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Dios era una partícula.
17 jul 2012
UNA CUMBRE DE LA CIENCIA
Dios era una partícula.
UNA CUMBRE DE LA CIENCIA
Pablo Rieznik
http://www.nodo50.org/ciencia_popular

La particula de Dios… ¡existe! Notable signo de nuestro tiempo: mientras
el tsunami de una bancarrota capitalista nos amenaza con la barbarie, el
conocimiento humano alcanza las cumbres de una apropiación consciente de
las condiciones de existencia del universo como un todo.

Aunque parezca trivial, el hecho de que todos y todas estemos constituidos
por la misma cosa es algo que sólo fue confirmado con rigor recientemente.
Es cierto que se habla de los átomos (de eso se trata) desde la época de
los griegos, cuando Demócrito designó así a las partículas elementales de
la materia. Pero no dejó de ser una hipótesis especulativa hasta que la
ciencia experimental metió la mano en el asunto.

Se atribuye a Dalton, en el siglo XVII, un papel fundacional en la
moderna indagación sobre el mundo de los átomos. Aun así la realidad de
la existencia del átomo fue motivo de controversias. No resulta fácil
admitir que nuestros ladrillos básicos constituyen algo tan durable, tan
abundante… y tan pequeño. Tengamos en cuenta que cada uno de nosotros
reúne en su propio cuerpo la minucia de mil millones de átomos,
aproximadamente, los cuales existen desde tiempos inmemoriales; algunos
de ellos -los que corresponden a los elementos más pesados, como el
hierro-, originados en el horno combustible de estrellas que acaban
estallando y esparciendo sus elementos por el cosmos. La materia, según
aprendimos en la escuela, no se crea ni se destruye, sólo se transforma,
dijo otro de los prohombres de la ciencia moderna.

Los secretos del átomo.
Todavía a principios del siglo XX, un físico prominente, Ernst Mach,
afirmó que los átomos “son productos del pensamiento”. Era el tiempo, sin
embargo, en que Einstein probaba, en un trabajo célebre, la existencia
real de los átomos, y desentrañaba las relaciones mutuas entre materia y
energía. No mucho antes de que otro físico célebre -Ernest Rutherford-
elaborara el muy conocido modelo del átomo como un pequeño sistema solar,
constituido por partículas aun más elementales: electrones, protones,
neutrones.

La moderna aventura de la física atómica -que cambió la visión del hombre
sobre el cosmos, del cual forma parte- apenas comenzaba. Se puso de
relieve, entonces, que las partículas que componen el átomo tienen
características bastante poco admisibles para el sentido común. En el
mundo de lo muy pequeño las cosas funcionan de un modo distinto al que
nosotros percibimos en nuestro “macromundo” particular. Un electrón, por
ejemplo, es al mismo tiempo una partícula localizable en un espacio
determinado y una onda que carece de “localidad” y que no se presenta
como una cosa, sino como la manifestación de una manera de existir de la
“cosa” (como la que traza el movimiento que se forma en el agua cuando
arrojamos una piedra). ¡¨Cosas vederes, Sancho¨!

El descubrimiento, durante los años 20 del siglo pasado, de que el
universo se encontraba en expansión le dio a la investigación de lo
pequeño una dimensión grandiosa: en el estallido original (Big Bang)
estaban presentes apenas algunas de las partículas elementales qu darían
lugar… a los átomos. En el misterio de partículas que tienen la dimensión
de una billonésima parte del metro se encontraba la respuesta al… origen
del universo. La respuesta, también, para el desarrollo de una tecnología
sin precedentes, incluida la computadora en la cual redactamos esta nota.

Higgs y la “Big Science”.
Cuando las técnicas de investigación se hicieron más precisas se puso de
relieve, además, que tampoco los electrones, los protones y los neutrones
eran las partículas últimas de la materia, sino que ellas mismas eran el
resultado de otras partículas “más últimas” todavía. Hacia la mitad del
siglo pasado, la fauna de partículas subatómicas descubiertas había
crecido a un punto en que el mundo de la física quedó en un mar de
confusión.

Finalmente, los especialistas llegaron a lo que se denominó el Modelo
Standard, que establecía un orden y un sistema para explicar la plétora
de partículas elementales. El Modelo Standard establecía cómo a partir de
dos partículas básicas -llamadas quarks y leptones- y mediante sus
diferentes combinaciones e interacciones -en las cuales actuaban otro
puñado de partículas- surgían todas las demás. Por absurdo que parezca al
lego faltaba explicar cómo algunas de esas partículas adquirían masa. Y
aquí entra en escena el llamado bosón de Higgs, una partícula cuya
función sería precisamente dotar de masa a algunas de sus congéneres… y
desaparecer en una fracción del orden de una millonésima de segundo; y
cuya existencia fue postulada casi medio siglo atrás por el físico que le
dio su nombre. El bosón de Higgs pasó a ser conocido como “la partícula
de Dios”, porque permitiría un avance clave en la determinación de cómo
el universo vino a existir y cuáles son sus fundamentos más elementales.
Pero ahora había que testear con experimentos el mundo subatómico y
verificar la predicción.

Para avanzar en el territorio que le es propio, los físicos necesitaron,
crecientemente, recursos y dispositivos materiales de enorme envergadura
y un trabajo colectivo sin igual. La investigación requiere los llamados
“aceleradores de partículas”, que permiten elevar la velocidad de estas
al límite de lo absoluto -nada puede moverse más allá de la velocidad de
la luz-, hacerlas colisionar y estudiar los resultados. El laboratorio en
el cual se estima ahora haber hallado un registro del ladrillo “divino”
es una construcción sin precedentes de un anillo subterráneo de casi 30
kilómetros de diámetro, dotado de una aparatología fenomenal puesta en
movimiento y funcionando con un equipo colectivo de varios miles de
físicos de los más diversos países. Lo que llamamos la aventura de
desentrañar el misterio de nuestro cosmos se ha planteado como una tarea
colectiva sin igual. Hace mucho que la ciencia en este terreno descubrió
que el universo le plantea al hombre los desafíos de conocerlo con los
métodos propios de la gran industria y del trabajo asociado de los
individuos de nuestra especie.

Entonces…
Entonces la ciencia se deparó con los límites que no son los propios del
conocimiento y de los hombres, sino los del capitalismo. Esto sea porque
confinó el quehacer científico a la frontera del negocio y de la
rentabilidad; sea porque lo redujo a la condición de sirviente de la
investigación bélica y militar; sea porque encorsetó sus resultados en la
utilización de sus instrumentos de punta para la especulación y para el
capital financiero.

Con lo que plantea ahora el avance en el descubrimiento del bosón de
Higgs, las cosas son todavía más concretas. En ciencia, la solución de un
problema plantea nuevos problemas e investigaciones. “Se acabó una parte
de la historia, debe comenzar otra”, tituló una nota periodística para
ilustrar las tareas que los científicos se plantean a partir de ahora. En
el caso que nos ocupa, requeriría tecnologías, inversiones y desarrollos
que de ninguna manera están disponibles bajo las condiciones del actual
quebranto capitalista.

Steven Weinberg, uno de los grandes físicos de nuestro tiempo -reconocido
por su papel de primer orden en la elaboración del Modelo Standard de la
materia y del origen del universo, publicó semanas atrás un largo
artículo titulado “La crisis de la Gran Ciencia”.(1) Nadie lo ha
mencionado en estos días a pesar de su carácter profético: el
descubrimiento del bosón de Higgs -plantea Wienberg- no será el final del
camino, y avanzar exigiría recursos más costosos, frente a lo cual se
declara absolutamente… “pesimista”. Porque los financiamientos se están
agotando y reduciendo no sólo en el área de la física, sino en el de la
astronomía, que también requiere de instrumentos muy poderosos para
indagar el cosmos en esta tarea que une la observación de lo enormemente
grande y de lo enormemente pequeño, según explicáramos al principio de
esta nota. Weinberg se lamenta de un modo que no podía ser más sugerente:
“para promover los descubrimientos, la gran ciencia es el equivalente
tecnológico de la guerra… y no mata a nadie”.

Ya sabemos que físicos perfectamente ateos invocaron al Creador para
popularizar el significado de sus hazañas en la indagación sobre los
fundamentos básicos de nuestra materia y de nuestra propia existencia.
Podemos invocar a su perfecto opuesto para poner de relieve el papel
“diabólico” que ejerce sobre el hombre, sobre su vida y sobre su
actividad un mundo capitalista en descomposición. Como creaciones humanas
así entendidas, Dios y el Diablo siguen haciendo de las suyas.(2)


(1) Wienberg, Steven; “The crisis of Big Science”, en The New York Review
of Books, mayo 10, 2012.
(2) Ver Rieznik, Andrés y Pablo; “La máquina de Dios” en Prensa Obrera
N° 1055.
Mira també:
http://www.nodo50.org/ciencia_popular

This work is in the public domain

Comentaris

Re: Dios era una partícula.
17 jul 2012
""Allá por los años 90, Leo Lederman, un Premio Nobel, decidió escribir un libro de divulgación sobre la física de partículas. En el texto,
Lederman se refería al bosón de Higgs como "The Goddamn Particle" ("La Partícula Puñetera") por lo difícil que resultaba detectarla.

El editor del libro, en un desastroso arranque de originalidad, decididió cambiar el término "The Goddamn Particle" por "The God Particle" y así "La Partícula Puñetera" se convirtió en "La Partícula de Dios"."
Re: Dios era una partícula.
20 jul 2012
la anominada partícula de deu és una quimera per justificar la colossal despesa per a la creació i manteniment de l'accelerador de partícules.
en higgs ni tan sols es va inventar l'anomenada partícula. higgs és escocès i els escocessos són als anglesos el que els gallecs són als espanyols (o als peninsulars). quan la cia publica sobre un descobriment fet per un escocès o un gallec, és que és una mentida. així quan es demostra l'error es pot explicar dient: "bah!era gallec!" o "bah! era escocès!"
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