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Notícies :: globalització neoliberal |
El NO francés, fracaso de un diktat
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per Augusto Zamora R.* |
18 jun 2005
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El rotundo rechazo de los franceses al tratado constitucional europeo es un buen momento para reflexionar sobre el proceso de unión europea,
presentado como un "trágala" por las elites dirigentes formadas por el establishment vinculado a los grandes consorcios transnacionales y la tecno-burocracia de Bruselas. |
Buen momento porque el rechazo no ha
provenido de un paÃs menor o marginal, cuyo "No" habrÃa sido reducido a anécdota, sino de uno de los pilares del proceso de integración, sin
el cual la UE no puede seguir avanzando, menos todavÃa si el ejemplo francés tiene un efecto de contagio y se apuntala en Holanda.
Más allá del natural pataleo de los derrotados en Francia y en la UE, que temen que su proyecto se desinfle como el Ã?rea de Libre Comercio de las Américas propuesto por Estados Unidos, la pregunta a responder es por qué una cualificada mayorÃa de ciudadanos rechazó el tratado.
Nadie puede acusar a los franceses de carecer de educación polÃtica (de hecho, es el pueblo polÃticamente más cultivado del continente) o
de no poseer vocación europeÃsta (Francia ha sido motor esencial del proceso de integración).
La respuesta estarÃa justamente en estos dos
elementos. No fue posible imponer a los franceses, dado su elevado nivel polÃtico e informativo, el "trágala" que ha funcionado tan bien en otras consultas y paÃses. Tampoco el rumbo que sigue la UE termina de convencerles, pues antes que fortalecer la unión ha profundizado
sus contradicciones y mostrado la hondura de sus disimilitudes.
Hay un tercer elemento a tomar en cuenta. La movilización de las fuerzas opositoras integradas por partidos de izquierda, ecologistas y un multitud de siglas, amén de legiones de espontáneos -sin olvidar, claro está, a la
extrema derecha, que se oponÃa por motivos muy suyos- ha demostrado ser más efectiva, ante el ciudadano de a pie, que el portentoso aparato mediático al servicio de las elites dominantes.
Durante dos meses, inaccesibles a la fatiga, llenaron Francia de mesas, actos, papeletas, mÃtines y conciertos, desafiando a los grandes medios de comunicación con el trabajo cuerpo a cuerpo, compensando con calor humano el aparato propagandÃstico del poder. Y le vencieron. No
obstante, sin un terreno previamente abonado, el esfuerzo habrÃa sino inútil.
¿Qué ha fallado? Después de décadas de progreso y satisfacción, el modelo europeo pergeñado en los años 50 y 60 está atascado. Las elites han propuesto una fuga hacia delante, ampliando aprisa y corriendo la unión, erosionando sectores emblemáticos del Estado y privatizando
empresas estatales.
Para obligar a los pueblos a caminar por el rumbo
que trazaron han planteado el tratado constitucional como un diktat encubierto, conminando a los pueblos a votar sus propuestas, afirmando que un rechazo de las mismas provocarÃa el caos.
Una estrategia dogmática de corte medieval que ha fracasado en Francia -paÃs que inventó el Estado y segundo en establecer la enseñanza pública- por
una suma de razones, que tienen de fondo común el temor fundado al desmantelamiento del estado de bienestar, la pérdida de derechos sociales, el aumento del desempleo y la desindustrialización.
El tratado constitucional europeo apunta en esa dirección. Según sus postulados, los asalariados deben sumergirse en un mercado mundial
social-darwiniano y competir en la selva implacable del capitalismo con otros que cobran menos y están dispuestos a renunciar a derechos
laborales y sociales, presionando el sistema a la baja.
El peso del neoliberalismo en el tratado es tal que el sistema que establece debe regirse por el último gran dogma del capitalismo, un tótem denominado "competitividad". Se trata de un dogma creado por los grandes oligopolios, interesados en poner a competir a los trabajadores entre
si, bajo amenaza de llevarse sus empresas a zonas más rentables.
Dentro de este sistema es fácil predecir el quebranto progresivo de derechos arduamente conseguidos, asà como un incremento de las
desigualdades internas, pues mientras los directivos de esos oligopolios cobran salarios millonarios, los trabajadores deben cargar
con los costos del modelo.
La última prueba del capitalismo salvaje en curso es la Directiva Bolkenstein, que apunta al corazón de los servicios sociales, imponiendo su liberalización y sometiéndolos a las leyes descarnadas del mercado. Esta directiva fue rechazada en febrero de 2005 por el Parlamento Europeo, gracias a que un sector relevante de la derecha francesa votó junto a la izquierda, dato que contribuye a explicar el rechazo al tratado constitucional en Francia.
Otro mito que no resiste un mÃnimo examen es que el tratado constitucional hará de la UE una entidad única y coherente en la escena internacional y una promotora de la paz. Nada más lejos de la realidad. En 2001 acompañó a Estados Unidos en la guerra contra Afganistán y, en 2003, la UE se dividió entre una mayorÃa de Estados que apoyaba la agresión contra Irak y una minorÃa, con Francia y Alemania de pivotes, que se opuso a ella.
En cuanto a la unidad, los paÃses del Este de Europa tienen su bolsillo en la UE y su capital en
Washington, como puso de manifiesto su alineamiento incondicional contra Irak y el recibimiento apoteósico dado a Bush en su reciente
gira por esos paÃses, donde Estados Unidos ocupa las antiguas bases soviéticas.
No se han equivocado los votantes franceses del "No", un 79 por ciento de los cuales afirmó, en una encuesta de Le Monde, que adoptó su
decisión "después de mucho tiempo".
Es la elite europea la que ha perdido el rumbo y, como exclusivo club de polÃticos autistas, sólo se
escuchan ellos mismos, alejados como están de las realidades de sus paÃses y de los procesos mundiales en marcha. La democracia, para
funcionar como tal, exige que los pueblos puedan escoger entre varias opciones. Las elites quieren negarles ese derecho y en Francia han
fracasado.
Debe trabajarse en otro modelo de Europa, social, solidario y comprometido realmente con la paz y el Derecho, porque el presente no gusta a muchos pueblos. Francia, como en otros momentos de la
historia, ha dado un paso al frente.
*Profesor de Derecho Internacional Público
y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid
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