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Homenaje a Terence Stamp
17 oct 2025
¿Cómo rendir homenaje a Terence Stamp? Su trayectoria es larga y desigual. Prefiero hablar de su mejor actuación de la última etapa, el Wilson de «El halcón inglés», de Soderbergh. Película de género negro, con el personaje de Valentine retrata el proceso de corrupción típico del capitalismo: de la contracultura a la «cultura» del dinero. En el momento de estrenarse, en el año 2000, pasó casi desapercibida. Aprovecho la ocasión para recomendarla
HOMENAJE A TERENCE STAMP

    La trayectoria de Terence Stamp es larga y desigual. Desigual no por culpa suya, sino a causa del conformismo que se impuso después de los años sesenta. Habría que dedicarle muchas páginas. Otra forma de rendirle homenaje, a raíz de su muerte, es recordar su mejor actuación de la última etapa. Como su especialidad era encarnar personajes procedentes de otra galaxia que no encajaban en el nuevo ambiente, «El halcón inglés» le ofreció un papel ideal para lucirse: un inglés que aterriza en la Costa Oeste de Estados Unidos sin preocuparse por integrarse ni por ser simpático. Tiene otra obsesión en la cabeza. En una escena, tras recibir una paliza, se levanta del suelo como si su cuerpo fuera de goma, pero con la determinación escrita en la cara.        


HOCKNEY + GÉNERO NEGRO
    Decir David Hockney es decir piscinas. Californianas, por supuesto. Colores brillantes, superficies reflectoras, juegos de agua y de luz. En esta serie de cuadros, Hockney despliega un gusto refinado de la calidad pictórica, lo que le distingue de los hiperrealistas americanos.
    «El halcón inglés», de Steven Soderbergh, mezcla el universo de Hockney con el género negro. Una mezcla explosiva. Y, en este caso, fructífera.
    La película se basa en los choques y los contrastes de espacio y de tiempo. Un inglés en el nuevo mundo californiano. El presente y los años sesenta. La apariencia y los trapos sucios. Los bajos fondos y el triunfo capitalista. Es interesante ver cómo, en el último caso mencionado, pasamos del primer elemento al segundo. Después de pasearse por un almacén destartalado, hasta arrastrarse por el suelo, la cámara vuela hacia arriba, hacia el cielo, y de repente surge la piscina, en medio de una luz crepuscular, reforzada por la iluminación artificial. Podemos ver que se trata de una arquitectura impresionante, ya que la piscina se extiende sobre el vacío. Acto seguido una sirena de espléndida belleza (Adhara) se zambulle en el agua.
    Soderbergh explora el espacio alrededor de la piscina en todas direcciones y con gran profundidad de campo, porque a través de los ventanales vemos las colinas, el mar y también cómo Wilson se quita de encima un gorila de más de cien kilos. Luego, en un vertiginoso picado vertical, lo vemos al fondo del precipicio. El primer fiambre que aparece junto a la piscina de Terry Valentine. Pero este guarda alguno más en el armario, de acuerdo con la fórmula utilizada por el director: «Hockney + género negro». Es decir: «piscinas + cadáveres».

ESTÉTICA NO CONVENCIONAL
    Contrastes y exploración del espacio. También del tiempo. Los acontecimientos no siguen la cronología lineal, surgen de forma fragmentada. Muy al estilo de los años sesenta. Aunque ante semejante modo de narrar todo el mundo, incluso Soderbergh, cite a Resnais, «El halcón inglés» queda más cerca de Boorman («A quemarropa») y Losey («Accidente», «El mensajero»), porque en ambos cineastas, a diferencia de Resnais, las innovaciones se integraban en un sólido entramado narrativo, sus películas no se deshilvanaban.
    Los fabulosos años sesenta, junto con el destino de sus protagonistas, constituyen uno de los ejes de «El halcón inglés». Soderbergh juega con la imagen que en aquella época ofrecían los actores. Inserta extractos de «Poor Cow», de Ken Loach (1967), con Terence Stamp, mientras Peter Fonda cuenta anécdotas que evocan al Captain America buscando su destino a lomos de una moto en «Easy Rider» (1969).
    ¿Se puede rendir homenaje al espíritu inquieto de los sesenta —la década prodigiosa— con una estética convencional? Soderbergh cree que no. De ahí que abunden ecos de «A quemarropa» («Point Blank», 1967), obra muy representativa de aquellos años: un laberinto complejo de flashbacks y flashforwards, un protagonista al principio monolítico cuyos fragmentos de memoria nos descubren poco a poco sus rasgos vulnerables. También coinciden la inicial del apellido (Walker en la película de Boorman, Wilson en la de Soderbergh), el cabello blanco, la forma de andar decidida y la procedencia inglesa: en «A quemarropa», el director; aquí, el protagonista y el actor. (Por cierto, también Hockney es inglés.) A la imagen obsesiva de Walker caminando rectilíneo por un pasillo anónimo, le corresponde la de Wilson andando de izquierda a derecha delante de un edificio impersonal de obra vista. Dichas escenas cargan la tensión que explotará acto seguido.

LOS AÑOS SESENTA Y SU DESTINO
    Wilson, nada más salir de la cárcel tras nueve años de encierro, va a Los Ángeles con la intención de investigar las extrañas circunstancias que rodeaban la muerte de su hija Jenny y vengarla. Las pesquisas lo llevan a seguir las huellas del exmarido de Jenny, Terry Valentine, un productor de música pop («aquí decimos rock and roll», puntualiza Elaine). No crea nada, se apropia de los sueños de los demás y los convierte en dinero.
    El personaje de Valentine es representativo de los que han pasado del inconformismo de los años sesenta al conformismo posterior, de la contracultura a la cultura del dinero (en realidad, al culto del dinero). De hippie a yuppie. Ha vivido el proceso de corrupción típico del capitalismo y ahora se dedica a turbios negocios, con la ayuda de un especialista en blanquear trapos sucios. El espíritu de los sesenta no sigue vivo entre sus explotadores y representantes oficiales, sino entre quienes aplican su empuje creador, como hace Soderbergh.

SUPERACIÓN DE LA VENGANZA
    Wilson quiere, ante todo, conocer la verdad sobre la muerte de su hija. Verdad ocultada por Valentine detrás de un muro de guardaespaldas. Wilson deberá recorrer un largo camino para acceder a ella. Una vez en Big Sur, aún tendrá que descender por la escalera que conduce a la playa, como si tomara un pasaje secreto hacia un lugar iniciático. Allí consigue penetrar en el santuario, en el rincón más secreto de Valentine: sus recuerdos. Wilson comprende que, en cierta medida, él también es responsable de lo que le ha ocurrido a su hija. El conocimiento de la verdad supone una experiencia dolorosa que lo transforma: lo libera del odio y del deseo de matar a Valentine. Y consigue superar la obsesión de vengarse. Fin de la investigación y del viaje. Ahora ya puede terminar la película.

EL ACTOR ES LA ESTRELLA
    Soderbergh había hecho dos incursiones en el género negro, bastante flojas porque respetaban unos esquemas muy convencionales. Con «El halcón inglés» ha vuelto al género negro, pero esta vez ha evitado los caminos trillados. El producto final es una película excelente, gracias a tres factores.
    1. El argumento. No es un relato de venganza, sino un relato de la superación de la venganza. Es un planteamiento anti-Tarantino. También se inscribe en una estética anti-Tarantino la forma de fabricar los cadáveres: presenta la violencia de un modo distante, indirecto. El ejemplo más ilustrativo es cuando Wilson elimina el gorila: la escena ocurre en un tercer o cuarto plano, al fondo de la pantalla.
    2. La complejidad narrativa y la calidad visual. Los saltos hacia atrás y hacia adelante crean un laberinto fascinante. La cámara sabe aprovechar las posibilidades que le ofrece el espacio. Las escenas en la mansión de Valentine y alrededor de la piscina son de antología.
    3. La actuación de Terence Stamp. Su inteligencia y elegancia, con toques de dandismo «made in England», le confieren un aire distante, ideal para el papel de extranjero procedente de otro mundo. Terence Stamp se convierte en el atractivo principal, igual que Jeremy Irons en «Kafka» (1992). Dos actores ingleses. Y el mismo guionista: Lem Dobbs. El resultado han sido las dos mejores películas de Soderbergh.

Josep Alemany

«El halcón inglés». Estados Unidos, 1999. Título original: «The Limey». Dirección: Steven Soderbergh. Guion: Lem Dobbs. Interpretación: Terence Stamp (Wilson), Peter Fonda (Terry Valentine), Lesley Ann Warren (Elaine), Luis Guzmán (Ed), Amelia Heinle (Adhara).

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