CUENTO URUGUAYO DEL FIN DEL MUNDO.
La chispa ya estaba prendida; en Medio Oriente, en Ucrania, en el Caribe o en algún lado.
Nadie la vio, todos prefirieron ignorarla, no hablar de ella, y el que la veía la ocultaba, y el que no quería ocultarla, era ocultado por la censura.
Nadie veía mas allá de sus fronteras, les estaba prohibido, negado, ya que era peligroso ver más allá de las Columnas de Hércules, solo le era permitido ver la pelusa de su propio ombligo.
La realidad se veía a través de un filtro, en imágenes manipuladas al fondo de la caverna de Platón.
Se había impuesto desde las altas esferas la orden de ceguera, la orden de no enterarse de nada, de bagatelizar el peligro, de ignorar que sobre nosotros pendía con filo hilo, una gran espada nuclear de Damocles.
Sebastian, un simple mortal estaba muy preocupado, no podía dormir por pesadillas de guerra, preocupado por el mundo y su destino.
El mundo veía al mundo a través de internet, pero cuando esta se fue, se fue con ella el mundo.
Ya nadie podía enterarse de lo que pasaba, pues nadie le informaba, que el mundo había dejado de existir.
A Sebastian en su angustia, le templaba el mate en las manos, porque además de estudiar ese problema, sufría de nacimiento, de la condición paranormal de precognición, y sus pesadillas le mostraban un mundo radioactivo, monstruoso e infernal.
Un día sucedió, el mundo pareció como de dejar de girar, el uruguayo se despertó, las perillas de luz no prendían las lámparas, la heladera estaba apagada, la radio no se encendía, tampoco el televisor, y menos el celular e internet. Parece como se el tiempo se hubiera detenido, con una huelga de brazos caídos, hubiera paralizado todo en torno al humano., se hubiera tragado el entorno.
La gente esa noche, tropezaba una con otra, y se transformaba más y más, los nervios se alteraban, y la paciencia por el estado de cosas, desequilibraba a muchos. Otros, conservaban la calma, o trataban. buscando alguna razón racional, lógica, pero no le encontraba...
En un escenario tan extremo como una guerra nuclear mundial, el Estado uruguayo seguiría protocolos de emergencia y comunicación establecidos para situaciones de crisis.
¿Cómo anunciaría Uruguay una guerra nuclear mundial a su población?
Activación del Sistema Nacional de Emergencias (SINAE): El SINAE coordinaría la respuesta nacional ante la amenaza, en conjunto con el Ministerio del Interior, el Ministerio de Defensa Nacional y la Presidencia de la República.
Mensaje oficial del Presidente: El Presidente de la República, como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, emitiría un mensaje urgente a la nación a través de cadena nacional de radio y televisión, redes sociales oficiales y otros medios digitales.
El mensaje incluiría:
Confirmación de la situación internacional.
Medidas inmediatas a tomar por la población.
Instrucciones sobre refugios, evacuaciones o confinamiento.
Llamado a la calma y a seguir las indicaciones oficiales.
Uso de medios de comunicación masiva:
Se utilizarían todos los canales disponibles: televisión, radio, redes sociales, mensajes de texto masivos (SMS), sirenas comunitarias y altavoces en zonas urbanas.
Coordinación con organismos internacionales:
Uruguay, como miembro de la ONU y del Tratado de No Proliferación Nuclear, mantendría comunicación con organismos internacionales para evaluar la situación y coordinar respuestas humanitarias o de defensa.
Implementación de planes de contingencia:
Se activarían protocolos de protección civil, incluyendo:
Refugios nucleares (aunque Uruguay no cuenta con una red extensa, podrían adaptarse estructuras subterráneas).
Distribución de suministros básicos.
Atención médica de emergencia.
Control del orden público.
Información continua:
Se establecería un sistema de actualizaciones frecuentes para mantener a la población informada sobre el desarrollo del conflicto y las medidas a seguir.
Si, todo esto estaba en el papel, pero en la práctica, no es aplicable, y la praxis resulta un cero a la izquierda.
En un escenario de guerra nuclear a gran escala, muchos de los sistemas que hoy consideramos esenciales —como la electricidad, las telecomunicaciones, los satélites y las redes de datos— podrían quedar completamente inutilizados. Las explosiones nucleares generan pulsos electromagnéticos (EMP) que pueden freír circuitos electrónicos a gran escala, dejando a países enteros sin infraestructura tecnológica.
Sebastian lo sabía, pues había imaginado ese mundo distópico y apocalíptico en su novela de ciencia ficción Operación Cronos, en que una detonación nuclear alta, fuera de la atmosfera, en el centro de EEUU, dejaba paralizado a todo el continente norteamericano.
Es una consecuencia directa de un ataque nuclear con efectos de pulso electromagnético (EMP), que puede inutilizar toda la infraestructura tecnológica moderna. En ese escenario, incluso los vehículos con sistemas electrónicos —como patrullas, camiones militares, ambulancias— quedarían fuera de servicio. Lo mismo ocurriría con radios, televisores, computadoras, redes eléctricas, y cualquier dispositivo que dependa de circuitos integrados.
Comunicación en un Uruguay post-EMP: En ese contexto, el Estado uruguayo tendría que recurrir a formas de comunicación pre-tecnológicas, basadas en la organización territorial y la acción humana directa:
1. Movilización a pie o con vehículos mecánicos
Se usarían bicicletas, caballos, carros de tracción animal o vehículos antiguos sin componentes electrónicos (si quedaran disponibles).
Militares y policías entrenados podrían desplazarse a pie para llevar mensajes y coordinar acciones.
2. Mensajes escritos y bandos
Se redactarían comunicados a mano o con máquinas de escribir mecánicas (si se conservan).
Estos se distribuirían en papel y se pegarían en lugares visibles: plazas, escuelas, iglesias, almacenes.
3. Campanas, señales de humo y fuego
Campanas de iglesias, fogatas, señales de humo o banderas podrían usarse para alertar a la población.
Cada comunidad podría establecer códigos simples: por ejemplo, tres campanadas para “reunión urgente”, una fogata en la plaza para “peligro”, etc.
4. Organización barrial y comunitaria
Se activarían redes humanas: referentes barriales, comités vecinales, líderes comunitarios.
La información circularía boca a boca, como en tiempos anteriores a la radio.
5. Refugios y puntos de encuentro
Lugares como intendencias, sedes de partidos políticos, escuelas, iglesias, cuarteles o centros comunales funcionarían como nodos de información y coordinación. Allí se reuniría la gente para recibir instrucciones, compartir recursos y organizar la supervivencia.
Todo esto estaba ya escrito, pero tampoco funciono al pie de la letra, porque la gente pidió respuestas de porque el Estado no le había programado refugios, agua y alimentos esenciales, porque no hubo acopio de petróleo, gasolina y gas para cocinar, etc.
La gente ni informada estaba de las consecuencias de un conflicto nuclear mundial, y de que ya no habría esperanzas de sobrevivencia, solo solo esperar al fin de los siglos.
Ese maldito día había llegado, y la gente ni siquiera se había enterado de lo que implicaba realmente.
El cielo sobre Montevideo no es gris por las nubes, sino por el polvo suspendido que nunca termina de caer. Si, ya llagan los primeros síntomas, las nubes traían la contaminación radioactiva más rápido de los esperado. No hay viento, no hay pájaros, no hay motores. El silencio es tan espeso como el aire, y cada paso sobre la vereda suena como un eco en una ciudad que ya no respira electricidad.
Las radios dejaron de emitir hace días. Los celulares son ladrillos inútiles. Las luces no se encienden, ni siquiera en los hospitales. El último generador a nafta del Centro se apagó anoche. Nadie sabe si fue por falta de combustible o por miedo a atraer atención.
En la Plaza Independencia, un grupo de vecinos se reúne alrededor de una mesa improvisada. Otros, dentro del Mausoleo consultan que hacer al padre de la patria, Un hombre con chaqueta militar, sin insignias, lee en voz alta un comunicado escrito a mano. Dice que el Estado aún existe, que hay refugios en el Cerro, que se necesita agua, que se evite el puerto. Nadie sabe si el mensaje es verdadero. Pero todos lo escuchan. Todos necesitaban escuchar a alguien que les dijera algo.
Las campanas de la iglesia de Aguada suenan tres veces. Es la señal acordada: reunión urgente. En cada barrio, alguien se convierte en vocero, en organizador, en protector. Las maestras se convierten en médicas. Los almaceneros reparten lo que queda. Los niños aprenden a leer mapas y a distinguir el sonido de una campana de advertencia.
En la rambla, el Río de la Plata parece más oscuro. Algunos dicen que está contaminado. Otros dicen que es el reflejo del cielo. Nadie se baña. Nadie pesca. Solo se observa.
Llegaron las nubes de ceniza radioactivas, el viento las trajo rápidamente, ya no hay cielo. Solo una cúpula de ceniza que aplasta la ciudad como una tapa de hierro. Las lluvias caen espesas, con olor a metal y muerte. No mojan: queman. Los charcos no reflejan rostros, sino manchas negras que se expanden como tumores sobre el asfalto.
El agua potable se acabó. No porque se haya terminado, sino porque se volvió veneno. Los pozos están contaminados, ponzoñosos. Las cisternas, inútiles. La gente bebe lo que puede: humedad raspada de las paredes, gotas filtradas con trapos sucios, lágrimas propias, su propia orina.
Los campos están muertos. El ganado, también. Las vacas se desploman con los ojos abiertos, como si quisieran entender por qué la tierra que las alimentó durante siglos ahora las traiciona. Los cultivos no germinan. Las semillas se pudren antes de tocar el suelo. El pan se convierte en mito.
En los barrios, el hambre ya no es sensación: es comportamiento. La gente cambia libros por arroz, zapatos por una papa. Hay quienes comen tierra, creyendo que aún guarda algo de vida y de minerales, como lo hicieron los soviéticos durante el cerco nazi alemán a Leningrado. Hay quienes comen lo que no deberían, y ya se habla de que comerían muertos. Hay quienes ya no comen, se dejan morir en paz.
En un sótano del Palacio Legislativo, cinco funcionarios se reparten tareas que ya no tienen sentido. No hay electricidad, no hay comunicaciones, no hay país como lo conocían. Pero siguen escribiendo decretos a mano, como si la legalidad pudiera contener el caos. Para ellos es lugar seguro, como seguro fue el calor de sus bancas en sus culos.
Uno de ellos, una mujer de 60 años, redacta un “Protocolo de supervivencia nacional”. Sabe que nadie lo leerá. Pero lo escribe igual. Porque si el Estado deja de imaginar futuro, entonces ya no existe.
Aunque tanto le da, el refugio es un lugar menos expuesto.
El presidente —o lo que queda de él— vive en una habitación sin ventanas. En un bunker, y ya no habla. Solo escucha a asesores pagos. A veces, murmura:
“¿Por qué no escuche a la gente?”.
En el Instituto Pasteur, un grupo de investigadores trabaja con microscopios que ya no funcionan. Analizan agua con métodos rudimentarios, anotan resultados en hojas sueltas. Descubren que no hay forma de descontaminar el suelo sin tecnología. Que la radiación está en todo. Que el ciclo de la vida se ha roto.
Uno de ellos, joven, propone crear una biblioteca de saberes: cómo hacer fuego, cómo purificar agua, cómo construir refugios. “No para nosotros —dice, en su inocencia esperanzadora— sino para los que vengan después. Si es que vienen.” Pero en realidad, sospecha que no vendrán jamás, y que su trabajo es de Sísifo.
Un grupo de adictos ha creado una secta cada vez con mas adeptos, llamada “Derecho a morir en paz”, y entre ellos prefieren una muerte digna e indolora, a morir contaminado, por eso reparten jeringas con sobredosis de heroína, así mueren sin sentirlo, felices se van a la otra vida, ahorrándose un final horroroso.
Un grupo de indignados adopta métodos drásticos, buscan los culpables de los que e ocultaron la realidad del mundo, engañándoles sobre los peligros que acechaban, y por propia mano buscan hacerse justicia. Pero ya no cambiaran nada, la historia no retrocede para enmendar errores.
Al caer la noche, Montevideo se convierte en una ciudad de sombras. Las velas se reparten con cuidado. Las ventanas se cubren con mantas. El miedo no es a lo que se ve, sino a lo que podría venir. Pero aún hay voces. Aún hay manos que se estrechan. Aún hay canciones que se cantan en voz baja, como si el alma del país se negara a apagarse.
Al caer la noche, Montevideo se convierte en una ciudad de sombras. Las velas se reparten con cuidado. La ciudad se convierte en un susurro. Las casas se oscurecen por miedo a atraer saqueadores. Las familias se abrazan no por amor, sino para darse calor recíprocamente. Los niños preguntan si mañana habrá sol. Nadie responde.
Y, sin embargo, algo resiste. Una mujer en La Teja canta una canción de cuna a su nieto. Un hombre en Malvín comparte su última vela con un vecino. Un grupo en el Parque Rodó escribe poemas en servilletas. No para publicarlos. Para no olvidar que alguna vez fuimos humanos.
La gente creyente reacciona distinto, algunos ven el desastre como castigo divino. En iglesias destruidas, rezarían entre escombros, buscando sentido en el sufrimiento. Los sacerdotes, pastores y rabinos se convierten en consuelo, en guías espirituales, en organizadores de esperanza. Pero muchos de ellos también corren a aprovisionarse de comestibles luchando por su propia egoísta sobrevivencia.
Otros religiosos, más místicos, los veo hablar del fin de los tiempos. Algunos predican la salvación, otros el arrepentimiento. En las calles, se forman grupos que cantan salmos, que reparten pan bendecido, que abrazan a los moribundos.
Pero también veo fanatismo. Sectas que interpretan la radiación como purificación. Líderes que prometen milagros a cambio de obediencia. La fe, como siempre, tiene luz y sombras.
Veo a muchos ateos enfrentar el colapso con racionalidad brutal: claman “Esto es lo que pasa cuando el poder se descontrola.” Buscan soluciones prácticas, organizan redes de supervivencia, priorizarían la ciencia y la cooperación.
Otros, sin consuelo espiritual, caen en el nihilismo el fatalismo y la desesperanza: “Nada tiene sentido.” Algunos se aíslan. Otros se vuelven más humanos que nunca, defendiendo la vida por el simple hecho de que existe.
Otros se vuelven fieras salvajes al margen de la ley, pues las leyes fenecieron, y fueron remplazadas por las leyes de la selva, así que como antes, el pez gordo, se sigue comiendo al mas chico, usando el poder económico que continúa detentado y la fuerza de las armas. Se asaltan los supermercados para robar los últimos alimentaos que quedan. Otros buscan consuelo en drogas para anestesiar su muerte próxima.
Los progresistas intentan organizar comunidades solidarias, cooperativas de supervivencia, redes de ayuda mutua. Buscan reconstruir desde abajo, con justicia y equidad.
Los conservadores priorizan su propia barriga y comodidad, el orden anterior, “la familia, la tradición” es decir, nada ya. Defienden lo que queda, para quedárselos, aunque sea con armas. Buscan restaurar estructuras, aunque ya no funcionan.
Los anarquistas ven el colapso como liberación: “Ya no hay Estado, ahora somos libres.” Pero pronto descubren que la libertad sin agua ni comida es otra forma de prisión.
Los ricos no comen oro: Ricos: Al principio, los veo refugiándose en casas blindadas, con reservas, generadores, seguridad privada. Pero pronto descubren que el dinero no purifica el agua ni cultiva tierra muerta. A sus mansiones y bunkers, también llega la peste y la muerte ingrata.
Algunos intentan comprar lo que ya no existe. Otros huir aun donde no hay donde huir. Algunos muy pocos, se unen a los pobres, por necesidad o por redención.
Y unos, aun mas pocos de los más pocos, adquieren sabiduría racional, quizás por remordimientos, y usan sus recursos para ayudar, para reconstruir, para proteger. Porque en el fin del mundo, el valor se mide en humanidad, no en cuentas bancarias.
Los más humanos, simplemente tratan de sobrevivir, sin discursos. Sin banderas. Solo con su instinto de sobrevivencia. Muchos de ellos realmente ignoran su trágico real final. Se niegan a aceptar su inevitable destino.
Lo que importa ahora, ya no es el color de la bandera, sino que alguien te comparte su última vela.
Y algunos, enfrentados al horror, los veo por primera vez mirar al cielo, y se preguntan si hay algo más.
Pero ya seria tarde, el tiempo solo cuenta en reverso, y es solo contar o descontar con las horas o días que nos quedan de vida.
Veo a los pobres, que, en estos días finales, parecen adaptarse mejor al sufrimiento, ya que para ellos es un habito y cuestión de todos los días, ellos son los últimos en desesperar, aunque son los primeros en morir. Porque ya conocen el hambre, la escasez, la injusticia. No les sorprende el abandono están habituados y resignados.
Todos están allí, luchando por una subsistencia frágil y mortuoria, respirando ya aire contaminado, radioactivo, todos están ya muriendo en las calles y en sus casas. No hay quien recoja y entierra ya los cadáveres, no hay sepultureros vivos.
En cada barrio, la gente piensa organizarse. No hay líderes, pero hay referentes. No hay recursos, pero hay manos. Piensan crear cocinas comunitarias, donde se cocine sin fuego ni electricidad, refugios improvisados, redes de trueque. Se comparte lo poco que queda.
Una madre enseña a su hija a distinguir plantas comestibles. Un abuelo recuerda cómo se hacía jabón con grasa. Un adolescente aprende a construir trampas para roedores. La supervivencia se convierte en cultura.
Pero a nadie veo preguntarse: ¿Por qué no hicimos nada antes, para evitar este final trágico?
La gente se preguntará entonces... ¿por qué no nos informaron del peligro de una guerra nuclear y de sus consecuencias? ¿Por qué no se nos dio las herramientas para influir en el mundo en favor de la paz? ¿Por qué el gobierno prefirió que no se hablara de política exterior? ¿Porque el gobierno se alineo detrás de una potencia militar guerrerista?
Esa pregunta —dolorosa, justa, urgente— sería inevitable. En medio del colapso, cuando ya no hay agua, ni tierra fértil, ni cielo limpio, la gente no solo buscaría comida: buscaría respuestas. Y lo que encontraría sería un silencio que grita.
Reflexión: “¿Por qué no nos dijeron?”
La gente se reuniría en plazas destruidas, en refugios improvisados, en sótanos oscuros, y se preguntarían:
¿Por qué no nos educaron sobre el peligro nuclear en las escuelas?
¿Por qué los medios hablaban de guerras como si fueran ajenas, lejanas, inevitables?
¿Por qué los gobiernos negociaban armas, no tratados de paz?
¿Por qué no se nos dio voz en las decisiones que definieron el destino del planeta?
Y entonces, la rabia se mezclaría con la tristeza. Porque no fue ignorancia: fue exclusión. Porque no fue solo falta de información: fue falta de poder.
Delegamos en otros lo que tendríamos que haber hecho nosotros.
¿Por qué no nos dieron herramientas?
La gente se dará, tarde o temprano, cuenta, de que nunca se les enseñó a:
Participar en foros internacionales, ni siquiera en los nacionales, en su política exterior.
Organizar movimientos pacifistas nucleares con impacto real.
Presionar a sus gobiernos para desarmarse, y al nuestro, para que luche contra naciones imperialistas belicistas y en favor de un nuevo mundo más equitativo, justo y pacifista, como los relacionados con el grupo de los Brics.
Entender cómo funciona la diplomacia global y la geopolítica.
Reconocer cuándo el mundo se acerca al abismo.
Y entonces, el dolor se volvería conciencia. Porque no se trataba solo de sobrevivir: se trataba de haber podido evitarlo.
¿Y ahora qué?”
En medio de la destrucción, surgiría una nueva convicción: nunca más sin nosotros.
Se escribirían manifiestos en paredes rotas.
Se formarían asambleas populares para reconstruir desde la paz.
Se enseñaría a los niños que la guerra no es inevitable, que la paz se construye. Y que no habrá sobrevivientes a una guerra nuclear mundial.
Se juraría que, si alguna vez el mundo vuelve a tener voz, esa voz será colectiva.
Porque el mayor crimen no fue la bomba. Fue el silencio antes de que cayera.
Porque fue nuestra pasividad la culpable, pues fue nuestra indiferencia y complicidad.
Pero aun podemos retrotraer mi cuento, viajando en el tiempo, como cronauta. ¿No es verdad?
Sebastian Bestard Molina
Escritor, pensador, analista político-militar, |