ROBERTO SAINZ OLMOS (Portugalete).
Fui detenido la madrugada del 6 al 7 de septiembre, junto a mi compañera Ana, sobre las 4 horas de la madrugada. Nos dirigÃamos en mi coche junto a mi hermano y una amiga común. Al pasar junto a la PolicÃa Municipal apreciamos un grupo de unas 10 ó 12 personas que estaban esperando en una esquina. Al pasar junto a ellos y una vez de que no se hubiesen percatado de nuestra presencia, el coche que iba detrás nuestro hizo una maniobra brusca cortándonos el paso. En aquel momento bajaron tres personas encapuchadas apuntándonos con las pistolas y gritando que saliéramos del coche, todo ello entre insultos y gritos. En un momento el grupo de personas que estaba en la esquina llegó hasta nosotros sacándonos del coche a rastras. Fue tal su precipitación que el coche se quedó sin el freno de mano, y al ser arrastrado, el vehÃculo se desplazó hacia atrás, golpeando uno de sus coches.
Los cuatro que Ãbamos en el coche fuimos reducidos en el suelo, golpeados (en mi caso recibà un puñetazo en el pómulo izquierdo) y arrastrados cada uno a un coche. En ningún momento se identificaron.
Una vez en el coche empezaron a insultarme y me obligaron a agachar la cabeza entre las piernas, a la vez que recibÃa algún golpe que otro. Me decÃan que antes de llevarme a la comisarÃa me llevarÃan al monte, a ver si allà era tan valiente. Después de dar unas vueltas, no sé muy bien por dónde, llegamos a una comisarÃa que identifiqué de la Ertzantza por los coches, era grande y supuse que serÃa la de Muskiz. Allà fui tirado en un calabozo y procedieron a cachearme y quitarme las pertenencias que tenÃa en los bolsillos, al igual que me fueron quitados los cordones de las zapatillas. Aquà recibà otra vez algún golpe, empezando a interrogarme sobre la presencia de un miembro de ETA en mi casa. Yo les contestaba que no sabÃa de qué hablaban. Ellos me decÃan que si no les decÃa si estaba en casa lo iba a pasar muy mal ya que yo serÃa el primero en entrar y en caso de que estuviera el liberado, habrÃa “tirosâ€?, lo demás me lo podÃa imaginar.
En esta comisarÃa estarÃa unos 45 minutos, siendo llevado a mi casa. Al llegar nosotros, la vivienda ya estaba abierta y era un entrar y salir de agentes encapuchados, algunos llevaban uniformes negros y gorras. Una vez en el piso, al de un rato, llegó mi compañera con más ertzainas y al de un rato apareció una persona que dijo ser un “agente judicialâ€?. No sé muy bien si fue en este momento cuando me leyeron mis derechos. Durante el registro, el agente judicial permaneció en la sala de estar al igual que Ana y yo. Mientras tanto habÃa dos ertzainas por toda la casa. El registro lo empezaron en la sala, iban clasificando las cosas que se iban a llevar. De vez en cuando, cuando el registro estaba en otras dependencias de la casa, llevaban a Ana para preguntarle por alguna pertenencia. Quiero resaltar que el agente judicial en ningún momento se movió de la sala mientras habÃa agentes por todas las habitaciones. En un momento determinado trajeron algo de una habitación. No sé muy bien que fue, pero Ana les dijo que nunca lo habÃamos visto antes, dirigiéndose al agente judicial le aseguró que aquello lo habrÃan puesto ellos. No sé qué era. El registro terminarÃa más o menos a las 8:30 de la mañana. No tengo constancia de que avisaran a nadie de la detención. Más tarde me enteré que tanto mi hermano como nuestra amiga fue puestos en libertad pasadas unas horas.
Una vez terminado el registro fui introducido en un coche patrulla dirigiéndose hacia Gasteiz. El traslado, tanto este como el primero, lo realicé esposado a la espalda. En el viaje me empezaron a hablar de lo tonto que era “por haber tenido un liberado en casaâ€?, y pasaron a explicarme como serÃa mi futuro a partir de entonces, cuantos proyectos no se realizarÃan, en resumen: el “marrónâ€? que tenÃa encima.
Al llegar a Arkaute me metieron en una celda de unos 4 x 3 m, con luz artificial y una especie de cama de piedra. Estando allà sentado apareció una persona de paisano, alto, 1.80, moreno, fuerte, con bigote y acento de fuera. Me empezó a gritar, dónde pensaba que estaba, que cada vez que oyera la puerta tenÃa que estar con las manos a la espalda, agachado y mirando a la pared contraria a la puerta. Todo ello entre gritos.
Durante aquella mañana me fueron realizados la toma de huellas, fotografÃas etc. Esa misma mañana tuve mi primer interrogatorio. Empezaron por meterme en un cuarto iluminado con fluorescentes, tendrÃa 4 ó 5 metros de largo y 2.5 ó 3 metros de ancho. A la entrada habÃa una mesa de oficina sin nada encima, y unas sillas. Me indicaron cual era mi lugar, al fondo de la habitación junto a la pared. Me indicaron que me pegara a la pared con las piernas abiertas y flexionadas y los brazos y las palmas de las manos estiradas, pegado a la pared. TenÃa forma de “Xâ€?. Ellos le llamaban la postura de “Spidermanâ€?, cosa que les hacÃa mucha gracia. En la habitación habrÃa tres ertzainas en el interrogatorio, y un cuarto que se dejaba ver. Yo creo que este cuarto era el que controlaba el interrogatorio, el que regulaba los tiempos.
Sobre la postura que he comentado, ellos decÃan que era la nueva forma de tortura, que no dejaba marcas y sus efectos eran como si te hubiesen dado una paliza. Todos los interrogatorios empezaban de la misma manera: un viejo radiocasete puesto a todo volumen, que estaba fuera de la habitación, supongo que para que no se oyeran los gritos de dentro o como señal para los demás detenidos de que la “funciónâ€? habÃa comenzado sino para ti, para algún otro compañero. También quiero resaltar el ritual del interrogatorio; primero te ordenaban ponerte en tu lugar, luego corregÃan la posición de las piernas y los brazos, y más tarde empezaban a gritarte en los oÃdos, uno detrás de otro, sin importarles las respuestas. Era como si te estuvieran poniendo a punto, ponerte en la máxima tensión. Mi reacción defensiva era abstraerme de los gritos y mantenerme con la cabeza agachada y los ojos cerrados. Pasada esta fase, empezaban a hacer las preguntas más pausadas, en aquel momento ya esperaban respuestas. Las primeras preguntas eran gritos, que si era de ETA, dónde estaba el liberado etc. En estas preguntas, repito, no querÃan respuestas. Más tarde, las siguientes preguntas eran sobre mi nombre, dónde trabajaba etc., en estas si querÃan respuestas y por ello las hacÃan más pausadas. Este interrogatorio durarÃa unos 45 minutos. El proceso siempre era el mismo: el cuarto hombre hacÃa una señal, los tres paraban y avisaban a los que me tenÃan que llevar al calabozo. Me recogÃan y con las manos a la espalda, espalda flexionada y nuca agachada, era llevado a los calabozos, sin poder mirar a ningún sitio que no fuera el suelo.
Después de este primer interrogatorio fui sacado de la celda para trasladarme al hospital de Santiago. Allà me pasaron a un cuarto esposado a la espalda. El médico me hizo un chequeo rutinario apreciándome una herida en la muñeca izquierda y una rozadura en la rodilla derecha. Le comenté que la herida de la muñeca era de las esposas y que lo de la rodilla fue en la detención en Portugalete.
Quiero hacer mención del traslado al hospital, fui introducido en un coche patrulla sin asientos en la parte trasera. Me metieron sin miramientos, de tal forma que mi cuerpo quedó recostado sobre las esposas que tenÃa en la espalda, lo que provocó que me las fuera clavando durante todo el viaje. Todo ello agravado por la forma de conducir, tomando las curvas de forma brusca, mi cuerpo se balanceaba como un muñeco con el consiguiente dolor en las muñecas.
Una vez terminada la revisión, el médico mandó a la enfermera hacerme una cura en la muñeca y recetarme algo. En ningún momento me dieron medicamento alguno.
Cuando llegamos otra vez a Arkaute me dejaron un par de horas en el calabozo. Los primeros dÃas de detención la música no dejaba de sonar. Yo sabÃa que aparte de Ana y de mà habÃa otras cuatro personas detenidas. Aún estando en la parte más alejada de los calabozos (yo estaba en la entrada y los interrogatorios se realizaban al final del pasillo, a unos 20mts.) el sonido de la música era perfectamente audible. SabÃas que cuando empezaba a sonar la música alguien iba a ser interrogado y te quedabas en tu celda mirando a la puerta por si eras tú.
Una vez llegado del hospital tuve otro interrogatorio. Este fue diferente, estaba con un ertzaina vestido de paisano y a cara descubierta que me obligaba a que le mirase, porque me decÃa que no pasaba nada. Era de media estatura, cara rechoncha y rojiza, pelo rizado y claro o castaño. Se presentó como jefe de interrogatorios y empezaba a distensionar el tema de conversación hablando de fútbol, polÃtica etc. Era como yo le llamaba el “interrogatorio blandoâ€?, pero era el que más daño te hacÃa porque perseguÃa relajarte y de esta manera bajar la guardia. SabÃa perfectamente que después de este interrogatorio venÃa un periodo de descanso y reflexión en la celda para volver a pasar otra vez al interrogatorio fÃsico con gritos en los oÃdos, amenazas del tipo “te vamos a violarâ€?, o “a tu compañera le gusta que le toquemosâ€?.
En el segundo de los interrogatorios que tuve de los llamados “durosâ€? y viendo que repetÃan las mismas preguntas banales “¿Cómo te llamas?â€? y sabiendo que lo sabÃan perfectamente, tuve una reacción que fue la tónica de los 4 dÃas restantes. Decidà no volver a hablar o contestar con palabras.
Los interrogatorios que denominaba “durosâ€? eran realizados por encapuchados y principalmente consistÃan en posturas mantenidas durante 45 minutos tras las cuales te quedaba el cuerpo como si te hubieran dado una paliza. Simultáneamente no paraban de gritarme al oÃdo, haciendo risas de lo bien que se lo estaban pasando con mi compañera. En uno de los interrogatorios uno de los encapuchados se puso detrás de mÃ, tan cerca que creÃa que se restregarÃa contra mÃ, me decÃa que me darÃa por el culo, a lo que los demás se reÃan. En un momento determinado, hizo como que me iba a meter algo en el culo (yo tenÃa la ropa puesta) creo que utilizó la pata de una silla. Me puse a gritar, retorciéndome, mientras sus compañeros me sujetaban. Esto durarÃa unos segundos, fue un simulacro.
En otro de los interrogatorios, sobre el tercer dÃa, me cambiaron de habitación, la cual identifiqué como la misma donde pasaba con los forenses. TendrÃa 4 x 3 m, con una mesa según entrabas y tres sillas, dos a un lado y la otra hacia la puerta. Nada más entrar me mandaron ponerme contra la pared, en la misma postura de siempre (en forma de “Xâ€?). En este interrogatorio no habÃa preguntas, pasaron como de costumbre 3 ó 4 ertzainas. HabÃa un gran silencio, como si fuera parte del ritual. Empezaron a dar vueltas de forma sigilosa alrededor de mÃ, les oÃa respirar, el silencio se hacÃa angustioso. Yo esperaba que en cualquier momento arrancaran a gritar, a tirar cosas, a golpear contra la pared con una botella de plástico vacÃa, en definitiva, a romper aquel angustioso silencio. Los segundos parecÃan una eternidad. Tienes el cuerpo en tensión, ni tan siquiera te han golpeado y parece que deseas que pase algo. De repente, se acerca uno de los encapuchados con una especie de cable con un botón en un extremo. Enseguida lo identifiqué, al trabajar en un hospital, con los cables que se utilizan para hacer electros a los pacientes. Muy suavemente me fue pasando el cable por mi cuerpo para que sintiera lo que iba a pasar más adelante. Con una botella de agua me fueron tirando por encima de la cabeza, pequeñas cantidades. En aquel momento empecé a mostrar el miedo de saber que me iban a producir descargas. A partir de este momento el proceso se acelera, el encapuchado que está con el cable me lo coloca en la muñeca, haciendo pequeños espasmos simultáneamente con apagar la luz. Esto lo repitieron tres o cuatro veces. No sé si verdaderamente querÃan hacerme creer que me iban a aplicar electrodos o solo querÃan pasar “un buen ratoâ€?. Digo esto porque desde el principio yo creo que ni ellos se creÃan que yo pensaba que era real.
En otro de los interrogatorios, les pedà que me dejaran ir al servicio ya que me estaba orinando. Empezaron a reÃrse y en un momento dado, me dieron un pequeño golpe en la vejiga lo que provocó que me orinara. Tras esto, no tardaron mucho en empezar a ridiculizarme diciéndome que “me meaba porque era un mierdaâ€?.
Al dÃa siguiente en otro de los interrogatorios (creo que era otro grupo) al acercarse a mà y percatarse del olor de mis ropas que gritaban que era un cerdo. En ningún momento consiguieron que me avergonzara de nada, aunque yo manifestara con mi cuerpo otra cosa. En este interrogatorio cuando la presión se hacÃa agobiante decidà crear mi propia cortina de humo. Estando sentado en una silla de plástico y cuando la angustia iba en aumento, deliberadamente comencé a orinarme. Esto no pareció que les agradó mucho pues tuvieron que cortar el interrogatorio reprochándome si no tenÃa lengua para decir que tenÃa que ir al servicio. En total creo que me oriné tres veces en los cinco dÃas.
Una constante que se repetÃa en los interrogatorios denominados “durosâ€? fue las referencias a mi compañera. Desde el principio de la detención, después he sabido que se lo dijo Ana como protección, me decÃan que Ana estaba embarazada, que yo debÃa de pensar por tres que ya no pensara solo en mÃ. Las constantes a que en cualquier momento y debido a que alguno se le fuera la mano, podÃan provocarle un aborto. Empezaban a comentarme los reproches que supuestamente me hacÃa Ana por tener que pasar por aquella situación, y que yo era culpable. En definitiva, pretendÃan que creyese que mi compañera se habÃa derrumbado. Todo esto iba acompañado con manifestaciones de tipo sexual. Uno de los encapuchados que en uno delos interrogatorios me dijo que mi compañera no valÃa nada como mujer, entró y susurrándome al oÃdo me pidió perdón por lo que me habÃa dicho. Me comentó que se habÃa confundido, que al verla desnuda no estaba tan mal, que le habÃa tocado todo el cuerpo y que tenÃa que reconocer que no le importarÃa pasar un buen rato con ella. Yo al oÃr aquello me revolvà y comencé a gritar, siendo sujetado por dos encapuchados pues creÃan que me podÃa auto lesionar. Me dijeron que si me volvÃa a pasar por la cabeza aquella idea me iban a poner un casco de moto y me iban a atar las manos y los pies.
En otro de los interrogatorios, este sin capuchas, habÃa un ertzaina de unos 45 ó 50 años, de mediana estatura, complexión fuerte, moreno y canas, de grandes manos, euskaldun que en un determinado momento que estuviese tranquilo, que si Anuk habÃa visto “enanitos verdesâ€? yo verÃa “enanitos rojosâ€? en el monte. Esto me lo decÃan por pensar que no comÃa por miedo a que me drogaran. La verdad que al principio no comà ni bebà nada, aunque luego decidà hacerlo aleatoriamente.
Los interrogatorios denominados “blandosâ€? los hacÃa el que se hacÃa llamar el jefe del operativo: mediana estatura, cara rellena y rojiza, pelo claro. Cada vez que estábamos juntos, los demás acataban todo lo que él decÃa. HacÃa de mensajero entre lo que supuestamente decÃa Ana sobre mà y de cómo podrÃa mejorar nuestra situación.
Me planteó dos tratos; el primero consistÃa en confesar lo que ya sabÃan por las pruebas rellenando “5 lÃneas del libroâ€?. DecÃa que no tenÃamos que comernos el libro entero (el libro era el atestado policial). A cambio, él conseguirÃa que Ana saliera libre y yo ingresarÃa en prisión y al de unos meses saldrÃa con fianza. Me decÃan que tenÃa que pensar en Ana y en mi hijo que iba a nacer, que no podÃa permitir que naciera en la cárcel. El segundo consistÃa en una variante del primero, en el cual yo ni tan siquiera tendrÃa que entrar en prisión. Me insinuó que si yo no tenÃa reparos en tomar periódicamente un café con él, podÃamos amañarlo de tal forma que yo “tomaba un caféâ€? él me pasaba un sobre y ninguno de los dos entrarÃa en prisión. Me comentaba que estos tratos se hacÃan más habitualmente de lo que la gente creÃa, que no fuera tonto y que por una vez en la vida fuera egoÃsta y que no pensara en los demás, que hiciera algo por mà y por mi familia.
El otro interrogador era un hombre joven, unos 40 años, pelo liso y rubio, ojos azules, gafas finas, 1.80 de estatura, euskaldun. Los interrogatorios de este eran como los del anterior pero un poco más burdos. Pienso que era porque se les terminaba el tiempo de detención y no conseguÃan que me auto inculpara. Con este ertzaina fue donde tenÃa que dar una respuesta a las ofertas de su jefe. Le dije que tendrÃa que pensármelo. Me dejó varias horas en la celda, la cual seguÃa como durante el primer dÃa con una especie de ventana que tenÃa unos fluorescentes que por momentos parecÃa que era la claridad que entraba desde la calle. Digo que era una sensación, teniendo en cuenta que estaba encendida todo el dÃa y toda la noche. No sabÃas si era de dÃa o no, aunque a mà siempre me parecÃa que era de dÃa.
Cuando pasé a uno de los últimos interrogatorios “blandosâ€?, el mismo ertzaina anterior, me preguntó si aceptaba el trato, a lo que le contesté que no, que ya harÃa algo ante el juez para evitar que Ana y “mi hijoâ€? entraran en prisión. Resumiendo, aquà quedó mi postura y ya no intentaron hacer ningún trato.
En uno de los últimos interrogatorios (sin encapuchar) me empezaron a contar que ellos eran gudaris y no yo, que era un maqueto. Este interrogatorio fue realizado por ertzainas de paisano, pero eran los mismos que estuvieron encapuchados y vestidos con un mono azul. Entre ellos estaba el que me hizo la referencia a Anuk, y el que me hablaba de Ana, lo buena que estaba desnuda. Del primero, anteriormente le he descrito, del segundo decir que era alto, moreno, pelo corto, barba cerrada como un “Geypermanâ€?, de tez morena. Eran los mismos que habÃan participado en otros interrogatorios estando encapuchados, y que en esta ocasión estaban sin encapuchar, y en un interrogatorio, como digo yo, para pasar el rato. Me preguntaban si sentÃa odio, y yo sin contestarles, pensaba para mis adentros que no sentÃa odio por ellos, que lo único que sentÃa era un gran asco, asco de ver cómo intentaban lavar sus conciencias, asco de que hubiera gente que disfrutara viendo un cuerpo tendido en el suelo orinado, sollozando, asco de que pudieran terminar su turno, llegar a casa, saludar a su mujer y sus hijos, que ella le preguntara “¿Qué tal en el trabajo, cariño?â€? y él le contestara “ya sabes cariño, bien como siempreâ€?. Asco de que las mismas manos que acariciaban a sus hijos hubieran sobado a mi compañera. En definitiva, sentà asco de su existencia.
Durante los cinco dÃas que estuve en Arkaute llegué a contar una media de 10 ó 12 interrogatorios diarios. Como cada dÃa entraba a la celda para darme desayuno, comida y cena, conseguà hacer un ciclo completo, marcando con bolitas de pelusa de la manta de desayuno a desayuno. Otro dato orientador era la presencia de los forenses que pasaban todos los dÃas entre las 11.00 y las 15.00 horas.
Cada vez que estaba en la celda procuraba dormir y en cierta manera creo que lo conseguÃ. SabÃa que no iba a tener oportunidades largas para hacerlo por lo que intentaba no desaprovechar ningún momento por pequeño que fuera.
Hubo un dÃa en que me despertó el ruido de la música y aprecié unos sonidos extraños, como si estuvieran utilizando un aparato para distorsionar la voz. Llegué a la conclusión que podrÃan estar haciendo pruebas para elaborar alguna grabación para fingir la realidad. La música que solÃan poner solÃa ser grabada en cintas. Pero lo que se suponÃa que era la emisora de radio, deduje que también eran grabaciones. Esto lo digo porque un dÃa que hay habÃa pasado por donde los forenses sobre las 12.00 horas, uve un interrogatorio que daba las 9.00 de la mañana.
Para los ertzainas era una constante hacerte creer que llevabas menos tiempo del que realmente llevabas. Por ejemplo, cuando habÃa pasado en dos ocasiones por los forenses (yo sabÃa que era el tercer dÃa) ellos me decÃan que solo llevaba 24 horas y que todavÃa me quedaban 120 horas. Ni tan siquiera sabÃan multiplicar.
Durante mis interrogatorios, era una constante, me hacÃa creer que mi compañera habÃa llegado al lÃmite y que se habÃa derrumbado. Me proponÃan que no alargara más su agonÃa, ya que incluso estaban preocupándose de que al final le pasara algo a Ana que fuera irreversible. Me pareció, incluso oÃrle llorar en la habitación de al lado. Mi única defensa era pensar que era una grabación de interrogatorios anteriores. No podÃa dejar que sus mensajes me afectaran.
Salvo el primer dÃa que me llevaron al Hospital de Santiago los demás dÃas me visitaban los médico forenses , más o menos sobre las mismas horas, de 11.00 a 15.00. todos los dÃas venÃan dos personas: una choca joven que me hacÃa las exploraciones y otra que tomaba notas. La chica joven pasó todos los dÃas mientras que la otra chica hubo un dÃa que fue sustituida por un chico joven. No creo que me enseñaran ningún documento o carné, aunque desde el primer dÃa dijeron ser médicos forenses enviados por el juzgado. La verdad es que me daba igual que lo fueran o no, yo estaba decidido a contarles lo que me hacÃan en los interrogatorios.
La habitación en la que hacÃan la consulta era la misma que he descrito antes como el sitio donde simularon los electrodos. Antes se me ha olvidado el detalle de que en lado izquierdo habÃa un aparato para dar aire que estuvo apagado. Todas las visitas que me hicieron los forenses, fueron entre ellos dos y yo, con la puerta de la habitación cerrada. Siempre les preguntaba el dÃa y la hora que era, a lo que me respondÃan. También les preguntaba que tal estaba Ana, si la habÃan visto ya etc. La chica que me tomaba las constantes, pequeñita y simpática, me comentaba que Ana estaba bien dadas las circunstancias y que ella también se interesaba por mi estado. Todos los dÃas me tomaban la tensión, la temperatura y me auscultaban el pecho. También realizaban una exploración visual de cuerpo entero: me quitaba la camiseta y después me bajaba los pantalones para examinar mi cuerpo. En uno de los dÃas tomaron medición de unas heridas que tenÃa debajo del sobaco izquierdo (herida que el dÃa anterior no me vieron), me preguntaron cómo me la habÃa hecho, y les respondà que me agarraron por debajo de los brazos en un interrogatorio que acabé en el suelo, y que entre dos ertzainas me levantaron por la fuerza agarrándome de los sobacos. Les explicaba las posturas que me obligaban a hacer. Les comentaba los dolores que aquello me provocaba en la espalda, dolores que me obligaban a caminar doblado. Las forenses me recetaron algún medicamento que los ertzainas no me daban. Esto también se lo volvà a decir. Les comenté también las heridas que tenÃa en las muñecas, a lo que me iban a dar orden de que me dieran “betadineâ€? y que me lo cubrieran con esparadrapo. Como esto no sucedió, al dÃa siguiente se lo comenté y mandaron que me lo curaran inmediatamente, cosa que hicieron los ertzainas reprochándome que no hubiera dicho nada antes.
Uno de los dÃas, viendo mi estado tembloroso me preguntaron qué me habÃan hecho. Yo les conté lo del simulacro de los electrodos y las posturas que me obligaban a mantener. Les comenté que me dolÃa mucho el cuello. Me miraban con cierta lástima y como si quisieran reconfortarme, me indicaron unos pequeños ejercicios para aliviar los dolores.
Todos los dÃas cotejaban los datos de la exploración con los del dÃa anterior que traÃan transcritos en folios oficiales del juzgado. A modo de ejemplo, la tensión la tenÃa todos los dÃas descompensada, me decÃan que era producto de la tensión a la que me estaban sometiendo.
En resumen, sin saber si todo lo que les contaba lo apuntaban oficialmente, dirÃa que el trato fue correcto, hacÃan que el momento de su paso fuera distendido, que me sintiera relajado, en definitiva, seguro. En ningún momento intentaron ocultarme datos sobre el dÃa o la hora. Incluso un dÃa les dije que no me habÃa dado nada de beber, preguntándome si querÃa que pidieran ellas algo. Una vez que acabó la exploración, ordenaron que me trajeran una coca- cola sin abrir, y estuvieran cinco minutos más mientras yo me la tomaba, diciéndome que no tuviese prisa.
Cada vez que me llevaban a la celda (solÃan ser dos chicas o dos chico encapuchados) mi postura era cada vez más doblado porque los dolores de espalda impedÃan que me enderezara. HabÃa uno de los ertzainas que cada vez que me dejaba en la celda me daba un par de palmadas en el hombro. Estoy totalmente convencido que dicho ertzaina se avergonzaba del trato que me estaba recibiendo.
Quiero hacer constar la presencia de una cámara de vigilancia que habÃa cubriendo el recorrido de los calabozos a la zona de interrogatorios. Aunque mucho me temo que estarÃa allà colocada como un adorno más.
Uno de los momentos más humillantes y a la vez el indicador de que se aproximaba la declaración policial y por lo tanto el final de mi estancia en Arkaute fue cuando me dijeron que tenÃa que quitármela ropa y que debÃa ducharme. Me decÃan que olÃa como los cerdos, me habÃa orinado encima tres veces, y que debÃa cambiarme de ropa. Yo me negué diciendo que aquella era mi ropa, que no me la quitarÃa. Fui llevado hasta la ducha y acurrucado contra la pared me seguÃa negando a quitarme la ropa y ducharme. Entre 3 ó 4 ertzainas me desnudaron. Yo al principio me resistà encogiendo mi cuerpo, entre sollozos quedé tirado en el suelo desnudo. Fui empujado en aquella postura a la ducha y empezaron a dar el agua. estando yo en aquella postura me aseguraban que si tenÃan que ducharme ellos, lo harÃan. DecidÃ, una vez mojado, ducharme, tras lo que vinieron con ropa nueva: un pantalón de buzo azul oscuro de los que llevaban ellos, y una camiseta azul oscuro de las que usaban ellos para hacer gimnasia. Tras vestirme, se reÃan, decÃan que era como torturar a un compañero.
Con estas pintas a la tarde fui conducido al piso de arriba a realizar la declaración policial. Era un cuarto pequeño con estanterÃas con libros, archivadores, una mesa de escritorio, dos ertzainas vestidos de paisano y otra persona que la presentaron como mi abogado de oficio (no se identificó). Me leyeron los derechos y dije que no querÃa hacer ninguna declaración, tras lo cual rellenaron el papeleo y me negué a firmar. Fui conducido de nuevo al calabozo. Los dos o tres interrogatorios que sufrà después, podrÃamos decir que fueron de rutina. No hubo represalias por no declarar, ya sabÃan que no lo iba a hacer.
A la madrugada siguiente sobre las 4 h., entraron en mi celda y me dieron un pantalón vaquero sin estrenar y una camiseta azul clara nueva. Me decÃan que tenÃa que estar presentable para ver al juez. Yo les decÃa que querÃa mi ropa, contestándome que aquello era imposible. A modo de consejo me dijeron que si me portaba bien en el viaje a Madrid sus compañeros igual me esposaban las manos delante.
Fui conducido a Madrid en un coche con tres ertzainas: dos delante y otro detrás, el que llegó a dormirse en el viaje. El viaje fue tranquilo, solo hablaban entre ellos de cosas sin importancia. Yo, por el contrario, tenÃa las manos a la espalda y con el paso del tiempo, las posturas que tomaba eran bastante molestas. A la altura de Burgos les pedà si me podÃan poner las esposas delante. Llamaron por radio a los que iban con Ana advirtiéndoles que saldrÃan de la autopista para un asuntillo. Al parar el coche en una isleta me dijeron que no hiciese tonterÃas. Me cambiaron las esposas e incluso pude dormir un rato hasta Madrid. Allà se llegaron a perder al intentar tomar un atajo para llegar a la Audiencia Nacional.
Una vez en la Audiencia Nacional, no sé cuanto tiempo pasamos antes de subir a declarar, pero creo que serÃan dos o tres horas. No sé muy bien si pasé por el forense o no, la verdad es que no lo recuerdo. Lo que sà recuerdo es que me pasaron ante un señor que me entregó un papel en el que la juez levantaba la incomunicación. Pasé a declarar ante Teresa de Palacios, no recuerdo quien era el fiscal y al abogado que tuve le reconocà enseguida porque le conocÃa de la calle, Alfonso Zenón. Conseguimos intercambiar unas palabras, yo le dije que estaba bien dentro de lo que cabÃa. Al pasar ante la juez, presentó a las personas que allà habÃa, mandó quitarme las esposas y me leyó los derechos. Me preguntó si tenÃa algo que declarar, le contesté que NO. A preguntas de mi abogado de si habÃa pertenecido o pertenecÃa a ETA, contesté, NO NUNCA. Y aquà termina mi declaración.
Me bajan de nuevo a los calabozos y al cabo de una hora o asÃ, comunico con mi abogado que me dice que han decretado mi ingreso en prisión, comunicada y sin fianza. Recibo la noticia sin sorpresas y con una gran dignidad, diciendo “¿Qué le vamos a hacer?â€?. Me explica que va a intentar que comuniquemos con la familia, cosa que hacemos al de un rato, con toda la carga emotiva que conlleva. También quiero resaltar que permitieron que estuviésemos Ana y yo en una habitación con la puerta abierta. Este reencuentro fue más emocionante si cabe, nos abrazamos sin poder decir nada, nos miramos, sonreÃmos y le pregunté qué tal estaba, a lo que me contestó que habÃa sido muy duro pero que ya todo habÃa terminado. Nos volvimos a sonreÃr y a abrazarnos. Yo sé muy bien que si el paso por comisarÃa es un mal trago para cualquier persona, lo es doblemente para las mujeres por el hecho de serlo. Estuvimos allà unos 10 minutos, intentando darnos fuerzas con nuestros abrazos y allà en silencio intentaba imaginarme lo duro que debÃa haber sido para ella, y ella, sin embargo, me intentaba dar ánimos a mÃ.
De la Audiencia Nacional nos trasladaron a Soto del Real sobre el atardecer. Hasta la mañana siguiente no empezamos a realizar el papeleo burocrático y el paso por los diferentes departamentos; pasé por la asistenta social, médico, practicante, educador social etc. A todos ellos les dije que estaba allà con mi compañera. Al pasar por el médico le comenté los fuertes dolores que tenÃa en la espalda debido al paso por comisarÃa. Me recetó algún anti-inflamatorio y rellenó la ficha de enfermedades. En definitiva, ya estaba en la cárcel y los trámites eran los comunes.
Antes de terminar quiero volver a un pasaje que se me la olvidado comentar antes. Estando en uno de los interrogatorios, creo que era el tercer dÃa, aparecieron unos ertzainas con unos documentos que decÃan que eran de la PolicÃa Nacional. Comentaban que se habÃan enterado por la policÃa que tenÃa más marrón de lo que ellos pensaban, sacaban a relucir mi detención de 1989. me comentaban que al enterarse la PolicÃa Nacional de que estaba detenido tenÃan muchas ganas de estar conmigo. Me intentaron amenazar diciendo que sino contestaba a sus preguntas iban a dejarme en Miranda de Ebro en manos de la PolicÃa Nacional para que ellos me llevasen a la Audiencia Nacional, y de esta manera estar unas horas en sus manos, que me tenÃan muchas ganas. Yo me hice el tonto y allà terminó el tema.
Otra de las constantes que no paraban de repetirme era que me llamaban oligofrénico, supongo que era a partir de que cuando me preguntaban cómo me llamaba, no les contestaba. Estuve tres dÃas en la misma postura; agachado, con la cabeza agachada y balanceándome sin responderles. Era tal la situación que me preguntaban: “Roberto, ¿cómo te llamas?â€? Yo no les decÃa nada y sólo me balanceaba de atrás hacia delante. Al principio exigÃan que respondiera con palabras, pero luego, me decÃan que contestara con gestos. Me decÃan que ya que no les decÃa cómo me llamaba que a partir de aquel momento me iban a llamar “hijo de putaâ€?.
He intentado reflejar mi paso por comisarÃa lo más fiel posible, aunque espero que entendáis que hay momentos que se me olvidan o que los guardas en la memoria de forma difuminada. Es difÃcil trasladar al papel todos los recuerdos, ideas que te vienen a la mente, y sobre todo sentimientos.
Para cualquier cosa que queráis, o que os pueda aclarar o detallar, ya sabéis dónde estoy (de momento), Soto del Real, módulo 5. Espero que mi relato pueda servir de algo y por supuesto acepto que sea utilizado de la mejor manera posible, siempre bajo vuestro criterio. |