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Anàlisi :: sense clasificar |
Hitos e hilos del fascismo en Cataluña
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per Agustín Guillamón |
23 abr 2025
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De la autonomía represiva de la burguesía catalana, en 1919, al caso Rebertés de noviembre de 1936 y las Jornadas de mayo de 1937 |
Hitos e hilos del fascismo en Cataluña:
De la autonomía represiva al caso Rebertés y las Jornadas de mayo
1.
El nacimiento del fascismo español en Barcelona (1919-1929)
En 1898 el desastre de la Guerra de Cuba y la pérdida de las colonias: Cuba, Puerto Rico y Filipinas, implicó la repatriación de capitales, que se invirtieron en un intenso proceso de industrialización acelerado en Cataluña, que supuso, además, el intento de aplicación de métodos de trabajo esclavistas, ya probados en los ingenios azucareros cubanos.
En 1902 estalló en la ciudad de Barcelona una huelga general de masas, fácilmente reducida por las autoridades, dado su carácter local y su vocación localista.
En 1907 surgió la organización obrera de Solidaridad Obrera en oposición a la burguesa Solidaridad Catalana, en el intento exitoso por extender la organización obrera a toda Cataluña
En 1910 se fundó la CNT como suma y modernización de las sociedades de socorro mutuo, agrupaciones gremiales, asociaciones obreras y demás organizaciones del proletariado, pero ahora en un ámbito estatal y no solo barcelonés o catalán.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) España se mantuvo neutral. La economía catalana, sin competencia alguna y con una demanda de todo tipo de productos por parte de las naciones en pie de guerra, exportó sin límites y enriqueció enormemente a esa burguesía industrial. Una enorme emigración de proletarios de toda España alimentó la industrialización catalana.
El fin de la guerra implicó el hundimiento de las exportaciones y provocó una crisis de sobreproducción y una inflación descontrolada de los productos básicos y alimentarios, que desemboco en un imparable fenómeno de empobrecimiento y paro de esa reciente emigración, sin posibilidades de retorno. Los industriales se vieron obligados a transformar, renovar y modernizar sus empresas para competir con los países europeos y abastecer el mercado interno, en un penoso proceso lleno de problemas y obstáculos.
El Congreso Obrero de Sants, en 1918, alcanzó dos notables éxitos organizativos de la CNT: los sindicatos únicos y la acción directa.
La huelga general de La Canadiense obtuvo la jornada laboral de ocho horas. Pero esa gran victoria obrera del proletariado en Cataluña implicó la brutal respuesta de la patronal catalana, que preparó un locaut general en toda Cataluña, con el objetivo de mudar esa victoria en derrota.
La Federación Patronal, desde 1919, se propuso destruir a la CNT por todos los medios a su alcance, incluida la eliminación física de los sindicalistas. La Federación Patronal (con el locaut de 1919) quiso imponer la firma de contratos individuales de 24 horas a todos los trabajadores, lo cual suponía el fin de la CNT y de toda forma organizativa de la clase obrera. ¡Eran negreros que querían esclavos!
Desde 1920 hasta el golpe del general Primo de Rivera en setiembre de 1923, el contexto histórico se caracterizaba por el protagonismo de una burguesía catalana que había trocado la autonomía política por una autonomía represiva que (abandonado cualquier proyecto político catalanista) se contentaba con elegir a los generales y represores más feroces que debían ocupar el mando en Capitanía, Comisaría y los Gobiernos militar y civil. El objetivo primordial (y casi único) de la Federación Patronal catalana era la destrucción y aniquilación (incluso física) de la CNT.
La burguesía catalana priorizó muy pragmáticamente el objetivo de destruir a la CNT al de su autonomía política, es decir, prefirió la autonomía represiva y renunció a una autonomía política, que molestaba a unos generales y un ejército profundamente españolista, pero imprescindibles para aplastar a la CNT. Tal contradicción insuperable de la burguesía industrial catalana rompió el hilo histórico de un nacionalismo catalán sin Estado propio, pero también sin un proletariado que sumar a su causa. Sin Estado y sin masas obreras el catalanismo político era inviable y estaba condenado a conformar unas elitistas minorías exaltadas, sin futuro ni horizontes.
El general Joaquín Milans del Bosch lideró desde la Capitanía General de Cataluña, el somatén armado de la burguesía (de 15.000 a 60.000 burgueses armados y con un brazalete identificativo, que se sometían a las órdenes directas de Capitanía), la constitución de una Federación Patronal de características fascistas, que financió y organizó los Sindicatos Libres, formados por requetés y pistoleros mercenarios, semejantes a los Fasci italianos y sus escuadras.
Desde 1919 hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en setiembre de 1923 se vivió en Cataluña una guerra civil de la Patronal y Capitanía contra el proletariado catalán, que preparó la solución final de la Dictadura en todo el Estado, con la autorización de la monarquía (a imitación de Mussolini en Italia). La CNT sobrevivió en la clandestinidad de la dictadura militar del general Primo de Rivera, que creó un partido único: la Unión Patriótica, persiguió al separatismo, toleró a la UGT e ilegalizó a la CNT.
En Cataluña puede hablarse de una dictadura de los generales de diez años de duración, desde 1919 hasta 1929: el general Joaquín Milans del Bosch como Capitán General de 1918 a 1920, el general Severiano Martínez Anido como gobernador militar (1919-1920) y civil (1920-1922) de Barcelona; el general Miguel Arlegui, como Jefe Superior de Policía de Barcelona en 1920-1922 y luego durante la Dictadura de Primo de Rivera. Finalmente, el general Primo de Rivera, proclamado Dictador con la aquiescencia del Rey, desde 1923 hasta 1929.
La burguesía catalana siempre ha antepuesto sus intereses de clase a los nacionalistas, ya fueran autonómicos o independentistas. Nunca lo dudó. Y, si la defensa de sus intereses clasistas (o económicos) implicaba su alianza con el militarismo español y españolista más rancio, salvaje y fascista, tampoco titubeaba la priorización de la sumisión del proletariado en Cataluña. Por esta misma razón, el nacionalismo catalán (ya fuese autonomista o independentista) siempre ha sido incapaz de oponer una alternativa nacional al “imperialismo” español, porque nunca ha podido incluir al proletariado existente en Cataluña en un proyecto nacional popular y masivo. Y, sin movilizar al proletariado, la burguesía catalana no podía planificar seriamente la conquista de un Estado propio, porque el Estado español era un instrumento imprescindible para someter al proletariado catalán. Tal dependencia militar y represiva siempre condicionó e hizo imposible cualquier intento de independencia nacional.
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El 8 de marzo de 1921, Eduardo Dato, presidente del Gobierno, había sido asesinado por grupos de acción confederal. El 17 de junio de 1921 el alcalde de Barcelona, Antonio Martínez Domingo, había sido herido de bala, muy levemente, en un atentado. Ese mismo día, 18 cenetistas encarcelados como presos gubernativos, muchos de ellos desde el 1 de marzo de 1921 en una reunión del secretariado de la CNT, fueron trasladados de la Cárcel Modelo a Jefatura de Policía, y tras las oportunas diligencias fueron liberados a las doce de la noche.
Así, pues, el 18 de junio de 1921, en aplicación de la llamada “ley de fugas”, creada por el terrorismo conjunto y complementario de la gran patronal catalana y de Capitanía, fueron asesinados tres sindicalistas afiliados a la Confederación, que habían sido trasladados desde la Modelo a la Jefatura de Policía, con otros 15 compañeros, y luego puestos en libertad a medianoche.
Esos tres militantes cenetistas eran:
1. Evelio Boal López, secretario nacional desde marzo de 1921, de 30 años de edad, fue asesinado el 18 de junio de 1921 a las dos y media de la madrugada en las cercanías de Santa María del Mar. Recibió varios disparos de pistola en la cabeza por ser cenetista.
2. José Domínguez Rodríguez era asesinado de un disparo en la cabeza a la puerta de su domicilio, en la calle Mirallers. En 1920 había sido vicesecretario del sindicato único del vidrio de la CNT. Había nacido en Barcelona el 18 de marzo de 1897. Víctima de la ley de fugas, culpable de militar en CNT.
3. A las tres de la madrugada, Antonio Feliu Oriol fue asesinado a tiros en la Sala de San Juan, frente al Palacio de Justicia. Había nacido en Barcelona el 2 de enero de 1897, soltero, tonelero, domiciliado en la calle Borrell, bajos. Era miembro del sindicato de la madera y tesorero de la CNT. Había sido detenido el 1 de marzo de 1921 en una reunión del secretariado de la CNT, junto a otros nueve militantes. Otra víctima de la ley de fugas, sin más delito que el de ser un sindicalista de CNT.
El 10 de marzo de 1923, Salvador Seguí, secretario de la CNT, líder de la huelga general de La Canadiense, fue asesinado a tiros por los pistoleros del Libre en la calle de la Cadena, junto al Perones. Muchos analistas afirman que los asesinatos de los secretarios de la CNT, Evelio Boal y Salvador Seguí, truncaron una vía sindicalista pura en la CNT, favoreciendo su radicalización y abriendo paso a un anarcosindicalismo radical e insurreccionalista, porque no existía vía alguna para un sindicalismo gradualista.
El pensamiento marxista, incluso el revolucionario e internacionalista, suele analizar ese sindicalismo cenetista de entreguerras mediante prejuicios ideológicos burgueses y dogmas doctrinarios, sin entender que no se trata del “típico y tópico terrorismo ácrata”, sino de una organización obrera en lucha por su supervivencia, porque frente al terrorismo conjunto de la patronal y del Estado que quería destruir física y organizativamente a la CNT como organización del proletariado, sólo cabían dos opciones: la sumisión y derrota o el combate.
La CNT de 1919 a 1929 luchó contra el temprano y original fascismo de una burguesía industrial catalana que optó salvajemente por una autonomía represiva, consistente en nombrar los cargos más importantes de la represión y el terror anti proletarios: Capitanía, Policía, y Gobiernos militar y civil.
Esa opción por la autonomía represiva, que tenía el objetivo fundamental de destruir a la CNT, por haber conquistado las ocho horas, la acción directa y el sindicato único, suponía además para la burguesía una renuncia a la autonomía política y a un nacionalismo inclusivo de la clase obrera.
Si no se entiende esto, es imposible cualquier análisis coherente de la historia social en la Cataluña de los años veinte y treinta.
Para profundizar en este período histórico de los años veinte es imprescindible la lectura de la obra de Soledad Bengoechea.
2.
El fascismo catalanista de Dencás-Badía en Gobernación y Comisaría (1933-1934)
El 22 de octubre de 1933 ocho mil miembros uniformados de los escamots de las JEREC (Juventudes de ERC - Estat Catalá) desfilaron militarmente en Montjuic, imitando el modelo nazi-fascista. Vestidos con camisa militar verde, pantalones oscuros de pana, correajes de cuero y botas claveteadas, vitorearon los discursos de Miguel Badía, de Josep Dencás (según la “Soli” ridículo imitador de Hitler) y del tan manipulado como ambicioso presidente Maciá.
Tal desfile provocó al día siguiente un encendido debate en el Parlamento catalán, que rechazaba en su mayoría tales manifestaciones totalitarias, aunque todo quedó en mera palabrería y en la mayor pasividad.
El 24 de octubre de 1933 un grupo de escamots [pelotones armados] asaltaron a punta de pistola la imprenta donde se imprimía el semanario humorístico catalanista y liberal El Bé Negre, dirigido por Planes, provocando algunos desperfectos, al tiempo que destruían y secuestraban los cinco o seis mil ejemplares del número de esa publicación, en curso de impresión. No se detuvo a nadie. El redactor que había ofendido a algunos dirigentes de ERC y Estat Català huyó prudentemente a un lejano país y el propietario de la imprenta presentó cargos por destrucción de algunos enseres y deterioro de maquinaria contra el confeso participante en el asalto, el señorito Jaume Aiguader (hijo del alcalde de Barcelona y dirigente de ERC del mismo nombre), que estuvo al mando, con su tío Artemi, del escamot de los 15 asaltantes del semanario. La “Soli” advirtió que si los escamots les atacaban se defenderían adecuadamente, muy lejos de la pasividad mostrada por El Be Negre.
En los meses siguientes, la emulación fascista de los escamots incluyó también reventar huelgas y boicotear los mítines de los partidos rivales, al mismo tiempo que Badía y Dencás se hacían con los resortes efectivos de Gobernación y Orden Público, torturando sistemáticamente a los cenetistas detenidos por la huelga de tranvías en Barcelona.
El binomio Dencás-Badía, desde principios de 1934, había instaurado en el departamento de Gobernación de la Generalidad un aparato de represión y persecución obrera y anti cenetista, que normalizó la implantación y uso de métodos policiacos fascistas y racistas. En menos de un año (diciembre de 1933 a septiembre de 1934) la acción concertada de las fuerzas policiales y los escamots habían causado, entre los obreros, numerosos presos y muertos, millares de palizas y centenares de torturados. Ese era “el oasis catalán” que nos vende la Historia Sagrada de la burguesía.
Sin la participación de la CNT, dado que era imposible la colaboración con quienes ejercían una durísima represión antisindicalista, la insurrección catalanista del 6 de octubre de 1934 levantó bandera blanca al oír los primeros cañonazos del ejército. Los cenetistas recogieron y guardaron las armas abandonadas por los escamots. Companys y su gobierno fueron a prisión; Dencás, Rodríguez Salas, Menéndez y Miquel Badía huyeron por las cloacas para exiliarse en París o en Roma.
El 28 de abril de 1936, según confesión realizada por Justo Bueno en el sumario incoado por la judicatura franquista, intervino con el argentino Lucio Ruano (seudónimo de Rodolfo Prina), José Martínez Ripoll y Vicente Tomé Martín, también argentino, en el grupo de acción que dio muerte a los hermanos Badía, alcanzando por ello cierta celebridad. Jaime Riera (que en el verano del 36 fue miembro cenetista del Tribunal de las Patrullas de Control) facilitó las armas y el coche de huida. A la altura del número 38 de la calle Muntaner, Justo Bueno asesinó a Miquel Badía con tres disparos; Ruano a Josep Badía; Martínez Ripoll que había señalado el objetivo, caminando por la acera opuesta, protegió la huida de Bueno y Ruano, con su pistola ametralladora. Vicente Tomé conducía el auto de fuga, un Ford rojo oscuro matrícula B-39763.
El juez Márquez, sometido a fortísimas presiones, liberó el 25 de junio a los anarquistas que habían sido detenidos como sospechosos del asesinato de los Badía: Justo Bueno, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Manuel Costa Ribero. Los periodistas Avel·li Artís Gener (“Tísner”), de La Rambla, y Josep María Planes, de La Publicitat, protestaron por tal decisión judicial, sin denunciar que esas presiones procedían de las más altas autoridades de la Generalidad. El comisario de policía Escofet había desviado la atención, con la falsa acusación y arbitraria detención de varios falangistas. Un Justo Bueno, joven, locuaz, apuesto, elegante y audaz, visitó a Tísner en su despacho, para contarle todo lo sucedido y pedirle silencio.
Numerosas preguntas sin respuesta: ¿Quién había informado al grupo de acción anarquista dónde vivía Miquel Badía? ¿Quién había avisado que la pistola de Miquel Badía (clandestina, puesto que la Generalidad no le había concedido permiso de armas) estaba averiada desde el día anterior y que había sido entregada a una armería para su arreglo?
Al día siguiente del asesinato de los hermanos Badía, un grupo clandestino de acción de los mossos, camuflados de paisano, había acribillado a balazos, a la puerta de su domicilio, al travestí y director de varios antros de prostitución, juego y venta de drogas, conocido como Pepe el de La Criolla, que además era confidente de la policía y del mejor postor. Unos decían que, para vengar a los Badía, otros que se trataba de cortar todos los hilos que relacionasen a las más altas instancias de la Generalidad con ese asesinato, de forma que las posibles pruebas quedasen sólo en rumores y cábalas de sucias y mezquinas rivalidades sexuales. Quizás alguien había manipulado la sed de venganza del “rondín especial” de Badía en los mossos. Un prudente y taimado periodista de la revista Crónica glosaba, en el número del 17 de mayo de 1936, con profundo conocimiento, la figura de Pepe el de La Criolla, y relacionaba su asesinato con el de Miquel Badía el día anterior, para terminar irónicamente con un travieso guiño al lector: “ya verán cómo no es por eso”.
Cuando las noticias y certezas sólo pueden quedarse en rumores, porque al informador le va en ello el trabajo o la vida, los rumores se convierten en calidoscopio de las posibles verdades.
El asesinato de Miquel Badía había sido planificado, verosímilmente, mediante la necesaria colaboración de diversos estamentos, intereses y personas, muy dispares entre sí, que intercambiaron información, capacidades y ocasiones. Miquel Badía había perjudicado a su antiguo confidente, Pepe el de la Criolla, con la persecución efectiva del juego; a los cenetistas por las torturas sistemáticas (con numerosas muertes) y el uso de la fuerza pública para romper las huelgas, especialmente en el transporte urbano; a Companys por los derechos que Miguel Badía creía poseer sobre Carmen Ballester y por haberle cesado en septiembre de 1934 como comisario de Orden Público, tras la chulesca detención del fiscal y del juez que procesaban a su amigo Xammar. Y, sobre todo, por incumplir la promesa de restablecerlo en el cargo, tras el abrazo público entre ambos, en el acto de desagravio del 23 de septiembre de 1934.
Las JEREC, ante los escandalosos rumores o certezas, y ante tanta mezquindad, se escindieron porque un amplio sector quería fusionarse con Estat Catalá y romper con Companys, a quien consideraban responsable último del asesinato de Badía. Un hilo fascistoide une esta escisión, contra Companys y pro Badía, con la intentona de golpe de estado de noviembre de 1936, en la que el servicio de información del cenetista Dionís Eroles (en colaboración con el de la Patrullas de Control, dirigidas por Aurelio Fernández y Josep Asens) desbarató un complot catalanista que intentaba asesinar a Companys y a destacados militantes anarquistas, como Aurelio Fernández, proclamando la independencia de Cataluña con el apoyo de Francia y de la Italia fascista. El complot finalizó con la ejecución de Rebertés, otro comisario de orden público nombrado por Companys. De nuevo escandalosos rumores sexuales sobre la mujer de Rebertés que, infundados, o no, desprestigiaban al Presidente del Govern de la Generalidad.
En mayo y junio de 1936, los periodistas Tísner y Planes prosiguieron e incrementaron su campaña de difamaciones contra la CNT, considerada por ellos (exagerada e injustamente) como una asociación de gángsters, así como de acusaciones directas contra Bueno y su grupo. Acusaban también a la Generalidad por su pasividad, pero nada decían sobre la corrupción en las altas esferas y el terror represivo que practicaba el Govern contra la CNT. También encubrían el enconado antagonismo que había existido entre gerifaltes del gobierno, es decir, entre Companys y Badía, o lo que es lo mismo, entre el presidente de la Generalidad y el organizador de las fuerzas armadas catalanistas, insurrectas en octubre de 1934, enfrentados y enemistados por una cuestión de faldas. ¿Cómo podía, en tales condiciones, plantearse seriamente una insurrección catalanista contra el Estado español? Se hizo el ridículo, aunque quizás menos que con la independencia de ocho segundos de Puigdemont en 2017, porque en 1934 había durado 10 horas.
3.
Noviembre de 1936. Habla Durruti, “el incontrolado”
El 4 de noviembre de 1936 había mucha expectación por escuchar el imprevisto discurso de Durruti por Radio CNT-FAI, que sería trasmitido a toda España por las emisoras barcelonesas. Ese mismo día la prensa daba fe de la toma de posesión del cargo de Ministro por cuatro anarquistas en el gobierno de Madrid: Federica Montseny, Juan García Oliver, Juan López y Joan Peiró. La Columna Durruti no había conseguido tomar Zaragoza. Las dificultades de aprovisionamiento de armamento eran la principal dificultad del frente. Durruti había recurrido a todos los métodos a su alcance para conseguir armas. Incluso había enviado un destacamento de milicianos, a principios de septiembre, en una expedición punitiva sobre Sabadell, para obligar a que le entregaran las armas que habían sido almacenadas con vistas a la formación de una Columna Sabadell que no había llegado a constituirse. Además, el 24 de octubre la Generalidad había aprobado el Decreto de militarización de las Milicias, que ponía en vigor el antiguo Código de Justicia Militar a partir del uno de noviembre. Tanto amigos como enemigos esperaban con atención qué iba a decir Durruti.
Ya antes de la alocución la gente se aglomeraba en las proximidades de los altavoces instalados en los árboles de las Ramblas, que solían trasmitir canciones revolucionarias, música y noticias. En cualquier lugar de la ciudad de Barcelona donde hubiera una radio se esperaba con impaciencia que el locutor anunciara: "Habla Durruti".
El Decreto de militarización había sido apasionadamente discutido en la Columna Durruti, que había decidido no admitirlo, porque no podía mejorar las condiciones de lucha de los milicianos voluntarios del 19 de julio, ni resolver la crónica falta de armamento. Durruti firmó, en nombre del Comité de Guerra, un escrito de rechazo a la militarización que dirigió al "Consejo" de la Generalidad, fechado significativamente en el Frente de Osera ese mismo uno de noviembre en el que se reponía el odiado Código Militar monárquico. La Columna negaba la necesidad de una disciplina de cuartel a la que oponían la superioridad de la disciplina revolucionaria: "Milicianos sí; soldados nunca".
Durruti, como delegado de la Columna, quiso hacerse eco de la indignación y protesta de los milicianos del frente de Aragón ante el curso claramente contrarrevolucionario que se estaba abriendo paso en la retaguardia. A las nueve y media de la noche empezó a radiarse el discurso de Durruti:
"Trabajadores de Cataluña: Me dirijo al pueblo catalán, a ese pueblo generoso que hace cuatro meses supo deshacer la barrera de los militarotes que querían someterle bajo sus botas. Os traigo un saludo de los hermanos y compañeros que luchan en el frente de Aragón a unos kilómetros de Zaragoza, y que están viendo las torres de la Pilarica.
A pesar de la amenaza que se cierne sobre Madrid, hay que tener presente que hay un pueblo en pie, y por nada del mundo se le hará retroceder. Resistiremos en el frente de Aragón, ante las hordas fascistas aragonesas, y nos dirigimos a los hermanos de Madrid para decirles que resistan, pues los milicianos de Cataluña sabrán cumplir con su deber, como cuando se lanzaron a las calles de Barcelona para aplastar al fascismo. No han de olvidar las organizaciones obreras cuál debe ser el deber imperioso de los momentos presentes. En el frente, como en las trincheras, hay un pensamiento, sólo un objetivo. Se mira fijo, se mira adelante, con el sólo propósito de aplastar al fascismo.
Pedimos al pueblo de Cataluña que se terminen las intrigas, las luchas intestinas; que os pongáis a la altura de las circunstancias; dejad las rencillas y la política y pensad en la guerra. El pueblo de Cataluña tiene el deber de corresponder a los esfuerzos de los que luchan en el frente. No tendrá más remedio que movilizarse todo el mundo; y que no crean que se han de movilizar siempre los mismos. Si los trabajadores de Cataluña han de asumir la responsabilidad de estar en el frente, ha llegado el momento de exigir del pueblo catalán el sacrificio también de los que viven en las ciudades. Es necesaria una movilización efectiva de todos los trabajadores de la retaguardia, porque los que ya estamos en el frente queremos saber con qué hombres contamos detrás de nosotros.
Me dirijo a las organizaciones y les pido que se dejen de rencillas y de zancadillas. Los del frente pedimos sinceridad, sobre todo a la Confederación Nacional del Trabajo y FAI. Pedimos a los dirigentes que sean sinceros. No es suficiente con que nos envíen cartas al frente alentándonos, y con que nos envíen ropa, comida y cartuchos y fusiles. Es necesario también darse cuenta de las circunstancias, prever el avenir. Esta guerra tiene todos los agravantes de la guerra moderna y está costando mucho a Cataluña. Se tienen que dar cuenta los dirigentes de que, si esta guerra se prolonga mucho, hay que empezar por organizar la economía de Cataluña, hay que establecer un Código en el orden económico. No estoy dispuesto a escribir más cartas para que los compañeros o el hijo de un miliciano coma un trozo de pan o un vaso de leche más, mientras existen consejeros que no tienen tasa para comer y gastar. Nos dirigimos a la CNT-FAI para decirles que, si como organización controlan la economía de Cataluña, deben organizarla como es debido. Y que no piense nadie ahora en aumentos de salarios y en reducciones de horas de trabajo. El deber de todos los trabajadores, especialmente los de la CNT es el de sacrificarse, el de trabajar lo que haga falta.
Si es verdad que se lucha por algo superior, os lo demostrarán los milicianos que se sonrojan cuando ven en la Prensa esas suscripciones a favor suyo, cuando ven esos pasquines pidiendo socorro para ellos. Los aviones fascistas nos tiran en sus visitas, diarios en los que pueden leerse listas de suscripciones para los que luchan, ni más ni menos que hacéis vosotros. Por esto tenemos que deciros que no somos pordioseros y, por lo tanto, no aceptamos la caridad bajo ningún concepto. El fascismo representa y es, en efecto, la desigualdad social, si no queréis que los que luchamos os confundamos a los de retaguardia con nuestros enemigos, cumplid con vuestro deber. La guerra que hacemos actualmente sirve para aplastar al enemigo en el frente, pero ¿es éste el único?: no. El enemigo es también aquel que se opone a las conquistas revolucionarias y que se encuentra entre nosotros, y al que aplastaremos igualmente.
Si queréis atajar el peligro, se debe formar un bloque de granito. La política es el arte de la zancadilla, el arte de vivir [como zánganos], y éste debe suplantarse por el arte del trabajo. Ha llegado el momento de invitar a las organizaciones sindicales y a los partidos políticos para que esto termine de una vez. En la retaguardia se ha de saber administrar. Los que estamos en el frente queremos detrás una responsabilidad y una garantía, y exigimos que sean las organizaciones las que velen por nuestras mujeres y nuestros hijos.
Si esa militarización decretada por la Generalidad es para meternos miedo y para imponernos una disciplina de hierro, se han equivocado. Vais equivocados, consejeros, con el decreto de militarización de las milicias. Ya que habláis de disciplina de hierro, os digo que vengáis conmigo al frente. Allí estamos nosotros que no aceptamos ninguna disciplina, porque somos conscientes para cumplir con nuestro deber. Y veréis nuestro orden y nuestra organización. Después vendremos a Barcelona y os preguntaremos por vuestra disciplina, por vuestro orden y por vuestro control, que no tenéis.
Estad tranquilos. En el frente no hay ningún caos, ninguna indisciplina. Todos somos responsables y conocemos el tesoro que nos habéis confiado. Dormid tranquilos. Pero nosotros hemos salido de Cataluña confiándoos la Economía. Responsabilizaos, disciplinaos. No provoquemos, con nuestra incompetencia, después de esta guerra, otra guerra civil entre nosotros.
Si cada cual piensa en que su partido sea más potente para imponer su política, está equivocado, porque frente a la tiranía fascista sólo debemos oponer una fuerza, sólo debe existir una organización, con una disciplina única.
Por nada del mundo aquellos tiranos fascistas pasarán por donde estamos. Esta es la consigna del frente. A ellos les decimos: "¡No pasaréis!". Y a vosotros os corresponde gritar: “¡No pasarán!""
Al cabo de unas horas de haber escuchado a Durruti se seguía comentando lo que había dicho con su acostumbrada energía y entereza. Sus palabras resonaron con fuerza y emoción en la noche barcelonesa, encarnando el genuino pensamiento de la clase trabajadora. Había sido una voz de alarma que recordaba a los trabajadores su condición de militantes revolucionarios. Durruti no reconocía dioses en los demás, ni la clase obrera en él. Daba por supuesto que los milicianos que se enfrentaban al fascismo en los campos de batalla no estaban dispuestos a que nadie escamotease su contenido revolucionario y emancipador: no se luchaba por la República o la democracia burguesa, sino por el triunfo de la revolución social y la emancipación del proletariado.
No hubo en toda la arenga una frase demagógica o retórica. Eran trallazos para los de arriba y los de abajo. Para los obreros y para los jerarcas cenetistas apoltronados en cientos de cargos de responsabilidad, para los ciudadanos de a pie y para los consejeros de la Generalidad o los flamantes ministros anarquistas. Una diatriba contra las derivaciones burocráticas de la situación revolucionaria creada el 19 de Julio, y una condena contra la política del gobierno, con o sin confederados al frente del tinglado. En la retaguardia se confundía lamentablemente el deber con la caridad, la administración con el mando, la función con la burocracia, la responsabilidad con la disciplina, el acuerdo con el decreto y el ejemplo con el ordeno y mando. Las amenazas de “bajar a Barcelona" reavivaron el terror de los representantes políticos de la burguesía, aunque ya era demasiado tarde para enmendar el inexcusable e ingenuo error de julio, cuando se aplazó la revolución "hasta después de la toma de Zaragoza", por carencias teóricas y falta de perspectivas del movimiento libertario. Pero al poder no se le amenaza en vano: sus palabras, dirigidas a sus hermanos de clase, tenían todo el valor de un testamento revolucionario. Testamento, y no proclama, porque la suya era una muerte anunciada, que el endiosamiento póstumo convirtió en enigma.
La consecuencia inmediata del discurso radiofónico fue la convocatoria por Companys al día siguiente, el 5 de noviembre a las once de la noche, de una reunión extraordinaria en el Palacio de la Generalidad de todos sus consejeros, ampliada a los representantes de todas las organizaciones políticas y sindicales, para tratar la creciente resistencia al cumplimiento del decreto de militarización de las milicias, así como al de disolución de los comités revolucionarios y su sustitución por ayuntamientos frentepopulistas. Durruti era causa y diana del debate, aunque todos evitaban pronunciar su nombre. Companys planteó la necesidad de acabar con "los incontrolados", que al margen de cualquier organización política y sindical "lo deshacen todo y a todos nos comprometen". Comorera (PSUC) afirmó que la UGT expulsaría de sus filas a quienes no acataran los decretos, e invitó al resto de organizaciones a hacer lo mismo. Marianet, secretario de la CNT, tras ufanarse del sacrificio demostrado por los anarquistas con su renuncia a los propios principios ideológicos, se quejó de la falta de tacto al aplicar de forma inmediata el Código de Justicia Militar, y aseguró que tras el decreto de disolución de los comités, y gracias al esfuerzo de la CNT cada vez habría menos incontrolados, y que se trataba no tanto de grupos a los que expulsar como resistencias que vencer, sin provocar rebeliones, y de individuos que convencer. Nin (POUM), Herrera (FAI) y Fábregas (CNT) alabaron los esfuerzos realizados por todas las organizaciones para normalizar la situación posterior al 19 de julio, y fortalecer el poder del actual Consejo de la Generalidad. Nin medió en la disputa entre Sandino, consejero de Defensa, y Marianet sobre las causas de la resistencia al Decreto de militarización, diciendo que "en el fondo todos estaban de acuerdo" y que existía cierto temor entre las masas "por perder lo que han ganado", pero que "la clase obrera está de acuerdo en formar un verdadero ejército". Nin veía la solución al actual conflicto en la creación de un comisariado de guerra en el que estuvieran representadas todas las organizaciones políticas y sindicales. Comorera, mucho más intransigente que Companys y Tarradellas, afirmó que el problema fundamental radicaba en la falta de autoridad de la Generalidad: "grupos de incontrolados continúan haciendo lo que quieren", no sólo en la cuestión de la militarización y la dirección de la guerra o el mando único, sino también en cuanto a la disolución de comités y formación de ayuntamientos, o en lo que afectaba a la recogida de armamento en la retaguardia, o en la movilización, para la que auguraba un fracaso. Falta de autoridad que Comorera extendía incluso a las colectivizaciones "que continúan haciéndose a capricho, sin someterse al Decreto que las regula". Companys aceptó la posibilidad de modificar el Código Militar y crear un comisariado de Guerra. Comorera y Andreu (ERC) insistieron en que era necesario cumplir y hacer cumplir los decretos. La reunión concluyó con un llamamiento unitario al pueblo catalán al disciplinado acatamiento de todos los decretos de la Generalidad, y al compromiso de todas las organizaciones a declarar su apoyo en la prensa a todas las decisiones gubernamentales. Nadie se opuso a la militarización: el problema para políticos y burócratas era sólo cómo hacerse obedecer.
El 6 de noviembre el Consejo de Ministros de la República decidía, mediante una unanimidad que incluía el voto de los cuatro ministros anarquistas, la huida del Gobierno de un Madrid asediado por las tropas fascistas. El desprecio de la Federación Local de la CNT de Madrid se reflejó en un bellísimo manifiesto público que declaraba: "Madrid, libre de ministros, será la tumba del fascismo. ¡Adelante milicianos! ¡Viva Madrid sin gobierno! ¡Viva la Revolución Social!".
El 9 de noviembre, en una reunión del CR catalán, se ordenó a Durruti que marchara a combatir a Madrid.
El día 15 una parte de la columna Durruti combatía ya en Madrid, al mando de un Durruti que se había resistido a salir de Aragón, convencido finalmente por Marianet y Federica.
El 19 de noviembre una bala perdida, o no, le hirió en el frente de Madrid, donde falleció al día siguiente.
El domingo 22 de noviembre, en Barcelona, un multitudinario, interminable, caótico y desorganizado desfile fúnebre avanzaba lentamente, mientras dos bandas musicales que no conseguían tocar al unísono contribuían a aumentar la confusión. La caballería y las tropas motorizadas que debían preceder el desfile estaban bloqueadas por el gentío. Los coches que portaban las coronas lo hacían dando marcha atrás. La escolta de caballería intentaba avanzar cada uno por su cuenta. Los músicos que se habían dispersado intentaban reagruparse entre una masa confusa que portaba pancartas antifascistas y ondeaba banderas rojas, rojinegras y atigresadas amarillas de cuatro barras rojas. El cortejo estaba presidido por numerosos políticos y burócratas, aunque el protagonismo del acto público fue acaparado por Companys, presidente de la Generalidad; Antonov-Ovseenko, cónsul soviético y Juan García Oliver, Ministro anarquista de Justicia de la República, que tomaron la palabra ante el monumento a Colón para lucir sus dotes oratorias ante la multitud. García Oliver anticipó los mismos argumentos de sincera amistad y confraternidad entre antifascistas que utilizaría en mayo de 1937 para ayudar a aplastar las barricadas de la insurrección obrera contra el estalinismo. El cónsul soviético inició la manipulación ideológica de Durruti al hacerle campeón de la disciplina militar y del mando único. Companys jugó al insulto más ruin cuando dijo que Durruti "había muerto por la espalda como mueren los cobardes... o como mueren los que son asesinados por cobardes". Los tres coincidieron en ensalzar por encima de todo la unidad antifascista. El catafalco de Durruti era ya tribuna de la contrarrevolución. Tres oradores, excelsos representantes del gobierno burgués, del estalinismo y de la burocracia cenetista, se disputaban la popularidad del ayer peligroso incontrolado y hoy embalsamado héroe. Cuando el féretro, ocho horas después del inicio del espectáculo, ya sin el cortejo oficial, pero acompañado aún por una curiosa multitud, llegó al cementerio de Montjuic, no pudo ser sepultado hasta el día siguiente porque centenares de coronas obstaculizaban el paso, el agujero era demasiado pequeño y una lluvia torrencial impedía ampliarlo.
Quizás no sepamos nunca cómo murió Durruti, ya que existen siete u ocho versiones distintas y contradictorias; pero es más interesante preguntarse por qué murió quince días después de hablar por la radio, desafiando con “bajar a Barcelona”. La alocución radiofónica de Durruti fue percibida como una peligrosa amenaza, que halló una respuesta inmediata en la reunión extraordinaria del Consejo de la Generalidad, y sobre todo en la brutalidad de la intervención de Comorera, que apenas fue suavizada por cenetistas y poumistas, que a fin de cuentas se juramentaron en la tarea común de cumplir y hacer cumplir todos los decretos. La sagrada unidad antifascista entre burócratas obreros, estalinistas y políticos burgueses no podía tolerar incontrolados de la talla de Durruti: he ahí por qué su muerte era urgente y necesaria. Al oponerse a la militarización de las milicias, Durruti personificaba la oposición y resistencia revolucionarias a la disolución de los comités, la dirección de la guerra por la burguesía y el control estatal de las empresas expropiadas en julio. Durruti murió porque se había convertido en un peligroso obstáculo para la contrarrevolución en marcha.
Y por esa misma razón a Durruti había que matarlo dos veces. Un año después, en la conmemoración del aniversario de su muerte, la todopoderosa máquina de propaganda del estalinista gobierno Negrín trabajó a pleno rendimiento para atribuirle la autoría de un eslogan, inventado originalmente por Ilya Ehrenburg, y respaldado después por la burocracia de los comités superiores de la CNT-FAI, en el que le hacían decir lo contrario de lo que siempre dijo y pensó: "Renunciamos a todo, menos a la victoria". Esto es, que Durruti renunciaba a la revolución. Ni siquiera nos queda una versión completa y fidedigna de su discurso, radiado el 4 de noviembre de 1936, porque la prensa anarquista de la época dulcificó y censuró a Durruti en vida.
Una vez muerto, Durruti ya podía ser Dios y subir a los altares como El Héroe del Pueblo. Y hasta se le ascendió a Teniente Coronel del Ejército Popular.
4.
Noviembre de 1936: del tesoro Galarza al asunto Rebertés
El 5 de noviembre de 1936 las tropas franquistas ya habían conquistado los aeródromos de Getafe y Cuatro Vientos, penetraban en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria, situándose a solo 6 kilómetros de la Puerta del Sol. Algunos diarios derechistas anunciaron la caída de Madrid.
El 6 de noviembre el Consejo de Ministros de la República había votado por unanimidad la huida del Gobierno de la República de un Madrid cercado por las tropas fascistas.
Ángel Galarza Gago (socialista) era el ministro de Gobernación y Manuel Muñoz Martínez (republicano y masón) era el director general de Seguridad. El ministerio de Gobernación había creado una Sección de Servicios Especiales (SSE), organización de espionaje, investigación, vigilancia e información asentada en el cuartel socialista de la calle de Marqués de Riscal número 1, en el que operaban las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia. Justiniano García Fernández era el Jefe de la SSE. Alberto Vázquez, capitán de la SSE, fue el responsable de la operación de traslado a Barcelona del tesoro Galarza. Antonio Calderón era otro agente de la SSE.
En la tarde-noche del 6 de noviembre Galarza ordenó a Justiniano García la misión no oficial de sacar de Madrid un auténtico tesoro de oro, plata, joyas y obras de arte. Se trataba en total de cinco vehículos procedentes de Serrano 43, que posiblemente era el almacén donde se depositaban las incautaciones realizadas por los registros domiciliarios del cercano cuartel/checa socialista de Marqués de Riscal número 1. El director general de Seguridad, a su vez, ordenó el transporte a Barcelona de una camioneta procedente de la Casa de la Moneda, repleta de lingotes de plata.
Esta expedición estaba formada por expertos y aguerridos agentes de la SSE, pero también por familiares de los agentes y por funcionarios que huían de Madrid, creyendo que participaban en una misión oficial. Misión que se mostró tan caótica y precipitada como chapucera y mal organizada.
Entre el 6 y el 26 noviembre de 1936, Josep Asens, como Jefe de Operaciones de las Patrullas de Control en Barcelona investigó, detuvo e interrogó a los responsables del transporte desde Madrid de tres autos confiscados (cargados de lingotes de plata y monedas de oro, maletas con efectivo, obras de arte y joyas) de los cinco que la Sección de Servicios Especiales (SSE) del ministro de Gobernación, Ángel Galarza, intentó llevar ilegalmente a Francia en una misión no oficial.
Asens, el 7 de noviembre ya había detenido a los primeros agentes de la expedición madrileña, en cuanto llegaron a Barcelona, avisado probablemente por el servicio de información de Argila.
La camioneta procedente de la Casa de la Moneda en Madrid, cargada con 136 lingotes de plata, de 15 kilos de peso cada lingote, depositó su cargamento en un almacén en plaza Palacio número 8, a nombre de Manuel Campos Milán, secretario del director general de Seguridad, Manuel Muñoz.
El 14 de noviembre, el policía Ferran Duran Miralles, secretario de Rebertés y confidente de Eroles, firmó el recuento de esos lingotes depositados en plaza Palacio. Esta firma de conformidad significaba que Rebertés se había apoderado de la parte más sustancial del tesoro Galarza, pero también que Eroles lo sabía y no lo iba a consentir.
Joan García Oliver en El eco de los pasos dice que Galarza le explicó que cuando el Gobierno de la República se trasladó a Valencia “envió en una camioneta con destino a la capital levantina unos lingotes de oro y platino, valorados en varios millones de pesetas […] y en vez de parar en Valencia, prosiguieron viaje hasta Barcelona, donde fueron detenidos por un grupo de policías de la Generalidad, mandada por un tal Reverter, y despojados del cargamento. Cuando el Consejero de Gobernación [Aiguader] intervino, por un soplo que le dieron, fue para mandar asesinar a Reverter, acusándolo de conspiración separatista. Y se quedó con oro y platino. Reclamó Galarza y Aiguader dio la callada por respuesta”.
Se quejaba García Oliver de la pretensión de Galarza de que iniciara un proceso de reclamación, ya que se trataba de un asunto “muy engorroso y confuso”, que por otra parte podía iniciar el propio Galarza, sin su mediación. La petición privada de Galarza a García Oliver no trascendió al ámbito público, ni fue más allá de un intento de presión entre ministros, sin consecuencias, sin continuidad y sin publicidad. Y el platino era plata.
Asens ya había entregado a la Generalidad las obras de arte, dinero y valores hallados en los tres vehículos incautados, como se hacía habitualmente. También había detenido a Justiniano García y a Alberto Vázquez, jefe y capitán del SSE, respectivamente, a los que estaba interrogando.
Pero pocos días después, Mario Gallud, delegado de las patrullas de Poble Sec, alertó a Asens del registro ordenado por Rebertés en el domicilio del hermano del agente de la SSE Antonio Calderón, sito en la portería de Gran Vía 410, muy cerca de plaza de España, para apoderarse de unas cajas y maletines que los de la SSE de Madrid habían escondido allí. Tras una escaramuza armada entre guardias y patrulleros, es decir, entre Rebertés y Asens, todo lo incautado se trasladó, por seguridad, a la central de Patrullas de Control, en Gran Vía 617.
Más tarde, también se enviaron a la central de Patrullas las maletas ocultas por el agente de la SSE Alberto Vázquez en su hotel, gracias a la confesión de este al ser interrogado por Asens en San Elías.
Ante la gravedad del enfrentamiento entre guardias de Rebertés y patrulleros de Ases, estas nuevas adquisiciones del tesoro Galarza no se entregaron a la Generalidad, ante el desconcierto y dudas de los patrulleros sobre las intenciones del comisario general Rebertés, que operaba por cuenta propia y al servicio de Estat Català, enfrentándose a Patrullas y, al parecer, con desconocimiento del conseller Artemi Aiguader.
Era necesario que Patrullas (Aurelio), Comisaría (Eroles) y Consejería (Aiguader) se coordinaran entre sí para enfrentarse a Rebertés e impedir que se apoderase del tesoro Galarza, al tiempo que se evitaba la ruptura de la unidad antifascista, en la que se fundamentaba el Gobierno de la Generalidad.
Asens, con lo incautado parcialmente, ya podía financiar las futuras compras de armas para Patrullas y los comités de defensa. Eroles, entre el 14 y el 24 de noviembre gestionó y administró el depósito de plaza Palacio, entregando un millón de pesetas a Santillán y ochocientas mil a Portela. Quizás estuvo aquí el origen del llamado “moniato” de Eroles (moniato que se explica en la biografía de Eroles, en el anexo 10 del libro).
Asens, Aurelio y Eroles, pero también Artemi Aiguader, temían que Rebertés pudiera retener los lingotes depositados en Plaza Palacio.
La incautación de parte del tesoro Galarza por Asens (en su escaramuza con Rebertés y el interrogatorio de Vázquez) pasó desapercibida, al igual que la existencia del depósito de plaza Palacio.
La prensa solo especulaba sobre extravagantes rumores, tan confusos como falsos, sobre unos lingotes de “platino” y un fallido asesinato por parte de Rebertés de su madrastra o suegra. Eran unas grotescas patrañas, que deformaban la realidad y lo sucedido hasta el ridículo y la hilaridad, si no fuese porque comportaron unas consecuencias tan trágicas. Pero lo cierto es que no hubo ni platino, ni suegra, ni madrastra, sino el tesoro Galarza y el choque callejero entre los patrulleros de Asens y los guardias de Rebertés por su control. Ahí está el testimonio de Bárcena en el Caso Asens, reproducido ahora en la página 262 de “Anarquistas y Orden Público”, aunque solo al alcance de quienes sepan leer y quieran entender.
Las grandes noticias de finales de noviembre, en Barcelona, fueron el entierro de Durruti (el domingo, 22) y el complot contra Companys, delatado por Eroles (el 24) y la detención (disfrazada de dimisión) de Rebertés (el 25). Ante el conato de Rebertés de hacerse con el tesoro Galarza para poner en práctica el plan de Estat Català de armarse, “decapitar a la FAI” y proclamar la independencia de una Cataluña tutelada por Francia y la Italia fascista, Eroles pinchó el globo golpista del fascismo catalanista, acumulando pretextos, chismes y engañifas que despistaran a la opinión pública, porque para quedarse con el tesoro Galarza era fundamental el silencio y la desinformación.
Rebertés, desesperado y temiendo por su vida, confesó que se había comprometido a trasladar y custodiar desde Cerbère a Mataró unos vagones de ferrocarril con armas compradas por Estat Català.
Companys, después de entrevistarse a mediodía del día 24 con Artemi Aiguader, enfermó muy convenientemente y guardó cama hasta primeros de diciembre. En esa entrevista Artemi había comunicado a Companys las aventuras y desventuras de su pupilo y recomendado comisario, Andreu Rebertés, anunciando al presidente su inminente detención y posible ejecución, que serían presentadas como dimisión y desaparición.
La detención de Rebertés por Aiguader (en la tarde-noche del 24) también implicó la incautación del depósito de plaza Palacio por Aiguader, hasta entonces en manos de Duran y Eroles. Esa enérgica e interesada incautación explica el constante enfrentamiento de Aiguader con Aurelio y Eroles a partir de ese momento. Pero la documentación de archivo consultada hasta el día de hoy aún no permite conocer con exactitud qué y cuánto se quedó cada cual.
CNT, ERC y el Govern (con excepción de Comorera) decidieron que Rebertés pagara con su vida la traición a la República. Casanovas, Torres Picart, Dencás, Cardona y Xammar eligieron entre el exilio o el escondrijo. El Diari de Barcelona, órgano de Estat Català fue ocupado durante algunas horas por el Sindicato de Artes Gráficas. Eroles, sin embargo, decidió que era preferible que Estat Català no fuera disuelto definitivamente, imponiendo como condición sine qua non que su amigo personal Joan Cornudella asumiera la secretaría general, como garantía de que el disparatado golpe de estado independentista contra la República no se repitiera. El complot contra Companys y la República era un evidente acto de traición, penado con la muerte. El hilo del fascismo catalán se había roto,
Destacó en todo el afer el decisivo papel jugado por el policía Ferran Durán Miralles, secretario de Rebertés, firmante del recuento y depósito en Plaza Palacio de la entrega de los lingotes de plata a la Generalidad, confidente de Eroles y testigo-fotógrafo de éste en la ejecución de Rebertés por un escamot de ERC, formado (según fuentes solventes) por Josep Soler Arumí y Josep Grau Jassans.
Todos los documentos usados para explicar qué era el tesoro Galarza y desvelar el misterio Rebertés como una lucha por hacerse con ese tesoro, pueden y deben consultarse en el anexo número 9, Caso Asens, del libro: Anarquistas y Orden Público. Josep Asens y las Patrullas de Control, editado por Descontrol en 2025.
5.
Daños colaterales: Otro asesinato (doble) no investigado, oculto por el silencio
Otro misterioso asesinato doble empañó la actualidad barcelonesa, también oculto por el silencio y el olvido. Ocurrió el 21 de noviembre de 1936, cuando en los alrededores del campo del Club de Futbol Júpiter se encontraron los cuerpos sin vida de los militares, comandante Emilio Escobar Udaondo de la Guardia Nacional Republicana (antigua Guardia Civil) y miembro de la dirección de la Escuela de Guerra y el capitán de la Aeronáutica Aurelio Martínez Jiménez, profesor en la misma escuela. Un doble asesinato que nadie llegó a explicar ni investigar jamás. Ambos eran secretario y subsecretario de la UMRA. Emilio Escobar era, además, Jefe de estadística en la Consejería de Defensa.
La noticia pasó inadvertida, con la ciudad paralizada y aturdida por la muerte de Durruti en Madrid, el 20 de noviembre. Aún hoy, nadie ha arrojado luz sobre el asesinato de los dos militares de la UMRA. Es evidente que ni patrullas ni comités de defensa cometerían la estupidez de dejar los cadáveres en un terreno afín, en el barrio obrero de Pueblo Nuevo, así como resulta inimaginable que alguna organización ácrata o cenetista se atreviera con un personaje como Emilio Escobar, incluido en las listas de masones, intocables para los anarquistas por orden de Manuel Escorza. Así pues, todo parece señalar que ese asesinato doble pudo ser obra de la Sección de Servicios Especiales, dirigida por Justiniano García Fernández, muy molesto y contrariado por el error (o rechazo) de alguno de los componentes de la expedición madrileña del tesoro Galarza, que solo llegar a Barcelona habían contactado, por honestidad e ingenuidad, o por temor a las consecuencias, con la Consejería de Defensa, alertando así a los militares de la UMRA.
La hipótesis (que será necesario probar documentalmente) es ésta: el asesinato de ambos militares de la UMRA por agentes de la SSE tendría el objetivo de evitar que denunciaran al socialista Prieto (y a otros) el escándalo protagonizado por el ministro de Gobernación Ángel Galarza y su tesoro. Su asesinato también era un aviso para otros posibles testigos.
Sin denunciantes, no habría escándalo. Por otra parte, quienes se quedaron con el tesoro (Aiguader, Eroles, Asens), sabían que Galarza no lo reclamaría públicamente, si con ello se evitaba la vergonzosa noticia de un ministro huyendo de un Madrid asediado por los fascistas que, además, quería asegurarse un lujoso futuro en Francia. Todos los protagonistas se conjuraron en guardar silencio; un silencio indispensable para conservar lo ganado. ¡O el tesoro o el escándalo!
Parece evidente que el asesinato del comandante Escobar y el capitán Martínez, y, sobre todo, el extremo silencio en el que se envolvió y la ausencia de investigaciones guardan una estrecha relación con el afer Rebertés, que se estaba desarrollando en esas mismas fechas. Compartían el mismo silencio e idéntica desinformación, porque eran un daño colateral.
6.
De noviembre de 1936 a mayo de 1937
El inmenso error de Eroles al no disolver y desmantelar Estat Català, facilitó la continuidad conspirativa del fascismo catalán contra los anarquistas… porque inocular el veneno está en la naturaleza del escorpión, como está en la naturaleza de Estat Català su odio al proletariado.
La secretaría de Joan Cornudella al frente de Estat Català supuso una ruptura en la estrategia del partido, que abandonó la senda insurreccional independentista, pero no su radical odio anti cenetista y su perseverancia en el complot anti libertario. Estat Català, ahora en una férrea alianza con ERC y PSUC, buscó la forma de consolidar una Generalidad fuerte, capaz de deshacerse de la amenaza revolucionaria de los anarquistas.
Mayo del 37 fue la derrota del proletariado revolucionario más avanzado, que necesitaba y buscaba la contrarrevolución estalinista y el reformismo republicano para desarmar la amenaza de los comités de defensa sobre las instituciones burguesas y desencadenar una represión SELECTIVA, que integrase a los comités superiores en el aparato estatal y aniquilase a los revolucionarios.
El antifascismo fue en los años treinta la mayor victoria del fascismo. La unión sagrada de todos los antifascistas para derrotar al fascismo y defender la democracia suponía para el movimiento obrero renunciar a los propios principios, a un programa revolucionario proletario, a las conquistas revolucionarias, a todo…es decir, el famoso eslogan falsamente atribuido a Durruti: “renunciamos a todo menos a la victoria”, para someterse al programa e intereses de la burguesía democrática. Fue ese programa de unidad antifascista, de colaboración plena y leal con todas las fuerzas antifascistas, el que condujo a la CNT-FAI, rápida e inconscientemente, a la colaboración gubernamental con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo. Fue esa adhesión al programa antifascista (esto es, de defensa de la democracia capitalista) la que explica por qué y cómo los mismos líderes revolucionarios de ayer se convirtieron algunos meses después en ministros, bomberos, burócratas y contrarrevolucionarios. Era la CNT quien producía ministros, y esos ministros no traicionaban a nada ni a nadie; se limitaban a ejercer lealmente sus funciones lo mejor que sabían.
La insurrección de mayo fue fruto de la resistencia de los comités de defensa ante el anunciado y previsto golpe de fuerza militar del bloque contrarrevolucionario PSUC-ERC-Estat Català-Govern, y la provocación que supuso la orden de asalto al edificio de la Telefónica, como demuestra la documentación existente y así explica casi toda la historiografía rigurosa . Formaba parte además de la estrategia estalinista de conseguir un Estado fuerte, capaz de ganar la guerra al fascismo. Desarmar y debilitar a la CNT era una necesidad estratégica para el PSUC, del que ya se había vivido un primer acto en Bellver, con el asesinato de Antonio Martín. Es evidente que el asalto a la Telefónica, desencadenante de los Hechos de mayo, fue iniciativa del Gobierno catalán: los cenetistas que estaban dentro resistieron el ataque (no lo iniciaron).
Hablar de mayo del 37 como de una alocada, caprichosa, espontánea e innecesaria insurrección de anarquistas, como hacen algunos nacionalistas y neoestalinistas, es una falsedad histórica y una interpretación sectaria, que además excluye arbitrariamente la intervención del POUM.
El detallado informe de enero-abril de 1937, que el Servicio de Información de Manuel Escorza había elaborado en colaboración con el Servicio de Eroles, titulado “Affaire Sancho-Casanovas-Lluhí-Gassol, desde la Embajada de París y el Consulado de Toulouse” , no dejaba dudas sobre la minuciosa preparación de un nuevo complot contra la CNT-FAI, en el que colaboraban nacionalistas catalanes (ERC-Estat Catalá) y PSUC, con la aquiescencia explícita de mossos de escuadra y gobierno de la Generalidad. Preparación que desembocó en las sangrientas jornadas barcelonesas del 3 al 7 de mayo de 1937.
El liderazgo de Julián Merino en la reunión matutina de comités superiores del 4 de mayo de 1937, la constitución de un comité revolucionario secreto de la CRTC y de dos comisiones de combate para extender la lucha en la calle fueron, sin lugar a dudas, un intento de pasar a la ofensiva, que fracasó a causa del llamamiento radiofónico al alto el fuego realizado la tarde de ese mismo día 4 por Juan García Oliver y Federica Montseny. Esa intentona ofensiva subraya, con su rápido fracaso, el carácter predominantemente defensivo de la insurrección obrera de mayo del 37.
El comité revolucionario de la CNT, en la tarde del 4 de mayo, preparó una ofensiva definitiva de los comités de defensa y concentró fuerzas para asaltar el centro de la ciudad aún en disputa, que finalmente no se produjo por el alto al fuego radiofónico, ordenado por los comités superiores cenetistas . En las reuniones de comités superiores del 8 y 19 de mayo ese comité revolucionario aparecía citado caritativamente como un “comité de guerra” .
La insurrección del 3 al 7 de mayo fue fundamentalmente barcelonesa, aunque es innegable que tuvo importantes antecedentes en toda Cataluña y en el País Valenciano, así como un eco repetitivo (en ocasiones sorprendentemente similar) en numerosas poblaciones catalanas: Tarragona, Reus, Tortosa, Amposta, Lleida, Gerona, Cadaqués, Manlleu, Vic, Bisaura de Ter, Montesquiu, La Farga de las Lloses, Vilafranca del Penedés, Sitges, etcétera, que merecerían un detallado trabajo que excede los límites locales de este libro.
La Agrupación de Los Amigos de Durruti no dudaba en afirmar, en su manifiesto del 8 de mayo, que la batalla había sido ganada militarmente por los trabajadores, y que, por lo tanto, debía acabarse de una vez por todas con una Generalidad que no significaba nada. La Agrupación acusaba de “traición” a los dirigentes y comités superiores de la CNT, que habían paralizado una insurrección obrera victoriosa: “La Generalidad no representa nada. Su continuación fortifica la contrarrevolución. La batalla la hemos ganado los trabajadores. Es inconcebible que los comités de la CNT hayan actuado con tal timidez, que llegasen a ordenar “alto el fuego” y que incluso hayan impuesto la vuelta al trabajo cuando estábamos en los lindes inmediatos de la victoria total. No se ha tenido en cuenta de dónde ha partido la agresión, no se ha prestado atención al verdadero significado de las actuales jornadas. Tal conducta ha de calificarse de traición a la revolución que nadie en nombre de nada debe cometer ni patrocinar. Y no sabemos cómo calificar la labor nefasta que ha realizado Solidaridad Obrera y los militantes más destacados de la CNT.”
El calificativo de “traición” fue utilizado de nuevo cuando se comentó la desautorización que el CR de la CNT había hecho de Los Amigos de Durruti, así como el traspaso de las competencias (no las ejercidas por la Generalidad, sino las controladas por la CNT) de seguridad y defensa al gobierno central de Valencia: “La traición es de un volumen enorme. Las dos garantías esenciales de la clase trabajadora, seguridad y defensa, son ofrecidas en bandeja a nuestros enemigos.” El manifiesto del 8 de mayo finalizaba con una breve autocrítica de algunos fallos tácticos durante las Jornadas de Mayo, y con una optimista perspectiva de futuro, que la inmediata oleada represiva, iniciada contra la Agrupación el 28 de mayo , demostraría como vana e inconsistente. Mayo del 37 no acabó en tablas, sino que fue una severa derrota política del proletariado.
Pese a la mitificación existente sobre los Hechos de Mayo del 37 lo cierto es que se trató de una situación muy caótica y confusa, caracterizada por el afán negociador de todas las partes implicadas en el conflicto. Mayo del 37 no fue en ningún momento una insurrección obrera ofensiva y decidida, sino meramente defensiva y sin objetivos precisos, aunque formaba parte del combate en curso de la socialización contra la colectivización, y en defensa de “las conquistas” de julio. El detonador del conflicto fue el asalto a la Telefónica por las fuerzas de seguridad de la Generalidad. Y esta acción, esta auténtica provocación, se encuadraba dentro de la lógica del gobierno de Companys de asumir paulatinamente todas las competencias que la situación “anómala” de la insurrección obrera del 19 de julio de 1936 le había arrebatado momentáneamente. Los recientes éxitos contrarrevolucionarios obtenidos en la Cerdaña, con el asesinato de Antonio Martín, abrían la vía para pasar a una acción definitiva en Barcelona y en toda Cataluña. Era evidente que Companys se sentía respaldado por Comorera (PSUC) y por Ovseenko (el cónsul soviético), con quienes venía colaborando muy estrecha y efectivamente desde diciembre, cuando se produjo la expulsión del POUM del gobierno de la Generalidad. La política estalinista coincidía con los objetivos de Companys: la debilitación y anulación de las fuerzas revolucionarias, esto es, del POUM y de la CNT, eran un objetivo de los soviéticos, que sólo podía pasar por el fortalecimiento del gobierno burgués de la Generalidad. La larga crisis abierta en la Generalidad se inició con el rechazo por la CNT de la marcha al frente de Madrid de la división Carlos Marx (del PSUC). A este repudio inicial se añadió la oposición frontal al decreto del 4 de marzo de 1937 sobre disolución de las Patrullas de Control y desarme de la retaguardia, al mismo tiempo que se creaba el Cuerpo Único de Seguridad (Guardia civil y Guardia de Asalto juntos). Este creciente desencuentro con los cenetistas tuvo su inevitable solución violenta (tras varios episodios de enfrentamientos armados en La Fatarella, Olesa, Bellver, entierro de Cortada, etcétera) en el asalto a la Telefónica y las sangrientas jornadas de mayo en Barcelona.
La estúpida ceguera, la fidelidad inquebrantable a la unidad antifascista, el elevado grado de colaboración con el gobierno republicano de los principales dirigentes anarcosindicalistas (desde Peiró hasta Federica Montseny, de Santillán a García Oliver, de Marianet a Valerio Mas) no eran un dato irrelevante, ni desconocido, para el gobierno catalán y los agentes soviéticos. Se podía contar con su cretina santidad, como demostraron colmadamente durante las Jornadas de Mayo. Pero Companys y los soviéticos no contaron con la posibilidad de que los comités superiores cenetistas fuesen superados y desbordados por “los incontrolados” y por los comités de defensa de los barrios. Companys se desesperó ante la negativa del gobierno de Valencia a que Díaz Sandino (que mandaba la aviación) se pusiera a sus órdenes para bombardear los cuarteles y edificios de la CNT. Companys acabó perdiendo todas las atribuciones de la Generalidad en Defensa y Orden Público, que jamás habían sido tan amplias.
Respecto a la actividad de Los Amigos de Durruti, durante los Hechos de Mayo, no cabe tampoco una engañosa mitificación de su participación en las barricadas y de su octavilla, ya que Los Amigos de Durruti no se propusieron sustituir a la dirección confederal, y se limitaron a efectuar una dura crítica de sus dirigentes y de su política de “traición” a la revolución. Quizás no podían hacer otra cosa, dado su reducido número y su escasa influencia en la masa cenetista. Evitaron a toda costa la escisión y la expulsión.
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