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RAZON DE LA DERROTA
RAZÓN DE LA DERROTA

LA RAZÓN. JUEVES 18 DE MARZO DE 2004
ANTONIO GARCÃ?A TREVIJANO

Los gobernantes raramente comprenden por qué los gobernados los eligen o abandonan. La política pertenece al mundo de los sentimientos irracionales. De no ser así sería incomprensible que personas normales se comporten como huérfanos acudiendo a las urnas en busca de paternidades a las que afiliarse durante cuatro años. Pero de vez en cuando un sobresalto impone racionalidad emocional a las masas de electores. Los cambios de partido gobernante no se producen entonces por las virtudes del ganador ni por el fracaso en la gestión estatal del perdedor. Las crisis políticas de origen emocional las resuelve, como en los cambios de pareja, un deseo irrefrenable de sinceridad.
La conmoción de Atocha despertó en las masas un ansia de sinceridad, en la identificación de los criminales, como la sentida por los familiares de las víctimas de la masacre. El dolor eleva la capacidad de percepción de la verdad más allá de los límites que bastan a la veracidad. Ésta es compatible con el autoengaño de la probabilidad, aunque no lo sea con la mentira. Cuanto más dolorido estaba el elector, mejor percibió que el Gobierno quería engañarse a sí mismo con la autoría de ETA porque eso era lo que le convenía, porque su pasión de rentabilizar el crimen era superior a la de justicia. Pero la verdad, que en circunstancias normales suele ser intrascendente, ahora ha sido decisiva.
El Gobierno de Aznar perdió las elecciones cuando su ministro Acebes, sin ocultar los datos que delataban el terrorismo islámico, siguió insistiendo en la probabilidad de ETA. El Gobierno, la televisión pública y la gran mayoría de los comentaristas incurrieron en un vicio más nefasto que el de mentir. Quisieron ser veraces en lugar de verdaderos, cuando la pista infalible de los versículos del Corán descartaba por completo a ETA. La pasión de engañarse nubló todas las percepciones del sentido común. Y si el conocimiento público de la verdad hubiera llegado a los españoles cuando se hizo evidente a la opinión mundial, el PSOE habría obtenido con holgura la mayoría absoluta.
El PP obtiene dos millones de votos más de los que hubiera logrado sin retrasar el conocimiento público de la verdad. Y el PSOE llega por segunda vez al poder de la misma manera que en la primera. Entonces lo aupó la falta de sinceridad, ante el 23 F, del gobierno salido directamente de las filas franquistas, ahora la falta de verdad, ante el 11-M, de un gobierno nacionalista español obsesionado con el nacionalismo vasco. El PSOE no ha vencido por sus méritos, sino por el demérito de la herencia franquista.
El protagonismo de Aznar en la guerra de Iraq habría dejado al PP sin mayoría absoluta, pero no ha sido la causa de la derrota electoral de Rajoy. Desde el final de la guerra civil el pueblo español está habituado a vivir con la mentira permanente de los gobernantes. Ignora que con la verdad se convive mejor y prefiere la hipocresía al cinismo. Pero en momentos de gran miedo, asco o sufrimiento, siente la necesidad de conocer la causa de su ansiedad. Quiso saber por qué Suárez dimitió para no ser un paréntesis entre dos dictaduras, y eligió a González para suprimir el peligro imaginario de un golpe militar. Quiso saber quién era responsable de los GAL y la corrupción, y eligió a Aznar para que lo denunciara a la justicia e instalara la decencia. Ahora quiere eliminar la causa del terrorismo islámico en España, y llama a Zapatero.
La irresponsabilidad del empeño de Aznar en ETA nos ha dejado inermes, junto con toda Europa, frente a la inmediatez de otro atentado del terrorismo islámico. Si se hubiera producido en estos tres días de infamia acusadora, el odio europeo al Gobierno español sólo lo habría superado la aversión hacia el terrorismo. Tan pequeño hombre es el que quiere la guerra para hacerse grande como el que intenta rentabilizar una gran tragedia terrorista para evitar que su pequeñez se ponga al descubierto.

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