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justificacion del bien
JUSTIFICACIÓN DEL BIEN
LA RAZÓN. LUNES 15 DE MARZO DE 2004
ANTONIO GARCÃ?A TREVIJANO

España todavía conserva energías de generosidad social que otros pueblos de su misma civilización material casi agotaron con el absorbente egotismo del bienestar individual, salvo en las grandes catástrofes naturales. La reacción extensiva del bien derrochado por la totalidad, más impresionante que la acción infrahumana terrorista, ha diluido en la pleamar de la sociedad la intensidad del mal absoluto sufrido por algunos.
Pero la necesidad de una justificación racional del bien no la suscita la amplitud del movimiento compasivo que, al fin y al cabo, tiene explicación natural. Lo inédito en el mundo industrializado está en que la compasión general haya respondido a una pregunta sobre la teodicea del mal, que no tiene justificación en el mejor de los mundos posibles. Las respuestas optimistas o pesimistas de los tiempos ilustrados no pueden satisfacer a las masas huérfanas de Dios que se encuentran instaladas en el bienestar social como en una finca heredada.
Desde el holocausto, aquella pregunta clásica dejó de tener sentido. Y ningún pensador ha osado invertir la cuestión para hallar la respuesta. ¿Cómo justificar el bien cuando la tecnología ha dado al poder sin control una capacidad ilimitada de procurar el mal? ¿Por qué la voluntad de poder insatisfecha no nos causa todo el sufrimiento de que sería capaz? Cuenta Maquiavelo que el condotiero Colleoni dijo a la corte veneciana que aún le adulaba en su lecho de muerte: «No volváis a dar el poder a un general, siempre os he tenido a mi merced, y si os causé males eso no fue nada en comparación con el daño que pude haberos hecho».
Al servicio de la ambición de poder nacionalista, la tecnología del terror hace precaria la duración del bienestar por la grandiosidad de la memoria del mal. Conmovidos por la tragedia aparentemente gratuita de Atocha, millones de españoles enarbolaron pancartas preguntando por qué. La cantidad de dolor no legitima la pregunta. La inocencia de las víctimas tampoco. Las guerras causan males mayores en la población civil y, sin embargo, no levantan respuestas a preguntas que nadie formula. Masas de españoles han preguntado por qué y para qué el terrorismo necesita cosechar periódicas matanzas de inocentes. Ignoran que el terrorismo permanente no busca complacencias en la carnicería de almas, ni un lenitivo a su desesperación nacional, sino el sabor de una victoria política en la guerra nacionalista que no puede iniciar ni acabar porque la sabe perdida. Ignoraban que en su porqué colectivo estaba la respuesta.
El mito responde a preguntas sobre hechos de existencia nacional, y no sobre hechos de experiencia nacionalista. Los españoles han hecho mítica la pregunta acerca de la posibilidad histórica del bien con la racionalidad existencial de una respuesta nacional antinacionalista. Así comenzó la civilización helenista de lo bárbaro. El pensamiento filosófico nació para adecuar la pregunta a la respuesta, y no a la inversa. Madrid ha cohonestado la pregunta ontológica sobre la condición sustantiva del bien, con la respuesta metafísica de la necesidad del mal tras el anuncio de Zaratustra de la muerte de Dios en las puertas de la modernidad. El superhombre tecnológico aumentó la potencia de la voluntad de poder sin disminuir la cruel tribalidad de la ambición nacionalista.
Lo sucedido en España es un acontecimiento histórico ejemplar. No la enormidad de la muchedumbre pacífica. Eso puede deslumbrar al periodista y a la clase política. Tampoco la circunstancial sintonía de las autoridades de oficio con los elevados sentimientos de la plebe. Eso puede engañar a los ilusos burócratas del poder. Lo original y genuino está en el hecho de que la sencilla pregunta popular, ¿por qué?, no precede ni antecede, sino que va entrañada en la formidable respuesta antinacionalista. La pregunta ha sido contestada. Es la primera acción política digna que los españoles acometen en masa desde el fin de la guerra civil.


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