|
Comenta l'article |
Envia per correu-e aquest* Article
|
|
Notícies :: altres temes |
|
Peste porcina, guerra y bioseguridad
|
|
per chimpances del futuro Correu-e: contratodanocividad ARROBA riseup.net (no verificat!) |
10 des 2025
|
|
|
peste porcina, guerra y Bioseguridad.docx (37,14 KiB) |
PESTE PORCINA, GUERRA Y BIOSEGURIDAD
“Los esfuerzos de investigación y desarrollo de la nación son importantes para el crecimiento de nuestra economía, para el futuro bienestar de nuestros ciudadanos y para el mantenimiento de una defensa poderosa” Gerald Ford, 38 º Presidente de los EEUU
LABORATORIOS DE MUERTE
Otro laboratorio de bioseguridad, otra emergencia sanitaria de algo nos suena esta historia. La peste porcina aparecida en Cataluña tiene sus orígenes en un laboratorio de bioseguridad, como han revelado los cientificos. Después de primeras hipótesis con las que jugar al ratón y al gato, para marear nuevamente a la población, resulta claro que la peste porcina, por las investigaciones realizadas y el análisis de la cepa del virus, proviene de un biolaboratorio cercano. Se trata del centro de investigación animal y laboratorio de bioseguridad Nivel 2 ,IRTA Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias el cual está especializado en la “ búsqueda y control de enfermedades porcinas emergentes y re-emergentes en Europa” , del cual parece ser se ha escapado la cepa del virus de peste porcina.
La primera medida del gobierno ha sido sacar a los militares a la calle. Otra vez el ejército. Otra vez la industria militar-científico-industrial. Cada vez más la guerra y sus mercenarios se integran en la vida civil. Ante cualquier emergencia ya sea ecológica o sanitaria lo primero el ejército, la guerra, como forma de control y poder. Bajo la excusa de la ayuda se disfraza la militarización de nuestras vidas: Covid-19, Dana, terremotos, incendios, peste porcina etc. Se trata, no obstante, de ir introduciendo el ejército en la cotidianidad de barrios, pueblos, cuidades y sus habitantes, la guerra se ha convertido en el nuevo paradigma económico del capitalismo y debe estar siempre presente en la mente, en el imaginario, de la población. Ante los escenarios de crisis siempre vemos los mismos “salvadores”. La militarización se está multiplicando desde la presencia de militares en las calles, el continuo “fantasma” de una próxima guerra, el uso entre la población civil de decenas de aparatos creados por militares: teléfonos móviles, internet, aplicaciones, geoposicionadores, drones etc…supone la aceptación del nuevo paradigma de la guerra. La guerra siempre la guerra. Así hemos visto como estos días la sierra de Collserolla era invadida por 400 militares, drones y demás armas de guerra. Un escenario de guerra y control ante una “emergencia sanitaria”, obviamente lo único que se persigue es normalizar la guerra y sus mecanismos en la población.
En España existen laboratorios de Bioseguridad desde el nivel 1 hasta el nivel 4, siendo estos los más peligrosos por la potencialidad de los agentes infecciosos. Estos laboratorios siempre se han relacionado con asuntos e intereses civiles, pero detrás de muchos de ellos se esconden intereses militares. Evidentemente, el ejército está interesado en la investigación y desarrollo de las cepas de virus para después ser utilizados como armas biológicas y muchos de estos laboratorios reciben continuas visitas de miembros del ejército para aumentar su maquinaria de guerra.
Esta investigación "civil" siempre se ha vinculado a aplicaciones militares, aunque ha sido erróneamente ignorada a lo largo de los años por los movimientos ambientalistas y pacifistas, al menos hasta que los trágicos acontecimientos de la guerra entre Irán e Irak la volvieron a poner de relieve, poniendo de relieve la naturaleza dual de la investigación científica. Sin embargo, ciertos productos químicos y biotecnológicos representan efectivamente armas de destrucción masiva que complementan los arsenales nucleares.
Históricamente, existen episodios específicos que trazan una nueva forma de librar una guerra, con un enfoque cada vez más letal en el instrumento de muerte empleado. A pesar de que la Conferencia de La Haya de 1899 prohibió el uso de gas venenoso, el mando alemán vertió 168 toneladas de cloro sobre las tropas francesas en Ypres el 22 de abril de 1915. Esta gran nube de cloro, producida por vientos favorables, sorprendió y asfixió a 15.000 franceses, matando a 5.000. Fritz Haber, químico galardonado con el Premio Nobel en 1918 por su trabajo fundamental sobre la síntesis de amoníaco a partir de hidrógeno y nitrógeno, fue quien supervisó científicamente el ataque.(1) Quién sabe si este científico, al que se sumaron muchos otros con el tiempo, también tuvo pesadillas distópicas, como ha contado repetidamente Jennifer Douden, ganadora del Premio Nobel por el desarrollo de CRISPR/Cas9.También los ingleses probaron el ejército alemán el fosgeno y el gas mostaza . El balance final fue estremecedor. Nada menos que 125.000 toneladas de gas fueron diseminadas: 400.000 mil muertos, 600.000 mil heridos. La guerra química fue, por tanto, un factor militar significativo. Estos episodios siempre han permeado la lógica más secreta de la guerra, dando lugar a una carrera implacable y febril, tanto ofensiva como defensiva. La carrera de las armas químicas, una vez iniciada, se volvió difícil de detener. La investigación militar se centró en la producción de nuevos agentes químicos, municiones adecuadas para su lanzamiento y medios de protección adecuados. Como veremos, con la biotecnología, esto desencadenará una espiral sin fin, centrada por completo en la fórmula de la vacuna como antídoto universal.
Hacia finales de 1915, el fosgeno cobró importancia como producto industrial, sustituyendo al cloro debido a su mayor manejabilidad y, sobre todo, a su alta toxicidad. Se empleó inmediatamente en el campo de batalla, utilizándose 150.000 toneladas para cargar municiones especiales, responsables del 80% de las muertes por armas químicas.
Italia también hizo un uso significativo de armas químicas, como el que llevaron a cabo los austriacos en 1916, un año después de Ypres, entre San Michele y San Martino del Carso, donde una densa nube de cloro y fosgeno liberada por 3.000 cilindros de 50 kg penetró las trincheras, adormeciendo a muchas tropas. Este desastre fue sin duda un éxito científico y militar, ya que 8.000 soldados fueron neutralizados, la mitad de los cuales perdieron la vida.En 1917, los alemanes utilizaron gas mostaza (sulfuro de etilo clorado) por primera vez, y la iniciativa pronto fue imitada por todos los demás beligerantes, quienes se centraron en la investigación, cada vez más letal, de productos letales. Sin embargo, los resultados siempre fueron efímeros, ya que cualquier progreso logrado por un bando pronto era superado por el otro, lo que obligaba a los científicos a trabajar en sus laboratorios para encontrar nuevas fórmulas cada vez más tóxicas y mortales.
Todo esto, al menos formalmente, se intentó remediar en 1925, cuando la Conferencia de Ginebra prohibió el uso de gas venenoso. El protocolo —del que Estados Unidos se retiró posteriormente— fue firmado por 32 países, pero este compromiso no impidió que Italia utilizara su gas mostaza contra los etíopes antes de la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto, las formalidades de los protocolos no detuvieron la investigación, aunque aparentemente se limitara a las paredes del laboratorio. Pronto surgieron los primeros gases neurotóxicos, descubiertos en 1936 por un químico de Farben Industrie en Alemania mientras trabajaba en nuevos herbicidas. Posteriormente, lo que parecía un descubrimiento casual condujo al desarrollo de nuevos agentes tóxicos, que se produjeron en masa y adoptaron los infames nombres de tabún, sarín y somán, sustancias letales capaces de actuar en cuestión de minutos. Aunque la Alemania nazi había producido 17.000 toneladas de tabún solo para 1945, no se utilizó, probablemente por temor a la respuesta del enemigo, que podría haber sido igual o incluso peor, dado que los laboratorios de todo el mundo estaban en plena actividad, creando antídotos y, por lo tanto, nuevas armas. (2)
El verdadero impulso para esta investigación llegó después de la guerra, en particular por parte de la entonces Unión Soviética y Gran Bretaña. Pero nadie se contuvo, y pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, científicos suecos y estadounidenses pudieron anunciar con júbilo a sus respectivos gobiernos que, gracias a la síntesis de nuevos productos extraordinarios, los gases V, comenzaba una nueva era de paz. Mientras tanto, el gigante farmacéutico Merck gestionaba simultáneamente su negocio farmacéutico y el programa de armas biológicas del Pentágono. Los investigadores de Merck se jactaban de poder producir agentes de guerra biológica sin grandes gastos ni logística especial. Pero, sobre todo, se enfatizó la gran ventaja de las armas biológicas: podían producirse bajo la apariencia de una investigación médica legítima.
La mayoría de los historiadores remontan el surgimiento del "programa de bioseguridad" moderno a los ataques con ántrax de 2001, perpetrados, entre otras cosas, por científicos del principal sistema de investigación biotecnológica. Pero años antes, algunos planificadores del complejo militar-industrial y médico ya contextualizaban la bioseguridad como una poderosa estrategia para explotar posibles pandemias o actos de bioterrorismo con el fin de fomentar un aumento masivo de fondos, y como una herramienta para lograr la metamorfosis no solo de Estados Unidos, sino del mundo entero. Tras esos ataques con ántrax, las "vacunas" se convirtieron repentinamente en un eufemismo para las armas biológicas, así como en un salvavidas para una próspera industria de armas biológicas.
A partir de ese momento, todo el aparato militar del Pentágono, con todos sus planificadores —como la conocida DARPA, que en Italia financió los experimentos de Crisanti con mosquitos transgénicos—, comenzó a invertir grandes cantidades de dinero y a presionar a favor de experimentos de "ganancia de función". La investigación de "doble uso" estaba ahora en pleno desarrollo.
Con el tiempo, todos los posibles "accidentes" no deben considerarse eventos aleatorios, sino inherentes a la lógica perversa que subyace a la investigación científica, el lucro y las ideologías cientificistas específicas que apoyan estos procesos, independientemente de las posibles consecuencias, cuando se hipotetizan. Si se superpone un mapa que muestra laboratorios químicos y biotecnológicos con niveles de seguridad de 3,4 (al menos los conocidos) con un mapa de accidentes de los últimos años, se verá que la geografía de la muerte no miente y hace coincidir los centros de investigación con las zonas afectadas. En estos sectores, hablar de accidentes es quedarse corto. Por ejemplo, la base naval de nivel 3 Namru3, trasladada de Egipto a Sigonella, Sicilia, en 2020 tras más de 80 años de funcionamiento, no ha traído buenos recuerdos, considerando las demandas presentadas por el estado egipcio acusando al ejército estadounidense de realizar experimentos sin control y utilizar a la población como conejillos de indias..
Durante la proliferación de bombas atómicas, se hizo mucho hincapié, con razón, en la confusión inherente a la distinción entre bombas y reactores nucleares para producir electricidad, ya que el proceso de producción siempre produce plutonio, el elemento explosivo básico para fabricar bombas atómicas. El mismo proceso se puede encontrar en armas químicas y biológicas, como nos recordaron dramáticamente los sucesos de Bophal, pero ya había surgido con Seveso y Avenza. Igualmente en España, en 1981, ocurre el tristemente conocido como “ “síndrome del aceite tóxico” que realmente fue un envenenamiento masivo de la población, que causó más de 20.000 heridos y 300 muertos, por los organofosfarados de la multinacional Bayern.(3) En el ámbito de la química industrial, el sector militar, con sus agresivos agentes nerviosos, siempre se ha inspirado en los ciclos de producción de pesticidas. Estos difieren muy poco, y solo en las etapas finales de las reacciones químicas, lo que facilita reconversiones simples y rápidas, lo que hace que cualquier forma de control sea altamente cuestionable Paralelamente a los estudios sobre armas químicas, comenzaron los sobre armas biológicas; se podría decir que los gases nerviosos son hijos de los pesticidas, así como la guerra bacteriológica es hija de la biotecnología. Así todos los excedentes de armas biológicas y químicas fueron reutilizados en la agricultura durante la revolución verde, armas de guerra como el DDT, que siguieron produciendo cientos de muertos. Esta vez ya no en el ámbito militar, pesticidas e insecticidas produjeron un efecto parecido a una guerra con heridos muertos y territorios devastados.
La idea de usar armas biológicas se remonta a la experiencia de infecciones y epidemias, que representaron un grave problema militar durante guerras pasadas. Con el desarrollo de la microbiología, la adquisición de nuevos conocimientos sobre la fisiología bacteriana y viral, y la posibilidad de cultivar microorganismos a gran escala, la idea de usar la enfermedad como arma se hizo posible. Alemania ya había emprendido importantes investigaciones en este sentido desde 1936, estableciendo un centro de investigación en Porton en 1940. Canadá fundó su propio centro en Suffield durante esos años, y entre 1930 y 1940, Japón dedicó una importante investigación y experimentación a la guerra biológica. En 1942, Estados Unidos estableció el Servicio de Investigación de Guerra Biológica, inaugurando al año siguiente lo que se convertiría en el centro más infame de biología bélica: Fort Detrick. Un informe elaborado durante la Segunda Guerra Mundial describió la investigación estadounidense sobre armas biológicas como superior a la de los nazis.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las principales potencias, Estados Unidos y la URSS, difundieron información sobre mejoras en armas químicas y biológicas, pero esta "transparencia" duró poco; posteriormente volvieron a ocultar sus investigaciones. Esto ocurrió especialmente después de que la opinión pública comenzara a interesarse por estos temas, en particular tras las acusaciones específicas de Rusia contra Estados Unidos, acusándolo no solo de realizar experimentos de guerra biológica, sino también de emplear a los mejores científicos nazis y japoneses. Estos científicos pronto fueron reasignados al servicio de otros criminales que, al igual que los nazis, evidentemente veían los experimentos con seres humanos en campos de concentración como una oportunidad única para maximizar sus logros científicos.
En 1955, la revista tokiota "Bungei Shunju" publicó relatos de testigos presenciales de los atroces experimentos realizados por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, donde se estima que entre 1500 y 2000 personas fueron asesinadas como conejillos de indias. Sin embargo, el dato más significativo fue que todo ese personal científico altamente capacitado fue transferido a Estados Unidos. Todo ese valioso personal fue reutilizado en los laboratorios del vencedor, que no solo quería hacer lo mismo, sino hacerlo mejor. Por lo tanto, ese valioso conocimiento científico no solo no debía perderse, sino que debía salvaguardarse y, como se vio en los años posteriores, ampliarse para preparar nuevas y más recombinantes armas biológicas.
Estas piezas históricas, donde la vida humana claramente valía menos que cero en comparación con los "intereses superiores" de la ciencia y ahora de la tecnociencia, sirven para recordar a los críticos de hoy, cuando una vez más vimos la dignidad y la vida misma de los seres humanos pisoteadas por el Programa Covid, que quizás no deberíamos haber deseado un nuevo Juicio de Núremberg para los nuevos asesinos de bata blanca y camuflaje. El poder está dispuesto a sacrificar algo, pero sobre todo, está dispuesto a protegerse, y los científicos, nazis y otros, de toda calaña, y creo, continuaron realizando su trabajo sin interrupciones en los años siguientes, no como un asunto extraordinario y marginal, sino siempre en los campos de investigación de vanguardia capaces de cambiar el curso de una guerra. Esa misma investigación, basándose en ese legado, ha podido hoy implementar tecnologías de ingeniería genética en millones de personas mediante el control masivo del ganado.
Lejos de abandonar el uso de armas biológicas, incluso durante la Guerra de Corea, Estados Unidos fue acusado de lanzar bombas biológicas sobre suelo norcoreano, acusaciones confirmadas posteriormente por investigaciones de campo específicas. El interés de los estados, y en especial de sus ejércitos, por los agentes biológicos tiene múltiples explicaciones, pero la principal radica en su amplio ámbito de aplicación y desarrollo. Muchos agentes individuales abordan un amplio espectro de situaciones relacionadas con la biología humana, pero de forma más general, con la vida en general. Dependiendo del microorganismo utilizado, algunos vectores biológicos pueden afectar el sistema respiratorio, otros las membranas mucosas de los ojos y la nariz, y otros se absorben a través de los alimentos o cualquier sustancia contaminada. Y no debe olvidarse que antes del lanzamiento de las armas atómicas sobre Japón, la investigación militar estadounidense había evaluado el despliegue masivo de armas biológicas para destruir la economía del país.
El uso de microorganismos como armas biológicas ofrece a sus productores la ventaja de su extrema facilidad de reproducción, lo que simplifica y resulta sumamente rentable crear una cadena de infecciones a partir de un solo individuo infectado. La propagación de la enfermedad será aún más eficaz si la infección se propaga por el aire durante el período de incubación, cuando la enfermedad, al no haberse manifestado plenamente, no es reconocible ni curable. Además, algunas bacterias y virus son muy resistentes a condiciones ambientales adversas, especialmente aquellos que pueden formar esporas que pueden permanecer infecciosas durante varios años.Ya en la década de 1960, en las revistas militares se podía leer cómo estas armas podían “modularse” adecuadamente e intercambiarse o mezclarse entre sí para obtener el máximo rendimiento.
El general del ejército estadounidense Rothschild, quien a mediados de la década de 1950 fue encargado de dirigir la investigación del programa de guerra química y biológica, escribió en Tomorrow Weapons que las armas biológicas podrían ser un excelente elemento disuasorio para China, que, al tener una ubicación geográfica particular con corrientes de aire que la golpean en todas direcciones, debería haberse sentido disuadida de iniciar una guerra, considerando que cada una de esas corrientes podría estar infectada con gérmenes. En aquel entonces, el clima se consideraba un problema importante para las armas biológicas, por la obvia razón de que fallaban el objetivo o lo devolvían con sus propios agentes biológicos. Hoy, gracias a la manipulación climática y a la capacidad militar para influir en los procesos atmosféricos, estos problemas ya no existen. De hecho, podríamos decir que son aún más letales e incitan a un uso sistemático y selectivo. Entre los requisitos de las armas biológicas, cabe recordar que la defensa contra ellas no es nada fácil, precisamente porque identificar el agente causal y, por consiguiente, encontrar un antídoto adecuado suele ser complejo. Cuando explotó la planta química de Bhopal, se produjeron innumerables muertes, en parte porque la multinacional no proporcionó información precisa sobre las sustancias reales producidas en la planta, lo que hizo que los posibles tratamientos fueran meramente tentativos e hipotéticos. Una vez más, un "accidente" permitió observar de primera mano y a gran escala los efectos de la guerra química en los cuerpos de la empobrecida población de la India.
La biotecnología al servicio de la guerra está transformando por completo la situación, y por guerra nos referimos no solo a la que libra un país contra otro, sino también a la que la tecnociencia desata sobre los cuerpos humanos a diario. La frontera que nunca se discute es la que separa el laboratorio del resto del mundo: la razón es muy simple: ya no existe. En la vasta extensión del entorno artificial que ahora nos rodea, se está llevando a cabo un gran experimento cuyo objetivo es erradicar lo que queda de lo impredecible e incontrolable, no con choques violentos ni traumas, sino con manipulación constante, con el objetivo de distorsionar la naturaleza y todo lo que pueda representar espontaneidad y autonomía.
Incluso con la pandemia declarada de SARS-CoV-2, la espera antes de la intervención fue larga, pero esta se realizó de forma incorrecta, a sabiendas de que era incorrecta, aparentemente sin ningún sentido lógico. La biotecnología actual permite intervenciones sobre la vida, al tiempo que oculta sus acciones. La fórmula del artificio tecnológico está en manos exclusivas de sus creadores y desarrolladores, quienes pueden haber sido tan originales o inescrupulosos con las técnicas empleadas que crearon algo nuevo. Como suele ocurrir en la investigación científica, se tropieza con un resultado por casualidad mientras se busca algo más. Posteriormente, se dan fórmulas y nombres, y se prepara la catalogación, pero el trabajo no se centra en algo concreto; se trata de aprovechar algo desconocido en sus diversas recombinaciones y consecuencias finales, especialmente si el campo de intervención es la biotecnología moderna. A pesar de ello, vemos laboratorios clasificados como BSL1, 2, 3, 4, etc., dando una impresión exterior de seguridad, no tanto de la estructura, sino de sus emisarios de bata blanca: el mensaje es siempre el mismo, que esta gente sabe lo que hace, ya sea que estén descubriendo algo nuevo ahondando en los procesos más íntimos de la vida, o remediando un desastre nacido de la propia biotecnología.
La lógica de prepararse para la guerra biológica sigue exactamente la de la llamada guerra tradicional, donde se despliega un arsenal más "normal", un campo en el que la imaginación a menudo se ha posado y fantaseado. Si la investigación militar es una innovación tecnológica y estratégica constante —para mantenerse siempre a la vanguardia de enemigos reales, imaginarios o posiblemente futuros—, la investigación militar, interesada en la biología de los organismos vivos y que explora constantemente las innovaciones de la biotecnología para avanzar, se encuentra al mismo nivel. Así, por un lado, tenemos a más de la mitad del mundo en medio de una pandemia declarada de SARS-CoV-2, elogiando las vacunas como productos vitales necesarios para evitar una catástrofe sanitaria con un número incalculable de víctimas; por otro, el Pentágono, que define las vacunas como armas biológicas de destrucción masiva. La espiral en esta dirección es interminable, ya que los laboratorios trabajan con los agentes más patógenos del mundo. No satisfechos con su toxicidad, se producen cepas aún más virulentas, aparentemente para proteger al personal militar en zonas de guerra de amenazas en constante evolución. Así, lo que queda al final es todo un sistema de armas biológicas: un organismo potencialmente infectado, un suero genético contra él y su sistema de liberación.
Las nuevas tecnologías de ingeniería genética vislumbran una forma versátil de armamento que puede utilizarse para una amplia variedad de propósitos militares, desde el terrorismo hasta las operaciones de contrainsurgencia y la guerra a gran escala para destruir poblaciones enteras.
Las buenas intenciones que hacen alarde los gobiernos para camuflar el potencial del aparato farmacéutico y biotecnológico son erróneas. A diferencia de las tecnologías nucleares, la ingeniería genética puede producirse y desarrollarse a bajo costo, requiriendo menos infraestructura y experiencia científica, y abre la posibilidad de bastas aplicaciones, haciendo imposible distinguir entre defensa y ataque. En todo esto, las llamadas vacunas desempeñarán un papel clave, con métodos de producción muy similares a los de las armas biológicas. Como ya hemos visto con los productos químicos y los pesticidas, hay un paso corto para hacer algo distinto a lo que se anuncia, y podemos estar seguros de que este paso final no solo se ha logrado, sino que también pretenden formalizarlo y normalizarlo en la indefinición de la nueva neolengua y la pérdida de significado, convirtiendo la tecnología genética en una nueva arma del futuro, que se utilizará incluso contra las personas, como hemos visto con la pandemia declarada.
Nos rodea una plétora de destacados científicos, comentaristas, políticos, ambientalistas e intelectuales de todo tipo que cuestionan el futuro próximo, el futuro de la ciencia y si alguna vez podrá superar los umbrales críticos. Lo mismo ocurrió inmediatamente después de la fisión atómica que nos dio las bombas atómicas. Ahora nos encontramos en plena era biotecnológica, donde la legislación europea ha autorizado el uso de organismos genéticamente modificados (OGM) en humanos mediante terapia génica antes de aprobar los OGM en la agricultura, convirtiéndonos en una subespecie experimental de la ganadería agrícola.
La lenta pero inexorable proliferación de nuevos biolaboratorios (BSL3) en España también tiene, sin duda, implicaciones muy diferentes. Si bien es innegable que estos centros se están preparando para servir como instalaciones de almacenamiento e investigación tras el cierre de tantos laboratorios similares, primero en Egipto con Manru3 y ahora con los ucranianos bajo supervisión estadounidense, el objetivo es forjar una nueva coexistencia.
En los últimos años, el nombre de Wuhan se ha asociado con su laboratorio (BSL4), sede de experimentos misteriosos y sin duda peligrosos, con información filtrada de forma no tan sutil por los medios occidentales. La glorificación de la ciencia ha dado lugar a una investigación biotecnológica que no ha quedado completamente sumergida ni marginada —pensemos en la recombinación pandémica y los nuevos sueros de ARNm que acapararon titulares con entusiasmo y pesar, como el de Robert Malone— y ha surgido un nuevo paradigma que se deriva precisamente de la biotecnología, de las tecnologías CRISPR/Cas9 y ARNm. El mensaje es muy claro, o quizás tan claro que la mayoría no lo entiende: estos serán los nuevos puntos de partida para las llamadas Ciencias de la Vida .El próximo año está previsto la inauguración en Madrid, Tres cantos, el primer centro europeo de bioseguridad BSL4,. Estos centros se centran en la investigación de emergencia, lo que obviamente se ha convertido en la norma, porque lo que se crea y desarrolla para una guerra nunca se revierte, especialmente cuando esa investigación afecta profundamente a los organismos vivos. En su propaganda popular, la ciencia sigue hablando de investigación sobre el cáncer, las enfermedades raras y los trastornos genéticos, pero todo sigue subordinado al nuevo paradigma que surge de la biotecnología y que se aplicará con las llamadas terapias de vacunas que ahora sabemos que no tienen nada que ver con esas mismas enfermedades. Hablar de vacunas evoca imágenes de algo que previene, que inmuniza contra alguna enfermedad, quizás grave y mortal, aunque ya nos hemos acostumbrado a la farsa de la vacuna contra la gripe diseñada para los ancianos, un grupo de personas que sabemos que son muy queridas por los neomaltusianos.
Lo que quieren introducir e internalizar, primero en el lenguaje cotidiano y luego como un entendimiento general, es una nueva forma de abordar cualquier problema de salud. Un paradigma nuevo y único moldeará nuestra forma de vivir en este mundo, obviamente también en sintonía con la nueva era verde y ambientalista. Esto requiere una investigación preventiva continua que debe ir más allá de las posibles amenazas presentes, porque el nuevo paradigma mira hacia el futuro, con la importante distinción de transformar el presente. Así, la biotecnología, con la investigación de ganancia de función, agrava los agentes ligeramente patógenos y los virus comunes, haciéndolos aterradores y catastróficos; la geoingeniería se prepara para la emergencia climática interviniendo para modificar el clima; la biología sintética se prepara para las amenazas ambientales y la escasez de alimentos desarrollando alimentos artificiales sostenibles para otros animales, tanto es así que los activistas por los derechos de los animales proclaman la inminente liberación de los animales. Esto es, obviamente, solo el comienzo de lo que nos espera en el futuro cercano. Nos acostumbraremos a los biolaboratorios, que serán vistos con miedo, pero también con reconocimiento, porque una emergencia siempre está a la vuelta de la esquina. La peculiaridad de la investigación que se lleva a cabo allí reside en que no es neutral, sino que está plenamente alineada con la gran Transformación. Pensar que existe, o podría existir, una posible barrera o apoyo a su progreso es simplemente ridículo o trágico. La investigación ya está completamente orientada hacia esa dirección; el resto se está marginando gradualmente hasta desaparecer por completo. El proceso es muy simple: el vasto capital proporcionado por organizaciones internacionales, entidades financieras y grandes filántropos solo está disponible para ciertas áreas, y sabemos que los tecnocientíficos ansían financiación, oportunidades de publicación y quizás incluso poder de decisión y político en diversas academias e instituciones.
Lo que nos queda por hacer es impedir que estos centros se construyan donde se proponen, pero esto no es suficiente. Debemos comprender que la lógica detrás de estos centros en particular es la misma que nos ha obligado durante mucho tiempo a vivir en un biolaboratorio. Esta consciencia nos ayudará a comprender el programa en curso y a sacar las conclusiones correctas sobre cómo organizarnos e intervenir. Porque ahora es evidente que las plagas, las hambrunas y la propagación de nuevas enfermedades previamente desconocidas por todo el mundo podrían convertirse en el acto final del guion preparado por diversas potencias transnacionales y sus acólitos para este siglo de la biotecnología. Es hora de para la industria de la muerte. Contra toda autoridad. Contra toda Nocividad. Por la Anarquia. Biolaboratorios Ni aquí, Ni en Ningún lado.
(1) Crítica a la razón tecnocientífica. Eugenio Moya. Ed. Biblioteca Nueva
(2) La Comunicación-Mundo. A. Matterlat. Ed. Fundesco
(3) Relación del envenenamiento perpretado en España y camuflado bajo el nombre de síndrome del aceite tóxico.
Jacques Philipponneau. Ed. Precipité
CHIMPANCES DEL FUTURO. MADRID. DICIEMBRE 2025 |
 This work is in the public domain |
La facilitat d'afegir comentaris als articles publicats té com a finalitat el permetre:
- Aportar més informació sobre l'article (enriquir-lo)
- Contrastar la seva veracitat
- Traduir l'article
ATENCIÓ: Els comentaris apareixen publicats amb retard.
|