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Anàlisi :: corrupció i poder |
Todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte solo es pérdida de la sensación.
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per Epicureo |
18 set 2005
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Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de la sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de inmortalidad. |
Carta a Meneceo
Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de la sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de inmortalidad.
Nada hay terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es absurdo que nos haga sufrir en su espera. Asà pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que mientras nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para aquellos todavÃa no es, y éstos ya no son. Pero la gente huye unas veces de la muerte como del mayor de los males, y la reclama otras veces como descanso de los males de su vida.
El sabio, en cambio, ni rechaza el vivir ni teme el no vivir; pues ni el vivir le parece un mal ni cree un mal el no vivir. Y asà como de ninguna manera elige el alimento más abundante, sino el más agradable, asà también goza del tiempo más agradable y no del más duradero.
Una recta visión de estos deseos sabe, pues, referir a la salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma toda elección o rechazo, pues ésta es la consumación de la vida feliz. En orden a esto lo hacemos todo: para no sufrir ni sentir temor. Apenas lo hemos conseguido, toda tempestad del alma amaina, no teniendo el ser vivo que encaminarse a nada como a algo que le falte, ni a buscar ninguna otra cosa con la que completar el bien del alma y del cuerpo. Porque del placer tenemos necesidad cuando sufrimos por su ausencia, pero cuando no sufrimos ya no tenemos necesidad del placer y por esto decimos que el placer es principio y consumación de la vida feliz, porque lo hemos reconocido como bien primero y congénito, a partir del cual comenzamos toda elección o rechazo y hacia el que llegamos juzgando todo bien con el sentimiento como regla. Y ya que éste es el bien primero e innato, por eso mismo no escogemos todos los placeres, sino que hay veces en que renunciamos a muchos placeres, cuando de ellos se sigue para nosotros una incomodidad mayor. Y a muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si, por soportar tales dolores durante mucho tiempo, nos sobreviene un placer mayor. En efecto, todo placer, por tener naturaleza innata, es bueno, pero, sin duda, no todos son dignos de ser escogidos. De la misma forma, todo dolor es un mal, pero no todos deben evitarse siempre.
Conviene juzgar todas estas cosas con una justa medida a la vista de lo útil y lo inútil. Pues usamos algunas veces del bien como de un mal, y, al revés, del mal como de un bien.
También consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que en toda ocasión usemos de pocas cosas, sino a fin de que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, sinceramente convencidos de que disfrutan más agradablemente de la abundancia, quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es muy fácil de conseguir, y lo vano muy difÃcil de alcanzar. Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que una comida abundante, cuando alejan todo el dolor de la indigencia.
Pan y agua proporcionan el más elevado placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad. El acostumbrarse a las comidas sencillas y frugales es saludable, hace al hombre resuelto en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando ocasionalmente acudimos a una comida lujosa y nos hace intrépidos ante el azar.
AsÃ, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres de los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual, o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma. Pues ni fiestas y banquetes continuos, ni el goce de muchachos y doncellas, ni de pescados y cuanto comporta una mesa lujosa engendran una vida placentera, sino un cálculo sobrio que averigüe las causas de toda elección y rechazo y que destierre las falsas creencias a partir de las cuales se apodera de las almas la mayor confusión. De todo esto, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello, más preciosa incluso que la filosofÃa es la prudencia, de la que nacen todas las demás virtudes, enseñándonos que no es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente, sin vivir placenteramente. +
Máximas Capitales
1. El ser dichoso no se ocupa de enojos ni agradecimientos.
2. La muerte no es nada para nosotros. Porque lo aniquilado es insensible y lo insensible no es nada para nosotros.
3. El lÃmite de la grandeza de los placeres es la eliminación de todo sufrimiento. Donde haya placer, durante el tiempo que sea, no hay pesar ni sufrimiento ni la mezcla de ambos.
4. No se mantiene el sufrimiento ininterrumpidamente en la carne, sino que el más agudo permanece el más breve tiempo, y el que sólo aleja el placer de la carne no perdura muchos dÃas. Las enfermedades muy prolongadas ofrecen en la carne alternancia de placer con dolor.
5. No es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente sin vivir placenteramente. A quien no alcanza esto, no le es posible vivir placenteramente
6. A fin de tener seguridad en relación a los hombres, serÃa un bien según naturaleza la alternancia del poder y la realeza,con la humildad y el servicio al bien comun a partir de los cuales serÃa tal vez posible obtenerla.
7. Algunos quisieron llegar a ser famosos y admirados, considerando que asà conseguirÃan la seguridad en relación a los hombres. De suerte que, si la vida de aquellos es segura, han conseguido el bien de la naturaleza. Pero si no es segura, no tienen aquello por lo que se esforzaron desde el principio según lo propio de la naturaleza.
8. Ningún placer es por sà mismo malo. Pero lo producido por ciertos placeres comporta muchas más perturbaciones que placeres.
9. Si se condensase cada placer y lo hiciera tanto en el tiempo como en relación a la totalidad o a las partes más importantes de nuestra naturaleza, entonces los placeres no diferirÃan unos de otros.
10. Si aquello que produce los placeres de los corruptos les desligara de los miedos de su pensamiento respecto a los fenómenos celestes, la muerte y el dolor, e incluso les enseñara el lÃmite de los deseos, nada tendrÃamos entonces que censurar a aquellos, colmados por todas partes de placeres y carentes absolutamente de sufrimiento y pesar, aquello que es precisamente el mal,¿pero esto es posible?.
11. Si nada nos inquietaran las aprensiones ante los fenómenos celestes y ante la muerte -no fuera ella acaso algo para nosotros-, y también el no conocer los lÃmites de los dolores y los deseos, no necesitarÃamos de la investigación de la naturaleza.
12. No era posible disipar el temor acerca de las cosas supremas sin examinar cuál es la naturaleza del universo y sin abrigar alguna sospecha de las creencias sobre los mitos. De manera que sin la investigación de la naturaleza no era posible conseguir placeres puros.
13. Ninguno serÃa el provecho de procurarse la seguridad entre los hombres, permaneciendo los recelos por las cosas de arriba, por las de debajo de la tierra y, en una palabra, por las del infinito.
14. Obtenida hasta cierto punto la seguridad frente a los hombres por un poder fuerte y una buena posición, surge la seguridad más radiante, derivada de la tranquilidad y del abandono de la multitud.
15. La riqueza conforme a la naturaleza está limitada y es muy fácil de conseguir. Lo que es conforme a las vanas opiniones cae al infinito.
16. Breves ataques lanza contra el sabio la fortuna, pues los mayores y más importantes bienes se los ha suministrado su razón y durante todo el tiempo de su vida se los suministra y se los suministrará.
17. El justo es totalmente imperturbable; el injusto está lleno de la mayor perturbación.
18. No crece en la carne el placer una vez alejado el dolor causado por la necesidad, sino que sólo se colorea. El lÃmite del placer dispuesto por la mente lo engendra la investigación sobre estas mismas cosas y sus afines, que han causado al pensamiento los mayores temores.
19. El tiempo infinito y el limitado dan lugar a un placer igual, si uno mide los lÃmites de éste con la razón.
20. La carne tiene los lÃmites del placer por infinitos y un tiempo infinito lo proporciona. Pero la mente, que ha efectuado el cálculo de la finalidad y el lÃmite de la carne y que ha disipado los temores acerca de la eternidad, proporciona la vida perfecta y no tenemos ya ninguna necesidad del tiempo infinito. Y no rechaza el placer ni, cuando las circunstancias disponen nuestra salida de la vida, acaba como si pasara por alto algo de la vida mejor.
21. Quien conoce exactamente los lÃmites de la vida sabe qué fácil de conseguir es aquello que expulsa el dolor causado por la necesidad y hace perfecta la vida entera. De manera que para nada necesita de cosas que acarrean pleitos.
22. Es preciso considerar el fin propuesto y toda la evidencia hacia la que elevamos nuestras opiniones. Si no, todo estarÃa lleno de desorden y turbación.
23. Si te opones a todas las sensaciones, no tendrás ni siquiera un principio al que referir aquellas que dices ser falsas.
24. Si rechazas completamente cualquier sensación y no distingues lo figurado en relación a lo que nos espera y lo ya presente en la sensación, los sentimientos y toda percepción representativa de la mente, confundirás también las restantes sensaciones con la vana opinión, de manera que rechazarás todo criterio de juicio. Pero si tienes por seguro todo lo esperado en tus pensamientos opinables y lo que no tiene confirmación, no evitarás el engaño. Asà que en todo juicio de lo verdadero o no verdadero estarás conservando una total ambigüedad.
25. Si en toda ocasión no refieres cada uno de tus hechos al fin de la naturaleza, sino que te desvÃas adoptando sea el rechazo sea la elección hacia cualquier otro, tus acciones no serán conformes con tus palabras.
26. Todos aquellos de los deseos que no conducen al dolor si no son saciados, no son necesarios; pero son un apetito fácil de disolver cuando parecen ser difÃciles de obtener o causantes de daño.
27. De cuantos bienes nos proporciona la sabidurÃa para la felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.
28. El mismo conocimiento nos hace confiar en que nada terrible es eterno ni duradero y nos hace ver en extremo completa la seguridad de la amistad dentro de los mismos lÃmites.
29. De los deseos unos son naturales y necesarios. Otros, naturales y no necesarios. Otros, ni naturales ni necesarios, sino nacidos de la vana opinión.
ESCOLIO: Epicuro considera naturales y necesarios a los que eliminan el dolor, como la bebida para la sed. Naturales y no necesarios a los que sólo colorean el placer, pero no alejan el sufrimiento, como los alimentos refinados. Ni naturales ni necesarios, como las coronas o las ofrendas de estatuas.
30. En aquellos de los deseos naturales que no ocasionan dolor si no se sacian se da un intenso afán, nacen de una vana opinión y no se disuelven, no por su propia naturaleza, sino por la vanidad del hombre.
31. Lo justo según la naturaleza es una convención sobre lo que lleva a no hacerse daño unos a otros y a no ser dañado.
32. En relación a todos aquellos animales que no pudieron hacer pactos de no dañarse unos a otros ni ser dañados, nada fue justo ni injusto. Y de la misma manera también, de todos aquellos pueblos que no pudieron o no quisieron hacer los pactos de no dañar ni ser dañados.
33. No es nada en sà misma la justicia, sino cierto pacto de no dañar ni ser dañado en las relaciones de unos con otros en distintas ocasiones y en un cierto tiempo.
34. La injusticia no es en si misma un mal a no ser en el temor por la sospecha de que no pasará desapercibida a los que están puestos para castigar tales acciones.
35. No le es posible a quien obra a escondidas contra alguno de los pactos establecidos entre unos y otros de no dañar ni ser dañado confiar en que pasará desapercibido, aunque diez mil veces haya pasado desapercibido hasta el presente. Es incierto si pasará desapercibido hasta el fin.
36. Según el derecho común, lo justo es lo mismo para todos, pues es algo útil en la relación de unos con otros. Pero según el particular de un paÃs y de cada una de las ocasiones, no para todos resulta ser justo lo mismo.
37. De las leyes que son consideradas justas, aquella que es útil en las exigencias de la relación de unos con otros tiene el carácter de lo justo, tanto si es la misma para todos como si no. Si alguno establece una ley, pero no resulta de utilidad para la relación de unos y otros, ya no tiene ésta la naturaleza de lo justo, y si cambia lo útil en relación a lo justo, pero durante algún tiempo se ajusta a nuestra prenoción, en nada es menos justo durante aquel tiempo para quienes no se dejan confundir con vanas palabras, sino que miran simplemente a la realidad.
38. Cuando, sin resultar nuevas las circunstancias, es evidente que las leyes consideradas justas no se adaptan en los mismos hechos a nuestra prenoción, éstas no son justas. Cuando, resultando nuevas las circunstancias, ya no convienen las leyes consideradas justas, eran justas entonces, cuando convenÃan a la relación mutua de los conciudadanos; después, cuando no convienen, ya no son justas.
39. El que se ha formado de la mejor manera para no poner su confianza en las cosas de fuera, éste hace que todas las cosas posibles le sean familiares y que las no posibles no le sean al menos extrañas. Y con cuantas cosas no le es posible ni siquiera esto, permanece al margen y se limita a aquello que le es útil hacer.
40. Aquellos que han tenido la capacidad de procurarse la mayor seguridad de sus vecinos, viven asà entre ellos con la mayor felicidad, pues tienen la confianza más segura, y aun teniendo la más plena familiaridad no lloran como digno de compasión el fin prematuro del que muere.
Vida de Epicuro
Para unos ha sido el mejor, para otro el peor. Hay quien lo ha definido como un disoluto, ateo y mujeriego, y quien lo ha tenido por un santo y un profeta. Cicerón lo odiaba, Lucrecio lo veneraba. El mismo vocablo "epicúreo" es desde siempre motivo de equÃvocos: para el diccionario Nuovo Zingarelli es un hombre «que lleva una vida agitada y dedicada a los placeres», para el Palazzi es «un sensual, un juerguista y uno dispuesto a gozar de la vida»; para nosotros, en cambio, que hemos leÃdo sus escritos, es un moderado que por la noche come poco para no irse a la cama con el estómago pesado. En una carta a uno de sus discÃpulos Epicuro escribe: «Mi cuerpo desborda de dulzura cuando vivo a pan y agua, y escupo sobre los placeres de la vida suntuosa, no por ellos mismos, quede claro, sino por las incomodidades que suponen.» En otra pide a un amigo: «EnvÃame una cazuelita de queso para que pueda, de cuando en cuando, refocilarme.»
Basándonos en estas premisas, tenemos la intención de instaurar un proceso de rehabilitación de la figura del filósofo.
Epicuro de Atenas no nació en Atenas, sino en Samos,en el año 341 antes de Cristo, bajo el signo de Acuario.Sin embargo, no podemos considerarlo como extranjero, sea porque era hijo de padres atenienses (Neocles y Oueréstrate eran del demos Gargeto, uno de los barrios más pupulares de Atenas), sea porque vivió hasta la mayoria de edad en una comunidad fundada exclusivamente por ciudadanos atenienses. En efecto, once años antes de su nacimiento, dos mil desocupados, entre los que se contaban sus padres, fueron autorizados por el gobierno de Atenas a fundar una colonia en la isla de Samos, después de haber expulsado de la misma a sus habitantes.
Epicuro era el segundo de cuatro hermanos. Su padre era maestro de escuela y se dice que se hacÃa acompañar por su hijo durante las lecciones. Aparte de las enseñanzas paternas, Epicuro comenzó a estudiar filosofÃa cuando tenÃa apenas catorce anos, o tan sólo doce según algunos: y tuvo como maestro a Pánfilo, un platónico que residÃa en Samos. En un primer momento el muchacho se habÃa inscrito en la escuela pública, pero al parecer sólo se quedó en ella pocos minutos. He aquà cómo nos relata Sexto EmpÃrico su primer dÃa de clase:
-En un principio surgió el Caos - dijo el maestro a los alumnos.
-¿Y de dónde surgió? - preguntó Epicuro.
-Eso no lo podemos saber: es un punto reservado a los filósofos.
-¿Y entonces a qué vengo aquà a perder el tiempo? -replicó Epicuro-. Ahora mismo voy a ver a los filósofos.
A los dieciocho años fue llamado a Atenas para cumplir con la efebÃa, es decir el servicio militar: tendrá a su lado, como camarada en la mili, al comediógrafo Meandro. Nos encontramos en el ano 323: Jenócrates enseña en la Academia y Aristóteles dispensa sabidurÃa y nociones en el Peripato. No debemos excluir que el soldado Epicuro haya hecho, de vez en cuando, una escapada para asistir a las lecciones de aquellos. "Xenocratem audire potuit", escribe Cicerón. Curiosamente, sin embargo, el filósofo no quiso nunca admitir estas primeras experiencias escolares: no sentia ningún aprecio por sus colegas, excepción hecha, tal vez, de Anaxágoras y Demócrito.
Entretanto, muere Alejandro Magno y los habitantes de Samos, gracias también al nuevo rey macedonio Perdicas, reconquistan la isla y arrojan al mar a los atenienses y con ellos a los padres de Epicuro. El filósofo, algo preocupado por la suerte de sus familiares,sale en su busca y los encuentra en Colofón, donde funda, junto con sus hermanos Neocles, Queredemo y Aristóbulo, y con su esclavo Mis, el primer núcleo epicúreo.
En ese perÃodo, en Teos, en las cercanÃas de Colofón, enseña filosofÃa un tal NausÃfanes, seguidor de Demócrito. Epicuro, apasionado defensor del atomismo, decide ir a oÃrlo. Pero, como en el caso de Pánfilo y Jenócrates, tampoco habrá ningún reconocimiento para NausÃfanes: lo definirá como «un molusco, un iletrado y una puta». Vaya uno a saber por qué Epicuro, tan dulce y cortés con los humildes y las mujeres, se convertÃa en una verdadera vÃbora con los intelectuales y, ante todo, con los platónicos y los aristotélicos: probablemente querÃa que se lo considerase un autodidacta y rechazaba cualquier relación de su pensamiento con el de los otros.
Siempre con sus hermanos y su esclavo, a los treinta y dos años se traslada a Mitilene y abre oficialmente la primera escuela epicúrea. Al comienzo las cosas no van para nada bien: las sectas platónicas son demasiado fuertes y demasiado politizadas como para poder soportar una escuela que aparta a los jóvenes de la religión y de la polÃtica. Pero Epicuro no se da por vencido: vuelve a probar fortuna en Lámpsaco y, después de cinco años en provincias, en el ano 306, desembarca en Atenas, donde se afirma definitivamente. Desde este momento el epicureÃsmo no conocerá ya fronteras: se difundirá por toda Grecia, Asia Menor, Egipto e Italia. Dice Diógenes Laercio: "Los amigos de Epicuro no se podÃan contar sino por ciudades enteras."
En Atenas Epicuro compra por ochenta minas una casa y un jardÃn en pleno campo, y será precisamente dicho jardÃn el que dé nombre a toda la escuela. Los epicúreos serán llamados «Los del JardÃn», aun cuando luego, en realidad, el jardÃn tuviera coles, nabos y pepinos en vez de flores.
Para una escuela basada en la amistad, el ingreso sólo podÃa ser libre. Frecuentaban el JardÃn personas de todas las condiciones: hombres y muchachitos, metécos y esclavos, notables atenienses y bellÃsimas heteras. La presencia de las mujeres provocó de inmediato un escándalo. Las malas lenguas se desencadenaron e hicieron correr la voz de que Epicuro y Metrodoro convivÃan con cinco heteras, Leoncio (Leoncita para el maestro), Mammario, Hedia, Heroncio y Nicidio, y que dormÃan, todos juntos, en una sola cama. Cicerón, en particular, define a la escuela como «un jardÃn de placer, donde los discÃpulos languidecÃan entre refinados goces»
Resulta en verdad extraño el destino de Epicuro. Los innumerables: rumores que circulaban referentes a él, en la antigüedad, eran tan calumniosos como absurdos. Una vez, un estoico, un tal Diótimo, escribió cincuenta epÃstolas obscenas, firmándolas todas con el nombre de Epicuro, al solo efecto de hacerlo quedar mal. Posidonio, otro estoico, contó que incitaba a la prostitución a su hermano menor. Teodoro, en el cuarto de sus libros Contra Epicuro, lo acusa de emborracharse junto con Temista, la mujer de Leonteo. Timón lo define como adulador del vientre». Timócrates escribe que vomitaba dos veces diarias para poder volver a comer. Plutarco, en un libro titulado Non posse suaviter vivi secundum Epicurum, relata que llevaba un diario donde apuntaba cuántas veces habÃa hecho el amor y con quién.
Los epicúreos sufrieron verdaderas persecuciones de carácter religioso, sobre todo por culpa de los estoicos que hacÃan lo imposible para indisponerlos con todo el mundo. En Mesenia los timucos, es decir las autoridades del lugar, dieron orden a los soldados de expulsar a todos los seguidores de Epicuro y purificar las casas de los mismos con fuego. En Creta, unos pobres desdichados, acusados de profesar una filosofÃa afeminada y enemiga de los dioses, fueron condenados al exilio después de haber sido untados con miel y expuestos a la voracidad de moscas y mosquitos. En el caso de que alguno de ellos hubiera retrocedido, regresando a la ciudad, lo habrÃan lanzado desde una roca vestido de mujer.
Lo que molestaba del epicureÃsmo era el desprecio que manifestaba por los polÃticos y la actitud democrátìca para con los inferiores. Epicuro practicaba la amistad en un mundo en que tal sentimiento sólo era concebible entre personas del mismo rango. Mientras Platón, en las Leyes, sugiere el modo mejor para someter a los esclavos (escogerlos de distintas nacionalidades para que no puedan comunicarse entre sÃ, usar el castigo corporal para que no olviden nunca que son esclavos), Epicuro los acoge con los brazos abiertos y les habla como un viejo amigo. Tres siglos después, también Jesús tendrá problemas por razones similares.
Epicuro murió de cálculos renales a los setenta y un años. He aquà la carta dirigida a un discÃpulo en donde nos describe su último dÃa de vida:
"Epicuro a Hermarco, salud. Llega mi último dÃa. Tan agudos son los dolores en la vejiga y en las vÃsceras, que ya no puede sufrirse más. Pero resulta proporcional a los mismos la alegrÃa de mi espÃritu al recordar nuestras doctrinas y las verdades que hemos descubierto. Te recomiendo, como conviene a quien se ha mostrado siempre bondadoso conmigo y con la filosofÃa, que te cuides de los hijos de Metrodoro.
Hermipo cuenta que antes de morir quiso que lo pusieran en una tina de bronce, con agua caliente, donde se dedicó a beber vino y a charlar, hasta que le llegó la muerte.
Dice Epicuro: De todos los bienes que nos ofrece la sabidurÃa, el más precioso es la amistad, y ésta es la clave para comprender su filosofÃa. Es mejor una sociedad que confÃe en la amistad que una que lo haga en la justicia. En este aspecto, el JardÃn, más que una escuela, era una base para misioneros. Para Epicuro, la amistad debÃa transmitirse de hombre a hombre casi por contagio, del tipo de la cadena de San Antonio. Sustituyamos la palabra amor por la palabra amistad y tenemos en Epicuro a un precursor de San Francisco. Si el mensaje nunca ha sido recibido por las masas, se debe a que la amistad es un valor privado, y no como la justicia, que puede ser un valioso instrumento ideológico para la conquista del poder.
«Cada manana la amistad recorre la tierra para despertar a los hombres, de modo que puedan hacerse felices recÃprocamente.» Esta imagen poética de Epicuro nos lo dice todo sobre su pensamiento. En la amistad ve un medio de comunicación, una ideologÃa, que aun habiendo nacido de la utilidad, termina por identificarse con el placer y convertirse en el objetivo úlimo de la vida.
La tesis epicúrea es menos utópica que lo que se cree: en el siglo pasado el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies subdividió a las comunidades humanas en dos especies: las primeras, basadas en la justicia ( Gesellschaft ), y las segundas en la amistad ( Gemeinschaft ).
Las comunidades Gesellschaft son de tipo horizontal: todos los ciudadanos tienen iguales derechos ante la Ley. El individuo no debe recurrir a parentescos o recomendaciones de amigos para obtener aquello que le hace falta: si su deseo es legÃtimo, nadie lo obligará a arrastrarse ante nadie. Un óptimo ejemplo de Gesellschaft es Inglaterra: desde la reina Isabel hasta el último de los lavaplatos del Soho, todos, aun cuando ocupen posiciones diversas, pueden jactarse de tener los mismos derechos ante la ley.
Las comunidades Gemeinschaft, en cambio, son piramidales: en ellas todas las relaciones están reguladas por las amistades. Se forman grupos de carácter familiar, corporativo, polÃtico, cultural, y cada clan está caracterizado por tener un jefe en el vértice de la pirámide, y entre el vértice y la base, una jerarquÃa intermedia. Se adelanta a fuerza de recomendaciones y parentescos. El sur de Italia es el primer ejemplo de Gemeirzschaft que se me ocurre.
Explicada de esta forma, la Gemeinschaft parece una sociedad de tipo mafioso de la que se debe huir como de la peste. Examinémosla en cambio con espÃritu epicúreo y extraigamos una moral: quien vive en una comunidad basada en la amistad comprende de inmediato que, si quiere sobrevivir debe procurar hacerse la mayor cantidad de amigos que pueda, y eso lo vuelve más sociable y más disponible en su trato con el prójimo; el ciudadano de la Gesellschaft, al contrario, seguro de sus derechos constitucionales, evitará los contactos con los demás y en poco tiempo se convertirá en un individuo extremadamente civil y desapegado».
Deseos
En la ética epicúrea se tiende siempre a alcanzar emociones medias: una buena comida, pero sin exageraciones; una relación amorosa, pero dentro de ciertos lÃmites. Según Epicuro: «La excesiva quietud es desidia y la exagerada actividad es locura.» Pues bien, la amistad es, justamente, un sentimiento medio, a mitad de camino entre la indiferencia y el amor.
Para Epicuro los deseos podÃan ser de tres tipos: naturales y necesarios, naturales y no necesarios, no naturales y no necesarios.
Los placeres naturales y necesarios garantizan la vida: comer, beber, dormir y cubrirse cuando hace frÃo. Quede claro, sin embargo, que hablamos del comer los suficiente, del beber cuando se siente sed y de llevar una vestimenta adecuada a la estación del año. Por ejemplo, no nos parecen admisibles en Nápoles los abrigos de piel.
Los placeres naturales y no necesarios son los que, aun cuando agradables para los sentidos, representan lo superfluo: como, por ejemplo, el comer mejor, el beber mejor, y asà sucesivamente. Un buen plato de pasta y judÃas es sin lugar a dudas un placer natural y no necesario. Si es posible procurárselo sin demasiado esfuerzo, bienvenido sea; de otro modo «gracias igual. Lo mismo sucede en el campo del arte o de los buenos sentimientos. Epicuro sentencia: «Honremos lo bello y la virtud, y todo lo semejante, si nos producen placer; si no, adiós y hasta más ver.»
Los deseos no naturales y no necesarios son los provocados por la opinión. Tomemos el caso de un Rolex de oro: seguramente no es un bien necesario. Si nos causa placer poseerlo, ello se debe a que todos lo consideran un objeto de valor. Si experimentáramos verdaderamente placer al contemplarlo, tendrÃamos que entusiasmarnos también por un Rolex falso. Hoy la humanidad se siente más atraÃda por la firma que por la calidad del producto, y la firma, forzoso es admitirlo, no es natural ni necesaria.
¿Y con sexo cómo hacemos? Como natural, es natural, ¿pero es también necesario? Es decir, necesario prescindiendo de la procreación. Epicuro manifiesta dudas al respecto: "Si te complaces en los placeres de Venus, y no violas las leyes ni las buenas costumbres, y no dañas tu cuerpo adelgazándote, y no te arruinas, haz lo que te dé la gana, pero haz saber que es extremadamente difÃcil evitar todos estos inconvenientes. ¡Con Venus, ya es ganar no perder nada!"
En resumen, la regla de la ética epicúrea es elemental: los placeres naturales y necesarios es preciso satisfacerlos siempre, ya que, de otra forma, peligra la supervivencia; los no naturales y no necesarios, nunca, porque son fuente de competición; los intermedios, después de haberse contestado a esta pregunta: ¿Me conviene o no me conviene?»"
Para sintetizar lo que acabamos de decir, expongamos algunas reglas aureas de Epicuro (una especie de manual Bon ton del JardÃn):
-Si quieres enriquecer a Pitocles, no acrecientes sus posesiones, sino reduce sus deseos.
-Demos gran importancia a la frugalidad, no porque debamos vivir siempre entre estrecheces, sino para estar menos preocupados.
-Liberémonos de la cárcel de los negocios y de la polÃtica.
-Mejor dormir sin miedo en un camastro de hojas que inquieto en un lecho de oro.
-Ningún placer es un mal en sÃ, pero pueden serlo los medios para alcanzarlo, cuando producen más inquietudes que alegrÃas.
-No estropees el bien que tienes con el deseo de lo que no tienes.ç
El Placer
En lo relativo al placer Epicuro solÃa decir: «El objetivo de la vida es el Placer, pero no el placer de los disolutos y de los juerguistas, sino el no sufrir, en lo referente al cuerpo, y el no perturbarse, en lo referente al alma.» De esto deducimos que estar enamorado, dado que perturba al alma, no es un placer sino una especie de neurosis.
Para tener claro, en cambio, qué es el placer, el verdadero, basta con escuchar a nuestro cuerpo: «La carne grita: no quiero sufrir hambre, no quiero sufrir sed, no quiero sufrir frÃo. Quien considere haber alcanzado ya estos objetivos, puede considerarse igual a Zeus en felicidad.
Todo esto es muy sabio; pero resulta difÃcil explicárselo a un muchacho de catorce años que quiere a toda costa la moto.
La Muerte
¿Por qué tener miedo a la la muerte », observa el filósofo. Cuando estamos nosotros, no está la muerte y cuando está ella, no estamos nosotros. SÃ, agrego yo, pero están los que sobreviven a los seres queridos y sufren como animales. Pero esto no le interesa a Epicuro: él, como siempre, quiere liberarnos de cualquier preocupación, presente y futura, incluso de la de la muerte. En realidad es como si dijera: «¿Qué ganas con preocuparte por la muerte? No puedes hacer nada; más vale vivir lo mejor posible y no pensar en eso: a menudo hace más daño el temor de morir que la muerte.» Animo, entonces; no pensemos en la muerte y cantemos todos a coro:
¡Te advierto, oh Muerte, que estoy precavido contra todas tus insidias, y cuando llegue el momento, escupiendo bien sobre la vida Y sobre los que se aferran a ella, me iré cantando un peán sobre los dÃas que he vivido!
Para resolver todos nuestros problemas, Epicuro tiene preparado un medicamento: el cuadrifármaco
-No temer a los dioses.
-No temer a la muerte.
-Haz de saber que el placer está al alcance de todos.
-Haz de saber que el dolor, cuando dura, es soportable, y cuando es fuerte, es de breve duración; y recuerda que el sabio es feliz incluso en medio de los tormentos».
FÃsica
La fÃsica de Epicuro no presenta caracteres de originalidad que la hagan inconfundible: en ella el filósofo sigue las huellas de los atomistas, y termina presentándonos un Universo que es casi la fotocopia del Universo de Demócrito. Una vez advertido esto, pasemos a detallar sus puntos principales:
-Nada nace de la Nada. El Universo es infinito y está formado por los cuerpos y el vacÃo.
-La existencia de los cuerpos queda demostrada por los sentidos. La existencia del vacÃo queda demostrada por el movimiento: si no existiera el vacÃo, los cuerpos no sabÃan adónde ir cuando se mueven.
-El vacÃo no es un «no-ser» que no existe, sino un ser» que existe, aunque sea impalpable.
-Los cuerpos se dividen en compuestos y simples: estos últimos son los átomos y no son divisibles, como la palabra misma dice.
Demócrito habÃa dicho que, «en el principio», los átomos caÃan todos de arriba hacia abajo, como una lluvia, hasta que un buen dÃa, del choque de dos de ellos, nació una serie de otros choques, de rebotes y uniones, que finalmente dio origen al mundo y a los cuerpos compuestos. Pero la teorÃa ofrecÃa un punto débil a la critica: si las trayectorias de los átomos eran todas paralelas, ¿cómo habÃan podido chocar una vez? A lo sumo, decÃan los opositores del sistema, se habrÃan podido taponar unos a otros.
A estos con el mayor descaro, responde:
Varios átomos, durante la caÃda, se desviaron un poco y entraron asà en colisión unos con otros.» «¿Y por qué se desviaron un poco?», preguntamos entonces nosotros. Él no responde. Digamos, pues, la verdad: esta desviación de los átomos, conocida también como teorÃa del clinamen es un remiendo vistoso que no convence a nadie. Sin embargo, nos damos cuenta de que para Epicuro debÃa de ser muy importante: por una parte le permitÃa salvar con un corner» la explicación materialista del Universo, y por la otra introducÃa el concepto de «libre albedrÃo», es decir la posibilidad de alejarse de una visión demasiado mecánica y fatalista del mundo. Desde entonces, por tanto, nada de Zeus, Demiurgos y Motores Inmóviles ante quienes inclinarse, pero tampoco Destino y Necesidad con las suertes ya escritas. Lo más raro es que Epicuro, después de haberse tomado un trabajo enorme por liberarse de lo trascendente, afirma de golpe la existencia de los dioses. Parece increÃble, pero asà es: agrega sólo que viven por su cuenta y no se ocupan de nosotros.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué necesidad habÃa de sacar a relucir a los dioses en un Universo ya tan bien explicado como el de Demócrito? La única hipótesis posible es que Epicuro tuvo que hacer estas concesiones para vivir en paz y evitar el acostumbrado proceso por impiedad. Parece que, interrogado al respecto, respondió: «Queridos amigos, si en todas partes del mundo se cree en los dioses, ¿qué queréis que os diga? Los dioses tendrán que existir de alguna forma, ¿o no? En todo caso, lo importante es no imaginarlos como se los imagina el vulgo.»
Examinemos ahora cómo se habÃa formado el Universo, según Epicuro: los átomos, moviéndose al azar y a altÃsima velocidad, habÃan terminado por agruparse en diversos puntos y por crear asà infinitos mundos, distanciados los unos de los otros por espacios inmensos llamados intermundos. En cada una de estas concentraciones, los átomos más pesados se habÃan colocado en el centro, generando la tierra, y los más livianos habÃan sido expulsados hacia el exterior, dando origen al cielo. Algunos átomos pesados, por último, a causa de la excesiva presión, se habÃan transformado en agua.
PsicologÃa
Según Epicuro, el alma debia estar compuesta de átomos. Obviamente se trataba de átomos de primera calidad: Ãgneos, aeriformes y ventosos para el alma irracional, y de extrema delgadez para la racional. En verdad, en esta última definición, Epicuro nos parece quedarse algo corto en adjetivos: evidentemente no sabe ya cómo describir la impalpabilidad y sale del paso hablando de extrema delgadez. Resulta casi inútil precisar que, en cuanto materia, el alma es mortal y se disuelve junto con el cuerpo. Dante Alighieri lo tiene en cuenta y castiga a Epicuro, arrojándolo al infierno, en la zona reservada a los herejes.
Suo cimitero da questa parte hanno con Epicuro tutti i suoi seguaci, che l'anima col corpo morta fanno.
Sobre las sensaciones, Epicuro, pensaba que los cuerpos emanan imágenes o simulacros (éidola), que después de haber vagado por el espacio hieren nuestros sentidos y nuestro pensamiento: algo asà como lo que producen las ondas televisivas que atraviesan el éter para ofrecer los éidola de Mike Bongiorno a todos los italianos.
LOS DEL JARDÃ?N
El epicureÃsmo alcanzó una óptima difusión en el mundo griego y latino: durante cinco siglos se esparció un poco por todas partes. Surgieron Jardines epicúreos en Grecia, en Asia Mneor, en Egipto, y obviamente en Italia. Entre los discÃpulos griegos recordaremos a Metrodoro y Polieno de Lámpsaco, muertos antes que Epicuro, después a Hermarco de Mitilene, su sucesor en la conducción de la escuela; y por último a todos los demás: Leonteo con su mujer Temista, Colotes, Idomeneo, Dionisio, Protarco, PolÃstrato, BasÃlides, Apolodoro, apodado el tirano del JardÃn, Hipóclides, Zenón de Sidón, etcetera.
Entre los más empedernidos seguidores de Epicuro debemos recordar a un tal Diógenes de Enoanda, un rico señor del siglo II d.C., que eligió un medio verdaderamente insólito para transmitir las enseñanzas del maestro: compró una colina cerca de su tierra y, en un claro que remataba la cima, construyó una galerÃa rectangular. Después de esto, en el frontón de los pórticos hizo esculpir una inscripción de más de cien metro que resumÃa el pensamiento de Epicuro. En resumen no un libro, sino un monumento entero para difundir la nueva doctrina. El maxiepÃgrafe comenzaba aproximadamente de este modo:
ME ENCUENTRO EN EL OCASO DE LA VIDA Y NO QUIERO IRME DE ELLA SIN HABER ANTES ELEVADO UN HIMNO A EPICURO POR LA FELICIDAD QUE ME HA DADO CON SUS ENSEÑANZAS DESEO TRANSMITIR A LA POSTERIDAD ESTE CONCEPTO: LAS VARIAS DIVISIONES DE LA TIERRA DAN A CADA PUEBLO UNA PATRIA DISTINTA. PERO EL MUNDO HABITADO OFRECE A TODOS LOS HOMBRES CAPACES DE AMISTAD UNA SOLA CASA COMÚN: LA TIERRA.
Esta inscripción fue descubierta por casualidad 1884 por dos arqueólogos franceses y representa el más bello mensaje internacionalista que nos ha transmitida el mundo antiguo.
Entre los epicúreos griegos del siglo I a.C. recordamos a Filódemo de Gádara, que, a nuestro parecer constituye el eslabón de unión entre el epicureÃsmo y la napolitanidad. El filósofo fundó una sucursal del JardÃn en Herculano, a pocos iklónletros de Nápoles, y t( davÃa hoy, en la Villa de Calpurnio Pisón, vuelven a 1 luz papiros con sus máximas. Filodemo enseñaba y e: cribÃa en griego, por lo que sólo podÃa ser comprendió por un restringido cÃrculo de intelectuales. A continuación presentamos dos de sus textos más significativos:«¿Qué es lo que más destruye la amistad sobre 1atierra? El oficio de la polÃtica. Observad la envidia que >experimentan los polÃticos ante quienes intentan sobresalir, la rivalidad que forzosamente nace entre los competidores, la lucha por la conquista de¡ poder y la de- liberada organización de guerras, que sacuden no sólo al individuo sino a poblaciones enteras.»"«Los filósofos de nuestra escuela sienten por la justicia, por la bondad, la belleza y las virtudes en general, las mismas inclinaciones que los hombres comunes, pero, a diferencia de éstos, nuestros ideales no se fundan en bases emotivas, sino en bases meditadas.»'
El primer intento de difundir el epicureÃsmo en Roma fracasó estrepitosamente: en 155 a.C. llegaron de Grecia dos seguidores del JardÃn, unos tales Alceo y Filisco, y fueron expulsados de mal modo en cuanto abrieron la boca. El hecho no debe sorprendernos demasiado: los antiguos romanos, en aquella época, eran en su mayorÃa jóvenes sanos y robustos, pero no tenÃan una tradición cultural que les consintiera apreciar los matices de la filosofÃa griega. Explicar a un civis romanos del siglo II a.C. qué era el ser, es como hacer entender hoy a Rambo qué es el budismo Zen.
Sin embargo, insistiendo una y otra vez, el epicureÃsmo consiguió desembarcar también en Italia: alrededor del 50 a.C. algunos estudiosos de nombres extraños, Amafinio, Rabirlo, Catio y Safeio, tradujeron las máximas epicúreas en lengua latina y obtuvieron un gran éxito editorial. A ellos se agregaron, con la fascinación de sus versos, los poetas Lucrecio y Horacio. Este último, en las EpÃstolas, confesó cándidamente ser un Epicuri de grege porcus, un cerdo de la piara de Epicuro, contribuyendo en no poca medida al equÃvoco del que hablábamos antes."
No se ha salvado ninguno de los textos de los pri- meros traductores, pero por Cicerón sabemos que se trataba de verdaderos best sellers. «Cuando aparecieron los libros de Amafinio - escribe Cicerón - la gente quedó impresionada. Yo. personalmente, me he negado siempre a leerlos, porque, desde el momento mismo en que habÃan invadido Italia, comprendà que no podÃan ser obras de cultura.» No hay por qué asombrarse: aún hoy muchos crÃticos piensan como Cicerón. A la pregunta. «¿Has leÃdo a Z?», a menudo responden: «No, ¡y no me gusta!» Por otra parte, pongámonos en su lugar: si son personas verdaderamente buenas en su oficio, se encuentran hasta tal punto atareadas que no encuentran tiempo para leer, y, como mucho, pueden permitirse sólo una rápida hojeada aquà y allá. Asà pues, un juicio sumario, incluso acaso por lo que se ha oÃdo decir, es mejor que el riesgo de perder el tiempo con un libro que pueda resultar pura basura. De cuando en cuando alguno lo admite sin pudor. En Inglaterra hubo un crÃtico que cierta vez declaró: «No leo nunca un libro antes de reseñarlo, para no dejarme influir.»
No se perdió la obra maestra de Lucrecio, el De Rerum Natura , aun cuando debe de haber corrido algún pequeño riesgo en tal sentido. Efectivamente, el poema, aun cuando apreciado en la época imperial, desapareció de la circulación inmediatamente después de la conversión de Constantino al cristianismo, señal de que no habÃa de ser muy amado por las altas jerarquÃas de la nueva religión. Reapareció sólo en 1417 gracias a un humanista, Poggio Bracciolmi, que encontró una copia semienterrada en un monasterio de Suiza.
La importancia del De rerum natura es enorme: en realidad, es la única obra que expone de modo completo la teorÃa atomÃstica de Epicuro. Alguien podrÃa preguntarse si es posible explicar una filosofÃa en versos. Lo es: basta con usar como términos de comparación los innumerables ejemplos que ofrece la naturaleza. Asà es como Lucrecio explica el movimiento de los átomos, incluso en aquellos cuerpos que aparentemente parecen estáticos: un rebaño, visto de lejos, desde la cima de un monte, parece una mancha blanca inmóvil; visto de cerca, en cambio, pace pastos alegres por dondequiera que la hierba lo invita, resplandeciente de rocÃo, y corren los corderos saciados de plácidos juegos. Es cierto que en latÃn la fascinación de su estilo es mayor: no hay relación posible entre «visto de lejos parece una maraña confusa» y «longe confusa videntur»; de todos modos, sea latÃn o la lengua moderna que sea, es siempre agradable ver a poesÃa y filosofÃa caminar del brazo como dos antiguas compañeras de escuela.
A veces Lucrecio nos deja un tanto perplejos. Asà da comienzo el segundo libro del De rerum natura:
Es bello, cuando en el mar se encuentran los vientos y la sombrÃa vastedad de las aguas se turba...
y uno piensa: «¡Qué capaz es Lucrecio, qué sensibilidad poética!»
Después lee:
...mirar desde la tierra un naufragio lejano y alegrarse del espectáculo de la ruina ajena.
¡¿Pero cómo: es bello asistir a un naufragio?! No, Lucrecio no es un sádico. Habla asà para hacernos comprender que en la vida siempre es preciso mirar a los que están peor que nosotros, para apreciar mejor los bienes que ya poseemos. Y en aquellos tiempos se veÃan muchÃsimas atrocidades: es suficiente recordar la guerra civil y la insurrección a cuyo frente se puso Espartaco, que terminó con el espectáculo final de seis mil esclavos crucificados a lo largo de la VÃa Apia.
Pese a su sabidurÃa, Lucrecio acabó mal sus dÃas: una mujer perversa, improba foemina, lo indujo a beber un filtro amoroso, debido al cual, enloquecido de celos, se suicidó; cuando sólo contaba cuarenta y cuatro años, arrojándose sobre una espada. Epicuro no lo habrÃa justificado.
ELOGIO DE EPICURO
Cuando la vida humana yacÃa vergonzosamente en tierra a la vista de todos, oprimida por el peso de la religión, que desde las regiones del cielo asomaba su cabeza, amenazando desde lo alto a los mortales con su horrible aspecto, fue un griego el primer mortal que se atrevió a elevar contra ella sus ojos y el primero en enfrentarse a ella.Al cual no le detuvo ni cuanto se dice de los dioses ni los rayos ni el cielo en su amenazante rugido,sino, que más aún, estimula el vivo valor de su ánimo para desear hacer saltar el primero los apretados cerrojos de las puertas de la naturaleza. Y asà la vÃvida fuerza de su ánimo venció y avanzó lejos, más allá de los llameantes muros del mundo, y recorrió con su mente y su ánimo el Todo inmenso,de donde, vencedor, nos trae lo que puede y lo que no puede nacer, en qué medida, por fin, tiene cada cosa limitado su poder y fijado profundamente el mojón. Por lo que la religión es aplastada de nuevo por nuestros pies y la victoria nos iguala al cielo. (LUCRECIO: De rerum natura. I. 62-79.) |
Mira també:
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Comentaris
Re: Todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte solo es pérdida de la sensación.
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per Mika Waltari |
19 set 2005
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“Porque yo, Sinuhé, soy un hombre y como tal he vivido en todos los que han existido antes que yo y viviré en todos los que existan después de mÃ. Viviré en las risas y en las lágrimas de los hombres, en sus pesares y sus temores, en su bondad y su maldad, en su debilidad y su fuerza. Como hombre, viviré eternamente en el hombre y por esta razón no necesito ofrendas sobre mi tumba ni inmortalidad para mi nombre. He aquà lo que ha escrito Sinuhé, el egipcio, que vivió solitario todos los dÃas de su vidaâ€?. |
has probado el beso dulce de la muerte ?
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per cadaver |
19 set 2005
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igual no es como te imaginas
(no te puedes imaginar como es) |
Más allá de Todo bien y todo mal
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per dionisos |
19 set 2005
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Bueno, se agradece la lección de filosofía, sobretodo por lo necesario de refrescar nuestras agotadas conciencias. Aun así, no te duermas, compañero, queda mucho por andar, no creas saber aún lo que tan solo has vislumbrado. |
particula como choque de ondas
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per epicureo |
20 nov 2005
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Una onda es una perturbación que se propaga. Las ondas materiales (todas menos las electromagnéticas) requieren un medio elástico para propagarse. El medio elástico se deforma y recupera vibrando al paso de la onda.
La perturbación comunica una agitación a la primera partÃcula del medio en que impacta-este es el foco de las ondas- y en esa partÃcula se inicia la onda. La perturbación se transmite en todas las direcciones por las que se extiende el medio con una velociadad constante (si el medio es isótropo) y todas las particulas del medio son alcanzadas con un cierto retraso respecto a la primera y se ponen a vibrar. -(Recuerda la ola de los espectadores en un estadio de futbol)-.
Puedes detener la onda pulsando sobre ella
La onda es la foto instantánea de la perturbación propagándose. Curiosamente la representaciones de las distancias de separación de la posición de equilibrio de las partÃculas al vibrar, frente al tiempo, dan una función matemática seno la cual, representada, tiene forma de onda. Podemos predecir la posición de dichas partÃculas aplicando esta función matemática. Es un movimieno vibratorio armónico simple.
Una onda transporta energÃa pero no transporte materia: las partÃculas vibran alrededor de la posición de equilibrio pero no viajan con la perturbación.Veamos un ejemplo. La onda que transmite un látigo lleva una energÃa que se descarga en su punta al golpea. Las partÃculas del látigo vibran, pero no se desplazan con la onda.
Las partÃculas perturbadas por la onda sufren unas fuerzas variables en dirección e intensidad que les produce una aceleración variable.
PULSO y TREN DE ONDAS
El movimiento de cualquier objeto material puede ser considerado como una fuente de ondas. Al moverse perturba el medio que lo rodea y esta perturbación, al propagarse, puede originar un pulso o un tren de ondas. Un impulso único, una vibración única en el extremo de una cuerda, al propagarse por la cuerda da un tipo de onda llamada pulso. Si las vibraciones del extremo se suceden de forma continuada se forma un tren de ondas que se desplazará a lo largo de la cuerda.
IV. 1. INTRODUCCIÓN
VOLVAMOS ahora al viejo problema de la naturaleza de la luz. En el capÃtulo II vimos cómo, hasta el siglo XVIII, la luz era vista por unos como un haz de partÃculas y por otros como un fenómeno ondulatorio y cómo, durante el siglo pasado, la interpretación ondulatoria de la luz dominó, quedando sólo un par de fenómenos sin explicar con base en ese modelo. La solución a los problemas que revisaremos a continuación fue tan desconcertante como reveladora: la luz está compuesta por paquetes de onda. Estas ondas-partÃcula se denominan fotones, y son las mensajeras del campo electromagnético. No poseen masa y su velocidad impone un lÃmite al que ninguna partÃcula material puede viajar. En este capÃtulo se describe la evolución de las ideas y los experimentos que llevaron a tan original conclusión.
IV.2. EL ORIGEN DE LA LUZ
El éxito de la teorÃa de Maxwell reforzó la idea de que la luz, tal como lo sospechó Faraday, es producida por vibraciones eléctricas dentro del cuerpo emisor. En 1896 Pieter Zeeman, de la Universidad de Leyden, utilizó una finÃsima malla de difracción recién desarrollada por Rowland en la Universidad Johns Hopkins para repetir el experimento propuesto por Faraday sobre posibles efectos ante la acción de un campo magnético en el espectro de emisión del sodio.6 Zeeman observó un ensanchamiento en las lÃneas espectrales tan pronto encendÃa su electroiman Tal ensanchamiento, indicó, es proporcional a la intensidad del campo magnético. Su profesor y colega, Hendrik Antoon Lorentz, propuso una explicación teórica para tal efecto. Según Lorentz, la radiación es emitida por cargas que vibran dentro de los átomos del cuerpo luminoso. Esta oscilación estarÃa separada en dos componentes, una paralela y una perpendicular al campo magnético externo. Ya que sólo la oscilación perpendicular serÃa sensible al campo, la frecuencia asociada a este movimiento se verÃa ligeramente afectada. Lorentz concluyó que el efecto deberÃa implicar, no un ensanchamiento, sino la separación de cada lÃnea espectral en tres componentes.
La precisión del experimento de Zeeman no era lo suficientemente fina como para comprobar una descomposición en tres lÃneas, por lo que tomó el ensanchamiento observado como una medida de la separación entre las lÃneas extremas, de acuerdo con la predicción de Lorentz. Para explicar la magnitud del efecto fue necesario suponer que la relación entre la carga y la masa de la partÃcula oscilante deberÃa ser del orden de 1011 coul/kg. Ésta es muy parecida a la obtenida posteriormente por J. J. Thomson, quien usó los resultados de Zeeman como evidencia para apoyar sus argumentos sobre la existencia del electrón como un ente independiente dentro del átomo. Además, según el modelo de Lorentz, la polarización de la luz 7 asociada a cada lÃnea espectral permitirÃa inferir el signo de la carga eléctrica del cuerpo oscilante. Zeeman efectuó estas medidas y comprobó que, en efecto, se trataba de cargas negativas.
Motivado por el éxito obtenido al explicar las observaciones de Zeeman, Lorentz extendió la teorÃa de Maxwell al caso de la emisión y absorción de luz por electrones oscilantes en la materia. Según este modelo, cuando la luz (ondas electromagnéticas) penetra la materia, los campos eléctricos oscilantes inducen oscilaciones en los electrones del medio. La oscilación de estas cargas, a su vez, produce ondas electromagnéticas secundarias en todas direcciones. Tal descripción explica elegantemente el principio de Huygens, la dispersión, reflección y otros fenómenos ondulatorios de la luz antes descritos.
IV.3. LO QUE MAXWELL NO EXPLICÓ
Hacia fines del siglo XIX era claro que la absorción y emisión de luz por los cuerpos se debÃa a la interacción de la radiación electromagnética con los electrones del medio, al hacerlos vibrar. Ya que la teorÃa de Maxwell se refiere a la radiación electromagnética en general, y no sólo a la luz visible, era importante generalizar estas ideas para entender los fenómenos de absorción y emisión de radiación térmica por un medio.8 Por simplicidad, los teóricos de la época consideraban el caso más simple: un cuerpo negro. Según el modelo ideal, un cuerpo negro es aquel que es capaz de absorber radiación de cualquier frecuencia o color.
Se puede simular bien un cuerpo negro, por ejemplo, con un orificio en una esfera. La radiación que incide en tal orificio se refleja múltiples veces en el interior de la esfera, habiendo en cada reflexión alguna pérdida por absorción. Si las dimensiones del hoyo son pequeñas comparadas con la superficie de la esfera, la probabilidad de que la radiación reflejada internamente escape en su totalidad por el orificio antes de ser absorbida es, idealmente, cero. La radiación que emerge por el orificio refleja el espectro de emisión del propio cuerpo, que es sólo función de su temperatura. La intensidad de esta radiación puede ser medida como función de la frecuencia, o sea el espectro del cuerpo negro. Mediciones de este estilo ya habÃan sido efectuadas por varios laboratorios en el siglo XIX. En principio, deberÃa ser fácil entender la relación observada entre la frecuencia y la intensidad.
El cuerpo negro está compuesto de átomos que contienen electrones. Al calentar el cuerpo, los electrones vibran y emiten radiación electromagnética. Ya que el cuerpo negro absorbe todas las frecuencias con igual probabilidad, y la emisión es sólo el proceso inverso, uno deberÃa esperar que todas las frecuencias fueran emitidas con igual probabilidad. Según este modelo, la energÃa de una vibración aumenta en una relación proporcional al cuadrado de la frecuencia de la vibración, por lo que una igual probabilidad de emisión implica una energÃa que aumenta geométricamente con la frecuencia. Los resultados experimentales, sin embargo, indicaban que la intensidad disminuÃa a partir de cierta frecuencia máxima, la cual es función de la temperatura del cuerpo.
ExistÃa, además, otro fenómeno asociado a la luz que parecÃa inexplicable con base en la teorÃa de Maxwell. Se trata de un efecto conocido como fotoeléctrico (véase figura 3). En 1887, Heinrich Rudolf Hertz descubrió que podÃa inducir la descarga eléctrica entre dos esferas cargadas al iluminar con luz ultravioleta la zona de descarga. Poco después Wilhelm Hallwachs, investigando este efecto, notó también que la luz ultravioleta era capaz de descargar placas de cinc cargadas negativamente. Luego se dio cuenta de que este efecto persistÃa en otros metales, incluso si disminuÃa la intensidad de la luz. Sin embargo encontró que el efecto desaparecÃa si, en lugar de ultravioleta, utilizaba luz roja o infrarroja aun cuando la intensidad fuera aumentada enormemente. Años después, al descubrirse el electrón, quedó establecido que la descarga de las placas se debÃa a la pérdida de electrones por acción del campo electromagnético de la luz incidente.
Figura 3. Efecto fotoeléctrico. Hallwachs descubrió que la luz es capaz de arrancar electrones de una superficie siempre que su frecuencia supere un cierto umbral (Vo) relacionado con la energÃa que liga a los electrones.
Según la teorÃa electromagnética de Maxwell, la energÃa asociada a la luz incidente dependÃa tanto de su frecuencia como de su intensidad. De acuerdo con esto, si bien la luz roja tiene menor frecuencia, al aumentar la intensidad deberÃa vencerse el potencial que ata a los electrones a la superficie. Inversamente, al disminuir la intensidad de la luz ultravioleta, deberÃan disminuir, proporcionalmente, los fotoelectrones. Ambas predicciones contradecÃan las evidencias experimentales de Hertz y Hallwachs.
En resumen, la teorÃa electromagnética de Maxwell, que habÃa explicado con gran éxito la fenomenologÃa de la luz, parecÃa tropezar ahora con problemas al aplicarse a los fenómenos asociados a la radiación calorÃfica y al efecto fotoeléctrico. Principia el siglo XX y toca su turno a Max Planck.
IV. 4. EL CUANTO DE PLANCK
Planck nació en Kiel, Alemania, en 1858, en el seno de una familia de abogados. En 1867 los Planck se fueron a vivir a Munich, donde Max inició sus estudios en fÃsica. De ahà fue a BerlÃn, donde tuvo como profesores a Kirchhoff y a Helmholtz. En 1879, de vuelta a Munich, recibió el doctorado con una tesis sobre termodinámica. En Kiel consiguió su primer puesto como profesor, en el que permaneció hasta 1889 cuando, a la muerte de Kirchhoff, Planck heredó su plaza en BerlÃn. Hacia 1897 comenzó a trabajar en el problema de la emisividad del cuerpo negro. Convencido de que la radiación del cuerpo negro no depende de la naturaleza de las paredes sino, tan sólo, de su temperatura, Planck atacó el problema imaginando que la absorción y emisión de radiación se realizaban a través de osciladores.
Años antes, en 1893, el alemán Wilhelm Wien (Premio Nobel de 1911) habÃa logrado combinar la formulación de Maxwell con las leyes de la termodinámica para tratar de explicar la emisividad del cuerpo negro pero, como sabemos, sus predicciones no coincidieron con el experimento. Impresionado por la elegancia del trabajo de Wien, Planck intentó modificarlo y generalizarlo para ajustar los datos experimentales, usando como truco de cálculo una fragmentación de la energÃa transferida por los osciladores en paquetes, cuyo tamaño pensó reducir para recuperar la forma continua del flujo de energÃa entre los osciladores. Sin embargo, encontró que sólo se ajustaban los observables experimentales si el tamaño de sus paquetes permanecÃa finito. Si bien este resultado permitió resolver un problema, el de la radiación del cuerpo negro, la verdadera magnitud del significado de los paquetes, los cuantos de Planck, pasó desapercibida hasta que un modesto empleado de la oficina de patentes en Berna, como se verá en seguida, utilizó el concepto para explicar el efecto fotoeléctrico. Planck recibió el Premio Nobel en 1918 por el trabajo recién descrito.
IV.5. EINSTEIN Y EL FOTÓN
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879. Seis semanas después, su familia se trasladó a Munich, donde Albert recibió la educación primaria; posteriormente estudió en Aarau, Suiza, e ingresó en 1896 al Politécnico de Zurich, para prepararse como maestro de fÃsica y matemáticas. En 1901 recibió su diploma y se nacionalizó suizo. Al no encontrar trabajo como maestro, tomó un puesto como asistente técnico en la oficina de patentes de Berna. En 1905 obtuvo su doctorado y publicó tres trabajos que pasarÃan a ser considerados entre los más importantes en la fÃsica de nuestro siglo.
En marzo de 1905, Einstein publicó el artÃculo que nos concierne aquÃ, y que fue considerado por el Comité Nobel como el principal motivo para otorgarle el premio en 1921. En él explica sus ideas sobre la generación y la transformación de la luz, y aplica su modelo a la descripción del efecto fotoeléctrico. La idea de Einstein utiliza el resultado de Planck sobre la aparente emisión de energÃa de un cuerpo negro en forma de paquetes; sin embargo, Einstein propone que la cuantización es una propiedad intrÃnseca de la luz y no de los osciladores como habÃa pensado Planck. En este nuevo modelo, la luz es una onda electromagnética, tal como lo propuso Maxwell, sólo que en lugar de tratarse de una onda continua se encuentra modulada en paquetes de energÃa. Esto implica una dualidad de caracterÃsticas pues, a pesar de ser una onda, al estar localizada en el espacio y poseer una energÃa definida, presenta caracterÃsticas similares a las de las partÃculas.
IV.6. PARTÃ?CULAS Y ONDAS
El proponer que, tal como la materia, la energÃa también se encuentra atomizada, fue una idea genial que trajo consigo el desarrollo de la mecánica cuántica. Las predicciones de Einstein sobre el efecto fotoeléctrico fueron verificadas con precisión por Millikan en 1914-1916. Sin embargo, habÃa una diferencia entre cuantos de energÃa y las partÃculas, pues estas últimas también se caracterizan por un Ãmpetu lineal. La posibilidad de asignar Ãmpetu a los cuantos no puede ser asociada a un solo autor o a un solo trabajo, si bien hacia 1916 el propio Einstein ya se referÃa a los cuantos en este sentido. Tuvieron que pasar varios años antes que esta hipótesis pudiera ser comprobada. Los primeros experimentos fueron realizados por el norteamericano Arthur Holly Compton (Premio Nobel 1927) y consistÃan en estudiar la dispersión de rayos X por electrones. Las observaciones de Compton confirmaron que al chocar un cuanto de luz con un electrón, éstos dividen su energÃa y su Ãmpetu de acuerdo con la cinemática que se esperarÃa del choque entre dos partÃculas. En octubre de 1926, Gibert Newton Lewis, en un artÃculo en la revista inglesa Nature, se refirió por primera vez a los cuantos de energÃa como fotones, lo que implicaba la aceptación del cuanto de luz en el campo de las partÃculas elementales.
Paradójicamente, al tiempo que se consolidaba el concepto del fotón como una partÃcula, el concepto de materia, y por tanto el de partÃcula, perdió el sentido determinista que hasta entonces se le asociaba. En 1924 el prÃncipe francés Louis Victor de Broglie propuso una teorÃa sobre el electrón, que posteriormente fue generalizada para el resto de las partÃculas, en la cual se consideraba al electrón como un paquete de onda, similar al fotón, pero con masa. La teorÃa de De Broglie, que le mereció el Premio Nobel en 1929, fue comprobada con éxito tres años después por Clinton Davisson y Lester Germer al observar la difracción de electrones a través de un cristal. Desde entonces, onda y partÃcula, energÃa y materia, se confunden, y el paso de una a la otra se rige por las leyes de la relatividad y la mecánica cuántica.
IV.7. RESUMEN
Una vez establecida la naturaleza ondulatoria de la luz, el descubrimiento del electrón permitió postular que la luz se producÃa como consecuencia de oscilaciones electrónicas en el átomo (sección IV.2). Sin embargo, el resultado de ciertos experimentos tendientes a establecer la relación entre luz y radiación térmica no pudo ser explicado con la célebre teorÃa de Maxwell (sección IV.3). La cuantización de la energÃa fue propuesta a principios de siglo XX por Planck como posible solución a uno de estos problemas (sección IV.4). Einstein utilizó esta idea para explicar otros efectos (sección IV.5). La división entre ondas y partÃculas desaparece en la década de 1920 cuando Compton demuestra que los fotones no sólo son absorbidos, sino que pueden ser dispersados como partÃculas, mientras que De Broglie descubre que las partÃculas materiales también se comportan como ondas (sección IV.6). |
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