porque no estaban bien. Me hicieron una prueba caligráfica y la de ADN.
Cuando terminé la declaración y me bajaron (las preguntas que me hicieron en la declaración era mucho más superficiales, sin tantos detalles), me volvieron a llevar al calabozo, y estando allí, volvieron a entrar con la carpeta. Esta carpeta la traían y la llevaban. Me decían que luego ponían las de todos en común con los �jefes�, y que había cosas que no cuadraban. Había veces que volvían y me decían que sí. En otras ocasiones, empezaba todo de nuevo, me ponían de nuevo contra la pared y comenzaban los gritos, la cuestión era que me decían que no lo había contado todo arriba, que había omitido cosas que les había dicho a ellos. Yo pensaba que todo comenzaría de nuevo. Les dije que había contestado a lo que me habían preguntado, que las preguntas habían sido diferentes. Creo que estuvieron en el calabozo conmigo unos minutos, y se marcharon. Entonces volvió “el bueno� y me dijo que lo había hecho muy bien, que descansase, que pronto me iba para Madrid.
El segundo o tercer día de incomunicación entró un encapuchado al calabozo para decirme que se me prorrogaba el periodo de incomunicación a cinco días, aunque ellos desde el principio me decían que iba a estar allí cinco días.
La noche que nos llevaron para Madrid, aquella madrugada nos visitó el forense. Con las visitas de los forenses iba controlando un poco el tiempo que iba transcurriendo.
Por un momento pensé que acabaría con el síndrome de Estocolmo, bueno no tanto, pero es que todo pasaba de interrogatorios muy duros a conversaciones sobre cualquier cosa... Este tipo de interrogatorios eran muy largos.
La última noche, sobre las 4.00 ó 5.00 de la madrugada ,e dijeron que me preparara. Entró “el bueno�, y me dijo que estuviese tranquila que iba para Madrid, que me aferrase a lo sentimental que así todo iría bien. Me deseó suerte y me ofreció la mano, y también otros que estaban en el pasillo y que también habían participado en los interrogatorios. Todos estaban con lo mismo, me desearon suerte y el tema sentimental, que así saldría pronto, que si salía pronto les tenía que pagar una cerveza, o una botella de champagne. Se quitaron los guantes de cuero para ofrecerme también la mano. Uno de estos ertzainas me dijo que había estado de fiesta conmigo y que yo no había aceptado una cerveza a la que me había invitado, que ahora me tocaría pagar a mí. Entonces llegó la que me traslado a Madrid. Me esposó con las manos delante, me hizo agacharme por completo, de malas maneras, me introdujeron en el coche y en unos pocos minutos salimos. Yo calculo que iríamos unos cuatro o cinco coches, pero lo único que supe de los otros detenidos era en los interrogatorios, y que a uno de ellos que estaba en el calabozo cerca del mío, le daban “Ventolín�.
En la Audiencia el trato fue correcto, la que me trasladaba me mantenía el “tronco� agachado. El policía nacional me dijo que levantase la cabeza, me ofrecieron comida, desayuno y estuve con la forense. La celda estaba bastante sucia y con mal olor, pero bueno... Tomé el café y me volvieron las taquicardias, los vómitos... Me sacaron por segunda vez donde la forense, a esta le expliqué todo, pero creo que a grandes rasgos. Me dio media pastilla de “Orfidal� (creo), me dijo que aquello me tranquilizaría, que no me daba más para estar espabilada ante el juez. Yo en aquel momento me encontraba bastante mal, peor que cuando llegué, me había dado el bajón. La forense pidió que me subiesen cuanto antes a declarar, me dijeron que era la última y que me subían ya. La forense me dejó estar con ella en su consulta hasta terminar, y subió conmigo.
Declaré delante de Andréu con una abogada de oficio. El trato fue correcto, Andréu me recordó mis derechos. Las preguntas fueron bastante por encima. El fiscal no sé si solo me hizo una y mi abogada ninguna. Me leyeron la declaración, estaba conforme y la firmé. Mi abogada pidió mi libertad, bastante bien razonado. Me dejaron hacer una última alegación para negar mi posible fuga. Y lo que no recuerdo es qué le conté al juez sobre mis días en comisaría. Tengo alguna laguna. A la forense le enseñé el hematoma.
Una vez en la cárcel, y sobre todo los primeros días, el dolor de espalda era muy fuerte, pero por desconocimiento o por la situación en la que entras, no fui al médico; con unas cremas musculares y unos masajes se me ha ido pasando.
Hay noches en las que me cuesta dormir (en la cárcel me han dado, en u principio algo más fuerte, pero luego valerianas), y me vienen ciertos interrogatorios a la cabeza, lo que me condicionó el estar engañada para buscar una auto inculpación. Al principio sobre todo los gritos me ponían muy nerviosa y me volvían las taquicardias si alguien venía por detrás, me agarraba del hombro por la espalda.
Como en los últimos interrogatorios fueron suaves, el trato fue correcto, ellos comparaban constantemente su trato con el de la Guardia Civil, cosa que provocaba en mí dos consecuencias: desear que volviesen los interrogatorios duros, desear que si mis compañeros estaban así, yo les oía, deseaba que acabase la incertidumbre y que me sacasen a las salas aquellas. Esto lo pensaba cada vez que oía la música y pasaban por delante de mi puerta.
Y el sentimiento de no haber sido torturada, de no haber sufrido malos tratos, que todo había ido bien. No me he dado cuenta de todo hasta escribir este testimonio, no me he dado cuenta de lo que me ha afectado o la tortura que he sufrido..., aún sabiendo que otros compañeros han podido sufrir mucho más que yo.
Ya sé que en otras ocasiones otros detenidos también lo han dicho pero a mi lo que más daño me ha hecho han sido las mentiras, que la gente no crea nada. Querría hacerle llegar esto a la gente. Aún así, estoy bien, fuerte. Pero más duro o peor que los interrogatorios es la historia de las declaraciones.

Comentaris

Re: Testimonio torturas Ziortza Fernandez (Euskal Herria)
15 nov 2003
donde está la tortura aquí?
Re: Testimonio torturas Ziortza Fernandez (Euskal Herria)
15 nov 2003
Será que no te lo has leído.
Re: Testimonio torturas Ziortza Fernandez (Euskal Herria)
18 nov 2003
JODEDTE ETARRA DE MIERDA, TE LO MERECES.

ARRIBA ESPAÑA!!!!
Re: Testimonio torturas Ziortza Fernandez (Euskal Herria)
18 nov 2003
Vaya, otro "demócrata" español.
Sindicato Sindicat