1) Introducción: a propósito de una efeméride
Este jueves, 24 de abril de 2025, es el aniversario del fin del conflicto civil más largo y cruento de la historia contemporánea posindependencia de Venezuela: La Guerra Federal o Guerra Larga (1859-1863) que enfrentó a liberales y conservadores por el control político del país. Las causas de fondo están en el mantenimiento del orden latifundista, bajo bandera tricolor, por parte de los militares que habían liderado la independencia (acaudillados por José Antonio Páez). Esto provocó la rebelión de las masas campesinas y populares de las provincias: acaudilladas por Juan Crisóstomo Falcón y Ezequiel Zamora, al cual este último, bajo la consigna “Tierra y Hombres Libres”, sectores de la izquierda nacional, han querido ver, históricamente, a una suerte de “Emiliano Zapata venezolano”.
2) La Guerra Federal como Guerra Social: visiones políticas de la contienda
La concepción positiva, del papel de las fuerzas liberales en la contienda, no solo está presente en la desprestigiada izquierda bolivariana oficialista (que cada año conmemora la efeméride con un comunicado institucional) sino, aunque de forma muy matizada, en las filas del anarquismo criollo o, para ser más exacto, en alguna de sus individualidades. Así Rodolfo Montes de Oca, en su obra Contracorriente: La historia del movimiento anarquista en Venezuela (1811-1998), después de negar la vinculación de Zamora al credo libertario, afirmará:
"(…) Zamora era un pequeño propietario, partidario de la toma del poder central para empezar a realizar algunas mejoras sociales referidas a una reforma del monopolio de la tierra y de una mayor permeabilidad social entre los diferentes estratos sociales.”.
Ante esto hay que decir, que hay evidencias que entre los liberales venezolanos circulaban ideas del llamado “socialismo utópico”: por ejemplo, el periódico liberal El Patriota (al que estuvo suscrito Zamora) traía textos de Fourier, Owen o Saint Simón y hay evidencias también de que, en Caracas, en el año 1850, circuló el libro Barcelona moderna y Barcelona antigua. El socialismo y la Economía Política. Síntomas del tiempo. Anarquía intelectual que era una publicación catalana. Estos indicios, fueron expuestos por el escritor Roberto J. Lovera de Sola y el historiador Brito Figueroa. Si bien otro escritor venezolano, Manuel Caballero, afirmará que “Zamora Socialista” es un mito creado por marxistas criollos fascinados por la Revolución Mexicana de 1910 y deseosos de buscar referentes parecidos en la historia nacional.
Es decir, anarquista, en el sentido bakuninista, quizás no, pero proto-socialista es muy posible que sí, y hay que recordar que, dentro del “socialismo utópico”, se acostumbra a añadir a Pierre Joseph Proudhon. Puede que esta analogía esté muy cogida por los pelos, pero también considero que, a veces, a Rodolfo Montes de Oca le cuesta reivindicar, a ciertas figuras del imaginario popular venezolano, para el anarquismo. Cautela intelectual o exceso de purismo, no lo sé.
Ahora bien, lo que sí reconoce este escritor y militante libertario es que Zamora fue alguien que buscó una sociedad más permeable des del punto de vista de clase. Y ahí coincido con cierta interpretación histórica que afirma que el país, en menos de un siglo, experimentó dos procesos de Guerra Social (la rebelión popular de 1814, durante el proceso independentista, y la insurgencia campesina zamorana, durante la Guerra Federal) de la cual, Rodolfo Montes de Oca, admite la posibilidad (si aceptamos la continuidad de estos dos procesos) que sea un fenómeno único en Latinoamérica.
Para los marxistas, la lucha de clases es “el motor de la historia”. Para los anarquistas, dependerá de la corriente: para la mayoría, me atrevería a decir, también, si bien verán al Estado, a menudo, no como un simple epifenómeno de la sociedad de clases sino como su mismo generador (invirtiendo la polaridad economía-política del marxismo). Ahora bien, otros anarquistas, los menos, no aceptarán los discursos clasistas y situarán el escenario de lucha entre el hombre (entendido en un sentido amplio) y el Estado. Para los marxistas y los primeros anarquistas, necesariamente y entonces, ha de verse esta Guerra Social como un duro esfuerzo para hacer saltar la costra del orden colonial racista y clasista que en Venezuela se expresaba, en esos momentos, de forma tan cruda. En sus antípodas ideológicas, el intelectual conservador José Santiago Rodríguez (1877-1945), reflexionando, sobre los motivos que llevaron a la Guerra Federal, dirá sobre las consecuencias sociales de la propaganda y acciones liberales:
“(…) las manifestaciones que aquellas masas tomaban por el ejercicio de su soberanía, no eran otra cosa que los ultrajes que la anarquía le inflige siempre a la libertad (…) la anarquía no ha sido ni será sino la cabeza horripilante de Medusa esparciendo sus mordeduras venenosas, hasta que el brazo de un dictador (…) cercene, sin misericordia, con el filo de su espada, esa cabeza abominable.”.
Pero resulta que, las manifestaciones anárquicas de aquellas masas, solo tuvieron como respuesta el intento, de José Antonio Páez, de cercenarlas al proclamar el Partido Conservador su dictadura (concretamente, la facción “paecista” militar frente al civilismo del Dr. Gual), durante la última fase de la Guerra Federal, algo que no evitó su debacle final al recrudecerse las hostilidades de las tropas liberales federales. Finalmente, en abril de 1863, se celebra el Convenio de Coche mediante el cual se firmó el triunfo de esta facción política y Juan Crisóstomo Falcón (1820-1870) es elegido presidente de la República. Si aceptamos la tesis marxista venezolana de una “revolución zamorana” entonces Falcón representa su “termidor”, con la consolidación en el poder de oligarcas y terratenientes, y el desvanecimiento del sueño agrarista del “General del Pueblo Soberano”.
3) La larga sombra de la Guerra Federal
Ahora bien ¿Es que todo fue en balde? ¿Es que, simplemente, se cambiaron ladrones por ladrones y tiranos por tiranos en esa convulsa Venezuela de mediados del siglo XIX? Al final del Gobierno de Falcón sube al poder Antonio Guzmán Blanco “El Ilustre Americano” (1829-1899) quien había sido General jefe de las Fuerzas Federales del Centro y estuvo en el poder hasta 1887. Según la psicóloga social marxista, Maritza Montero, el “Guzmanato” sentó las bases de un período “seudopositivo” (en cuanto a la autoimagen nacional de los venezolanos) que se alarga hasta 1900: por una parte, a nivel social, significaba transformaciones urbanas de calado, con la construcción de importantes edificios públicos, vías férreas y un nuevo ordenamiento legal y educacional, pero, por la otra, la instauración todavía más fuerte del capital extranjero y la estrecha alianza de comerciantes y latifundistas: es decir, la oligarquía.
Es decir, vemos que durante el “Guzmanato” es donde se profundiza esa relación entre modernidad y descentramiento: el país se moderniza paralelamente a que sus referentes, culturales e ideológicos, se sitúan cada vez más lejos de Venezuela. En esta época “seudopositiva” varios intelectuales empezaran a concebir a la población no ya “ingobernable” sino “pasiva” y “resignada” como fruto de aquellos gobernantes autoritarios ¿Responde, entonces, esta breve exposición del “Guzmanato”, como período “seudopositivo”, las primeras preguntas de este apartado? Pues si entendemos que se había abandonado la idea de una población “ingobernable” (que no hacía referencia, precisamente, a su posible capacidad de “autogobierno” sino que se usaba, peyorativamente, como sinónimo de “incivilizada”), durante el “Guzmanato”, pues quizás sí, pues no fue en balde la “Guerra Federal” ya que la siguió un período de eficiente administración, estabilidad política y cosmopolitismo cultural por parte de alguien al que se recuerda como un “autócrata ilustrado”.
Y alguien de nosotros podría pensar ¿Es que acaso esto interesa o es algo a destacar para un anarquista o revolucionario? Pues sí, si tenemos en cuenta, que inició un período que sentó las bases para la llegada al país, esta vez sí, de las modernas ideas del anarquismo de Bakunin en las alforjas de los libros franceses y españoles (la primera nación, la gran referencia del “Guzmanato”). Podríamos hablar, entonces, de que fue esta una consecuencia no deseada, pero consecuencia, al fin y al cabo, de la modernización proyectada, de la misma manera que lo fue, en Japón, para el Emperador Mutsu-Hito (1867-1912) cuando inició la llamada “Reforma Meiji” y se dejara alumbrar por el sol de Occidente por allá finales del siglo XIX. Una reforma que, por otra parte, no dejaba de tener tintes reaccionarios, como Guzmán Blanco no dejaba de ser un autócrata, aunque ilustrado y liberal. Parecidas paradojas de la historia, pero en distintas latitudes.
4) La Rebeldía más allá de la izquierda y la Revolución como espectáculo: dos libros que tardé demasiado en leer
En julio de 2021, Rafael Uzcátegui (activista social y por los derechos humanos quien ha transitado, ideológicamente, del anarquismo a una suerte de post-anarquismo) publicó el libro La rebeldía más allá de la izquierda donde expone un análisis, así como la posible estrategia a seguir, para el escenario político y social venezolano después de las revueltas de 2014 y 2017. Por cierto, la presidencia de Guzmán Blanco, en el siglo XIX, es mencionada por Uzcátegui, a fin de establecer un hilo conductor, que justifique su enfoque teórico consistente en analizar la situación venezolana, y sobre todo el papel de la izquierda y el anarquismo internacional en todo ello, como una versión de la polémica ideológica que mantuvieron Albert Camus (un intelectual de izquierdas argelino que criticó el autoritarismo del socialismo soviético) y Jean Paul Sartre (que miró de evitar estas críticas, hasta la invasión soviética de Hungría en 1956, para no favorecer políticamente a la burguesía occidental) en Francia.
Personalmente, me parece una reivindicación, algo acrítica del “Guzmanato”, período que tiene las características “seudopositivas” que expone Maritza Montero. Pero no quiero detenerme aquí, sino en el hecho de que su denuncia de la pasividad, cuanto no complicidad, de la izquierda radical y el anarquismo, frente la represión del gobierno de Nicolás Maduro en los últimos años, le llevan a romper con esta matriz de pensamiento para acabar defendiendo lo que yo interpreto como un híbrido entre el nihilismo de la anarquía pòst-izquierda estadounidense (de la que cita algunos autores, como Bob Black) y la democracia liberal. Aquí debo detenerme un momento: soy, perfectamente, consciente del lugar de enunciación desde donde estoy manifestando esta opinión. El de un régimen demócrata burgués garantista, aunque cada vez menos, del mundo desarrollado y no el de un régimen burocrático-militar que ha transitado de una democracia a un sistema de partido hegemónico con tintes dictatoriales.
Aún así, no puedo evitar señalar la paradoja de que cuando Uzcátegui señala, en 2021, la comodidad que supone hacer críticas, a los opositores al chavo-madurismo, desde un lugar donde la democracia no está en peligro España acababa de descender al rango de democracia imperfecta en el Índice de Democracia Internacional y ya sabemos los motivos (corrupción galopante, represión a las opiniones disidentes, vulneración de derechos sociales básicos como la vivienda etc.). Por otra parte, considero que lo que él señala como el Efecto Sartre (negarse a decir lo que uno sabe por no favorecer al adversario político) no es más que una versión actual, matizada quizás, del derrotismo revolucionario: ahora bien, no hay que olvidar que el triunfo de los bolcheviques en Rusia (gracias, en buena parte, al acuerdo de Brest-Litovsk) se hizo a costa de apuñalar por la espalda a sus camaradas espartaquistas alemanes (en contra de la opinión de anarquistas, social-revolucionarios de izquierda e incluso de la izquierda bolchevique del Comité de Petrogrado) y que esto llevaría a reforzar el imperialismo alemán y a sentar las bases de la subida de Adolf Hitler al poder años más tarde.
Finalmente, respecto a esta obra, comentar que el enfoque post-ideológico (si bien se entiende en el marco del desprestigio que tiene el izquierdismo en el país) parte de una matriz analítica donde se otorga a este pensamiento el carácter de “Iglesia” con todo lo que conlleva (falta de pensamiento crítico, rigidez intelectual, ideología dicotómica etc.). Y creo que aquí Uzcátegui parte de un planteamiento idealista, en el peor sentido del término. Sinceramente, no me gusta hablar de mí mismo, y menos cuando escribo algún ensayo político, pero aquí debo hacer una excepción: yo mismo adolezco, y, por tanto, me siento identificado, con esos atributos que denuncia Uzcátegui. De hecho, a lo largo de mi trayectoria militante he transitado de un “anarquismo sin adjetivos”, vagamente comunista libertario, a un anarco-comunismo revolucionario. Es decir, he sido cada vez menos Malatesta, en su ultima época, y más Kropotkin e incluso Jaime Balius (principal intelectual orgánico de Los Amigos de Durruti).
Y esto es debido a que he sido cada vez más consciente de la desigualdad creciente en la sociedad española: sobre todo en cuanto a la vulneración de los derechos sociales de la población migrante. Y mi transición ideológica, siempre dentro del anarquismo, no puede desligarse de esto. Entonces, no puedo entender, con la limitada información de la que dispongo, porque si, en las protestas de 2014 contra Nicolás Maduro, tuvieron gran importancia las referidas a cuestiones laborales, de vivienda o alimentación estas cuestiones son tratadas, en mi modesta opinión, de soslayo en el marco teórico del libro. Considero, en relación a un enfoque marxista o anarco-comunista clásico al que no renuncio, que el pensamiento dicotómico que denuncia en la izquierda, históricamente, no puede desgajarse de la existencia de la sociedad de clases que, precisamente, en Venezuela ha sido tan opresiva que llevó, en poco tiempo, a la Rebelión Popular de 1814 y a la insurgencia zamorana: fenómeno único, pareciera ser, en la región latinoamericana.
Otro celebre libro anterior de Uzcátegui, donde aún no había operado esta transición ideológica, es Venezuela: la Revolución como espectáculo (2010) donde, magistralmente, expone una serie de datos que desmontan el carácter revolucionario del Proceso Bolivariano. Quizás eché de menos una mayor profundización teórica en el anarquismo, para dar sentido a los datos dentro de nuestro marco ideológico, o una mayor contextualización latinoamericana que nos permitiera entender Venezuela, y las características de su proceso político, en su escenario regional. Ahora bien, si que quería señalar una analogía histórica que me llamó la atención:
“En el año 1941 un militar, el General Isaías Medina Angarita, había sido designado presidente de Venezuela. El 18 de octubre de 1945 un golpe militar, con la participación del partido AD, derroca a Medina Angarita, bajo la excusa de que su gobierno frenaba las demandas democratizadoras del pueblo y representaba la continuidad del gomecismo (…) Durante los tres años en los cuales AD estuvo en el poder en la década de los cuarenta, promueven un discurso en donde se muestran portadores de un orden nuevo que antagoniza con lo viejo (…) Al igual que lo realizado décadas después por el proceso bolivariano, la AD del trienio convocó una Asamblea Constituyente para refundar la institucionalidad que regirá al país, obteniendo una amplia mayoría.”.
Cuando leí estas líneas me sorprendí ¿Cómo podía comparar el gobierno de Acción Democrática, un partido de tradición civil, que incluso tuvo libertarios en su frente sindical como Francisco Olivo o Salom Mesa, con el chavismo? ¿No fue definido Rómulo Gallegos como el “Salvador Allende Venezolano? ¿Era, realmente, una “excusa” que el medinismo frenaba las demandas democratizadoras del pueblo? ¿No existía la presión política del lopecismo que había creado, en su momento, las Asociaciones Cívicas Bolivarianas? ¿No había, de hecho, cierta continuidad histórica entre el Partido Democrático Venezolano de Medina Angarita, la Unión Republicana Democrática, el Movimiento Bolivariano Revolucionario – 200, el Movimiento V República y, finalmente el Partido Socialista Unido de Venezuela?
¿No era, de hecho, esta crítica una forma de romper con la tradición revolucionaria adeca que desemboca en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, durante la Democracia del Pacto de Punto Fijo, de la que bebía el colectivo editor de El Libertario a falta de mayores referentes anarquistas, en la historia nacional, más allá de individualidades destacadas? Según el profesor Daniel Hellinger, analizando la historia reciente del país:
“Un profundo torrente de resentimiento, con orígenes en el período de 1941 a 1948, corría justo bajo la superficie de la política venezolana durante la era del Pacto de Punto Fijo, y afloraría con la crisis de legitimidad posterior a 1989. Luis Miquelena, mano derecha de Chávez (…) comenzó su carrera política en el Partido Comunista de Venezuela (…) que apoyó a Medina y compitió con AD (…) Otro partidario de Medina fue Salvador de la Plaza, cuya defensa de la reforma petrolera de 1943 y críticas a las políticas petroleras de Betancourt durante el trienio inspiraron la visión de Ali Rodriguez Araque, primer ministro de Energia y Minas de Chávez (…)".
Y esto es independiente de que luego su política económica se haya parecido, más o menos, al medinismo. Por otra parte, para los que se pierdan un poco en la historia venezolana, simplemente decir que, a inicios del siglo XX, hubo en el país un dictador militar desarrollista llamado Juan Vicente Gómez quien, gracias a los ingresos de la renta petrolera, creó el Estado-Nación moderno y el Ejército Nacional (lo de Guzmán Blanco había sido un afrancesado intento, el gomecismo seria germanófilo) luego vino el “gomecismo sin Gómez” de López Contreras y Medina Angarita (este último más progresista) hasta que fue derrocado por el principal partido civil, Acción Democrática, siendo este partido, a su vez, derrocado estableciéndose un nuevo Gobierno Militar que seria, a su vez, derrocado también, en 1958, estableciendo un sistema democrático de concertación social que fue substituido, en 1998, por el chavismo y, a la muerte del líder, por el termidor del termidor madurista.
El 18 de octubre de 1945, cuando Medina Angarita es derrocado, es una fecha clave en la historia del país. Ahí se enfrentaron dos visiones: el positivismo progresista militar y el populismo democrático civil. Discrepo con Rafael Uzcátegui en priorizar la crítica del segundo y, quizás, disculpar en cierta manera al primero, pues, considero al madurismo una aberración proveniente del primero más que del segundo. Y a mi entender, esta visión puede tener ciertas repercusiones en como se interpreta la sociedad pues parece conectar con los miedos atávicos a las “masas anárquicas”, del intelectual conservador José Santiago Rodríguez, en su “Contribución al estudio de la Guerra Federal en Venezuela”. Si el positivismo evolucionista ha sido una influencia constante en la historia contemporánea del país, también es un lastre del que debiera desprenderse el anarquismo o el post-anarquismo en su caso.
5) Conclusiones
En esta reflexión sobre esta efeméride venezolana he querido evidenciar que el conflicto de clases ha sido, y sigue siendo, algo presente con intensidad en la historia del país. Hay quien afirma incluso que su carácter paralelo a las guerras de independencia y federal señalaría una excepcionalidad en la región. Para mi tiene un carácter estructural y se alarga hasta el día de hoy. Eso sí, con la especificidad de ser un país de capitalismo dependiente en la periferia del sistema-mundo gestionado por un Petro-Estado. Este hecho ha producido que, históricamente, este conflicto haya adoptado características nacional-populares más que obreristas y creo que este planteamiento también está en el fondo de la nueva propuesta de Rafael Uzcátegui. Ahora bien, personalmente y con los matices que he apuntado, me identificó más con su anterior libro Venezuela: La Revolución como espectáculo.
Sobre todo, con su defensa del sindicalismo independiente y combativo de la Corriente Clasista Unitaria Revolucionaria y Autónoma (CCURA) y su reivindicación del sindicalista represaliado Orlando Chirino. No porque no lo haga también con los demás, sino porque si aceptamos que la estrategia nacional-popular en el país es, en cierta medida, inevitable y/o necesaria, en ella debería tener un papel protagónico el movimiento obrero de intención revolucionaria, como dicen por aquellos lares.
Alma apátrida
Himno de la Federación (Oligarcas Temblad)
https://www.youtube.com/watch?v=6vb9Q6Vk99Y
Alma llanera
https://www.youtube.com/watch?v=zbfBQI8h2cI&list=RDzbfBQI8h2cI&start_rad
Bibliografía:
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SANTIAGO RODRIGUEZ, JOSÉ Contribución al estudio de la Guerra Federal en Venezuela (Tomo I) Oficina Central de Información/OCI. Caracas, 1976. Páginas 64 y 65.
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