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Remedios Montero
CELIA
Alfons Cervera
Levante 18 de abril de 2004

Se llama Remedios Montero y ya no tiene miedo porque el tiempo le ha curado
muchas cicatrices.Cuando acabó la guerra tenía trece años y por su tierra de
Cuenca había maquis, esa gente que se subió a las montañas para seguir
luchando por los ideales de la República. Reme y su familia los ayudaban y
ella y su amiga Esperanza les dejaban la comida escondida entre las piedras
y volvían luego a sus casas y a bailar pasodobles en las verbenas de las
fiestas. Un día las cosas se pusieron mal y tuvieron que dejar el pueblo y
subirse al monte con los de la guerrilla. Entonces se cambió de nombre y le
pusieron Celia. A los pocos meses los guardias mataron a dos de sus hermanos
y a su padre. Luego lo supo: tanto dolor te hace fuerte algunas veces. Y con
ese dolor y con la rabia y con la astucia se te va haciendo grande la
conciencia. A ella le pasó eso, seguramente. Al acabar el tiempo del monte
pasó a Francia cuando pudo y en uno de sus viajes al interior, para ayudar a
pasar la frontera a camaradas comunistas, fue delatada y detenida: se mamó
ocho años y medio de cárcel. Luego, ya el exilio hasta 1978. Casi veinte
años en Praga con su compañero de la guerrilla Florián García. Para el
regreso eligieron Valencia: tenían aquí la familia más próxima y ahora van y
vienen por todas partes contando aquel tiempo a los más jóvenes. Lo dicen
siempre: no les mueve la revancha, ni la necesidad de ajustar cuentas con
nada ni con nadie: sólo con el olvido. En este país se liquidó la memoria
histórica de la izquierda y la República fue doblemente derrotada: en la
guerra primero y, una vez muerto Franco, en la transición política. Era como
si la izquierda se avergonzara de sí misma. El rey heredaba las prebendas de
la dictadura y en su figura se encarnaba una paradoja exasperante: de un
dictador intocable pasábamos a un monarca lo mismo de intocable que, como si
estuviera mudo y aunque nos caigan encima chuzos de punta, sólo habla en
Navidad. Una tarde, hace ya siete años, conocí a Remedios Montero. Y ya no
hemos parado de querernos con locura. Un día la convencí de que escribiera
algo para que la memoria suya y de tanta otra gente no se perdiera por las
polvaredas de la historia. Y escribió Historia de Celia, un libro que cuenta
pedazos de su vida. Al cabo, es imposible recordarlo todo. Pienso en Primo
Levi, cuando decía que en Auschwitz, para escapar del horror de la tortura
nazi, se detenía en la contemplación de algún mínimo detalle, de un chusco
de pan, por ejemplo, y consideraba que era ésa su más grande conquista, lo
único que le hacía sentirse dueño de su destino. En las páginas de Remedios
Montero sale el tiempo que ella vivió y más aún: el que con una crueldad
exasperante le robaron. Hoy sigue viva y en su mirada hay un punto hermoso
de ternura y nada de rencor. Porque ella sabe que el rencor te pudre la
conciencia. Y que con la conciencia oliendo a mierda no se puede vivir. Ella
lo sabe. Y lo sabremos ustedes y yo al leer este libro humilde, lleno de
grandeza, que nos acaba de dejar entre las manos.

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