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Notícies :: criminalització i repressió
Testimonio tortura Roberto Sainz (Euskal Herria)
15 nov 2003
Detenido por la Ertzaintza 7/9/03
ROBERTO SAINZ OLMOS (Portugalete).

Fui detenido la madrugada del 6 al 7 de septiembre, junto a mi compañera Ana, sobre las 4 horas de la madrugada. Nos dirigíamos en mi coche junto a mi hermano y una amiga común. Al pasar junto a la Policía Municipal apreciamos un grupo de unas 10 ó 12 personas que estaban esperando en una esquina. Al pasar junto a ellos y una vez de que no se hubiesen percatado de nuestra presencia, el coche que iba detrás nuestro hizo una maniobra brusca cortándonos el paso. En aquel momento bajaron tres personas encapuchadas apuntándonos con las pistolas y gritando que saliéramos del coche, todo ello entre insultos y gritos. En un momento el grupo de personas que estaba en la esquina llegó hasta nosotros sacándonos del coche a rastras. Fue tal su precipitación que el coche se quedó sin el freno de mano, y al ser arrastrado, el vehículo se desplazó hacia atrás, golpeando uno de sus coches.
Los cuatro que íbamos en el coche fuimos reducidos en el suelo, golpeados (en mi caso recibí un puñetazo en el pómulo izquierdo) y arrastrados cada uno a un coche. En ningún momento se identificaron.
Una vez en el coche empezaron a insultarme y me obligaron a agachar la cabeza entre las piernas, a la vez que recibía algún golpe que otro. Me decían que antes de llevarme a la comisaría me llevarían al monte, a ver si allí era tan valiente. Después de dar unas vueltas, no sé muy bien por dónde, llegamos a una comisaría que identifiqué de la Ertzantza por los coches, era grande y supuse que sería la de Muskiz. Allí fui tirado en un calabozo y procedieron a cachearme y quitarme las pertenencias que tenía en los bolsillos, al igual que me fueron quitados los cordones de las zapatillas. Aquí recibí otra vez algún golpe, empezando a interrogarme sobre la presencia de un miembro de ETA en mi casa. Yo les contestaba que no sabía de qué hablaban. Ellos me decían que si no les decía si estaba en casa lo iba a pasar muy mal ya que yo sería el primero en entrar y en caso de que estuviera el liberado, habría “tiros�, lo demás me lo podía imaginar.
En esta comisaría estaría unos 45 minutos, siendo llevado a mi casa. Al llegar nosotros, la vivienda ya estaba abierta y era un entrar y salir de agentes encapuchados, algunos llevaban uniformes negros y gorras. Una vez en el piso, al de un rato, llegó mi compañera con más ertzainas y al de un rato apareció una persona que dijo ser un “agente judicial�. No sé muy bien si fue en este momento cuando me leyeron mis derechos. Durante el registro, el agente judicial permaneció en la sala de estar al igual que Ana y yo. Mientras tanto había dos ertzainas por toda la casa. El registro lo empezaron en la sala, iban clasificando las cosas que se iban a llevar. De vez en cuando, cuando el registro estaba en otras dependencias de la casa, llevaban a Ana para preguntarle por alguna pertenencia. Quiero resaltar que el agente judicial en ningún momento se movió de la sala mientras había agentes por todas las habitaciones. En un momento determinado trajeron algo de una habitación. No sé muy bien que fue, pero Ana les dijo que nunca lo habíamos visto antes, dirigiéndose al agente judicial le aseguró que aquello lo habrían puesto ellos. No sé qué era. El registro terminaría más o menos a las 8:30 de la mañana. No tengo constancia de que avisaran a nadie de la detención. Más tarde me enteré que tanto mi hermano como nuestra amiga fue puestos en libertad pasadas unas horas.
Una vez terminado el registro fui introducido en un coche patrulla dirigiéndose hacia Gasteiz. El traslado, tanto este como el primero, lo realicé esposado a la espalda. En el viaje me empezaron a hablar de lo tonto que era “por haber tenido un liberado en casa�, y pasaron a explicarme como sería mi futuro a partir de entonces, cuantos proyectos no se realizarían, en resumen: el “marrón� que tenía encima.
Al llegar a Arkaute me metieron en una celda de unos 4 x 3 m, con luz artificial y una especie de cama de piedra. Estando allí sentado apareció una persona de paisano, alto, 1.80, moreno, fuerte, con bigote y acento de fuera. Me empezó a gritar, dónde pensaba que estaba, que cada vez que oyera la puerta tenía que estar con las manos a la espalda, agachado y mirando a la pared contraria a la puerta. Todo ello entre gritos.
Durante aquella mañana me fueron realizados la toma de huellas, fotografías etc. Esa misma mañana tuve mi primer interrogatorio. Empezaron por meterme en un cuarto iluminado con fluorescentes, tendría 4 ó 5 metros de largo y 2.5 ó 3 metros de ancho. A la entrada había una mesa de oficina sin nada encima, y unas sillas. Me indicaron cual era mi lugar, al fondo de la habitación junto a la pared. Me indicaron que me pegara a la pared con las piernas abiertas y flexionadas y los brazos y las palmas de las manos estiradas, pegado a la pared. Tenía forma de “X�. Ellos le llamaban la postura de “Spiderman�, cosa que les hacía mucha gracia. En la habitación habría tres ertzainas en el interrogatorio, y un cuarto que se dejaba ver. Yo creo que este cuarto era el que controlaba el interrogatorio, el que regulaba los tiempos.
Sobre la postura que he comentado, ellos decían que era la nueva forma de tortura, que no dejaba marcas y sus efectos eran como si te hubiesen dado una paliza. Todos los interrogatorios empezaban de la misma manera: un viejo radiocasete puesto a todo volumen, que estaba fuera de la habitación, supongo que para que no se oyeran los gritos de dentro o como señal para los demás detenidos de que la “función� había comenzado sino para ti, para algún otro compañero. También quiero resaltar el ritual del interrogatorio; primero te ordenaban ponerte en tu lugar, luego corregían la posición de las piernas y los brazos, y más tarde empezaban a gritarte en los oídos, uno detrás de otro, sin importarles las respuestas. Era como si te estuvieran poniendo a punto, ponerte en la máxima tensión. Mi reacción defensiva era abstraerme de los gritos y mantenerme con la cabeza agachada y los ojos cerrados. Pasada esta fase, empezaban a hacer las preguntas más pausadas, en aquel momento ya esperaban respuestas. Las primeras preguntas eran gritos, que si era de ETA, dónde estaba el liberado etc. En estas preguntas, repito, no querían respuestas. Más tarde, las siguientes preguntas eran sobre mi nombre, dónde trabajaba etc., en estas si querían respuestas y por ello las hacían más pausadas. Este interrogatorio duraría unos 45 minutos. El proceso siempre era el mismo: el cuarto hombre hacía una señal, los tres paraban y avisaban a los que me tenían que llevar al calabozo. Me recogían y con las manos a la espalda, espalda flexionada y nuca agachada, era llevado a los calabozos, sin poder mirar a ningún sitio que no fuera el suelo.
Después de este primer interrogatorio fui sacado de la celda para trasladarme al hospital de Santiago. Allí me pasaron a un cuarto esposado a la espalda. El médico me hizo un chequeo rutinario apreciándome una herida en la muñeca izquierda y una rozadura en la rodilla derecha. Le comenté que la herida de la muñeca era de las esposas y que lo de la rodilla fue en la detención en Portugalete.
Quiero hacer mención del traslado al hospital, fui introducido en un coche patrulla sin asientos en la parte trasera. Me metieron sin miramientos, de tal forma que mi cuerpo quedó recostado sobre las esposas que tenía en la espalda, lo que provocó que me las fuera clavando durante todo el viaje. Todo ello agravado por la forma de conducir, tomando las curvas de forma brusca, mi cuerpo se balanceaba como un muñeco con el consiguiente dolor en las muñecas.
Una vez terminada la revisión, el médico mandó a la enfermera hacerme una cura en la muñeca y recetarme algo. En ningún momento me dieron medicamento alguno.
Cuando llegamos otra vez a Arkaute me dejaron un par de horas en el calabozo. Los primeros días de detención la música no dejaba de sonar. Yo sabía que aparte de Ana y de mí había otras cuatro personas detenidas. Aún estando en la parte más alejada de los calabozos (yo estaba en la entrada y los interrogatorios se realizaban al final del pasillo, a unos 20mts.) el sonido de la música era perfectamente audible. Sabías que cuando empezaba a sonar la música alguien iba a ser interrogado y te quedabas en tu celda mirando a la puerta por si eras tú.
Una vez llegado del hospital tuve otro interrogatorio. Este fue diferente, estaba con un ertzaina vestido de paisano y a cara descubierta que me obligaba a que le mirase, porque me decía que no pasaba nada. Era de media estatura, cara rechoncha y rojiza, pelo rizado y claro o castaño. Se presentó como jefe de interrogatorios y empezaba a distensionar el tema de conversación hablando de fútbol, política etc. Era como yo le llamaba el “interrogatorio blando�, pero era el que más daño te hacía porque perseguía relajarte y de esta manera bajar la guardia. Sabía perfectamente que después de este interrogatorio venía un periodo de descanso y reflexión en la celda para volver a pasar otra vez al interrogatorio físico con gritos en los oídos, amenazas del tipo “te vamos a violar�, o “a tu compañera le gusta que le toquemos�.
En el segundo de los interrogatorios que tuve de los llamados “duros� y viendo que repetían las mismas preguntas banales “¿Cómo te llamas?� y sabiendo que lo sabían perfectamente, tuve una reacción que fue la tónica de los 4 días restantes. Decidí no volver a hablar o contestar con palabras.
Los interrogatorios que denominaba “duros� eran realizados por encapuchados y principalmente consistían en posturas mantenidas durante 45 minutos tras las cuales te quedaba el cuerpo como si te hubieran dado una paliza. Simultáneamente no paraban de gritarme al oído, haciendo risas de lo bien que se lo estaban pasando con mi compañera. En uno de los interrogatorios uno de los encapuchados se puso detrás de mí, tan cerca que creía que se restregaría contra mí, me decía que me daría por el culo, a lo que los demás se reían. En un momento determinado, hizo como que me iba a meter algo en el culo (yo tenía la ropa puesta) creo que utilizó la pata de una silla. Me puse a gritar, retorciéndome, mientras sus compañeros me sujetaban. Esto duraría unos segundos, fue un simulacro.
En otro de los interrogatorios, sobre el tercer día, me cambiaron de habitación, la cual identifiqué como la misma donde pasaba con los forenses. Tendría 4 x 3 m, con una mesa según entrabas y tres sillas, dos a un lado y la otra hacia la puerta. Nada más entrar me mandaron ponerme contra la pared, en la misma postura de siempre (en forma de “X�). En este interrogatorio no había preguntas, pasaron como de costumbre 3 ó 4 ertzainas. Había un gran silencio, como si fuera parte del ritual. Empezaron a dar vueltas de forma sigilosa alrededor de mí, les oía respirar, el silencio se hacía angustioso. Yo esperaba que en cualquier momento arrancaran a gritar, a tirar cosas, a golpear contra la pared con una botella de plástico vacía, en definitiva, a romper aquel angustioso silencio. Los segundos parecían una eternidad. Tienes el cuerpo en tensión, ni tan siquiera te han golpeado y parece que deseas que pase algo. De repente, se acerca uno de los encapuchados con una especie de cable con un botón en un extremo. Enseguida lo identifiqué, al trabajar en un hospital, con los cables que se utilizan para hacer electros a los pacientes. Muy suavemente me fue pasando el cable por mi cuerpo para que sintiera lo que iba a pasar más adelante. Con una botella de agua me fueron tirando por encima de la cabeza, pequeñas cantidades. En aquel momento empecé a mostrar el miedo de saber que me iban a producir descargas. A partir de este momento el proceso se acelera, el encapuchado que está con el cable me lo coloca en la muñeca, haciendo pequeños espasmos simultáneamente con apagar la luz. Esto lo repitieron tres o cuatro veces. No sé si verdaderamente querían hacerme creer que me iban a aplicar electrodos o solo querían pasar “un buen rato�. Digo esto porque desde el principio yo creo que ni ellos se creían que yo pensaba que era real.
En otro de los interrogatorios, les pedí que me dejaran ir al servicio ya que me estaba orinando. Empezaron a reírse y en un momento dado, me dieron un pequeño golpe en la vejiga lo que provocó que me orinara. Tras esto, no tardaron mucho en empezar a ridiculizarme diciéndome que “me meaba porque era un mierda�.
Al día siguiente en otro de los interrogatorios (creo que era otro grupo) al acercarse a mí y percatarse del olor de mis ropas que gritaban que era un cerdo. En ningún momento consiguieron que me avergonzara de nada, aunque yo manifestara con mi cuerpo otra cosa. En este interrogatorio cuando la presión se hacía agobiante decidí crear mi propia cortina de humo. Estando sentado en una silla de plástico y cuando la angustia iba en aumento, deliberadamente comencé a orinarme. Esto no pareció que les agradó mucho pues tuvieron que cortar el interrogatorio reprochándome si no tenía lengua para decir que tenía que ir al servicio. En total creo que me oriné tres veces en los cinco días.
Una constante que se repetía en los interrogatorios denominados “duros� fue las referencias a mi compañera. Desde el principio de la detención, después he sabido que se lo dijo Ana como protección, me decían que Ana estaba embarazada, que yo debía de pensar por tres que ya no pensara solo en mí. Las constantes a que en cualquier momento y debido a que alguno se le fuera la mano, podían provocarle un aborto. Empezaban a comentarme los reproches que supuestamente me hacía Ana por tener que pasar por aquella situación, y que yo era culpable. En definitiva, pretendían que creyese que mi compañera se había derrumbado. Todo esto iba acompañado con manifestaciones de tipo sexual. Uno de los encapuchados que en uno delos interrogatorios me dijo que mi compañera no valía nada como mujer, entró y susurrándome al oído me pidió perdón por lo que me había dicho. Me comentó que se había confundido, que al verla desnuda no estaba tan mal, que le había tocado todo el cuerpo y que tenía que reconocer que no le importaría pasar un buen rato con ella. Yo al oír aquello me revolví y comencé a gritar, siendo sujetado por dos encapuchados pues creían que me podía auto lesionar. Me dijeron que si me volvía a pasar por la cabeza aquella idea me iban a poner un casco de moto y me iban a atar las manos y los pies.
En otro de los interrogatorios, este sin capuchas, había un ertzaina de unos 45 ó 50 años, de mediana estatura, complexión fuerte, moreno y canas, de grandes manos, euskaldun que en un determinado momento que estuviese tranquilo, que si Anuk había visto “enanitos verdes� yo vería “enanitos rojos� en el monte. Esto me lo decían por pensar que no comía por miedo a que me drogaran. La verdad que al principio no comí ni bebí nada, aunque luego decidí hacerlo aleatoriamente.
Los interrogatorios denominados “blandos� los hacía el que se hacía llamar el jefe del operativo: mediana estatura, cara rellena y rojiza, pelo claro. Cada vez que estábamos juntos, los demás acataban todo lo que él decía. Hacía de mensajero entre lo que supuestamente decía Ana sobre mí y de cómo podría mejorar nuestra situación.
Me planteó dos tratos; el primero consistía en confesar lo que ya sabían por las pruebas rellenando “5 líneas del libro�. Decía que no teníamos que comernos el libro entero (el libro era el atestado policial). A cambio, él conseguiría que Ana saliera libre y yo ingresaría en prisión y al de unos meses saldría con fianza. Me decían que tenía que pensar en Ana y en mi hijo que iba a nacer, que no podía permitir que naciera en la cárcel. El segundo consistía en una variante del primero, en el cual yo ni tan siquiera tendría que entrar en prisión. Me insinuó que si yo no tenía reparos en tomar periódicamente un café con él, podíamos amañarlo de tal forma que yo “tomaba un café� él me pasaba un sobre y ninguno de los dos entraría en prisión. Me comentaba que estos tratos se hacían más habitualmente de lo que la gente creía, que no fuera tonto y que por una vez en la vida fuera egoísta y que no pensara en los demás, que hiciera algo por mí y por mi familia.
El otro interrogador era un hombre joven, unos 40 años, pelo liso y rubio, ojos azules, gafas finas, 1.80 de estatura, euskaldun. Los interrogatorios de este eran como los del anterior pero un poco más burdos. Pienso que era porque se les terminaba el tiempo de detención y no conseguían que me auto inculpara. Con este ertzaina fue donde tenía que dar una respuesta a las ofertas de su jefe. Le dije que tendría que pensármelo. Me dejó varias horas en la celda, la cual seguía como durante el primer día con una especie de ventana que tenía unos fluorescentes que por momentos parecía que era la claridad que entraba desde la calle. Digo que era una sensación, teniendo en cuenta que estaba encendida todo el día y toda la noche. No sabías si era de día o no, aunque a mí siempre me parecía que era de día.
Cuando pasé a uno de los últimos interrogatorios “blandos�, el mismo ertzaina anterior, me preguntó si aceptaba el trato, a lo que le contesté que no, que ya haría algo ante el juez para evitar que Ana y “mi hijo� entraran en prisión. Resumiendo, aquí quedó mi postura y ya no intentaron hacer ningún trato.
En uno de los últimos interrogatorios (sin encapuchar) me empezaron a contar que ellos eran gudaris y no yo, que era un maqueto. Este interrogatorio fue realizado por ertzainas de paisano, pero eran los mismos que estuvieron encapuchados y vestidos con un mono azul. Entre ellos estaba el que me hizo la referencia a Anuk, y el que me hablaba de Ana, lo buena que estaba desnuda. Del primero, anteriormente le he descrito, del segundo decir que era alto, moreno, pelo corto, barba cerrada como un “Geyperman�, de tez morena. Eran los mismos que habían participado en otros interrogatorios estando encapuchados, y que en esta ocasión estaban sin encapuchar, y en un interrogatorio, como digo yo, para pasar el rato. Me preguntaban si sentía odio, y yo sin contestarles, pensaba para mis adentros que no sentía odio por ellos, que lo único que sentía era un gran asco, asco de ver cómo intentaban lavar sus conciencias, asco de que hubiera gente que disfrutara viendo un cuerpo tendido en el suelo orinado, sollozando, asco de que pudieran terminar su turno, llegar a casa, saludar a su mujer y sus hijos, que ella le preguntara “¿Qué tal en el trabajo, cariño?� y él le contestara “ya sabes cariño, bien como siempre�. Asco de que las mismas manos que acariciaban a sus hijos hubieran sobado a mi compañera. En definitiva, sentí asco de su existencia.
Durante los cinco días que estuve en Arkaute llegué a contar una media de 10 ó 12 interrogatorios diarios. Como cada día entraba a la celda para darme desayuno, comida y cena, conseguí hacer un ciclo completo, marcando con bolitas de pelusa de la manta de desayuno a desayuno. Otro dato orientador era la presencia de los forenses que pasaban todos los días entre las 11.00 y las 15.00 horas.
Cada vez que estaba en la celda procuraba dormir y en cierta manera creo que lo conseguí. Sabía que no iba a tener oportunidades largas para hacerlo por lo que intentaba no desaprovechar ningún momento por pequeño que fuera.
Hubo un día en que me despertó el ruido de la música y aprecié unos sonidos extraños, como si estuvieran utilizando un aparato para distorsionar la voz. Llegué a la conclusión que podrían estar haciendo pruebas para elaborar alguna grabación para fingir la realidad. La música que solían poner solía ser grabada en cintas. Pero lo que se suponía que era la emisora de radio, deduje que también eran grabaciones. Esto lo digo porque un día que hay había pasado por donde los forenses sobre las 12.00 horas, uve un interrogatorio que daba las 9.00 de la mañana.
Para los ertzainas era una constante hacerte creer que llevabas menos tiempo del que realmente llevabas. Por ejemplo, cuando había pasado en dos ocasiones por los forenses (yo sabía que era el tercer día) ellos me decían que solo llevaba 24 horas y que todavía me quedaban 120 horas. Ni tan siquiera sabían multiplicar.
Durante mis interrogatorios, era una constante, me hacía creer que mi compañera había llegado al límite y que se había derrumbado. Me proponían que no alargara más su agonía, ya que incluso estaban preocupándose de que al final le pasara algo a Ana que fuera irreversible. Me pareció, incluso oírle llorar en la habitación de al lado. Mi única defensa era pensar que era una grabación de interrogatorios anteriores. No podía dejar que sus mensajes me afectaran.
Salvo el primer día que me llevaron al Hospital de Santiago los demás días me visitaban los médico forenses , más o menos sobre las mismas horas, de 11.00 a 15.00. todos los días venían dos personas: una choca joven que me hacía las exploraciones y otra que tomaba notas. La chica joven pasó todos los días mientras que la otra chica hubo un día que fue sustituida por un chico joven. No creo que me enseñaran ningún documento o carné, aunque desde el primer día dijeron ser médicos forenses enviados por el juzgado. La verdad es que me daba igual que lo fueran o no, yo estaba decidido a contarles lo que me hacían en los interrogatorios.
La habitación en la que hacían la consulta era la misma que he descrito antes como el sitio donde simularon los electrodos. Antes se me ha olvidado el detalle de que en lado izquierdo había un aparato para dar aire que estuvo apagado. Todas las visitas que me hicieron los forenses, fueron entre ellos dos y yo, con la puerta de la habitación cerrada. Siempre les preguntaba el día y la hora que era, a lo que me respondían. También les preguntaba que tal estaba Ana, si la habían visto ya etc. La chica que me tomaba las constantes, pequeñita y simpática, me comentaba que Ana estaba bien dadas las circunstancias y que ella también se interesaba por mi estado. Todos los días me tomaban la tensión, la temperatura y me auscultaban el pecho. También realizaban una exploración visual de cuerpo entero: me quitaba la camiseta y después me bajaba los pantalones para examinar mi cuerpo. En uno de los días tomaron medición de unas heridas que tenía debajo del sobaco izquierdo (herida que el día anterior no me vieron), me preguntaron cómo me la había hecho, y les respondí que me agarraron por debajo de los brazos en un interrogatorio que acabé en el suelo, y que entre dos ertzainas me levantaron por la fuerza agarrándome de los sobacos. Les explicaba las posturas que me obligaban a hacer. Les comentaba los dolores que aquello me provocaba en la espalda, dolores que me obligaban a caminar doblado. Las forenses me recetaron algún medicamento que los ertzainas no me daban. Esto también se lo volví a decir. Les comenté también las heridas que tenía en las muñecas, a lo que me iban a dar orden de que me dieran “betadine� y que me lo cubrieran con esparadrapo. Como esto no sucedió, al día siguiente se lo comenté y mandaron que me lo curaran inmediatamente, cosa que hicieron los ertzainas reprochándome que no hubiera dicho nada antes.
Uno de los días, viendo mi estado tembloroso me preguntaron qué me habían hecho. Yo les conté lo del simulacro de los electrodos y las posturas que me obligaban a mantener. Les comenté que me dolía mucho el cuello. Me miraban con cierta lástima y como si quisieran reconfortarme, me indicaron unos pequeños ejercicios para aliviar los dolores.
Todos los días cotejaban los datos de la exploración con los del día anterior que traían transcritos en folios oficiales del juzgado. A modo de ejemplo, la tensión la tenía todos los días descompensada, me decían que era producto de la tensión a la que me estaban sometiendo.
En resumen, sin saber si todo lo que les contaba lo apuntaban oficialmente, diría que el trato fue correcto, hacían que el momento de su paso fuera distendido, que me sintiera relajado, en definitiva, seguro. En ningún momento intentaron ocultarme datos sobre el día o la hora. Incluso un día les dije que no me había dado nada de beber, preguntándome si quería que pidieran ellas algo. Una vez que acabó la exploración, ordenaron que me trajeran una coca- cola sin abrir, y estuvieran cinco minutos más mientras yo me la tomaba, diciéndome que no tuviese prisa.
Cada vez que me llevaban a la celda (solían ser dos chicas o dos chico encapuchados) mi postura era cada vez más doblado porque los dolores de espalda impedían que me enderezara. Había uno de los ertzainas que cada vez que me dejaba en la celda me daba un par de palmadas en el hombro. Estoy totalmente convencido que dicho ertzaina se avergonzaba del trato que me estaba recibiendo.
Quiero hacer constar la presencia de una cámara de vigilancia que había cubriendo el recorrido de los calabozos a la zona de interrogatorios. Aunque mucho me temo que estaría allí colocada como un adorno más.
Uno de los momentos más humillantes y a la vez el indicador de que se aproximaba la declaración policial y por lo tanto el final de mi estancia en Arkaute fue cuando me dijeron que tenía que quitármela ropa y que debía ducharme. Me decían que olía como los cerdos, me había orinado encima tres veces, y que debía cambiarme de ropa. Yo me negué diciendo que aquella era mi ropa, que no me la quitaría. Fui llevado hasta la ducha y acurrucado contra la pared me seguía negando a quitarme la ropa y ducharme. Entre 3 ó 4 ertzainas me desnudaron. Yo al principio me resistí encogiendo mi cuerpo, entre sollozos quedé tirado en el suelo desnudo. Fui empujado en aquella postura a la ducha y empezaron a dar el agua. estando yo en aquella postura me aseguraban que si tenían que ducharme ellos, lo harían. Decidí, una vez mojado, ducharme, tras lo que vinieron con ropa nueva: un pantalón de buzo azul oscuro de los que llevaban ellos, y una camiseta azul oscuro de las que usaban ellos para hacer gimnasia. Tras vestirme, se reían, decían que era como torturar a un compañero.
Con estas pintas a la tarde fui conducido al piso de arriba a realizar la declaración policial. Era un cuarto pequeño con estanterías con libros, archivadores, una mesa de escritorio, dos ertzainas vestidos de paisano y otra persona que la presentaron como mi abogado de oficio (no se identificó). Me leyeron los derechos y dije que no quería hacer ninguna declaración, tras lo cual rellenaron el papeleo y me negué a firmar. Fui conducido de nuevo al calabozo. Los dos o tres interrogatorios que sufrí después, podríamos decir que fueron de rutina. No hubo represalias por no declarar, ya sabían que no lo iba a hacer.
A la madrugada siguiente sobre las 4 h., entraron en mi celda y me dieron un pantalón vaquero sin estrenar y una camiseta azul clara nueva. Me decían que tenía que estar presentable para ver al juez. Yo les decía que quería mi ropa, contestándome que aquello era imposible. A modo de consejo me dijeron que si me portaba bien en el viaje a Madrid sus compañeros igual me esposaban las manos delante.
Fui conducido a Madrid en un coche con tres ertzainas: dos delante y otro detrás, el que llegó a dormirse en el viaje. El viaje fue tranquilo, solo hablaban entre ellos de cosas sin importancia. Yo, por el contrario, tenía las manos a la espalda y con el paso del tiempo, las posturas que tomaba eran bastante molestas. A la altura de Burgos les pedí si me podían poner las esposas delante. Llamaron por radio a los que iban con Ana advirtiéndoles que saldrían de la autopista para un asuntillo. Al parar el coche en una isleta me dijeron que no hiciese tonterías. Me cambiaron las esposas e incluso pude dormir un rato hasta Madrid. Allí se llegaron a perder al intentar tomar un atajo para llegar a la Audiencia Nacional.
Una vez en la Audiencia Nacional, no sé cuanto tiempo pasamos antes de subir a declarar, pero creo que serían dos o tres horas. No sé muy bien si pasé por el forense o no, la verdad es que no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que me pasaron ante un señor que me entregó un papel en el que la juez levantaba la incomunicación. Pasé a declarar ante Teresa de Palacios, no recuerdo quien era el fiscal y al abogado que tuve le reconocí enseguida porque le conocía de la calle, Alfonso Zenón. Conseguimos intercambiar unas palabras, yo le dije que estaba bien dentro de lo que cabía. Al pasar ante la juez, presentó a las personas que allí había, mandó quitarme las esposas y me leyó los derechos. Me preguntó si tenía algo que declarar, le contesté que NO. A preguntas de mi abogado de si había pertenecido o pertenecía a ETA, contesté, NO NUNCA. Y aquí termina mi declaración.
Me bajan de nuevo a los calabozos y al cabo de una hora o así, comunico con mi abogado que me dice que han decretado mi ingreso en prisión, comunicada y sin fianza. Recibo la noticia sin sorpresas y con una gran dignidad, diciendo “¿Qué le vamos a hacer?�. Me explica que va a intentar que comuniquemos con la familia, cosa que hacemos al de un rato, con toda la carga emotiva que conlleva. También quiero resaltar que permitieron que estuviésemos Ana y yo en una habitación con la puerta abierta. Este reencuentro fue más emocionante si cabe, nos abrazamos sin poder decir nada, nos miramos, sonreímos y le pregunté qué tal estaba, a lo que me contestó que había sido muy duro pero que ya todo había terminado. Nos volvimos a sonreír y a abrazarnos. Yo sé muy bien que si el paso por comisaría es un mal trago para cualquier persona, lo es doblemente para las mujeres por el hecho de serlo. Estuvimos allí unos 10 minutos, intentando darnos fuerzas con nuestros abrazos y allí en silencio intentaba imaginarme lo duro que debía haber sido para ella, y ella, sin embargo, me intentaba dar ánimos a mí.
De la Audiencia Nacional nos trasladaron a Soto del Real sobre el atardecer. Hasta la mañana siguiente no empezamos a realizar el papeleo burocrático y el paso por los diferentes departamentos; pasé por la asistenta social, médico, practicante, educador social etc. A todos ellos les dije que estaba allí con mi compañera. Al pasar por el médico le comenté los fuertes dolores que tenía en la espalda debido al paso por comisaría. Me recetó algún anti-inflamatorio y rellenó la ficha de enfermedades. En definitiva, ya estaba en la cárcel y los trámites eran los comunes.
Antes de terminar quiero volver a un pasaje que se me la olvidado comentar antes. Estando en uno de los interrogatorios, creo que era el tercer día, aparecieron unos ertzainas con unos documentos que decían que eran de la Policía Nacional. Comentaban que se habían enterado por la policía que tenía más marrón de lo que ellos pensaban, sacaban a relucir mi detención de 1989. me comentaban que al enterarse la Policía Nacional de que estaba detenido tenían muchas ganas de estar conmigo. Me intentaron amenazar diciendo que sino contestaba a sus preguntas iban a dejarme en Miranda de Ebro en manos de la Policía Nacional para que ellos me llevasen a la Audiencia Nacional, y de esta manera estar unas horas en sus manos, que me tenían muchas ganas. Yo me hice el tonto y allí terminó el tema.
Otra de las constantes que no paraban de repetirme era que me llamaban oligofrénico, supongo que era a partir de que cuando me preguntaban cómo me llamaba, no les contestaba. Estuve tres días en la misma postura; agachado, con la cabeza agachada y balanceándome sin responderles. Era tal la situación que me preguntaban: “Roberto, ¿cómo te llamas?� Yo no les decía nada y sólo me balanceaba de atrás hacia delante. Al principio exigían que respondiera con palabras, pero luego, me decían que contestara con gestos. Me decían que ya que no les decía cómo me llamaba que a partir de aquel momento me iban a llamar “hijo de puta�.
He intentado reflejar mi paso por comisaría lo más fiel posible, aunque espero que entendáis que hay momentos que se me olvidan o que los guardas en la memoria de forma difuminada. Es difícil trasladar al papel todos los recuerdos, ideas que te vienen a la mente, y sobre todo sentimientos.
Para cualquier cosa que queráis, o que os pueda aclarar o detallar, ya sabéis dónde estoy (de momento), Soto del Real, módulo 5. Espero que mi relato pueda servir de algo y por supuesto acepto que sea utilizado de la mejor manera posible, siempre bajo vuestro criterio.
Sindicato Sindicat