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¿Era Nietzsche anarquista?
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per Brian Morris Correu-e: alemanyjcastells@gmail.com |
10 oct 2025
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Existen dos filósofos que algunos, con buenas o malas intenciones, califican de anarquistas: Nietzsche y Max Stirner. Brian Morris, en este artículo, sostiene, con sólidos argumentos, que Nietzsche no era anarquista. |
¿ERA NIETZSCHE ANARQUISTA?
Presentación del traductor. Existen dos filósofos que algunos, con buenas o malas intenciones, califican de anarquistas: Nietzsche y Max Stirner. El artículo de Brian Morris sobre Nietzsche, publicado por primera vez en la revista Freedom en 2002, forma parte del libro Visions of Freedom, Black Rose Books, disponible en la red en PDF. Su argumentación es coherente, pero, cuando llega al final, sale con una citación de Bertrand Russell que no pega ni con cola. Podemos no estar de acuerdo con ella, por supuesto. Quizá al lector se le ocurra una definición más acertada.
Otro día hablaremos de Max Stirner. A continuación viene el artículo de Brian Morris. He añadido los títulos de los dos apartados. La versión en catalán se ha publicado en el número 6 de la revista Agràcia [Josep Alemany].
Nietzsche se ha puesto de moda en el mundo universitario. El hombre que pasó la mayor parte de su vida solitaria vagando por el sur de Europa como un «fugitivo eterno» (según sus propias palabra), buscando un lugar o un clima que aliviase o fortaleciera su deteriorada salud, ahora se ha convertido en el icono académico de los pensadores apocalípticos, los posmodernos. Tras declarar que Bakunin, Kropotkin y Malatesta han caducado, Nietzsche los ha sustituido y es un icono para algunos anarquistas. Hay que preguntarse, pues, una vez más: ¿era Nietzsche anarquista?
La respuesta es muy sencilla: no. El propio Nietzsche rechazó categóricamente todo lo que significa el anarquismo. En El crepúsculo de los ídolos escribió que los cristianos y los anarquistas eran «ambos decadentes, incapaces de producir nada que no fuera disolución, veneno, degeneración, ambos eran chupadores de sangre con el instinto de un odio mortal contra todo lo que se mantiene en pie, que se eleva muy alto, que posee duración, que promete un futuro para la vida».
Era igualmente crítico y despectivo con los socialistas, los tachaba de «tontos», «zoquetes», «decadentes» y «bufones». Insistía en que los socialistas defendían «la degeneración colectiva» de la humanidad, «el animal de rebaño» (Más allá del bien y del mal). Aplicaba los mismos criterios a los trabajadores corrientes, hablaba de ellos con desprecio: «multitud», «rebaño», «chusma». Como su primer guía, Schopenhauer, tenía un mal concepto de la gente corriente, aunque el «ermitaño de Sils-Maria» (donde pasaba los veranos) conocía muy poco sus sufrimientos, aspiraciones o vida social. Como han señalado muchos, su individualismo y esteticismo estridentes dejaban poquísimo espacio para la comunidad, y aún menos para la vida familiar.
La causa de ese desprecio del anarquismo, el socialismo y la gente corriente es que Nietzsche los relacionaba de una forma simplista con la «moral de los esclavos», que oponía a la «moral de los amos» de la nobleza y de la élite dirigente. Vinculaba la «moral de los esclavos» (que atribuía al budismo y al cristianismo, así como al socialismo, la democracia y el anarquismo) con la humidad, el servilismo, la lástima, la envidia, el secretismo y la compasión, sentimientos motivados, todos ellos, por el «resentimiento», lo que el primer ministro conservador John Major llama «la política de la envidia», atribuida a todos los que se quejan de las desigualdades crecientes del capitalismo global.
En cambio, la «moral de los amos» de los dirigentes y de la élite aristocrática tenía las características siguientes: coraje, sinceridad, fuerza, poder, orgullo y dominio de sí mismo. Los esclavos y la gente normal son «chusma», los dirigentes «buenas personas» (aunque Nietzsche no aprobó nunca la crueldad de la élite). Si bien en Así habló Zaratustra presentó una crítica estridente del Estado, y sus discípulos alegan que Nietzsche era «antipolítico» y se preocupaba exclusivamente de la estética dionisíaca de «hacerse a sí mismo», en realidad, en todos sus escritos apoyó y expresó fidelidad a quienes detentan el poder.
«ESCLAVO DE LOS PREJUICIOS BURGUESES»
Nietzsche se puso de parte de los «fuertes», de los «dirigentes» y de los aristócratas, y dirigió sus opiniones más venenosas contra las clases inferiores, los esclavos, los trabajadores, la «purria», en especial si se atrevían a quejarse de la jerarquía o a impugnarla. Como dijo Kropotkin: «Nietzsche no entendió nada de la rebelión económica de los trabajadores. El gran Nietzsche, porque fue grande en alguna de sus rebeliones, nunca dejó de ser esclavo de los prejuicios burgueses». Su «transmutación de todos los valores» no se extendió hasta poner en tela de juicio los valores aristocráticos de jerarquía, estructura de clases y formas económicas de la explotación.
Era parecido a Aristóteles en la defensa de la esclavitud y, careciendo casi totalmente de perspectiva sociológica, parece que había aceptado que siempre habría «esclavos» que proporcionarían el pan de cada día a la élite aristocrática o a los «superhombres» en sus vagabundeos solitarios y en su afirmación dionisíaca de la «voluntad de poder».
No es ninguna sorpresa, pues, que Nietzsche haya alabado la división social en castas de la India y su jerarquía tan diferenciada o que haya insultado y despreciado a las castas inferiores —los chandalas, que creía que tenían ¡un «sentimiento de satisfacción» en su servidumbre!—. Las «leyes de Manu» que reforzaban ese régimen de desigualdad social merecían sin duda su aprobación.
La mera idea de una sociedad libre o de derechos iguales era anatema para Nietzsche. Los identificaba con la disminución de la humanidad y afirmaba que originaban la aparición del «animal de rebaño». Siempre interpretó incorrectamente tanto al anarquismo como al socialismo, ya que, según él, se proponían reinstaurar un régimen de esclavitud (y, evidentemente, los consideraba culpables de no tener en cuenta la necesidad de una élite aristocrática).
La vida social, argumentaba Nietzsche, debería limitarse a poner «los cimientos y los andamios sobre los cuales las especies selectas de seres puedan elevarse hasta sus tareas más altas y en general a una existencia superior» (Más allá del bien y del mal). Lo esencial era tener una «aristocracia excelente y saludable».
No es de extrañar, pues, que considerara que la idea de derechos iguales para todos era una doctrina perniciosa. En sus críticas de la modernidad, que identificaba con la democracia liberal, proponía como ideal alternativo no el comunismo anarquista ni ninguna otra variante de socialismo libertario, sino el Imperio romano y el Estado zarista de Rusia. Ambos, a juicio de Nietzsche, defendían la tradición y la autoridad.
Su idea de libertad estaba vinculada con esos valores reaccionarios. La libertad, escribió, «significa que los instintos viriles que disfrutan con la guerra […] han predominado sobre los demás instintos». Temiendo que todo el mundo quedara reducido a la condición de «animal de rebaño» (suponía erróneamente que eso era lo que tramaban socialistas y anarquistas), Nietzsche formuló una idea de libertad que era sinónimo de valor heroico, fuerza y un individualismo solitario y feroz, situado, huelga decirlo, en la cumbre de las montañas y que dependía de la gente del valle, la «chusma» que les proporcionaba la subsistencia.
Los pensadores de la Ilustración tenían fe en el conocimiento empírico y creían en el progreso. Tal vez fueran un poco ingenuos en su entusiasmo por mejorar la humanidad, pero achacarles la culpa de las atrocidades del siglo XX sería tan simplista como echar la culpa de la Inquisición a Jesús.
Nietzsche era totalmente reaccionario cuando, a la creencia de la Ilustración en el progreso, le oponía la creencia aristocrática en la autoridad y la tradición. Como escribió sin tapujos (también en Más allá del bien y del mal): «La veneración profunda por la edad y el prejuicio tradicional a favor de los antepasados […] es típico de la moral de los poderosos. Y cuando, al contrario, los hombres de “ideas modernas” creen casi instintivamente en “el progreso” y en “el futuro” […] ello revela claramente el origen innoble de dichas ideas».
¿ERA FEMINISTA? ¿SÍ O NO?
Nietzsche no era un posmoderno, sino un reaccionario total, un pensador «premoderno». Desde hacía mucho tiempo también era famoso por ser un pensador inmensamente misógino, aunque algunos posmodernos (Derrida, por ejemplo) parece que lo presenten como un gran feminista. Uno de esos días, algún posmoderno también «desconstruirá» el Mein Kampf de Hitler ¡y nos demostrará que su autor era un auténtico pacifista!
Como dicen que todos los lenguajes son metafóricos, que no hay significados estables, que el estilo de Nietzsche es siempre irónico, quizá sea imposible saber si era o no antifeminista. Ahora bien, si damos crédito a sus palabras, resulta que odiaba el feminismo y lo consideraba (igual que el socialismo) totalmente decadente. Leed el siguiente pasaje y veréis si era feminista o no (en cuanto a los estereotipos racistas… no hablemos de este tema): «El hombre que es profundo, tanto en su espíritu como en sus deseos […], piensa en la mujer solo de una manera oriental: tiene que considerar la mujer una posesión, una propiedad guardada bajo llave, una cosa predestinada para el servicio».
Al proponer que el matrimonio como institución no debería basarse en el amor, también escribió (en El crepúsculo de los ídolos) que «hay que construirlo sobre la base del impulso sexual, el impulso de poseer propiedades (la mujer y los hijos considerados como propiedades), el impulso de dominar que organiza continuamente el ámbito más pequeño, la familia». ¡Vaya feminista!
En Nacionalismo y cultura, Rudolf Rocker dice que la vida de Nietzsche «oscilaba constantemente entre conceptos autoritarios anticuados e ideas auténticamente libertarias». Su filosofía contiene sin duda un aspecto libertario: su forma solitaria de individualismo con un llamamiento estético a hacerse a sí mismo, la crítica radical inherente a su «transmutación de todos los valores», el ataque estridente contra el Estado en Así habló Zaratustra y la celebración apasionada de la libertad y el poder personales.
Pero todo ello quedaba más que contrarrestado por su mentalidad totalmente reaccionaria: la política elitista, la celebración de la autoridad y la tradición, la falta de una visión progresista excepto la idea de un nómada asocial y aislado, el «superhombre». Quizá un filósofo posterior, Bertrand Russell, lo definió mejor cuando lo llamó «anarquista aristocrático».
Brian Morris
[Traducción: Josep Alemany] |
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