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Entre la Plataforma y el Partido: las tendencias autoritarias y el anarquismo (2ª parte)
03 gen 2008
Continuación del artículo publicado en el número 45 de Libertad!, que puedes descargar de nuestra página web.
Entre la Plataforma y el Partido: las tendencias autoritarias y el anarquismo
(Segunda parte)

Lenin y la concepción bolchevique de Partido

Hemos dicho que la concepción de partido de vanguardia que asumen algunos grupos anarquistas se encolumna claramente en una concepción leninista, en lugar de hacerlo –como declaman- sobre el pensamiento de Bakunin o el de Malatesta. Veamos cuáles son los elementos principales de la concepción leninista de partido, que luego de la revolución rusa de Octubre de 1917 adoptarán los bolcheviques como doctrina oficial.
El primer punto a destacar es que Lenin creía que la conciencia revolucionaria debía ser introducida al proletariado desde fuera, externamente. El proletariado por sus propios medios solo llevaba adelante la lucha económica, que se empantanaba en la lucha sindicalista, de finalidad reformista. Sin un partido revolucionario que la dirigiese, la lucha de clases no se desarrollaría plenamente y quedaría en una fase embrionaria. Esta concepción de exterioridad del partido con respecto al proletariado, que inculca la conciencia revolucionaria verdadera (marxista, según sostienen) a una masa incapaz de generar su propia autoconciencia revolucionaria y sus propias ideas, se complementa con el papel dirigente del partido como vanguardia revolucionaria del proletariado.
Estas ideas fueron nítidamente expresadas en 1902 en el capítulo II del folleto ¿Qué Hacer? en referencia a las formidables huelgas de la década anterior en Rusia:
“Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas� (Lenin, op. cit.)
“La teoría de Marx puso en claro la verdadera tarea de un partido socialista revolucionario: (…) organizar la lucha de clase del proletariado y dirigir esta lucha, que tiene por objetivo final la conquista del Poder político por el proletariado y la organización de la sociedad socialista� (Nuestro programa, Pág. 127).
Según Lenin, entonces, no es posible la autoemancipación de la clase obrera, porque no puede tener conciencia revolucionaria si no se le inserta desde afuera. ¿Y quienes son aquellos que sí tienen conciencia socialista?: los intelectuales revolucionarios socialistas, es decir, una vanguardia esclarecida que guiará al triunfo a la clase obrera. Esta vanguardia se organiza en un partido revolucionario encargado de dirigir la lucha obrera contra el capitalismo. El partido revolucionario se convierte en históricamente necesario, en el eslabón ineludible entre la clase obrera y la obtención del socialismo.
Otro punto destacable de la teoría leninista es el papel orientador de la teoría revolucionaria. Sin una teoría rigurosa no hay revolución posible. Y son precisamente elementos de origen burgués quienes proporcionarán sus capacidades intelectuales para forjar esa teoría.
“No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos de acción. Defender esta teoría que según su más profundo convencimiento es la verdadera, contra los ataques infundados y contra los intentos de alterarla, no significa, en modo alguno, ser enemigo de toda crítica� (ibidem, Pág. 128).
Aunque Lenin no lo exprese como una condición necesaria, de facto, son los intelectuales de los estratos burgueses quienes ocupan las tareas de dirección del partido revolucionario, que a su vez dirige la lucha del proletariado. En otras palabras, el partido es la vanguardia de la revolución social y los intelectuales son la vanguardia del partido.
También Lenin se encargó de detallar la forma organizativa del partido comunista. Sostenía que los fines del partido sólo podrían ser alcanzados a través de una forma de organización disciplinada denominada centralismo democrático. El partido era concebido como un ejército disciplinado de revolucionarios, los elementos más concientes del proletariado, aptos para desenvolverse en cualquier tipo de situaciones: la vanguardia revolucionaria.
El centralismo democrático combina el centralismo de un aparato militarizado con el funcionamiento democrático, exaltando la disciplina conciente y la renuncia voluntaria a la libertad con el fin de alcanzar unidad de acción y una máxima eficacia en el accionar del partido. En teoría las discusiones circularían de abajo hacia arriba y viceversa en la estructura vertical del partido, garantizando que las decisiones que implemente la dirección hayan sido discutidas por toda la organización. El marco general de estas discusiones sería el de una organización de autoridades electivas y revocables, con estricta disciplina de partido, libertad de crítica interna, responsabilidad individual del integrante, trabajo colectivo, soberanía de la mayoría sobre la minoría, subordinación a las decisiones de la dirección, las cuales son vinculantes para los organismos inferiores.
Como dijimos, así sería el funcionamiento del centralismo democrático en lo teórico, aunque es preciso subrayar que históricamente nunca hubo alguna organización leninista que llegara a funcionar dentro este planteo, sino que siempre lo han hecho exacerbando el centralismo jerárquico, el rol esclarecido de la dirigencia, anulando la disidencia interna, priorizando el “aspecto militar� de la organización, la disciplina rígida y anulando la iniciativa individual de los militantes. El centralismo democrático es una ficción histórica y un eufemismo que enmascara el burocratismo concreto de los partidos leninistas.
Otro aspecto destacable de la doctrina leninista consiste precisamente en su repugnancia a toda forma de espontaneísmo popular o a la pérdida del control de la lucha obrera por parte del partido:
“nuestra "táctica-plan" consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice "debidamente el asedio de la fortaleza enemiga" o, dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular� (Qué hacer, capítulo V).
Como se puede apreciar, Lenin siempre resalta los aspectos militares, táctico-estratégicos, logísticos, las relaciones de fuerzas, los planes de asalto, es decir, lo que en la jerga político-militar se denomina la Técnica del Golpe de Estado, que fue eficientemente empleada por Trotsky en octubre de 1917 y brillantemente explicada por Curzio Malaparte. Cabe resaltar que la mención al ejército regular que hace Lenin se refiere a las fuerzas armadas del Estado burgués, cuando no es posible que el propio partido conforme un ejército revolucionario.
Quien más teorizó y promovió este aspecto militarista del marxismo-leninismo fue Mao Tse-tung, quien dedicó interminables páginas a exponer los fundamentos y las “leyes� de la Guerra Popular y Prolongada en un tedioso manual militar llamado Problemas Estratégicos de la Guerra Revolucionaria de China, en 1936. Todo el corpus teórico leninista referente a las tácticas y estrategias de la guerra revolucionaria, si bien ha quedado completamente desactualizado por razones históricas, continúa siendo fuente de referencia principal y de estudio en los partidos leninistas. Todo un ejemplo de dogmatismo a-histórico y cientificista, de parte de quienes se consideran poseedores exclusivos de métodos infalibles para lograr revoluciones y conocedores del devenir materialista-dialéctico de la Historia humana.
Toda la terminología militar que emplea Lenin no está divorciada de su concepción de cómo funciona la política, ni de sus ideas sobre la importancia de la disciplina dentro del partido. En el fondo, la concepción leninista no difiere de la que popularizara von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios. Para Lenin:
La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (…) la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única. (La enfermedad infantil del “izquierdismo� en el comunismo, Pág. 6-7).
Frente a la reprobación que alguna vez se le hiciera sobre la utilización de estos modismos castrenses, en particular de la palabra agente, Lenin se jactaba de ello con sorna:
“Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo sólo elegiría el término "colaborados", si éste no tuviese cierto deje de literaturismo y de vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes� (¿Qué Hacer?, Cáp. V).
Y esa visión marcial de la política, lejos de presentar escrúpulos en su accionar utiliza cualquier medio a su alcance para conseguir su objetivo, es decir la toma del poder del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado. En su concepción, los medios se subordinan a los fines, máxima de la que Lenin fue un maestro dando lecciones de oportunismo y arribismo sin igual. Una de sus anécdotas más conocidas es que se valió del agente alemán, teórico socialista y financista judío Helphand-Parvus –al que despreciaba profundamente- para obtener medios económicos y materiales para ingresar clandestinamente a Rusia, como es sabido, con dinero proporcionado por los imperialistas alemanes, quienes sabían que un triunfo bolchevique sacaría a Rusia de la guerra y frenaría la contingencia de una revolución protagonizada por los consejos obreros auténticamente radicalizada.
La disciplina partidaria –al igual que en un ejército- era una de las piedras angulares del proyecto revolucionario leninista. Sin una centralización severa y una disciplina férrea, no sería posible una revolución. Resulta difícil conjugar la obediencia ciega que Lenin y sus seguidores exigían a sus subordinados con la democracia interna, la libertad de crítica y el espíritu autocrítico que recomendaban implementar dentro del partido. Esta disciplina partidaria no se limitaba a la autodisciplina consciente y a la exacerbación de las responsabilidades del militante. Luego de la revolución, Lenin se preguntaba cómo había que hacer para mantener la disciplina del partido revolucionario, cómo se controlaba y cómo se reforzaba. La respuesta era previsible: por la conciencia, la firmeza y el espíritu de sacrificio de la vanguardia proletaria y “por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad� (La enfermedad infantil del “izquierdismo� en el comunismo, Pág. 8). Las represiones que Lenin y Trotsky se encargaron de encabezar contra los revolucionarios que se oponían a la autocracia bolchevique y, posteriormente, el salvaje genocidio dirigido por Stalin para disciplinar a las masas, llenan a la expresión por experiencia propia, de un contenido funesto.
El unitarismo partidista es otro aspecto no menos destacable de la teoría leninista. Para Lenin un único partido revolucionario es el encargado de llevar adelante la dirección revolucionaria, porque cada partido representa un interés de clase diferente. Como es lógico deducir, si dos partidos socialistas representan a la clase obrera, al menos uno de los dos declama una representación falsa y no responde a los intereses de clase de los obreros. En la visión de Lenin el periódico tendrá un papel central y unificador, señalando la línea correcta al resto del partido y unificando criterios hacia adentro y hacia fuera de la organización:
“…el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir (…) en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que dirija a las más grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico central para toda Rusia que aparezca muy a menudo. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajan en torno a él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del partido en los momentos de mayor "depresión" revolucionaria, hasta preparar la insurrección armada de todo el pueblo, fijar fecha para su comienzo y llevarla a la práctica� (ibidem).
Por supuesto que semejante unidad de criterios, unidad teórico-ideológica y de acción solo puede ser alcanzada con el más estricto grado de disciplina militante y de obediencia a la línea que preconiza el Comité Central.
Desde el unitarismo partidista de los bolcheviques, los anarquistas y social-revolucionarios rusos eran percibidos como una aberración pequeño-burguesa, mientras que se percibían a sí mismos como el partido de la vanguardia proletaria. A pesar de que las condiciones históricas de Rusia fueran únicas, algo que no puede dejar de reconocer en muchos escritos, sin ningún desparpajo sostenía Lenin que “la experiencia ha demostrado que en algunas cuestiones esenciales de la revolución proletaria todos los países pasarán inevitablemente por lo mismo que ha pasado Rusia� (La enfermedad infantil del “izquierdismo� en el comunismo, Pág. 15). Teniendo en cuenta el destino final del castillo de naipes comunista que Lenin inaugurara y la pléyade de partidos únicos marxistas-leninistas (trotskistas, estalinistas, maoístas, guevaristas, etc.) que presumen de ser la verdadera vanguardia proletaria, no podemos menos que asombrarnos frente al patético grado de senilidad que evidencian las fórmulas leninistas.

Algunas críticas a la concepción leninista de Partido

Dejando de lado las críticas provenientes de elementos burgueses o autoritarios, las principales objeciones a las tesis de Lenin fueron formuladas desde el comunismo de consejos y desde el anarquismo. Si bien el comunismo de consejos se adscribía dentro de la corriente marxista, renegaba de la concepción vanguardista y autoritaria de Lenin como del colaboracionismo socialdemócrata de Bernstein. Quizás una de las peculiaridades que presentan las críticas al bolchevismo desde estos sectores comprometidos con una visión antiautoritaria de la revolución social, sea el carácter profético de muchas de sus proposiciones con respecto a la posterior evolución de la dictadura del proletariado, o mejor dicho, la dictadura del Partido Comunista soviético.
La pregunta que se hacían los comunistas de consejos alemanes y holandeses era: quién debe ejercer la dictadura, ¿el proletariado como clase o el Partido Comunista? Según su óptica había dos partidos comunistas: el partido de los jefes (organiza y dirige la lucha desde arriba, participando del poder) y el partido de las masas (que lucha desde abajo rechazando el parlamentarismo y el colaboracionismo). Según uno de sus voceros, el alemán Karl Erler, "la clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin aniquilar la democracia burguesa, y no puede aniquilar la democracia burguesa sin destruir los partidos" (citado en, ibidem, pág. 15). Para Lenin esta posición era un claro ejemplo de “infantilismo de izquierda�. El líder bolchevique respondía a estas críticas con argumentos que aún hoy continúan pareciendo familiares:
“Negar la necesidad del partido y de la disciplina del partido, he aquí el resultado a que ha llegado la oposición. Y esto equivale a desarmar completamente al proletariado en provecho de la burguesía. Esto da por resultado los vicios pequeño burgueses: dispersión, inconstancia, falta de capacidad para el dominio de sí mismo, para la unión de los esfuerzos, para la acción organizada que producen inevitablemente, si se es indulgente con ellos, la ruina de todo movimiento revolucionario del proletariado� (ibidem, pag. 33).
Según creía Lenin las diferencias entre los comunistas de consejos alemanes y las proposiciones anarquistas eran casi inexistentes. Pero los anarquistas no merecían el honor de ser blanco de sus ataques debido a que su rechazo al marxismo y a la dictadura del proletariado demostraba su esencia ideológica pequeño burguesa. “La concepción del mundo de los anarquistas es la concepción burguesa vuelta del revés. Sus teorías individualistas y su idea individualista están en oposición directa con el socialismo� Lenin, Socialismo y anarquismo, 1905).
Uno de los teóricos más brillantes del consejismo, el holandés Antón Pannekoek, sostenía que
“El viejo movimiento obrero está organizado en partidos. La creencia en los partidos es la razón principal de la impotencia de la clase obrera; por lo tanto, nosotros evitamos la creación un nuevo partido. No porque seamos demasiado pocos -un partido de cualquier tipo comienza con pocas personas-, sino porque un partido es una organización que apunta a dirigir y controlar a la clase obrera. En oposición a esto, nosotros mantenemos que la clase obrera sólo puede alzarse a la victoria cuando afronta de modo independiente sus problemas y decide su propio destino. Los obreros no deben aceptar ciegamente las consignas de otros, ni de nuestros propios grupos, sino que deben pensar, actuar y decidir por sí mismos� (Partido y Clase, escrito en 1936, Edición Electrónica por CICA, 2005).
Después de ver la lucha de clases como una lucha de partidos –argumentaba Pannekoek- se hace difícil considerarla como una lucha de clases. Además, es una ficción la identidad entre un partido (personas que están de acuerdo en sus concepciones sobre los problemas sociales) y una clase (el papel de las personas en el proceso de producción) que proponen los bolcheviques, ya que las contradicciones no tienden a resolverse entre ellos, como lo muestra la realidad inexcusable de encontrar partidos obreros vacíos de obreros y partidos burgueses integrados por obreros. Este problema es expuesto por Pannekoek mediante la sentencia: “la clase obrera no es débil porque esté dividida, sino que está dividida porque es débil�. Una de las causas de esta debilidad es el accionar de las organizaciones de tipo partidario sal interior de la clase obrera. Existe una contradicción en el término partido revolucionario, ya que por su forma, contenidos y objetivos estos partidos nunca pueden serlo. “Podemos decirlo de otra manera: en el término partido revolucionario, revolucionario siempre significa una revolución burguesa. Siempre que las masas derrocan un gobierno y entonces permiten a un nuevo partido tomar el poder, tenemos una revolución burguesa -la sustitución de una casta gobernante por una nueva casta gobernante.� El objetivo de los partidos es tomar el poder para ellos y declamar que la revolución consiste en ese acto, en lugar de ayudar a auto-emancipar a la clase proletaria. Con una magistral claridad describe Pannekoek a los partidos revolucionarios:
“deben ser estructuras rígidas con líneas de demarcación claras a través de fichas de afiliación, estatutos, disciplina de partido y procedimientos de admisión y expulsión. Pues ellos son instrumentos del poder -luchan por el poder, refrenan a sus miembros por la fuerza y buscan constantemente extender el alcance de su poder-. Su tarea no es desarrollar la iniciativa de los obreros; en lugar de eso, aspiran a entrenar a miembros leales e incondicionales de su fe. Mientras la clase obrera en su lucha por el poder y la victoria necesita de la libertad intelectual ilimitada, la dominación del partido tiene que suprimir todas las opiniones excepto la suya propia. En los partidos "democráticos", la supresión está velada; en los partidos dictatoriales es una supresión abierta y brutal� (ibidem).
Entonces, el partido es un obstáculo para la revolución porque no sirve como medio de propaganda y esclarecimiento, sino que por el contrario el gobierno es su función principal. Y toda autoproclamada vanguardia revolucionaria cuya intención sea dirigir y dominar a las masas a través del partido revolucionario es un elemento reaccionario.
Los partidos son formas burguesas de organización y –como sostiene Roi Ferreiro en Por qué necesitamos ser anti-partido- estos partidos no son otra cosa que el ala izquierda del reformismo de izquierda, la extrema izquierda del capital. Los partidos existen en lucha y oposición a otros partidos y justifican su existencia precisamente en ese punto; de este modo, pretenden convertirse en los sujetos ejecutivos de un poder de clase. Los partidos no surgen de la lucha de clases sino desde la creencia en una teoría acerca de la lucha de clases, desde un punto de vista exterior a la misma. Y agrega Ferreiro: “Al luchar por cambiar las relaciones de poder, el partido lucha implícitamente por ocupar un lugar en esas relaciones de poder cambiadas -incluso aunque, en teoría, se pueda plantear renunciar al poder-.� Y cierra con la fórmula de: a mayor poder del partido, menor poder real tiene la clase trabajadora.
Este último punto es especialmente importante porque comprende algunos planteamientos de sectores anarco-partidistas –que ya mencionamos anteriormente- que creen que con solo quitar de su programa la toma del poder, ya han conjurado al fantasma del leninismo y el autoritarismo dentro de su organización. No se trata de una cuestión de palabras, o acepciones de una misma palabra. Se trata de concepciones diametralmente opuestas, podríamos decir excluyentes, de concebir un proyecto revolucionario.
Desde el anarquismo las críticas al bolchevismo han sido pródigas, pero aquí solo mencionaremos algunas de las referidas al partido revolucionario. Quizás la crítica mejor formulada a toda la concepción leninista haya sido la de Luigi Fabbri en su imprescindible obra Dictadura y Revolución; aunque estaba enfocada más que nada a refutar las tesis marxista-leninsta sobre la dictadura del proletariado, más que en criticar el carácter partidario del bolchevismo. No obstante, Fabbri desmiente rotundamente las afirmaciones de los anarco-partidistas a las que nos referimos anteriormente, sobre la viabilidad de conformar organizaciones partidarias anarquistas:
“Los anarquistas tienen escaso espíritu de partido; no se proponen ningún fin inmediato que no sea la extensión de su propaganda. No son un partido de gobierno ni un partido de intereses –a menos que por interés se entienda el del pan y la libertad para todos los hombres-, sino sólo un partido de ideas. Es ésta su debilidad, por cuanto les está vedado todo éxito material, y los otros, más astutos o más fuertes, explotan y utilizan los resultados parciales de su obra.
Pero ésta es también la fuerza de los anarquistas, pues sólo afrontando las derrotas, ellos –los eternos vencidos- preparan la victoria final, la verdadera victoria. No teniendo intereses propios, personales o de grupo para hacer valer, y rechazando toda pretensión de dominio sobre las multitudes en cuyo medio viven y con las cuales comparten las angustias y las esperanzas, no dan órdenes que ellas deban obedecer, no les piden nada, pero les dicen: Vuestra suerte será tal cual la forjéis; la salvación está en vosotros mismos; conquistadla con vuestro mejoramiento espiritual, con vuestro sacrificio y vuestro riesgo. Si queréis, venceréis. Nosotros no queremos ser, en la lucha, más que una parte de vosotros�.
Después de citar tan extensamente a Fabbri, casi no haría falta agregar que cuando los italianos Malatesta, Fabbri o Berneri utilizan el término partido, no se refieren a organizaciones políticas partidarias sino al mencionado partido de ideas. Nada más lejano de la concepción leninista acerca del papel de la vanguardia, las organizaciones revolucionarias y la actuación de las masas. La lectura de la obra de Fabbri, además de esclarecedora sobre el calidad reaccionaria del bolchevismo, es sorprendentemente actual, debido al carácter casi premonitorio de muchas de sus proposiciones acerca de cómo se iba a desarrollar la revolución rusa, y que aún hoy encuentran validez extraordinaria cuando aplicadas a supuestos “procesos revolucionarios� como el caso cubano o el bolivariano en la Venezuela de Chávez.
Durante la revolución rusa los anarquistas mantuvieron una actitud crítica hacia el Partido Comunista y a su actuación gubernativa. Uno de los voceros más radicalizados del anarquismo ruso fue Golos Truda, periódico dirigido por Volin. Los anarquistas publicaban rabiosamente las arbitrariedades de los bolcheviques, interviniendo en la autonomía de los comités de fábricas y de talleres, impidiendo el control obrero de la producción. Los anarcosindicalistas de Moscú denunciaban al partidismo bolchevique proclamando ¡abajo la lucha partidista!; ¡Abajo la Asamblea Constituyente, donde los partidos volverán una y otra vez sobre “criterios�, “programas�, “consignas� –y sobre el poder político!; ¡Vivan los soviets locales, reorganizados, de nuevo, sobre una línea verdaderamente revolucionaria, obrera y no-partidista! (En Paul Avrich, Los anarquistas rusos, Pág. 165).
Durante la revolución de octubre, los partidos podían estar representados en los soviets y consejos de trabajadores por delegados individuales, reemplazando de hecho a los soviets de campesinos, obreros y soldados por soviets de partidos políticos (finalmente quedando tan solo el partido bolchevique). “Oradores como Lenin y Trotsky no eran por cierto obreros ni soldados, y mucho menos campesinos. Llegaron a ser líderes de sus consejos en virtud de que eran líderes de su partido. Su ascenso al poder se cumplió a través de años de intrigas partidarias. Como periodistas (si esa era su profesión) tenían una escasa chance de representar a los soviets de tipógrafos. Como líderes de su partido eran figuras prominentes� (A. Meltzar-S. Christie, Anarquismo y lucha de clases, Pág. 141). Más que periodistas, revolucionarios profesionales, nos permitimos agregar.
En realidad es inevitable algún tipo de organización exterior a los comités de fábrica, sindicatos, consejos, comunas, sociedades de resistencia, soviets, o como quiera que se llame a la unidad organizativa popular de base. No se pueden cerrar los ojos y simplemente afirmar que la propaganda política no existe. Para los anarquistas se hace importante una organización exterior de apoyo, pero eso no implica la necesidad de conformar partidos. Es decir, los miembros de un comité de fábrica que son anarquistas actúan dentro del mismo por su condición de trabajadores, con adscripción ideológica anarquista; pero no hablan ni actúan en nombre de una organización, ni deben consultar a ese organismo cual será la política a adoptar. Una organización –aunque carezca de líderes o jefes- que actúe como un partido político revolucionario dentro de las organizaciones obreras y comunales, devendrá inevitablemente en un dirigente fantasma, en un titiritero oculto tras el decorado, en un líder invisible alimentado por el culto a la organización como fin en sí misma.
Como dicen los anarquistas británicos Meltzer y Christie, cierto grado de sectarismo no solo es necesario sino que también es positivo. La pretensión de unidad con otras organizaciones de izquierda con mayor caudal de afiliados tiende a diluir la revolución, no a intensificarla. “La lucha que cuenta es la que ayuda a construir una nueva sociedad, y esto sólo puede hacerse mediante una acción revolucionaria individual o de grupo que propague persistentemente su propaganda mediante la palabra y la acción. Por nuestro sectarismo podemos estar en la actualidad separados del resto del mundo. Pero en caso contrario seríamos parte de ese mundo. No aceptamos la absurda afirmación del trotskismo de que es necesario unirse al partido Laborista para estar en contacto con la clase trabajadora� (ibidem, Pág. 144).
Prácticamente podríamos decir que está implícito en la definición del vocablo anarquista, la imposibilidad de conformar organizaciones partidarias. Cabe aclarar que eso no significa rechazar toda forma de organización, como sostiene el individualismo trasnochado. Más bien, diríamos que la organización es un medio que debe asumir el carácter de los fines por los que se la ha erigido: una organización anarquista es un medio que debe promover fines anarquistas, es decir, debe prefigurar la nueva sociedad revolucionaria. “El revolucionario libertario no puede tener nada que ver con la organización política partidaria. Esta sólo puede ser un lugar estratégico para alcanzar el poder o un monumento recordatorio de pasadas batallas o un ghetto espiritual. Está sujeta a los peligros implícitos de la burocracia o del copamiento. El control democrático no es ninguna salvaguardia, pues aunque la decisión mayoritaria se acepte como una manera adecuada de hacer las cosas, en la práctica se controla lo que entra, de manera que la mayoría pueda estar de acuerdo con las decisiones a tomar� (ibidem, Pág. 145). Cuando examinemos más detenidamente la práctica real de ciertos nucleamientos anarco-partidistas y neo-plataformistas probaremos como en nombre de la unidad ideológica y de los mecanismos de autocontrol, se hace prácticamente imposible cualquier tipo de disidencia al interior de estas organizaciones.


Patrick Rossineri


Publicado en Libertad! Nº 46, ene-feb 2008.
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Comentaris

Re: Entre la Plataforma y el Partido: las tendencias autoritarias y el anarquismo (2ª parte)
04 gen 2008
He empezado a leer pensando que podía ser un debate interesante, y me encuentro con más de lo mismo. Críticas y descalificaciones para quien desde nuestras propias filas piensa diferente.

Al final todo queda reducido a una incongruencia total. Empiza criticando las "vanguardias" y acaba defendiendo una vanguardia, además sectaria: "Por nuestro sectarismo podemos estar en la actualidad separados del resto del mundo. Pero en caso contrario seríamos parte de ese mundo". Toma ya!!!

Os guste o no os guste, el único lugar donde ha habido una revolución libertaria, la hubo porque había un movimiento libertario organizado: CNT, FAI, FIJL, Mujeres Libres, Ateneos Libertarios, ... Donde se ha potenciado el individualimo, el sectarismo, la atomización en pequeños colectivos enfrentados los unos a los otros (lo que este artículo potencia), no se ha llegado a nada más que a eso: aparecer como un movimiento marginal, sectario, alejado de la clase obrera y la población y la mayoría de las veces enfrentado a ambas. Se pierde más tiempo en enfrentamientos con el vecino que en enfretamientos con el sistema.
Re: Entre la Plataforma y el Partido: las tendencias autoritarias y el anarquismo (2ª parte)
04 gen 2008
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Re: Entre la Plataforma y el Partido: las tendencias autoritarias y el anarquismo (2ª parte)
04 gen 2008

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