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Independent Media Center
Anàlisi :: mitjans i manipulació
La visión mediática
18 gen 2012
En Bourdieu, Pierre. La miseria del mundo. FCE, Buenos Aires, 2000. Gentileza de Natalio Stecconi.
Los malestares sociales sólo tienen existencia visible cuando los medios hablan de ellos, es decir, cuando
los periodistas los reconocen como tales. Ahora bien, no se reducen a los meros malestares mediáticamente
constituidos ni, sobre todo, a la imagen que los medios dan de ellos cuando los perciben. No hay duda de
que los periodistas no inventan en su totalidad los problemas de que hablan; incluso pueden llegar a pensar,
no sin razón, que contribuyen a hacerlos conocer y a incorporarlos, como suele decirse, al "debate público".
Lo cierto es que sería ingenuo quedarse en esa constatación. No todos los malestares son igualmente
"mediáticos", y los que lo son sufren inevitablemente una cierta cantidad de deformaciones desde el
momento en que los medios los abordan, puesto que, lejos de limitarse a registrarlos, el trabajo periodístico
los somete a un verdadero trabajo de construcción que depende en gran medida de los intereses propios de
ese sector de actividad.
Casi podría decirse que la enumeración de los "malestares" que surgen con el paso de las semanas en la
prensa es sobre todo la lista de los que podrían llamarse "malestares para periodistas", vale decir, aquellos
cuya representación pública se fabricó explícitamente para interesar a los periodistas, o los que por sí solos
atraen a éstos porque son "fuera de lo común", dramáticos o conmovedores, y por esa razón
comercialmente rentables, por lo tanto conformes a la definición social del acontecimiento digno de aparecer
en "primera plana". La manera en que los medios escogen y abordan esos malestares, en definitiva, dice al
menos tanto sobre el medio periodístico y su modo de trabajar como sobre los grupos sociales en cuestión. [
1]
<b>La fabricación del "acontecimiento"</b>
Aunque no sea nuestro objetivo aquí, habría que analizar la diversidad de puntos de vista periodísticos sobre
los acontecimientos, que remite a la diversidad de formas del periodismo. Lo cierto es que los periodistas,
sea cual fuere el medio en que trabajan, se leen, se escuchan y se observan mucho entre sí. La "revista de
prensa" es para ellos una necesidad profesional: les indica los temas que deben tratar porque "los otros"
hablan de ellos, puede darles ideas de notas o les permite, al menos, situarse y definir ángulos originales
para distinguirse de los competidores. Por otra parte, no todas las visiones periodísticas tienen el mismo
peso dentro de la profesión y particularmente afuera, en el proceso de constitución de las representaciones
sociales. Cuando se relee o revé, en frío, todo lo que pudo escribirse o mostrarse sobre acontecimientos
tales como "la guerra del Golfo", "el movimiento liceísta" de noviembre de 1990 o "los disturbios de
Vaulx-en-Velin", por ejemplo, seguramente es posible encontrar aquí o allá un artículo o un reportaje
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especialmente pertinentes. Pero esta lectura, a la vez exhaustiva y a posteriori, olvida que a menudo esos
artículos pasan desapercibidos para la mayor parte de la gente y se hunden en un conjunto cuya tonalidad
es en general muy diferente. [2] Ahora bien, los medios actúan en un principio y fabrican colectivamente una
representación social que, aun cuando esté bastante alejada de la realidad, perdura pese a los desmentidos
o las rectificaciones posteriores porque, con mucha frecuencia, no hace más que fortalecer las
interpretaciones espontáneas y por lo tanto moviliza en primer lugar los prejuicios y tiende, con ello, a
redoblarlos. Hay que tomar en cuenta, además, el hecho de que la televisión ejerce un efecto de dominación
muy fuerte en el interior mismo del campo periodístico debido a que su amplia difusión -sobre todo en lo que
se refiere a los noticiarios- le da un peso particularmente grande en la constitución de la representación
dominante de los acontecimientos. Por otra parte, la información "puesta en imágenes" produce un efecto de
dramatización idóneo para suscitar muy directamente emociones colectivas. Por último, las imágenes
ejercen un efecto de evidencia muy poderoso: parecen designar, sin duda más que el discurso, una realidad
indiscutible aunque sean igualmente el producto de un trabajo más o menos explícito de selección y
construcción. Por más que la televisión se alimente en gran parte de la prensa escrita o de las mismas
fuentes que ésta (esencialmente, los despachos de agencias), tiene una lógica de trabajo y restricciones
específicas con mucho peso sobre la fabricación de los acontecimientos. Actúa sobre los telespectadores
corrientes pero también sobre los otros medios, y los periodistas de la prensa escrita ya no pueden ignorar
hoy lo que ayer constituyó "la primera plana" de los noticiarios televisivos de las 20:00.
Por ejemplo, cuando esos noticiarios decidieron cubrir las primeras manifestaciones de liceístas de octubre
de 1999 -en su origen se trataba de un simple movimiento, limitado a algunos colegios de los suburbios del
norte de París, que agrupaba a unos pocos cientos de liceístas que protestaban contra la falta de profesores
y las agresiones de que habían sido víctimas ciertos alumnos-, numerosos especialistas educativos de la
prensa escrita parisiense juzgaron irresponsable semejante tratamiento mediático porque amenazaba con
generar un efecto de arrastre ("¡Deliran!", "¡Deben de estar locos para abrir el noticiario de las 20:00 con ese
tema!", "Daba la impresión de que todo el mundo liceísta estaba en la calle, cuando a lo sumo no eran más
de tres mil", etcétera). [3] Sin embargo, es indudable que los periodistas de televisión decidieron con toda
buena fe mostrar, en el horario de "las 20:00", una secuencia de esos movimientos. Tenían en éstos un tema
e imágenes muy televisivas ("Los periodistas de televisión -explica un integrante de la prensa escrita
parisiense- nunca saben cómo ilustrar los problemas de la educación y a menudo nos piden ideas para esa
ilustración"). Por otra parte, probablemente tenían presente el recuerdo de las manifestaciones liceístas y
estudiantiles de noviembre de 1986, que también habían comenzado, hacia la misma época escolar, con
una huelga limitada a un solo establecimiento. La lógica del precedente, muy presente en la mayoría de los
periodistas, la preocupación de no demorarse en la cobertura de una revolución y la convicción sincera de
que volvían a asistir a las primicias de un vasto movimiento de impugnación probablemente basten para
explicar el tratamiento privilegiado que otorgaron de entrada a esas protestas localizadas. De hecho, a
medida que las huelgas liceístas se multiplicaron, en gran parte bajo el efecto de su mediatización televisiva
-"la televisión era algo así como el barómetro del movimiento; como en los noticiarios se hablaba de él, era
preciso que todo el mundo se incorporara", dijo por ejemplo un periodista parisiense que cubría los sucesos-,
la presión de los jefes de redacción de los diarios de París sobre sus "especialistas" de la sección educación
se hizo más fuerte y los incitó a redactar "artículos de fondo" sobre el tema. Si cierto número de periodistas
especializados en problemas educacionales manifestaron entonces algunas reticencias a escribir sobre esos
acontecimientos, no fue solo porque su competencia apenas los predispone a asombrarse con facilidad, [4]
sino también porque ese movimiento, fabricado en gran medida por la televisión, era inasible: no lograban
comprenderlo ni identificar a sus dirigentes y sus objetivos. Si embargo, obligados a su vez a hablar de él,
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contribuyeron, aunque involuntariamente, a dar importancia a lo que entre tanto se había convertido
mediáticamente en un verdadero problema de la sociedad, el del "malestar de los liceístas" y, más en
general, "de la juventud". Los jóvenes responsables de las coordinaciones de los liceos que surgieron
oportunamente del movimiento y que, en sus estrategias mediáticas, recibían el consejo de adultos más
experimentados (dirigentes del Partido Comunista, de SOS-Racismo, del Partido Socialista, etcétera), no
podían sino tomarse muy en serio al hablar en las "Asambleas Generales Liceístas" como lo hacen los
políticos en las tribunas de la Asamblea Nacional durante las transmisiones en directo de los miércoles a la
tarde. Un periodista de un gran diario parisiense que estuvo cerca de ellos durante los acontecimientos
relata: "Los responsables de la coordinación se creyeron vedettes. Se los tomó demasiado en serio. Sólo se
dirigían a la televisión. Hubo una ‘estelarización' excesiva. Creían que todo les estaba permitido; habían
estado en el Elíseo, habían desayunado con Jospin..." Se comprende al mismo tiempo que esos
movimientos -producidos en gran parte por los medios-, a menudo desaparezcan con mucha rapidez cuando
estos últimos dejan de hablar de ellos. En consecuencia, no habría que preguntarse únicamente, como suele
hacerse, qué es lo que interesa a la prensa, sino también sobre el proceso que conduce progresivamente a
todos los periodistas a desinteresarse de los acontecimientos que antes contribuyeron a producir. Con
humor, un joven periodista que conoce bien las redacciones de las radios periféricas, relata: "En la reunión
de redacción de una radio siempre va a haber un redactor que diga: ‘Ya basta de eso, la gente se fastidia.
Los suburbios empiezan a aburrirnos, estamos hartos. Pasemos a otra cosa'. Y en la actualidad siempre hay
algo que toma el relevo. Le Monde tranquilizará. Libé buscará interpretaciones, analizará, reconocerá el
terreno. Quienes se ocupan de lo fáctico, de lo sensacionalista, tal vez repliquen, pero nadie los seguirá".


<b>Un falso objeto</b>


En definitiva, lo que se denomina "acontecimiento" nunca es más que el resultado de la movilización -que
puede ser espontánea o provocada- de los medios alrededor de algo que, durante un cierto tiempo, éstos
convienen en considerar como tal. Cuando las que atraen la atención periodística son poblaciones
marginales o desfavorecidas, los efectos de la mediatización distan de ser los que estos grupos sociales
podrían esperar, porque los periodistas disponen en ese caso de un poder de constitución particularmente
importante, y la fabricación del acontecimiento escapa casi íntegramente a esas poblaciones.
A principios de los años ochenta, a raíz de incidentes ocurridos en las Minguettes -un barrio de Vénissieux,
en los suburbios de Lyon, de fuerte concentración de población inmigrante-, se desarrolló en la prensa un
nuevo discurso sobre los "suburbios problemáticos". Esos incidentes, bastante espectaculares (quema de
autos, barricadas, lanzamiento de proyectiles diversos y cócteles Molotov contra las fuerzas policiales,
etcétera), recibieron una amplia cobertura del conjunto de la prensa, que de tal modo atrajo brutalmente la
atención sobre una nueva categoría de población, la de los jóvenes nacidos en las familias inmigrantes ("los
beurs"), en situación de fracaso escolar, sin calificación ni trabajo. Se descubría igualmente el estado ruinoso
de ciertos suburbios y la degradación de los edificios, asolados por el vandalismo y dejados en el abandono
por los organismos de HLM. Esos incidentes, que habían estallado apenas dos meses después de la llegada
de los socialistas al poder, se consideraron como un verdadero desafío político lanzado al gobierno de
izquierda. Se tomaron diversas medidas a fin de rehabilitar esas villas de emergencia de un nuevo tipo que
se habían reconstituido progresivamente en ciertas HLM. Por otra parte, se habían erigido estructuras
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orientadas a encuadrar a los jóvenes desocupados en situación de fracaso escolar, con el objeto de propiciar
su formación profesional y su inserción en el mercado laboral. Todas estas acciones se coordinaron en el
marco de los DSQ. En 1990, este accionar abarcaba alrededor de cuatrocientas zonas.
Pero los medios volvieron a plantear el problema de los suburbios en relación con los incidentes ocurridos en
octubre de 1990 en Vaulx-en-Velin, un municipio también ubicado en los suburbios lioneses y clasificado
como DSQ en 1987. A fines de septiembre de ese año, se hizo una fiesta en Mas-du-Taureau, un barrio de
la comuna recién rehabilitado, frente al nuevo centro comercial erigido un año antes en plena zona de
viviendas sociales. En presencia de personalidades políticas de primer nivel, se inauguró un muro de
escalada y se celebró el éxito de los operativos de rehabilitación. Una semana después, durante un control
policial, vuelca una moto y el pasajero de atrás, un joven de 18 años de origen italiano, afectado de
poliomielitis, muere como consecuencia de la caída. Se agrupan entonces un centenar de jóvenes para
lanzar insultos a la policía, a quien consideran responsable del drama.
Se sospecha que ésta procura mostrar como un simple accidente lo que los jóvenes creen un ejemplo de
"brutalidad". La situación es tensa: esa misma noche se arrojan piedras y se queman tres autos (cosa que,
en ese barrio, no es una práctica excepcional). La prensa local, que escucha permanentemente las
conversaciones de la policía con scanners (receptores de alta frecuencia), difunde rápidamente la
información y da la versión oficial del drama, que pasa esa misma noche a los medios nacionales. Al día
siguiente a la mañana, jóvenes de 14 a 20 años vuelven a arrojar piedras contra la comisaría de
Vaulx-en-Velin (para hacer salir a los policías, atrincherados en su interior); luego, hacia el mediodía, se
lanza un coche robado contra el supermercado de Mas-du-Taureau, que arde, lo mismo que unos cuantos
negocios de la plaza. Los jóvenes rechazan a la policía, los bomberos y los periodistas, mientras que
numerosos habitantes del barrio y de otros lugares, en una atmósfera festiva, procuran sacar partido de la
situación y se llevan diversas mercaderías que, de todas maneras, el incendio habría destruido. Uno de los
pocos periodistas de la prensa local que están presentes en el lugar cuenta que ve salir a chicos de los
comercios, con las manos repletas de golosinas, paquetes de cigarrillos y calzado deportivo. Una anciana
sostiene la puerta del supermercado para facilitar la salida de carritos atiborrados de mercaderías,
empujados a toda prisa hacia los baúles de los autos. En síntesis, si bien es indiscutible que hubo un saqueo
del centro comercial, probablemente premeditado, [5] lo cierto es que resulta por lo menos excesivo hablar
de "motín", como lo hicieron los periodistas de la prensa parisiense y, sobre todo, de la televisión.
Los dominados son los menos aptos para controlar la representación de sí mismos. Para los periodistas, el
espectáculo de su vida cotidiana no puede sino ser chato y carente de interés. Como culturalmente están
desamparados, son además incapaces de expresarse en las formas requeridas por los grandes medios. Tal
como lo declara un dirigente político que pretende divulgar la opinión de los profesionales de la televisión,
"uno no tiene que ir a un programa a contar su estado de ánimo o a dar su opinión; hay que aprender a
expresarse con claridad". Algunos días antes de los sucesos, una agencia de prensa lionesa especializada
en urbanismo había propuesto espontáneamente -sin éxito en ese momento- hacer una investigación sobre
la situación en los suburbios ("No es interesante, no pasa nada...", le habían contestado a la sazón). La
lógica de la competencia impulsa a los periodistas a trabajar "en caliente" y acudir "a donde pasa algo". Los
dramáticos incidentes de Vaulx-en-Velin tuvieron por efecto suscitar en poco tiempo una multitud de notas,
todas las cuales procuraban mencionar y explicar lo que no funcionaba en ese lugar. Aun cuando la
observación atenta de la vida corriente en esos suburbios, con sus problemas cotidianos, es más ilustrativa,
la mayoría de los periodistas tiende a concentrarse en la violencia más espectacular y, por ello, más
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excepcional. [6] Los medios fabrican así para el gran público, que no está directamente comprometido, una
presentación y una representación de los problemas que ponen el acento sobre lo extraordinario. Con ello se
tiende a exhibir únicamente las acciones violentas, los enfrentamientos con la policía, los actos de
vandalismo, un supermercado en llamas o autos que arden, y a presentar en un revoltijo, como causa de
esos desórdenes, las explicaciones recogidas por la prensa, los excesos policiales, la desocupación de los
jóvenes, la delincuencia, la "penuria de vivir" en esos suburbios, las condiciones habitacionales, el marco
siniestro de vida, la ausencia de estructuras deportivas y de tiempo libre, la concentración excesiva de
poblaciones extranjeras, etcétera.
Un círculo vicioso
Si esta representación deja poco lugar al discurso de los dominados, es porque éstos son particularmente
difíciles de escuchar. Se habla de ellos más de los que ellos mismos hablan, y cuando se dirigen a los
dominantes, tienden a emplear un discurso prestado, el que éstos remiten a su respecto. Esto es
especialmente cierto cuando hablan en televisión: se los ve repetir los discursos que escucharon la víspera
en los noticiarios televisivos o los programas especiales sobre las penurias de los suburbios, y a veces
hablan de sí mismos en tercera persona ("Lo que quieren los jóvenes es un lugar para reunirse", dice por
ejemplo uno de ellos en un reportaje). Más exactamente, los periodistas tienden sin saberlo a recoger su
propio discurso sobre los suburbios y siempre encuentran, vagabundeando en las urbanizaciones y al
acecho de los medios, personas dispuestas, "con tal de aparecer en televisión", a decirles lo que tienen
ganas de escuchar.
La "investigación"de tipo periodístico, y esto vale tanto para el gran periodista parisiense como para el
modesto encargado de sección de la prensa de provincia, está en general más cerca de la pesquisa policial
que de lo que recibe aquel nombre en las ciencias sociales. Más que el sociólogo, es el periodista "de
investigación" quien logra a veces "doblar" a la policía en un caso, que sirve de modelo. Por otra parte, la
preocupación (en gran medida comercial), vigente sobre todo en los grandes medios nacionales (televisión
pero también agencias de prensa), por no tomar partido o por no disgustar a auditorios socialmente muy
heterogéneos lleva a una presentación artificial y neutralizante de todos los puntos de vista presentes. La
investigación periodística se emparienta con la judicial: como en un proceso, la objetividad consiste en dar la
palabra a todas las partes interesadas, y en cada caso los periodistas procuran explícitamente tener
representantes de la defensa y de la acusación, el "pro" y el "contra", la versión oficial de un incidente y la de
los testigos. Por la fuerza de las cosas, el trabajo de campo propiamente dicho se limita a algunos días,
cuando no a algunas horas pasadas en el lugar, "para dar un poco de color" a las notas, en general con un
guión -previamente construido en las reuniones de redacción-, que se trata de ilustrar. [7]
Los mismos periodistas pueden suscitar a veces una realidad a medida para los medios. Un periodista de la
Agence France Presse (AFP) de Lyon informa por ejemplo que, tras las caldeadas jornadas de
Vaulx-en-Velin, toda la prensa vigilaba la comuna a la espera de nuevos incidentes, y que esa presencia de
los periodistas en el lugar podía desencadenar los sucesos esperados. [8] Aun cuando no pase nada, la
máquina periodística tiende a girar por sí sola.
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Fue así como, por ejemplo, el jefe de redacción de un medio parisiense intimó a cierto reportero de televisión
enviado a un suburbio para cubrir unos incidentes a hacer una intervención en directo de dos minutos en el
noticiario de la noche aunque no pasara nada, a fin de hacer entables los costosos medios técnicos
dispuestos en el lugar. Aunque muchos periodistas procuren ir más allá del acontecimiento ("La crónica
menuda [faits divers] es reveladora de verdaderos problemas, habría que profundizar pero no hay tiempo, y
además un acontecimiento desplaza a otro", dice por ejemplo un periodista de la prensa regional de Lyon),
todo los reduce a él. Acuciados por la competencia, deben ir adonde estás sus cofrades.
"Si aparece en otro canal -cuenta un periodista de televisión-, el jefe de redacción te dice: ‘Pero qué carajo
está haciendo, hay que ir allí'." "Nos concentramos en Vaulx-en-Velin -informa también un periodista de la
AFP de Lyon-. Cuando pasaba algo allí, se lo mencionaba no porque fuera importante sino porque ocurría
en Vaulx. Pero no sabíamos que pasaban cosas peores en los suburbios de Marsella. París [las redacciones
parisienses] empujaba el carro. La competencia incita a la sobrepuja, a la falta. Cuesta resistirse porque
tenemos clientes que son exigentes y quieren ‘Vaulx-en-Velin'. A veces nos preguntábamos si era necesario
hacer un despacho por dos autos quemados. [...] Un mes después se hizo un gran artículo pero, una vez
pasado el acontecimiento, la cosa ya no interesa a nadie, se lo lee menos y la puesta a punto que puede
hacerse en ese momento tiene menos impacto."
Si los incidentes de Vaulx-en-Velin dieron lugar a una intensa cobertura periodística, fue también porque
resonaban en ellos numerosos problemas sociales mediáticamente constituidos como la desocupación, los
suburbios tristes, los inmigrantes, la inseguridad, la droga, las bandas, los jóvenes, Le Pen, el integrismo,
etcétera. Pero, lejos de permitir comprender, esta "cobertura mediática" brindó sobre todo la oportunidad de
ver el resurgimiento de los estereotipos sobre los suburbios y los grandes conjuntos urbanísticos,
estereotipos constituidos desde unos treinta años atrás alrededor de anteriores noticias misceláneas y
aplicadas en Vaulx-en-Velin, aunque esos esquemas fueran manifiestamente inapropiados para dar cuenta
de lo que había pasado. Algunos periodistas denunciaron el problema de las "urbanizaciones dormitorio"
mientras el número de empresas creadas en la comuna estaba en aumento; otros retomaron el discurso
sobre la enfermedad de los suburbios con sus zonas sin alma ni coherencia, la grisura cotidiana y la
deshumanización de las ciudades, cuando este municipio, precisamente, había emprendido desde hacía tres
años un importante operativo de rehabilitación de la vivienda social y reinstalado un centro comercial muy
activo. Lejos de molestarse por esas contradicciones, los medios hablaban, al contrario, del "gran naufragio
de las ideas aceptadas" que consistían en creer que se podía "volver a dar vida a los grandes conjuntos
urbanísticos a fuerza de millones, repintando las cajas de las escaleras y plantando bancales de clorofila". La
mayoría se hizo eco de quienes cuestionaban el urbanismo y denunciaban a los arquitectos que habían
construido esas ciudades del rechazo, la desesperación y la ausencia de diálogo. Por último, y habida
cuenta de que sin duda era necesario explicar lo que estaba en el origen de los acontecimientos -a saber, el
mal resultado del control policial-, casi todos evocaban el abismo que se habría creado entre los jóvenes y la
policía; el remedio a esos problemas estaba entonces en el restablecimiento del diálogo y la confianza.
No hay duda de que los diferentes diarios desarrollaron estas temáticas de acuerdo con las opciones
ideológicas que les son propias. Por ejemplo, Libération insistió sobre todo en los excesos de la policía,
recordando la larga lista de víctimas de los controles policiales (una decena en diez años) que, según el
diario, alimentó la cólera de los jóvenes amotinados contra ella. Al tomar partido por los jóvenes sublevados,
evoca el "hartazgo de las ZUP" que se construyeron en una generación y hoy plantean el problema de su
integración, anhelando que "el Estado ofrezca otra cosa que gases lacrimógenos a esos muchachos que
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queman todo". Una semana después de los "motines", Serge July, director del diario, en un editorial saturado
de analogías salvajes capaces de despertar los fantasmas colectivos, reubica a Vaulx-en-Velin en una
historia periodística del planeta: "En esta historia todo es ejemplar. [...] Hemos vuelto al casillero inicial: el
apartheid que un paisaje urbano desarticulado subraya en negro. [...] Verdadera metrópoli de un margen
social sin identidad [...], Vaulx-en-Velin es la expresión desesperada de una irremediable desintegración
social. El espectro de la tercermundización se cierne sobre esos suburbios: los motines y pillajes de estos
últimos días tenían similitudes tanto con la intifada palestina como con el levantamiento en busca de
alimentos de Caracas". En una visión opuesta, pero que hace pareja con la precedente, Le Figaro, en
cambio, no quiere ver otra cosa que el accionar de un puñado de agitadores profesionales que, a través de
la violencia, procurarían hacer la revolución (islámica), y describe con complacencia las escenas de pillaje y
la agresividad de los jóvenes manifestantes. Recuerda que en esa zona la delincuencia cotidiana es
importante y considera ampliamente desmesurada la revuelta, a la vez que denuncia el desfase que, en su
opinión, existiría entre lo que llama "la verborrea de los iniciados" (es decir, el discurso de los hombres de
izquierda y de cierto número de trabajadores sociales que hablan de la penuria de vivir en los suburbios) y la
prédica de los residentes, que no plantearon el problema de las condiciones de vida de su barrio. Los diarios
regionales (Lyon Matin y Le Progrès de Lyon) se mantienen más cerca de los acontecimientos y echan
mano, al pasar, de ciertas aproximaciones de los periodistas parisienses, haciendo notar, por ejemplo, que
más allá de palabras convencionales como "guetos, ciudades dormitorio, inmigrantes maltratados, policía
salvaje, violencia de los suburbios, etcétera" hay una realidad más trivial: "Un accidente, una emoción, su
explotación por una pequeña delincuencia organizada en una zona ejemplar por su esfuerzo (rehabilitación,
deporte, asociaciones, etcétera)".
El desfase entre la representación de la realidad y la realidad tal como pueden mostrarla investigaciones
más pacientes es aún más importante en el tratamiento televisivo de los incidentes. [9] La atención de los
periodistas se concentra en los enfrentamientos más que en la situación objetiva que los provoca. Éstos se
convierten en síntomas de una crisis más general de la sociedad que tiende a abordarse
independientemente de las situaciones concretas. [10] Paradójicamente, los periodistas, en sus
investigaciones locales, prestan poca atención a los datos del lugar; por eso el acontecimiento mediático que
fabrican puede funcionar como una especie de test proyectivo ante los diferentes actores sociales a los que
interrogan, cada uno de los cuales puede ver en él la confirmación de lo que piensa desde hace tiempo.
La estigmatización
Si bien la mayoría de los periodistas rechazan y condenan las prácticas más dudosas de la profesión y
reconocen de buen grado la existencia inevitable de actitudes parciales, aun en un tratamiento de la
información que se pretende honesto, creen que, pese a todas estas dificultades y deformaciones, nada es
peor que el silencio. Aun cuando los medios, dicen, no hayan abordado como habría sido preciso el
problema de los suburbios, aun cuando admitan haber privilegiado ciertos aspectos marginales o menores a
causa de su espectacularidad, en detrimento de la realidad corriente y cotidiana, lo cierto es que consideran
haber sido útiles por el simple hecho de que, al menos, contribuyeron a plantear públicamente esos
problemas. Semejante optimismo parece como mínimo excesivo porque no tiene en cuenta, especialmente,
los efectos de orden simbólico que son particularmente poderosos cuando de ejercen sobre poblaciones
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culturalmente indigentes. En la alcaldía de Vaulx-en-Velin se concede que los acontecimientos crearon una
situación de urgencia que permitió el desbloqueo un poco más rápido de los créditos destinados a los
operativos de rehabilitación y a la acción social. Pero sin duda es la única repercusión positiva (con todo,
habría que saber a quién benefician principalmente esas medidas). En cambio, esa ventaja material
momentánea se paga muy caro en el plano simbólico. Los habitantes de esos barrios no se equivocan
cuando se ve la recepción cada vez más negativa que, desde los acontecimientos, algunos de ellos reservan
a los periodistas, lo que expresa la rebelión impotente de quienes se sienten traicionados. Desde luego, los
periodistas son rechazados por los jóvenes delincuentes que no quieren que la policía los reconozca y fiche.
Pero también lo son por la población de esas urbanizaciones, que con la sucesión de notas televisivas y
artículos en los diarios ve cómo se fabrica una imagen particularmente negativa del suburbio. Lejos de
ayudar a los habitantes de éste, los medios contribuyen paradójicamente a su estigmatización.
Estos barrios se muestran como insalubres y siniestros, y sus habitantes, como delincuentes. Los jóvenes
que buscan trabajo ya no se atreven a decir que viven en esas urbanizaciones, que tienen mala fama, por
haberse convertido en noticias de "primera plana" de los medios. Un periodista de televisión informa, por
ejemplo, que equipos de reporteros del mundo entero visitan el barrio de Chamards, cerca de Dreux, porque
esta zona se convirtió en el símbolo del ascenso del Frente Nacional. Esta estigmatización, sin duda
involuntaria y resultante del funcionamiento mismo del campo periodístico, se extiende mucho más allá de
los acontecimientos que la provocan y marca a esas poblaciones aun cuando estén fuera de sus barrios. De
tal modo, toda la prensa publicará cierto despacho de agencia que informa sobre unos incidentes en un
albergue de la juventud del Gard, en los que participaron jóvenes de Vaulx-en-Velin que estaban de
vacaciones. También es así como jóvenes del Val-Fourré, de vacaciones en el Jura, deberán sufrir durante
su estada diversas agresiones y vejaciones por parte de la población local, que se tornó desconfiada desde
que los medios (sobre todo la televisión) cubrieron extensamente los incidentes de aquellos barrios; la muy
tensa situación así generada es, por sí sola, capaz de desencadenar nuevos incidentes que, de manera
circular, terminan por confirmar los estereotipos mediáticos iniciales.
Esta visión periodística de los suburbios es vigorosamente rechazada por una pequeña parte de la población
de esos barrios, generalmente la más politizada o militante, y suscita su indignación: "Si el suburbio en que
vivo fuera verdaderamente como dicen los diarios, jamás querría vivir en él", "Mi familia no quiere venir a
verme aquí, ¡creen que es un verdadero degolladero y que te violan en todas las esquinas!", "A esos tipos
que no cuentan más que imbecilidades los llamo periodistuchos. Que digan lo que quieran, pero que en ese
momento nos pongan frente a ellos para que podamos decir si estamos de acuerdo o no. No vamos a llegar
a la violencia porque yo no soy violento y sé hablar". Incluso se constituyó una asociación de locatarios para
luchar contra la imagen estigmatizante que los medios daban de Vaulx-en-Velin y hacer saber públicamente
que esta ciudad distaba de ser peor que las demás. Lo cierto es que la mayoría, principalmente porque
carece de recursos culturales, hace suya esta visión de sí mismos que producen esos espectadores
interesados y un poco voyeurs que son necesariamente los periodistas ("Esto es un gueto", "No somos
considerados", etcétera).
Muchos habitantes de Vaulx fueron los primeros sorprendidos por los acontecimientos, y algunos casi se
avergonzaron de lo que ocurrió en su comuna. Ciertos comerciantes explican que en general tenían buenas
relaciones con los jóvenes; los docentes, si bien experimentan grandes dificultades en los colegios,
consideran excesivo que se hable de "explosión social". Más prosaicamente, algunos residentes señalan
que los disturbios, en realidad, son obra de minorías -un puñado de jóvenes, en su mayor parte conocidos
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por la policía-, y que el saqueo del centro comercial no es más que la explotación de un incidente penoso (el
control policial) por parte de delincuentes adultos ajenos a Vaulx. Aunque los periodistas locales sientan la
tentación de asignar importancia a esos acontecimientos, no se engañan y tienen una visión bastante
cercana a la de los residentes: "Cuando me paseo por Vaulx, no se me ocurre decir que es un gueto. He
visto zonas peores. Hay que saber qué se pone detrás de las palabras. Los suburbios han sido un poco
satanizados" (periodista de la prensa regional de Lyon); "Los peores tal vez sean los periodistas cow-boys,
los que se toman por estrellas, que estuvieron en el Golfo; poco después se ocupan de los suburbios, más
tarde de los liceístas" (periodista parisiense de la prensa escrita).
Algunos remedios "mediático-políticos"
Lo cierto es que en lo sucesivo los medios son parte integrante de la realidad o, si se prefiere, producen
efectos de realidad al fabricar una visión mediática de aquélla que contribuye a crear la realidad que
pretende describir. En particular, las desdichas y reivindicaciones deben expresarse de aquí e más
mediáticamente si quieren tener una existencia públicamente reconocida y que el poder político, de una u
otra manera, las "tome en cuenta". La lógica de las relaciones que se instauraron entre los actores políticos,
los periodistas y los especialistas de la "opinión pública" llegó a tal punto que, políticamente, es muy difícil
actuar al margen de los medios o, a fortiori, contra ellos. Es por ello que la prensa nunca dejó indiferente al
poder político, que trata de controlar lo que se denomina "la actualidad", cuando no contribuye, con la ayuda
de sus agregados de prensa, a fabricarla por sí mismo. A los dirigentes políticos no les gusta ser
sorprendidos e incluso superados por los acontecimientos, y procuran evitar que otros, en la urgencia y bajo
presión, les impongan la definición y el tratamiento de los problemas sociales a la orden del día. En síntesis,
quieren seguir siendo los dueños de su agenda y temen particularmente los acontecimientos que surgen de
manera imprevisible (un incidente local que adquiere mayores dimensiones), y se ubican en el primer plano
de la actualidad política porque la prensa escrita y los noticiarios televisivos se apoderan de ellos. [11] Es
sabido, por ejemplo, que algunas grandes empresas tratan de manejar lo imprevisto efectuando
simulaciones a fin de que, llegado el caso, su personal sepa cómo comportarse ante los periodistas (de tal
modo, EDF previó escenarios de grandes incidentes nucleares, en especial para preparar las "respuestas
adecuadas" para dar a los medios). El poder teme particularmente que los medios produzcan (o
coproduzcan) este tipo de acontecimientos, a veces alimentados por los periodistas cuando quedan
exclusivamente librados a las leyes que rigen el funcionamiento de su campo (desbocamiento mediático,
acoso periodístico, dramatización, etcétera), puesto que, aunque sea momentáneamente, pueden asumir
una dimensión política considerable que amenaza con desconcertar a los dirigentes.
Fue precisamente lo que sucedió durante los acontecimientos de Vaulx-en-Velin en octubre de 1990, y
también en el momento de las manifestaciones liceístas del mes siguiente, que, a medida que los medios
informaban sobre ellas, se multiplicaban sin que los dirigentes políticos supieran verdaderamente qué
querían esos jóvenes manifestantes, quienes, por otra parte, no siempre lo sabían ellos mismos.
Cuando se producen tales acontecimientos, ¿la situación beneficia a los más desamparados, sobre quienes
recae tan brutalmente la atención pública? ¿El poder no se vio obligado, por ejemplo, a abordar el problema
de los suburbios y el de los liceístas? Nada es menos seguro. De hecho, la lucha principal opone a la prensa
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y el poder político. Todo sucede como si los periodistas quisieran probarse a sí mismos su autonomía
profesional en relación con el poder, tratando de ponerlo en aprietos, mientras que los políticos, por su lado,
se esfuerzan por controlar los medios como pueden (hoy, sólo indirectamente). En otros términos, la lucha
se localiza principalmente en el terreno mediático y tiende a permanecer en él, en tanto el poder, con la
ayuda de especialistas en comunicación, inventa estrategias orientadas a poner fin a la agitación mediática
y, con ella, a la agitación a secas. Fue así como, para intentar detener las manifestaciones liceístas de 1990
-de las que se temía que degeneraran y desembocaran en un "drama", como ocurrió en 1986-, los
especialistas comunicacionales del Ministerio de Educación inventaron la "Señora Plan de Urgencia", una
mujer de aspecto tranquilizador, maternal y comprensiva, que presuntamente encontraría en lo sucesivo
soluciones rápidas a todos los problemas de los liceos y colegios y a quien se hizo recorrer todos los medios
audiovisuales.
La creación, algunas semanas después de los sucesos de Vaulx-en-Velin, de un "Ministerio de la Ciudad"
responde quizás a la necesidad burocrática de coordinar localmente las acciones de los diversos ministerios
con jurisdicción sobre esas poblaciones en aprietos. Pero todo lleva a creer que también se inspiró en gran
parte en el interés de controlar a la prensa que se ocupaba de esos problemas, proponiéndole un interlocutor
oficial encargado de tomar medidas dirigidas a los medios y de dar vida, por encima de las tomas de
posición anárquicas y privadas, al punto de vista del Estado.
Para intentar comprender, habría que interrogar a la gente común sobre su vida cotidiana, y tomarse el
tiempo, por ejemplo, de reconstruir la historia de Vaulx-en-Velin, comuna que a principios de siglo era
todavía una pequeña aldea con sólo 1.588 habitantes en 1921 y que, con la instalación en 1925 de la fábrica
de de fibras artificiales, experimentaría un aumento importante de su población. [12] Habría que mencionar
las primeras viviendas sociales, construidas entre 1953 y 1959, que se destinaron a recibir a familias
numerosas en situación difícil; el crecimiento rápido que la ciudad experimentaría en los años sesenta, con
la creación en 1964 de una Zona de Urbanización Prioritaria. Sobre todo, habría que medir los efectos de la
construcción, entre 1971 y 1983, de más de nueve mil viviendas y el enorme aumento de la población, que
en 1982 llegó a casi 45.000 habitantes. Por último, sería necesario analizar el deterioro brutal de la situación
en la ZUP tras la multiplicación de viviendas vacías en 1979, en especial en el sector del Mas-du-Taureau,
cuyo supermercado tuvo que cerrar en 1985. Se vería así que Vaulx-en-Velin comparte con muchas otras
urbanizaciones difíciles ciertas propiedades estructurales: construcción reciente, hábitat esencialmente
colectivo, población muy joven, índice elevado de familias numerosas, presencia de una fuerte proporción de
población de origen extranjero, movilidad residencial intensa, alto índice de desocupación que perturba
gravemente la vida cotidiana, etcétera.
Los inmigrantes de primera generación que llegaron a Francia a menudo aceptan, con relativa resignación,
la desocupación que hoy los afecta, en gran parte porque aun se sienten extranjeros en el país (son
particularmente numerosas las mujeres que no hablan francés). No ocurre lo mismo con sus hijos, que sólo
conocen este país y reclaman que se los trate como a cualquier francés. Como se sienten integrados, viven
mal su no integración objetiva. Padecen como una injusticia la desocupación que los afecta más
vigorosamente que a los demás franceses: subcalificados porque, por razones culturales, se encuentran en
situación de fracaso escolar, denuncian a los empleadores que -es lo menos que puede decirse- distan hoy
de estar dispuestos a dar preferencia a la contratación de jóvenes de origen extranjero. Por otra parte, y a
través de sus relaciones, estos jóvenes contribuyen involuntariamente a alimentar el círculo vicioso que los
margina. Como se sienten excluidos, se inclinan a adoptar comportamientos que los excluyen aun más, lo
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que al mismo tiempo desalienta la escasa buena voluntad que se les manifiesta: los locales que se ponen a
su disposición a menudo son saqueados, y los empleadores que los contratan tienen que hacer frente a
veces a problemas específicos (robos, violencia, etcétera).
La situación de esos suburbios es el resultado de procesos cuya lógica no está en las urbanizaciones
mismas sino en los mecanismos más globales, por ejemplo, la política habitacional o la crisis económica. Es
por eso que quienes tienen la misión de actuar localmente -en especial los trabajadores sociales y los
docentes- están condenados a gastar mucha energía para obtener resultados a menudo irrisorios, ya que los
mecanismos generales deshacen sin cesar lo que ellos tratan de hacer. Es por eso, también, que la creación
de un Ministerio de la Ciudad es sin duda una solución más mediático-política que real. Lo cierto es que la
situación de esos suburbios debe su forma particular (abundancia de la pequeña delincuencia, actos de
vandalismo, droga, autos robados, pillaje de centros comerciales, etcétera) a la superposición en un mismo
espacio de todos esos mecanismos negativos. Las apariencias siempre dan razón a las apariencias. Un
comisario de policía del norte de Francia hacía responsable de la delincuencia de los suburbios a la vivienda
vertical (las torres) en oposición a la horizontal (los chalets). Ahora bien, no es la "concentración vertical" de
los habitantes la que produce esos problemas, sino que éstos son el resultado de la concentración vertical
de las dificultades. El funcionamiento del mercado inmobiliario y la lógica de los trámites de adjudicación de
las viviendas sociales tuvieron como efecto, entre otras cosas, el reagrupamiento espacial de las
poblaciones en aprietos, que eran principalmente familias inmigrantes., y su concentración geográfica
generó reacciones de connotación racista. A esto se agrega el hecho de que las autoridades de prefectura y
los servicios sociales concentran en esos barrios a las familias llamadas "pesadas" (es decir, delincuentes, o
al menos personas fichadas por la policía). Estas familias, en número relativamente limitado (probablemente
algunos centenares en todo este suburbio popular de Lyon), que, sin recursos, viven al margen de la ley,
hicieron de las ZUP su territorio; por otra parte, la arquitectura de esos conjuntos urbanísticos se presta
bastante bien a ello, porque se los concibió explícitamente para que estuvieran alejados de las vías de
circulación y constituyen aquí -consecuencia no deseada- verdaderos islotes apartados del centro de la
ciudad. Una parte de los jóvenes de estas familias extraen sus recursos de una economía subterránea que
se basa principalmente en el robo y, más recientemente, el tráfico de drogas.
Por último, hay que añadir el hecho de que la desocupación resulta hoy más difícil de soportar que antes. El
desarrollo económico y la generalización de las cadenas de distribución desde hace unos veinte años
tuvieron como efecto poner al alcance de la mano una cantidad considerable de bienes de consumo. Es
sabido que en las grandes superficies comerciales el robo dista de ser la obra exclusiva de jóvenes
desocupados sin recursos. Se entiende que, a fortiori, pueda aparecer como una solución habitual para
estos últimos, que consideran cada vez más normal "servirse" en los supermercados. El robo es incluso una
especie de deporte que ritma el tiempo vacío de esos adolescentes ociosos, cuando no se trata de la
oportunidad de entregarse a verdaderas actuaciones que son a menudo un principio interno de
jerarquización de esos grupos. No hay duda de que el desfase que tiende a producirse en los jóvenes
desocupados entre las ganas de consumir y los ingresos disponibles nunca fue tan grande como hoy. Por
ello se explica, tal vez, que los centros comerciales, de acuerdo con la lógica del doble golpe, sean uno de
los blancos privilegiados del accionar violento de los jóvenes de estas urbanizaciones: verdaderos símbolos
de una sociedad de consumo que los excluye, los destruye y saquea, y al mismo tiempo hacen grandes
incursiones que no dejan de reportarles beneficios materiales. Así se explica también el hecho de que los
autos sufran robos, hurtos o incendios constantes: en efecto, para esos jóvenes el automóvil representa el
bien de consumo por excelencia, objeto de numerosas inversiones (económica, pero también afectiva,
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social, en tiempo dedicado a él, etcétera) e instrumento indispensable de locomoción y placer. Simboliza el
éxito y la integración al mercado laboral, y en general es su primera compra cuando encuentran un trabajo
estable y logran "instalarse" (casarse).
Las violencias espectaculares que constituyen la "primera plana" de los medios ocultan las pequeñas
violencias corrientes que se ejercen permanentemente sobre todos los habitantes de esos barrios, incluidos
los delincuentes juveniles que también son víctimas; las violencias que éstos ejercen no es más que una
respuesta a las violencias más invisibles que sufren desde su primera infancia, en la escuela, el mercado
laboral, el mercado sexual, etcétera. Pero se comprende también que los "pobres blancos" de esos
suburbios, que reivindican su condición de "franceses de estirpe" y se consideran "en su casa", se vean
particularmente superados por los constantes trastornos de vecindad provocados por esos hijos de la
inmigración. ¿Cómo no habrían de suscitar indignaciones fáciles de explotar esos conflictos incesantes que
desembocan a veces en dramas y terminan por alimentar la crónica de las noticias misceláneas?
Notas
[1] Estos malestares mediáticamente puestos en escena pueden dar a veces una imagen bastante
caprichosa de la realidad, como lo muestra, por ejemplo, una retrospectiva televisiva reciente que reduce la
historia de la juventud de estos últimos veinte años a una sucesión de cromos de un nuevo tipo, en la que
vemos aparecer unos tras otros a los hippies, los recitales de Bob Dylan y la comedia musical Hair,
usurpadores pop de viviendas, el hard rock, los conciertos de SOS-Racismo, jóvenes de los suburbios que
queman autos, skinheads y otros vándalos, raperos, taggers y, para terminar en la actualidad más reciente,
jóvenes que prenden sus encendedores durante el recital del cantante Patrick Bruel.
[2] Sólo pueden verse los artículos "pertinentes" cuando ya se sabe lo suficiente sobre la problemática
planteada. En un principio, y sobre los temas que se conocen mal o no se conocen en absoluto, no se puede
sino remitirse a quienes dicen algo de ellos.
[3] Estas observaciones deben mucho a las entrevistas a periodistas realizadas por Dominique Marchetti en
el marco de la investigación que dirigí sobre los movimientos liceístas. Ulteriormente se hará un informe más
completo de este trabajo.
[4] El jefe de reacción de un diario parisiense me explicaba que, buenos conocedores de su ámbito, los
especialistas se sienten en general poco inclinados a ver lo extraordinario; como ocupan modestamente las
páginas interiores de los diarios, tienden más bien a trivializarlo todo y es difícil que se asombren. A menudo
son los jefes de redacción, más sensibles, en especial, a la situación creada por los noticiarios televisivos,
quienes deben incitarlos a tomar posición.
[5] Algunos residentes de Vaulx-en-Velin nos dijeron que habían oído a jóvenes que planeaban un operativo
semejante, mucho antes del drama que sin duda sirvió de pretexto o detonador. En el mismo sentido, un
periodista presente poco antes del saqueo del centro comercial nos dijo que algunos jóvenes le habían
aconsejado que se quedara en el lugar porque iban a ocurrir cosas...
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[6] Fue así como un canal de televisión pidió a una agencia de video de Lyon, al día siguiente del incendio
del centro comercial, una nota sobre los "destructores y traficantes de Vaulx, incluso enmascarados". Los
encargados de realizar esta investigación, también ellos de origen magrebí (argelino), dieron otro sentido al
pedido y asumieron la postura de intentar que se comprendiera la vida de los jóvenes en esas grandes
urbanizaciones, en vez de ceder ante una espectacularidad más o menos fabricada. Hasta el día de hoy, su
reportaje, referido a tres jóvenes beurs -ni destructores ni traficantes, sino únicamente desocupados y
activistas-, no se ha difundido.
[7] ¿Hace falta precisas que estas observaciones no constituyen una "crítica" (en el sentido trivial y
periodístico de la palabra) de la profesión de periodista? Es sabido que este oficio no carece de riesgos
físicos y que son numerosos los que perdieron la vida en su ejercicio. Sólo queremos recordar aquí las
diversas coacciones que pesan sobre el trabajo periodístico y los efectos intelectuales que ejercen.
[8] Se sabe que es cada vez más frecuente que algunos periodistas de televisión paguen "reconstrucciones"
a las que no se llama por su nombre (jóvenes que queman autos, pintan inscripciones en las paredes, se
entregan a agresiones, etcétera), con el pretexto de que esas prácticas existen de todas formas y que por lo
tanto no se está trampeando con la información, sin ver que la información más pertinente debe buscarse en
otra parte.
[9] Así, el centro comercial en llamas se filmará desde todos los ángulos, lo que da la impresión de que lo
que arde es toda la zona. Poco tiempo después, se consagra a los acontecimientos un programa de FR3,
dramáticamente titulado "¿Por qué tanto odio?"; en una emisión espectáculo ("¡Cielos, qué martes!"), apenas
dos días después de "los motines", TF1 organiza un debate al que invita especialmente a algunos
"destructores" (o supuestos destructores) que, con el rostro enmascarado, van a emitir el discurso
estereotipado del marginal tal como, en gran medida, lo suscita la televisión. Algunos habitantes de
Vaulx-en-Velin nos dirán que las imágenes de la televisión habían despertado una gran inquietud entre sus
familiares residentes en otros lugares.
[10] En un contexto de esas características, los periodistas, que descubren en toda noticia miscelánea un
hilo del que tirar o un buen filón para explotar, tienden a leerla a partir de los esquemas del racismo y el mal
de los suburbios. Un comisario de policía del norte de Francia, por ejemplo, me informaba que un trivial
asunto de venganza privada se había convertido, en una prensa "que ve Vaulx-en-Velins en todas partes",
en un crimen racista "que expresaba" el mal de los suburbios, y esto únicamente porque los protagonistas
eran yugoslavos y los acontecimientos se habían producido en una zona de vivienda social.
[11] Piénsese, por ejemplo, en el asunto del "velo islámico", que se desencadenó en septiembre de 1990,
poco antes de los acontecimientos de Vaulx-en-Velin.
[12] Las informaciones sumarias que proporcionamos aquí se extraen de Vaulx-en-Velin: un centre pour un
demain, documento realizado por los servicios de la Comunidad Urbana de Lyon en colaboración con los
servicios municipales de Vaulx-en-Velin y los de la Agencia de Urbanismo de la Courly, con la dirección de
Pierre Suchet y Jean-Pierre Charbonneau.
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Mira també:
http://www.nombrefalso.com.ar

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