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El «anarquista» Max Stirner, un invento de Engels
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per Josep Alemany Correu-e: alemanyjcastells@gmail.com |
10 nov 2025
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El 10 de octubre publiqué la traducción del artículo en el que Brian Morris sostenía, con sólidos argumentos, que Nietzsche no era anarquista. Hoy publico este artículo de cosecha propia en el que defiendo la idea de que Max Stirner no era anarquista. Existe, desde luego, una «interpretación anarquista» de Max Stirner por parte de los individualistas. Pero también existe un «rechazo anarquista» de Max Stirner por parte de otras corrientes. Además, es fundamental saber quién fue la primera persona que presentó a Max Stirner como anarquista. Fue Engels, y no precisamente con buenas intenciones. Artículo publicado en catalán en el número 7 de la revista «Agràcia». |
¿Quién lo dice, que Max Stirner era anarquista? El primero fue Engels, con una finalidad difamatoria, un ataque más en la guerra incesante de los marxistas contra el anarquismo. En «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» escribe: «Por último vino Stirner, el profeta del anarquismo moderno —Bakunin ha tomado muchísimo de él— […]» (traducción pescada en la red). En una sola línea hay dos errores, o dos mentiras. Bakunin no ha tomada nada de Max Stirner. Y este ni tiene el anarquismo como punto de referencia ni aspira a ser su profeta. El objetivo de Engels es desprestigiar al anarquismo relacionándolo con la figura de Stirner.
Hay que situar a Stirner en el lugar que le corresponde: en las polémicas internas de la izquierda hegeliana, en una intensificación acelerada de las críticas. Las ideas que un filósofo presentaba como materialistas, otro consideraba que aún reproducían los esquemas de la teología y el cristianismo. También Bruno Bauer, Engels y Marx participaron en esa pelea de gallos. He aquí el ambiente en que se movió Stirner. Muchos años después de su muerte, cuando su obra había caído en el olvido, algunos individualistas la reivindicaron, pero hacían una interpretación muy poco filosófica y muy limitada de «El único y su propiedad».
TRAYECTORIA DE BAKUNIN
Bakunin no escondió nunca los pensadores con quienes tenía una gran deuda. No porque los aceptara a ciegas, sino porque fueron decisivos en su formación. Después evolucionó a partir del bagaje adquirido. Si damos una rápida ojeada a su evolución, no encontraremos a Max Stirner por ningún lado.
Cuando, tras desertar del ejército, en 1836 Bakunin va a Moscú y se integra en el círculo de Stankiévich, se entusiasma por la filosofía de Fichte (traduce las «Conferencias sobre el destino del sabio»). Luego viene el descubrimiento de Hegel (traduce los «Discursos escolares»). Cuando en 1840 se instala en Berlín, conoce de primera mano la izquierda hegeliana y se interesa en particular por Feuerbach, que ya había empezado la crítica de Hegel y la lucha contra los fantasmas de la teología y del idealismo. Lo repito: Feuerbach, no Max Stirner, que fue precisamente el gran crítico de Feuerbach. Y el primero, antes que Marx y Engels.
Los jóvenes hegelianos consideraban que Hegel, en la «Filosofía del derecho», había traicionado la esencia de su filosofía y se propusieron ser más fieles al pensamiento negativo y dialéctico del maestro que el propio Hegel. En 1842, Bakunin publica el artículo «La reacción en Alemania», basándose en gran parte en la «Lógica» de Hegel, que será siempre uno de sus libros de cabecera. Termina con la famosa frase: «La pasión de destrucción es, al mismo tiempo, una pasión creadora». Algunos la presentan como una afirmación alocada, pero no llueve del cielo, sino que surge tras una larga argumentación filosófica e histórica. Larga y pesada. Es un hueso duro de roer. Por eso considero que es un error hacer una antología de Bakunin siguiendo el criterio cronológico. Es lo que ocurría con la que circuló a partir de 1976, «La anarquía según Bakunin», de Sam Dolgoff. Empezar el libro con «La reacción en Alemania» y el «Llamamiento a los eslavos» puede desanimar a los lectores. Además, en aquella época Bakunin no era aún anarquista. Hasta 1864 (más o menos) no abraza el socialismo libertario. Una antología bien hecha debería empezar con los primeros textos ácratas de Bakunin —el «Catecismo revolucionario» de 1866, «Federalismo, socialismo y antiteologismo» (1867)— y relegar la fase anterior a un apéndice final.
LLAMAMIENTO A LOS ESLAVOS… Y A MÁS PUEBLOS
«La reacción en Alemania» expresaba el deseo de «salir de la filosofía». En 1844, Bakunin se instala en París. Conoce a Proudhon, a Marx, busca un ámbito donde desplegar su energía y, por fin, cuando conoce a Lelewel (un exiliado polaco), Bakunin apoya la causa de los polacos y de los pueblos eslavos. Se mantiene fiel a los planteamientos de Hegel. Los verdaderos actores de la historia, según dicho filósofo, no son ni los «grandes hombres» ni la humanidad (un concepto muy abstracto), sino pueblos concretos, diferentes en cada fase de la historia. Durante la última etapa, los protagonistas han sido los pueblos germanocristianos. Bakunin da un paso más allá en el esquema de Hegel y considera que ahora el terreno más fecundo para hacer progresar la causa de la libertad es la lucha de los eslavos como pueblos oprimidos. Además, los considera el equivalente, en el ámbito de las naciones, de la clase obrera en las sociedades occidentales.
«Llamamiento a los eslavos» (1848): el título no refleja el contenido. Es un llamamiento a la alianza de todos los demócratas de Europa contra la reacción monárquica. No se limita a los eslavos, ya que los exhorta a dirigirse a los demócratas alemanes, húngaros, rusos y de otros pueblos. No es un planteamiento exclusivista que opone pueblo contra pueblo, sino que opone los pueblos contra sus gobernantes para que los derriban, rompan las estructuras de los imperios prusiano, austríaco, ruso y turco y creen la Federación Universal de las Repúblicas Europeas, primer paso en el camino hacia los Estados Unidos de Europa. Si por paneslavismo se entiende la «liberación» de los pueblos eslavos bajo la tutela del zar —en realidad, la sumisión a su dominio—, acusar a Bakunin de paneslavista es ridículo porque siempre se propuso derribar el imperio ruso.
Puede parecer paradójico que, tras descubrir el socialismo, se liara con los movimientos nacionalistas. Ahora bien, él introduce la cuestión social con la intención de rebasar los límites del nacionalismo. Franco Venturi, en el primer volumen de «El populismo ruso», refiriéndose al Bakunin del «Llamamiento a los eslavos», escribe: «En su política no falta, pues, un elemento maquiavélico, una voluntad de usar, sin creer demasiado en ella, esta bandera nacional con un objetivo revolucionario. Se ha hablado de paneslavismo revolucionario, y la fórmula puede aceptarse a condición de ver con claridad que Bakunin puso el acento en el adjetivo, y no en el nombre. Puede ser también cierto que Bakunin se viera enredado en su complicado juego, y que al final lo aplastara la “demoníaca fuerza de la nacionalidad”, como la definió un día, sin conseguir arrastrarla al terreno de un internacionalismo concebido como libre alianza y colaboración de fuerzas democráticas» (pp. 171-172). Y Venturi amplía más adelante su explicación: «La conclusión de su llamamiento era —más que una federación eslava, de la que casi no habla en este texto—“una federación general de las repúblicas europeas”. […] [El “Llamamiento a los eslavos”] incluso en su forma hacía el mínimo de concesiones posibles a las fuerzas nacionales, que percibía como su mayor enemigo y que sin embargo pensaba que deberían aprovecharse en beneficio de la revolución» (p. 173).
He citado ampliamente a Franco Venturi porque es quien mejor ha analizado las intenciones de Bakunin. El cálculo maquiavélico —en realidad, también era un cálculo hegeliano— no dio resultado. Combinaba dos cosas incompatibles, inconciliables. Querer superar el nacionalismo con la cuestión social o con las ideas democráticas era una misión imposible y, como es lógico, fue un fracaso total. ¿Max Nettlau tiene razón cuando dice que el encuentro de Bakunin con Lelewel en 1844 fue «un acontecimiento funesto en su vida»? Quizá sí. Pero Bakunin aprendió la lección: en 1864 deja atrás el callejón sin salida del nacionalismo, adopta las primeras posiciones que podemos calificar de anarquistas o de socialistas libertarias, y en 1868 ingresa en la sección de Ginebra de la Internacional, con la perspectiva de lograr la revolución social.
LOS CUATRO ELEMENTOS
En 1842, Bakunin ha salido del laberinto de la filosofía especulativa, pero ello no significa que se lance a una práctica ciega, desprovista de toda clase de pensamiento. La teoría no ha de gobernar a la práctica, sino que ha de ser su expresión consciente. Y después de todo el itinerario militante del revolucionario ruso, podemos hablar de un «retorno de la filosofía» durante los años 1870 y 1871, que cristaliza en dos obras: «El imperio knutogermánico y la revolución social» (con un apéndice titulado «Consideraciones filosóficas») y «La teología política de Mazzini». Su best-séller, «Dios y el Estado», es un extracto de la primera obra mencionada.
¿Cuáles son los cuatro elementos de la concepción del mundo de Bakunin, tal como quedan expresados en los escritos de su etapa anarquista? 1) Las ideas socialistas —en especial el pensamiento de Proudhon— y la experiencia de muchos años de lucha revolucionaria, que últimamente se ha concretado en la militancia en la Internacional; 2) la filosofía alemana (Fichte, Hegel, Feuerbach); 3) el materialismo de los científicos de su tiempo (Ludwig Büchner, Karl Vogt, Jakob Moleschott); 4) algunos aspectos del positivismo de Comte, sin esconder las discrepancias.
Las dos ideas centrales de «Dios y el Estado» que explican la creación del fantasma divino, Bakunin las toma prestadas a «La esencia del cristianismo» de Feuerbach: la proyección y la inversión. La humanidad, alienando su esencia, la proyecta, engrandecida, en Dios y no la reconoce como suya. Atribuye al fantasma divino los sentimientos y las esperanzas más nobles del género humano. Dios es la perfección absoluta: inmortal, bondadoso, omnisciente, omnipotente, y entonces, invirtiendo la relación, el hombre, además de mortal, es malévolo, incapaz, impotente, una nulidad. El hombre crea —se inventa— la divinidad, pero se considera creado por ella. No son ideas nuevas cuando Feuerbach publica su libro en 1841, ya las había formulado Hegel en la «Fenomenología del espíritu» y en los escritos de juventud. Los especialistas examinan con lupa las diferencias entre los dos filósofos para saber si Feuerbach, en esta cuestión, aportó, o no, variaciones destacables con respecto a Hegel. No diré que eso sea como la polémica sobre el sexo de los ángeles. Pero a nosotros nos interesa el resultado final: el antiteologismo de Bakunin.
La crítica principal que el revolucionario ruso hace al positivismo es que el sistema de Comte aspira a instaurar una especie de teocracia formada por sacerdotes salidos no de la religión, sino de la ciencia. La dictadura de los sabios. Es una crítica que Bakunin también dirige a Marx.
Comte, mientras teoriza un futuro despótico, habla extasiado de dos estructuras jerárquicas actuales: los ejércitos permanentes y la Iglesia católica. A causa de esas ideas, Bakunin lo califica sin tapujos de «reaccionario furibundo» (p. 435 del volumen 8 de las «Œuvres complètes», Champ Libre).
La otra discrepancia es que la escuela de Comte no se atreve a declararse atea y acepta lo incognoscible, de ese modo abre la puerta al misticismo
Me he entretenido en seguir la genealogía del pensamiento de Bakunin para que quede bien claro que Max Stirner no ha intervenido en absoluto en su evolución intelectual. Bakunin no le debe nada de nada. En toda su obra, menciona a Stirner una sola vez, en 1873, en «Estatismo y anarquía» (p. 217 de la edición de La Piqueta), cuando habla de los círculos de nihilistas alemanes. No es precisamente una alusión halagadora.
PENSADORES OPUESTOS
He aquí lo que escribe Max Stirner: «Yo no soy un Yo al lado de otros Yos, sino el único Yo: Yo soy Único. Por eso mis necesidades, mis actos, todo en Mí es también Único». Con las cosas y las personas, el egoísta mantiene relaciones de utilidad, trata de sacar provecho de ellas: «Su vida me importa en la medida en que tiene valor para mí. […] Sus bienes, materiales y espirituales, son Míos y yo dispongo de ellos como propietario en la medida de mi poder». El Yo de Stirner es incompatible con el respeto a los demás, entre los individuos solo se dan relaciones de fuerza y de provecho. El egoísmo de Stirner se sitúa en las antípodas del reconocimiento mutuo de Bakunin, idea heredada de Fichte y Hegel, que sale a menudo en sus escritos. Una de las mejores formulaciones la encontramos en «El imperio knutogermánico»: «Solo soy libre de verdad cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de los demás, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación. […] Mi libertad personal así confirmada por la libertad de todos, se extiende hasta el infinito» (p. 173 de la edición francesa de Champ Libre).
En unas condiciones sociales y económicas donde domina la «struggle for life» —la lucha por la vida basada en las teorías de Darwin—, el individualismo, según Bakunin, es el principio fundamental de la burguesía. En 1871, en la última de las «Tres conferencias a los obreros del valle de Saint-Imier», dijo lo siguiente: «Entiendo por individualismo la tendencia que […] empuja al individuo a conquistar y a consolidar su propio bienestar, su prosperidad, su felicidad contra todos y en detrimento de todos los demás. […] En esa lucha se tienen que cometer necesariamente muchos crímenes; además, toda esa lucha fratricida no es otra cosa que un crimen continuo contra la solidaridad humana, la única base de toda moral» (pp. 245-246 de la edición de La Piqueta).
La paradoja de Stirner: él criticaba al hombre genérico de Feuerbach porque conservaba los predicados antes atribuidos a Dios, pero Stirner sacraliza al Yo y al Único, crea nuevas divinidades. Y cae en un subjetivismo absoluto y despótico, ya que otorga al Yo el dominio ilimitado sobre los objetos naturales y las demás personas.
Bakunin era un hombre de acción. Cuando entra en la Asociación Internacional de los Trabajadores para luchar contra la explotación económica y el despotismo estatal, defiende el anarquismo colectivista y tiene como horizonte la revolución social. Una perspectiva totalmente ausente en Max Stirner.
Conclusión: un abismo infranqueable separa el pensamiento de los dos hombres.
STIRNER, NI ANARQUISTA NI INDIVIDUALISTA
Los marxistas se han dedicado a repetir como loros las mentiras y las calumnias de Engels, sin duda para demostrar el alto grado de su inteligencia. Plekhánov, en el libro «Anarquismo y socialismo», afirma que Stirner es «el padre del anarquismo». ¡Ni Proudhon, ni Bakunin ni Kropotkin!
Algunos anarquistas individualistas han reivindicado a Max Stirner, pero con una interpretación, conviene insistir en ello, muy poco filosófica y, a veces, muy gratuita, ya que es un autor que se presta a las divagaciones, sobre todo si lo sacan del ámbito hegeliano (también algunos posmodernos lo han utilizado para soltar sus paridas mentales). No faltan, por otra parte, quienes sostienen que no existe ningún motivo para incluirlo entre los pensadores anarquistas. Por ejemplo, Eric Vilain (seudónimo de René Berthier) en «Lire Stirner», <http://monde-nouveau.net/http://monde nouveau.net/spip.php?article291>. Para hacer boca, traduzco la presentación:
Este trabajo tiene por objeto hacer el balance de mis lecturas de Stirner durante los últimos treinta años, lecturas empezadas y luego abandonadas varias veces. […]
Tras fracasar en varios intentos, he podido llegar a conclusiones que había considerado provisionales durante mucho tiempo: Stirner no tiene nada de anarquista; Stirner no tiene nada de individualista. Conclusión que sorprenderá sin duda a más de uno… pero que trataré de explicar.
He llegado a una tercera conclusión, [antes] igualmente provisional pero también confirmada: el pensamiento de Stirner es totalmente incomprensible si no se examina a través del filtro de la filosofía hegeliana y si no se sitúa en el contexto muy especial de los conflictos entre intelectuales alemanes por la sucesión de Hegel.
Son 165 páginas. En francés.
Nota sobre las citas. Los dos volúmenes de Franco Venturi («El populismo ruso», Biblioteca de la Revista de Occidente, 1975) están disponible en la red en PDF.
La cita de de Max Nettlau procede de «Bakounine et Netchaïev: trois études sur Bakounine», de Jean Barrué, París, Spartacus, 1971, p. 31. |
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