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Notícies :: criminalització i repressió |
La repressió a Guantanamo continua. 3 testimonis d'excepció
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per Llibertari |
29 mar 2005
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GUANT�NAMO: TRES TESTIMONIOS SOBRE EL NUEVO ESTILO DE REPRESIÓN DE LA CIA
Eduardo Febbro
29-03-2005
Torturadores sin fronteras, Inc. Estados Unidos respeta los derechos humanos, dicen. Pero si esto es asÃ, ocurre sólo en territorio de Estados Unidos; la tortura está tercerizada en paÃses amigos u ocupados. Las historias de un alemán y dos franceses muestran cómo funciona la nueva represión ilegal |
“Me trataron como un animalâ€?, dice Khaled el Masri. Este ciudadano alemán es otra de las vÃctimas “espontáneasâ€? que los servicios secretos norteamericanos dejan por el camino en su insomne búsqueda de presuntos miembros de la red terrorista Al Qaida. Su historia, al igual que la de los franceses Reduane Khalid y Mostaq Ali Patel, parece pertenecer al campo de la ciencia ficción. Y sin embargo, las tres son reales. Reduane Khalid y Mostaq Ali Patel fueron arrestados en Afganistán y mantenidos como prisioneros durante tres años en la base norteamericana de Guantánamo sin otro cargo legal que la sospecha. Khaled el Masri fue secuestrado por la CIA en Macedonia y trasladado a una cárcel secreta en Afganistán, donde fue torturado sin saber por qué a lo largo de cinco meses. A quienes se preguntan si ciudadanos del mundo libre pueden ser secuestrados impunemente, trasladados de un paÃs a otro durante años o meses y triturados como basura, las historias de El Masri, de Khalid y de Patel aportan una prueba contundente sobre los métodos empleados por la gran democracia norteamericana.
La “aventura inhumanaâ€? de Khaled el Masri comenzó a finales de 2003, cuando fue arrestado en Macedonia e interrogado “en inglésâ€? durante 22 dÃas por tres policÃas. Los agentes querÃan saber por qué frecuentaba la mezquita de la ciudad alemana de Ulm, donde Khaled el Masri reside y trabaja como mecánico. Los policÃas le aseguran que “lo saben todoâ€?, le insisten en que no es alemán sino egipcio y le proponen que confiese su “pertenencia a Al Qaida y el entrenamiento que recibió en la ciudad afgana de Jalalabadâ€?. Nada de ello es cierto.
El prisionero mantuvo su versión y al cabo del dÃa número 23 lo dejaron libre. Pero apenas puso un pie en la calle, otros “agentesâ€? le cayeron encima, le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y lo condujeron a otro hotel, cerca de un aeropuerto. El segundo infierno debuta allÃ. “Apenas entré en la habitación empezaron a llover los golpes. HabÃa unos ocho hombres protegidos con capuchas que me pegaban sin descanso. Me cortaron la ropa con una navaja.â€?
Con esposas, cadenas en los pies, algodones en los oÃdos y la cabeza envuelta en una bolsa oscura, el hombre fue trasladado a un avión, drogado. Cuando se despertó, Khaled el Masri estaba en el baúl de un auto. HabÃa dejado el continente europeo y ahora se encontraba en Asia central, en un mugriento calabozo de una cárcel de Kabul, la capital de Afganistán.
Un médico que lo recibió le sacó sangre y un misterioso interlocutor enmascarado le anunció: “Ya sabés dónde estás, en este paÃs no hay ni derechos ni leyes, nadie sabe dónde te encontrás y tampoco a nadie le importa lo que te pueda pasarâ€?. Los interrogatorios empezaron inmediatamente, siempre asistidos por siete hombres con los rostros cubiertos.
El Masri volvió a escuchar las mismas acusaciones: sus “interlocutoresâ€? lo acusan de pertenecer a Al Qaida y de haber estado en contacto con dos de los autores de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Mohammed Atta y Ramzi Bin al Shibih. Todo falso. “Estaba totalmente solo en mi calabozo, tenÃa hambre y sufrÃa mucho. Cada hora era una eternidad. Pero, para mÃ, lo más horrible era no entender muy bien qué me estaba ocurriendo.â€? Khaled el Masri no era el único que estaba en esa situación. HabÃa un pakistanà que residÃa en los Estados Unidos, un yemenita, dos afganos y un tanzán que “al igual que yo, todos habÃan sido secuestrados en diversos puntos del globo. Muchos de ellos habÃan sido salvajemente torturados en otra cárcel especial de Afganistán. Golpeados dÃa y noche, colgados al techo de los pies, regados de agua helada en pleno invierno o dejados durante meses en una pieza especial con música a todo volumenâ€?.
A fuerza de repetir que él no era el que buscaban, de reclamar la presencia de un delegado alemán y gracias a una huelga de hambre, un tal “Samâ€?, ciudadano alemán, apareció un dÃa y le prometió su liberación: “Pero no enseguida, porque, como ya sabes, los norteamericanos no quieren que queden huellas de tu paso por Afganistánâ€?. Una semana después, Khaled el Masri viaja a bordo de otro avión, vendado y atado “como a la idaâ€?. El aparato aterrizó “en un paÃs montañosoâ€?. El prisionero fue conducido en auto hasta un sendero y dejado en libertad, totalmente solo. Tres soldados albaneses lo detuvieron y le entregaron un paquete con comida y luego lo condujeron al aeropuerto de Tirana. Allà le compraron un pasaje hacia Francfort. Su historia fue denunciada por AmnistÃa Internacional.
Desde luego, no es la única. Reduane Khalid revuelve su café con infinita calma. También él acaba de dejar el infierno de la cárcel especial instalada por la administración Bush en la base militar de Guantánamo. Khalid fue detenido en Afganistán y trasladado luego a Guantánamo, donde permaneció detenido tres años. Liberado y trasladado a Francia, Reduane Khalid fue absuelto por la Justicia francesa de todos los cargos que los norteamericanos le habÃan puesto encima. Aún le quedan cuentas pendientes con la Justicia debido a su activismo religioso.
En la madrugada del 11 al 12 de marzo el hombre recuperó su libertad. De sus años en Guantánamo, Reduane conserva dos recuerdos imborrables: la violencia y la “organización cientÃficaâ€? de los maltratos. Reduane Khalid es uno de los siete franceses detenidos en Guantánamo y liberados a partir de mediados del año pasado. El destino de Reduane se unió al de otro francés de Guantánamo, Khaled Ben Mustafa. Originarios de Lyon, los dos hombres viajaron a Londres en julio de 2001 para asistir a las plegarias de la mezquita de Finsburry Park, uno de los lugares de culto del Viejo Continente, donde se reúnen los islamistas radicales. En julio de ese mismo año, Reduane y Mustafa parten hacia Pakistán y de allà a Afganistán.
Como muchos otros islamistas entrenados en los campos situados en lo que fuera la capital del régimen talibán, Kandahar, los dos amigos no tardarán en descubrir que esa práctica nada tiene que ver con lo que anhelaban. Reduane y Mustafa soñaron con recuperar su libertad e intentaron huir de Afganistán. Intento fallido: los dos hombres cayeron en las manos de la policÃa fronteriza pakistanÃ, que los entregó a EE.UU. “Mi meta era noble –cuenta Reduane–; yo querÃa inmigrar a un paÃs musulmán y que luego mi familia se uniera a mÃ.â€? Pero las cosas salieron diferentes.
Mostaq Ali Patel salió de Guantánamo el pasado 7 de marzo. A diferencia de Reduane, que estuvo influenciado por el salafismo, la corriente más pura y dura del Islam, Ali Patel era un simple vendedor de baratijas en las rutas que circulan entre Irán y Afganistán. Arrestado después de los atentados del 11 de septiembre, detenido durante tres años por los norteamericanos en dos cárceles afganas, en Kabul y en Kandahar, y luego, a partir del año pasado, en Guantánamo, Patel es el perfecto inocente que se encontró “en el lugar equivocado en el momento equivocadoâ€?. Arrestado por afganos en plena caÃda de los talibanes, vendido por 5000 dólares a los norteamericanos en Kabul bajo la falsa identidad de “Hadjid Mohamedâ€?, trasladado de prisión en prisión, de sala de tortura en sala de tortura, Mostaq Ali Patel cuenta: “En Kandahar, los policÃas norteamericanos nos ponÃan cadenas en los pies, nos hacÃan caer y luego nos caminaban encimaâ€?. “A ellos no les importaban mis respuestas. Que sea en Afganistán o en Guantánamo, los interrogatorios giraban en torno de las mismas acusaciones.
Ellos me decÃan: si no nos decÃs la verdad, te vas a quedar acá por mucho tiempoâ€?. El peor recuerdo que tiene, además de los malos tratos, son los medicamentos que le obligaban a tragar: “Esos remedios me impedÃan dormir, me hacÃan mal al estómago y me provocaban problemas respiratorios. Por más que les dijera que no, me los tenÃa que tomar igual.
Durante los interrogatorios, habÃa un bloque especial con cuatro psiquiatras. Los americanos querÃan saber cosas sobre el terrorismo, pero yo no sabÃa nada. Cada vez que quise saber por qué estaba realmente detenido nunca me dieron una respuesta e insistÃan en llamarme Hadjid Mohamed. Yo les decÃa que no era árabe sino francés. Pero no me creÃan. Recién siete meses después de haber llegado a Guantánamo empezaron a llamarme Mostaq Ali Patelâ€?. Y lamenta hoy haber olvidado muchas cosas de las vividas en Guantánamo: “Seguramente a causa de los medicamentos que nos dieronâ€?, dice en tono de disculpa. |
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