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Y hablaron las sombras
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per Mariano Cabrero Bárcena(autorÃa propia) Correu-e: pedrocruel2005@yahoo.es |
25 mar 2007
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Estamos en un mundo presos del miedo y la no comunicación. Nos hace falta llorar, nos hace falta reÃr, nos hace falta comunicarnos...Nuestras penas y nuestras alegrÃas, pero comunicarnos. Por esto, sin duda, nos pasamos la vida “Mendigando humanidadâ€?. Hagamos que nuestros semejantes sean hermanos nuestros. Sin distinción de raza, opción sexual, sexo, religión, minusvalÃa... ( ... ) |
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ArtÃculo de opinión:
Y hablaron las sombras
Anduve paseando como es mi costumbre por la gran ciudad, esa que todos conocemos y de la que ninguno hablamos, esa en la que vivimos y muchos mueren un poco todos los dÃas, esa que se levanta a trabajar sin pensar que existen millones de seres humanos–-desheredados de la fortuna–,que echan su escuálido y desnutrido cuerpo sobre la frÃa tierra, siendo ésta su colchón de dormir... también todos los dÃas del año. Son los hijos del asfalto, son hijos de miedo, son hijos de la pobreza, son hijos del dolor...Nadie habla de ellos pero existen: son los mendigos. Llevamos viéndolos toda la vida, mas jamás... nos hemos parado un instante para preguntarle acerca de sus sentimientos, de sus emociones, si aman o amaron alguna vez en la vida, si fueron partÃcipes en la efÃmera felicidad de la vida, que es corta y poco aprovechable a las veces, si sintieron los labios finos de una mujer sobre los suyos, si tienen hambre y sed de justicia. Pero nada, nada de nada. Y es que nos encontramos con ellos, con los pordioseros, todos los dÃas y les volvemos las espaldas. Si acaso les damos un euro y...santas pascuas. Si te he visto no me acuerdo.
Es la gran ciudad la que absorbe nuestros pensamientos, y olvidamos, ya como costumbre, que existen seres abandonados y sin solución de continuidad: son los niños de la calle, es el hombre abandonado por sus familiares porque es pobre, es el flautista que interpreta una canción con inseguras notas–repitiendo siempre lo mismo–,pues su memoria está fallecida y parada en el tiempo, es el chico limpiaparabrisas, es el chico que vende pañuelos–que le sobran al derramar sus ojos ninguna lágrima–, son los hombres/mujeres heridos en sus deseos pues carecen de ellos, son los huéspedes permanentes de las calles durante el dÃa y la eterna noche...Este es el semblante de cualquier ciudad del mundo.
Vea, vea la calle y observe cuántas personas piden el pan nuestro de cada dÃa: están tullidos, sin dientes, les falta alguna de las piernas, exponen sus piernas ulcerosas donde la diabetes tomó su asiento, beben vino tinto en “tetra brikâ€? por sólo 0,65 euros, muestran la mirada perdida en el desierto y, al final, articulan palabras muertas como hojas que van al mar y lleva el viento. Ellos, los sin techo, son considerados por la sociedad en la que estamos inmersos como gentes olvidadas en el silencio. Ellos, los sin techo, son sombras acurrucadas unas contra otras, tal y como se acurrucan los amantes después de ese primer beso que todos dimos algún dÃa. Ellos, los sin techo, no tienen lágrimas y perdieron el amor...
¡ Si hablaran las sombras... de cuántas cosas nos enterarÃamos! Y me hablaron las sombras y me relataron:
Era tarde y tenÃa mucha prisa. Poca gente circulaba por la calle; sólo un hombre sentado sobre las escaleras de un portal, quien me dijo: “¡Eh!, escuche...â€?. Paré mis pasos, preguntándole: “¿Le ocurre algo?â€?. Cruzamos nuestras miradas, mientras sostenÃa en sus dedos un cigarrillo apagado, diciéndome: “¿Me da fuego?â€?. Yo no fumo, le contesté.
¿Quién serÃa aquel personaje? VestÃa ropas cansadas por el tiempo, sin afeitar, y tendrÃa sobre setenta y siete años. Volviendo sobre lo andado, le dije: “Tome, tome...cinco eurosâ€?. No pido limosna y nunca la he pedido, me contestó. Para enmendar mi anterior error, continué diciéndole: “¿Quiere tomar un vino?â€?. Al instante, respondió:“Poco bebo y cuando lo hago me lo pago yoâ€?.
Por mi cabeza circulaban mil y una preguntas, y le interpelé: “¿Qué desea entonces?â€?. Al momento, contestó: “¡Hablar!, hace más de un siglo que no hablo con nadieâ€?. Le sonsaqué si contaba con familia y contestó que tenÃa tres hijos y cuatro nietos. “Más vale no hablar...; y, con la vejez, pierde uno hasta los buenos amigosâ€?, concluyó diciendo.
He leÃdo poco y me han contado algunas cosas sobre los ancianos. Allà se encontraba una de esas criaturas solitarias, un semejante que sólo solicitaba “hablarâ€?...y una cerilla que no se la pude dar. Verdaderamente era alguien que estaba mendigando humanidad; bueno..., sà era realmente un ser que estaba solo.
Me arrepentà después de no haber estado más tiempo con él–ahora que está de moda no arrepentirse de nada (ni los polÃticos cuando mienten o se equivocan, ni los economistas cuando yerran en sus pronósticos...)–, con su soledad y sus miedos, su aislamiento..., que será el que uno tendrá a pocos años vista, si la sociedad en la que estamos inmersos no cambia sus costumbres deshumanizadas.
Cuando viejos comienzan nuestras grandes limitaciones fÃsicas e intelectuales y entonces el afecto, la comprensión, el cariño...suplen unas y otras. El último recorrido de mi corta o larga vida la veo más llevadera dentro de la convivencia familiar y no aislada en tristes residencias que, aunque bien atendidas y limpias, son paredes muertas de mi propia soledad. Hay un antiguo proverbio chino que dice: “De jóvenes somos hombres, de viejos, niñosâ€?. Pues bien, ¡cuidemos a los niños!
Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se olvidan de forman personas–jóvenes–, que son los verdaderos motores para construir un mundo mejor que el nuestro. La historia asà nos lo enseña, y
Rubén DarÃo(m)también en su maravillosa Canción de primavera: “ ¡Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver! (...)â€?.
Estamos en un mundo presos del miedo y la no comunicación. Nos hace falta llorar, nos hace falta reÃr, nos hace falta comunicarnos...Nuestras penas y nuestras alegrÃas, pero comunicarnos. Por esto, sin duda, nos pasamos la vida “Mendigando humanidadâ€?. Hagamos que nuestros semejantes sean hermanos nuestros. Sin distinción de raza, opción sexual, sexo, religión, minusvalÃa...
La Iglesia Católica–a la que pertenezco–, no está por la labor de repartir tanta riqueza como posee...El Vaticano es inmensamente rico, asà como las numerosas e innecesarias-muchas de ellas–órdenes religiosas que componen nuestra religión–.Viven en su monasterios “a cuerpo de reyâ€?, con buenas calefacciones, estupendos coches y cuerpos nutridos por sobrealimentación... No digamos nada del "Opus Dei"(¡dinero y poder, poder y dinero!). ¡Y hasta tienen un santo!: nuestro fallecido hermano José MarÃa_Escrivá_de_Balaguer, que no hizo méritos bastantes para ser canonizado (dejó escrito un libro–“Caminoâ€?–, que sirve de guÃa espiritual e ideario de esta institución. He aquà algunos párrafos:
"50. Eres curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco masculino? —Sé varón: y esos deseos de saber de los demás trócalos en deseos y realidades de propio conocimiento."
Según esto, sin duda, las mujeres son ventaneras. El carácter misógino de estas palabras está servido.
"16. ¿Adocenarte? —¿¡Tú... del montón!? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios. HumÃllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor."
"365. Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero."
Mantiene mezcladas dos posturas: elitismo y caudillismo. Ambas, sin duda, son sinónimas de concentración de poder, y de primacÃa absoluta del hombre sobre la mujer).
Mientras por las calles pululan millones de desheredados de la fortuna...muriéndose de hambre y "mendigando humanidad". ¡Qué Dios nos perdone!
La Coruña, 26 de marzo de 2007
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Mariano Cabrero Bárcena es escritor
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Comentaris
Re: Y hablaron las sombras
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per uno |
26 mar 2007
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por ellos y por nosotros,
libertad de conocimientos
y de sentimientos |
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