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Anàlisi :: antifeixisme |
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Marxismo, antifascismo y el cretinismo del centralismo democratico.
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per ruedo iberico |
30 jul 2025
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El Estado es la organización centralizada, jerarquizada y
autoritaria, que funciona siempre de arriba abajo y del centro a la periferia, de una minoría privilegiada, la clase burocrática, formada por una serie de castas o de subclases (Ejército o casta militar, Iglesia o casta sacerdotal, magistratura o casta judicial, partido único o casta política bajo un régimen de dictadura, clase directorial en una economía planificada, policia politica, altos funcionarios, legisladores, gobernantes, etc.); ; organización que explota económicamente con el fisco y oprime políticamente con la ley a la mayoría de los miembros de una comunidad nacional o multinacional contenida en una extensión geográfica cerrada por sus fronteras; organización que tan pronto favorece a una clase social en detrimento de las otras, como establece el equilibrio entre los individuos, las sectas o las clases sociales, pero siempre con la finalidad de aumentar su propio poder o de asegurar su duración. El Estado justifica su existencia por encima de la sociedad y sus privilegios, ya sea por derecho divino, ya por el mito de la raza, de la patria o de la soberanía nacional o incluso de la dictadura del proletariado. Se afirma en tanto que entidad sagrada y providencial a la que se debe venerar. |
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Los antifascistas, al preconizar la liberación mediante el voto y la elección de diputados de origen popular, son corrompidos a la larga por las instituciones burguesas que pretenden desarticular. Se vuelven contra los oprimidos y los explotados por el hecho de que se convierten en profesionales de la política y en burócratas. Al realizar reformas superficiales, al favorecer a las clases medias, a la pequeña burguesía, a los pequeños propietarios, al reducir los sindicatos al papel de máquinas de cobrar cotizaciones, privan a la clase obrera de su combatividad, la reblandecen y la vuelven pasiva; servidores, a pesar suyo, del capitalismo, le permiten sobrevivir, mientras que para destruirlo sería necesario, al contrario, agudizar sus contradicciones y agravar la lucha de clases. En fin, en nombre de la defensa nacional, reniegan pronto del internacionalismo; después, por apatía, se convierten en cómplices de los colonialistas y de los comerciantes de la industria armamentista s para terminar convertidos en vulgares patrioteros. Los antifascistas, , al constituir un partido monolítico destinado a tomar el poder por un golpe de fuerza (o por los votos), se convierten al día siguiente de su triunfo en privilegiados que, lejos de querer debilitar al Estado, lo refuerzan sin cesar. Extrabajadores ascendidos a generales, jefes de policía, altos funcionarios, no representan ya al pueblo sino a sí mismos y adquieren la mentalidad de advenedizos. Calificando las huelgas de absurdas o prohibiéndolas, esclavizan a los sindicatos; buscando únicamente defender su nueva situación, no trabajan ya en la fábrica, yugulan el descontento de quienes siguen siendo proletarios mediante la censura, la propaganda obsesionante, mediante el adoctrinamiento de los niños, la militarización de las masas, el trabajo impuesto y la delación institucionalizada. Previamente deshumanizados por una disciplina de cuartel y por la convicción de que un fin emancipador justifica los medios liberticidas, semejantes en muchos aspectos a los fascistas, son en consecuencia rápidamente devorados por el ejercicio del poder: su sedicente socialismo consiste en la entrega de todos los medios de producción a un solo y único patrón, el Estado, que simboliza un je fe divinizado y que guía el Partido cretino del centralismo democratico, verdadera Iglesia antifascista que interpreta la necesidad histórica; su revolución degenera en la más terrible forma de alienación que el hombre haya conocido jamás, el totalitarismo del dogma antifascista moderno que se concreta en un aparato gubernamental hipertrófico, dotado de autoridad civil, militar y espiritual, y empleando los últimos descubrimientos técnicos para aumentar su dominio. Desean vigilar a los ciudadanos incluso en su vida privada, centralizan, nacionalizan, planifican, movilizan, militarizan, adoctrinan, prohíben, encarcelan y fusilan. ¿El antifascismo es mejor, pues, que las doctrinas que lo han precedido? ¿Puede servir de guía hacia la auténtica emancipacion humana ? ¡No! Imaginar que se puede transformar la sociedad mediante el Estado, que el Estado es un instrumento de liberación, es el peor de los errores. |
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