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Iraq, una guerra sin fin (y 3)
La “liberación� de Iraq llegó, tal y como los familiares dolientes de las víctimas de la brutalidad de Saddam no dejaron de decirnos, un poco tarde. Unos veinte años tarde, para ser exactos.

Llegamos a un país dominado por el caos y la anarquía. No se podían tolerar discrepancias entre los vencedores. Cuando señalé que los “liberadores� eran “una fuerza de ocupación nueva, extranjera y todopoderosa sin una cultura, lengua, raza o religión que los uniera con Iraq� fui vituperado por uno de los comentaristas de la BBC. “Mirad cómo nos quiere la gente�, gritaban los occidentales; tal y como hacía Saddam cuando se reunía con sus acólitos aduladores durante sus visitas a la gente de Bagdad. Habría elecciones, constituciones, consejos de gobierno, dinero... Las promesas que se hicieron a esta sociedad tribal llamada Iraq no tenían fin.

Luego llegaron los grandes contratistas estadounidenses, los conglomerados de empresas, los miles de mercenarios británicos, estadounidenses, sudafricanos, chilenos –muchos habían sido soldados con Pinochet–, nepalíes y filipinos. Y cuando empezó la inevitable guerra contra los ocupantes, nosotros –las potencias ocupantes y, ¡ay!, la mayoría de los periodistas– inventamos una nueva narración para huir del castigo por nuestra invasión.

Nuestros enemigos eran “intransigentes�, “vestigios� baasistas, “adictos desesperados� del régimen. Luego las fuerzas de ocupación mataron a Uday y Qusay y sacaron a Saddam de su agujero y la resistencia se tornó más violenta. De modo que nuestros enemigos ahora eran “vestigios� y “combatientes extranjeros� (de Al Qaeda), ya que los iraquíes normales no podían formar parte de la resistencia. Teníamos que creernos esto: si los iraquíes se habían unido a las guerrillas, ¿cómo podríamos explicar que no quieren a sus “liberadores�?

Al principio, se alentó a los periodistas para que explicaran que los insurgentes provenían sólo de algunas ciudades suníes, “anteriormente leales a Saddam�. Luego la resistencia quedó confinada, en teoría, al “triángulo suní� de Iraq, pero cuando los atentados se extendieron al norte y sur hasta Nasiriya, Karbala, Mosul y Kirkuk, se convirtió en un octágono. De nuevo, se habló a los periodistas de “combatientes extranjeros�; fue un error no caer en la cuenta que 120.000 de los combatientes extranjeros que había en Iraq vestían uniforme estadounidense. Aún así la mendacidad del “éxito� de la ocupación parecía no tener límites. Cierto, se reconstruyeron escuelas –y, para vergüenza de los iraquíes involucrados, algunas fueron saqueadas una segunda vez–, volvieron a funcionar los hospitales y los estudiantes regresaron a la universidad. Pero se manipularon y exageraron las cifras de extracción de petróleo y se falsearon los atentados contra los americanos.

Al principio, la potencia ocupante sólo informaba de los ataques de guerrilla en que había soldados heridos o muertos. Luego, cuando nadie podía esconder los sesenta ataques que se producían cada noche, se ordenó a las tropas que no realizaran informes formales sobre atentados en los que no hubiera bajas. Pero al cumplirse el primer aniversario de la guerra, todos los extranjeros son un objetivo.

Mientras, aparecieron los terroristas suicidas. La embajada turca, la embajada jordana, la ONU, las comisarías de policía de todo el país –600 policías iraquíes fueron asesinados en menos de cuatro meses– y luego los santuarios de Najaf y Karbala. Los estadounidenses y los británicos advirtieron de los peligros de la guerra civil –al igual que los periodistas, por supuesto-, aunque nunca se había oído a ningún iraquí que exigiera entrar en conflicto con sus compatriotas. ¿Quién quería en realidad esta “guerra civil�? ¿Por qué la minoría suní iba a permitir que Al Qaeda provocara esta situación cuando no podían derrotar a la potencia ocupante sin, como mínimo, el apoyo pasivo chiita?

Mientras escribía esta crónica sonó mi teléfono y una voz me preguntó si quería reunirme con un hombre en el vestíbulo, un iraquí de edad media y profesor del Cardiff College, que había regresado hacía poco a su patria para darse cuenta del estado de miedo y dolor en el que vivía actualmente su país. Su madre, me relató, acababa de recaudar un millón de dinares iraquíes para pagar el rescate de la hija y la nuera de una amiga, que habían sido secuestradas por hombres armados en Bagdad en enero. Las dos chicas acababan de llamar de Yemen, donde habían sido vendidas como esclavas. Otro de sus vecinos acababa de reencontrarse con su hijo, de 17 años, después de pagar 5.000 dólares a unos pistoleros.

Hace pocos días, unos secuestradores raptaron a otro niño, esta vez en Mansur, y exigen 200.000 dólares por su vida. Un familiar cercano del hombre que ha venido a verme –y hay que recordar que esto sólo es la experiencia de un hombre entre 26 millones de iraquíes– acababa de sobrevivir a un sangriento ataque mientras circulaba con su coche por las afueras de Karbala. Se dirigía al sur, ya que había conseguido un contrato para dirigir un taller en la ciudad, cuando él y sus once compañeros que iban en un vehículo Akea fueron adelantados por unos hombres que dispararon con pistolas contra el coche. Un hombre murió –tenía treinta balazos en el cuerpo– y un familiar, empapado de la sangre de sus amigos, fue el único que salió ileso.

No resulta sorprendente que las autoridades de ocupación se nieguen a mantener estadísticas sobre el número de iraquíes que han muerto desde la “liberación� –o durante la invasión, en realidad– y prefieran hablar sobre la “entrega de la soberanía� de un grupo de iraquíes nombrado por los norteamericanos a otro, y de la Constitución, que sólo es temporal, y bien podría irse al garete antes de que se celebren las elecciones de verdad –si es que llegan a celebrarse– el año que viene.

Si pudiéramos haber previsto todo esto –haber sido pacientes y esperar a que los inspectores de armas de la ONU hubiesen acabado su trabajo en lugar de ir a la guerra y pedir paciencia luego, cuando nuestros propios inspectores no pudieron encontrar esas, oh, tan terribles armas–, ¿habríamos ido a la guerra tan alegremente hace un año? Porque esa guerra aún no ha finalizado. No ha habido un “fin de las principales operaciones de combate�, sólo una invasión y una ocupación que se fundieron a la perfección y se transformaron en una guerra larga y feroz por la liberación de los “liberadores�.

Del mismo modo que los británicos invadieron Iraq en 1917, proclamando su determinación de liberar a los iraquíes de sus tiranos –el general Maude utilizó esas palabras exactas–, nosotros hemos repetido exactamente la misma historia. Los británicos que murieron en la posterior guerra de resistencia iraquí yacen ahora en el cementerio de la puerta norte, en los límites de Bagdad, un símbolo duradero de la locura de nuestra ocupación, aunque olvidado desde hace mucho tiempo.

Comentaris d'aquest reenviament

Re: Iraq, una guerra sin fin (y 3)
La guerra se acabará cuando extraer un barril de petróleo del subsuelo de Iraq cueste la energía que contiene un barril de petróleo. Entonces el negocio será finito y lo que quede en el país si es que queda algo, será para sus habitantes si es que queda alguno con vida.
Negocio de 120.000 millones de barriles que serán disputados por todos, los bandidos, sus legítimos propietarios y todos los demás competidores.
Esta guerra no tendrá fin porque la civilización que la inicio, no existirá cuando se acabe.
www.crisisenergetica.org

 

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