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VIOLENCIA Y TERROR
VIOLENCIA Y TERROR
LA RAZÓN. JUEVES 10 DE MAYO DE 2001
ANTONIO GARCÃ?A-TREVIJANO

La proximidad de elecciones en el País Vasco y el atentado mortal de Eta en Zaragoza suspenden mis reflexiones sobre la Transición y me incitan a pensar en la índole despiadada de los sentimientos involucrados en el nacionalismo irredento. No me refiero a los obreros de lo atroz. Ellos están en el tajo de la obra ideológica diseñada para otros paisajes históricos. Hablo de los que idean para los pueblos autodeterminaciones que las personas no tienen. Derechos abstractos que, para gobernar la vida propia, fundan el de eliminar la convivencia concreta con la ajena. Sólo Dios, y es bien dudoso, se autodetermina. También Robinson Crusoe antes de que a su isla llegara Viernes. Lo que aterra no está en las armas de muerte, pero sí en las ideas de locura, que, en nombre de la libertad de imaginar, las cargan y ponen dedos de ciego en sus gatillos. El autogobierno de los pueblos sólo es un sueño de la imaginación. Una ilusión ilusa. Alejada de la forma democrática de gobernarse una comunidad. Lo opuesto de raíz a la libertad colectiva.
Los sueños de la imaginación estéril celebran ejecuciones ejemplares de las vidas ajenas como victorias anticipadas de la propia. Permiten vivir en estado de guerra de un solo frente. La paz sería en ellos signo de derrota de las armas en la mano, de vergonzosa claudicación de las almas nacionalistas en el corazón de terruño. Sueños de sentimientos anhelantes de un Estado que no sea producto de la historia. Sueños de voluntades envidiosas del Estado. Sueños que, a fuerza de discriminar lo otro para poder sentirse superiores, inducen a matarlo.
El asesinato individual y selecto de cualquier persona con uniforme o cargo público, con pluma de prensa, voz de radio o puñetas de estrados en el Estado tradicional, se convierte en una fatalidad que la liberación de un territorio, sin tropas de ocupación, convoca. La consecuente carnicería es cosa de alevines. Las matanzas colectivas toman, en los sueños separatistas, el aspecto azaroso de las catástrofes naturales.
Aunque tienen un aire familiar con todos los nacionalismos, los movimientos separatistas, siendo siempre violentos, no son necesariamente fuentes de terror sistemático.
Puede parecer muy chocante decirlo ahora pero, dígase lo que se diga, terrorismo y violencia no son lo mismo. ¿Qué eufemia llamar violentos a los productores de terror en ámbitos alejados de su mundo exclusivo! Precisamente, el terrorismo consiste y por eso es tan fácil de provocar, en separar y alejar la violencia del terror que produce emplearla en ambientes pacíficos.
En el País Vasco hay violencia. Pero el terror se expande a toda España. Un ejemplo ilustrará con más brevedad lo que trato de decir mediante conceptos.
Mujeres y niños pueden vivir aterrorizados mucho tiempo, y sin rebelarse, bajo la violencia doméstica de machos desalmados. Incluso ser torturados y asesinados. Pero eso no es terrorismo. El horror no sale ahí de las estrechas paredes donde se esconde. Busca la protección del secreto y la inmunidad de la fuerza bruta con los débiles.
El terrorismo político, en cambio, procura el exotismo de sus hazañas. Más que el terror, extiende el horror en quienes no viven la violencia íntima del drama nacionalista, ni la comprenden. El atentado sería inútil para el terrorista sin el eco de la publicidad.
La libertad de información, junto a la demagogia del espanto, dan al terror la cobertura y la dimensión que necesita el terrorista. Que no está impulsado por el sadismo, pues no busca la crueldad por el placer que le procura. Incluso, sin desdecirse, puede lamentarla.
Pero padece el exhibicionismo de la impudicia moral, de la heroicidad de matones enmascarados con capuchas de autodeterminación que el nacionalismo respetable le cose a su medida. Y nadie destruye con argumento democrático esa idea ilusa que produce nacionalismos autodeterminadores.

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