Traducción en castellano: Emilio Sadier. Buenos Aires, Argentina. Junio 2004.
La risotada del simio
¿Cómo es posible pensar en parar la guerra sólo con las manos? La opinión pú blica nowar que llena las plazas de todo el mundo y las democracias cosméticas del estado de derecho demuestran hacer bien poco contra el desencadenamiento militar de los EE.UU. Contra los instintos de una superpotencia no hay razó n que aguante, la fuerza homicida se puede parar sólo contraponiéndole otra fuerza. Todos los dÃas asistimos a la demostración de la dura ley darwiniana: la historia está hecha por una confrontació n despiadada de fuerzas y el resto es sólo libertad de expresión ejercitada en las salas de estar. De estas fuerzas incluso los pacifistas son cómplices: el instinto animal pertenece a todos. Demos tramos continuamente este axioma cuando manifestamos precisamente en nosotros aquella bestialidad que condenamos en los ejércitos. Eliminada la autocensura tÃpica de las almas bellas de la izquierda radical (y no sólo de la mayorà a conformista), deberÃamos admitir públicamente que la vista de las imágenes pornográficas de las torturas de Abu Ghraib no nos escandaliza, sino al contrario nos excita, exactamente como nos excita aú n el voyeurismo obsesivo de las escenas apocalÃpticas del NY911. Detrás de estas imágenes hemos percibido, una vez más, la manifestación de instintos reprimidos, de placeres que reemergen despué s de haber estado narcotizados por el tranquilo vivir de la “sociedad civilâ€?, por las miles de formas de sublimación consumista, por la hipertrofia de las tecnologÃas, de las mercancÃas, de las imá genes. Hemos mostrado los dientes como los simios, cuando desenmascaran la risotada agresiva que asemeja inquietantemente a la risa humana. Algunos pensadores como Baudrillard y Zizek se han arriesgado aún más allá del reconocimiento del fondo oscuro de la naturaleza humana. Si NY911 ha sido un escándalo para la conciencia occidental, Baudrillard adelanta una tesis aún más escandalosa: hemos sido nosotros los occidentales quienes deseamos NY911, como pu lsión de muerte de una potencia que junta sus lÃmites y no sabe y no puede desear otra cosa que la autodestrucción y la guerra. La indignación es hipocresÃa, es siempre un animal que habla detrás de la pantalla de video.
Los tableros de la guerra de video
Antes de sacar al simio de la televisión, es mejor meter al fuego los tableros sobre los cuales se juega la partida mediática. Cuanto más la realidad (occidental y no) se llena de mass, personal, networked, media, más las guerras se vuelven obviamente guerras de imágenes, aú n si se combaten en el desierto. La primera guerra global comienza con la guerra mundial del acontecimiento catastrófico aéreo de NY911 y continúa con episodios de videoguerrilla: cada dÃa desde el frente iraquà llegan los videos grabados por los invasores, por la resistencia o por la población, que son impugnados por las televisiones occidentales y árabes como armas de propaganda o amenaza, pruebas de inocencia o de culpabilidad. En esta media war cada acción es antes pensada imaginando sus consecuencias mediáticas: los terroristas han aprendido cada regla del conflicto espectacular, mientras la propaganda imperial, aunque má s experimentada, no se hace problemas en jugar de modo desvergonzado con falsas construcciones ad hoc (como el dossier sobre armas de destrucción de masa, etc.). No es más la burocrá tica guerra de propaganda del pasado. La difusión de nuevas tecnologÃas y nuevos medios ha transformado el escenario de la guerra mediática en guerrilla mediática, abriendo un frente de c onflicto molecular, una trinchera de resistencia desde abajo. Las videocámaras aficionadas entre la población civil, los weblog de los periodistas independientes, asà como los videoteléfonos usados por los militares norteamericanos en la prisi ón de Abu Ghraib, representan algunas variables incontrolables que podrÃan sabotear cualquier aparato de propaganda tradicional. El imaginario video construido por la TV se entrelaza hoy con la infraestructura aná rquica y autoorganizada de los medios digitales y de la red, que se vuelven formidables medios de distribución y transmisión (para esto basta ver la capilar difusión en red del video de la decapitació n de Nick Berg). La propaganda aprende hoy a manipular un imaginario conectivo más que colectivo, y la intelligence prepara los simulacros de lo verdadero usando los estilos y las tecnologà as de la comunicación en red.
Videoclash
Junto al conflicto tecnológico entre formas verticales y horizontales de comunicación, sobre el mediascape internacional se confrontan culturas de imágenes seculares. Los EE.UU. encarnan el estadio último de la videocracia , una oligarquÃa tecnocrática que se funda sobre la hipertrofia de la publicidad y del Espectáculo, sobre la colonización del imaginario mundial a través de Hollywood y CNN. También las ideologà as del siglo XX, como el nazismo y estalinismo, estaban Ãntimamente ligadas al fetichismo de la imagen-idea (y todo el pensamiento occidental es discÃpulo del idealismo platónico). La cultura árabe al contrario es por tradición ico noclasta: está prohibido representar las imágenes de Dios y del Profeta, y en general de todas las criaturas vivientes. Sólo Allah es Al Mussawir, aquel que da origen a la forma, y se comete pecado al imitar su acto de creación (incluso si en el Corán este precepto no aparece jamás). El Islam es una religión que a diferencia del Cristianismo no tiene una iconografà a sacra en torno a la cual girar. En las mezquitas la Kibla es un nicho vacÃo. Su potencia quizás deriva precisamente del rechazo no de la imagen sino de su centralidad, desarrollando asà un culto prá ctico, anti-espectacular, horizontal. En el dÃa del juicio, se dice que serán los pintores los que sufran más. Incluso si la modernización avanza a través del cine y la televisión (que paradójicamente no tienen en seguida el mismo tratamiento de la pintura), el fondo iconoclasta permanece activo y se desencadena contra los sÃmbolos del occidente, como ha ocurrido con el World Trade Center. Para golpear a occidente en su idolatrà a el terrorismo seudo-islámico se vuelve videoclastia, prepara atentados para la televisión y usa há bilmente los canales satelitales como caja de resonancia de sus video reivindicaciones. Al-Jazeera transmite en continuado imágenes de civiles iraquà es asesinados, mientras los medios occidentales remueven estos cuerpos a favor del show del aparato militar o de las imágenes institucionales. Un imaginario asimétrico se está desarrollando entre occidente y oriente, un desequilibrio de odio que pronto desencadenará nuevamente nefastos contragolpes. En este encuentro entre videó cratas y videoclastas, como tercer actor el movimiento global intenta hacerse paso y desarrollar una videopoiesis autónoma. La sÃntesis de un imaginario alternativo no sucede sólo a través de la autoorganizació n de medios independientes, sino reconquistando la dimensión del mito y del cuerpo. La videopoiesis quisiera hablar al mismo tiempo a la panza y al cerebro de los simios.
El videocerebro global
No es la noticia de las torturas de la prisión de Abu Ghraib o de la decapitación de Nick Berg lo que ha despertado a los medios y a las conciencias, sino la fuerza fÃsica de las imágenes live diffuse en todo el mundo. El medium que ha educado a las masas a una reacción pavloviana a la imagen es obviamente la televisión, que ha producido además la globalización de la mente colectiva (con la cual indicamos algo má s complejo que la simple opinión pública). Los sentimientos de las masas han siempre sido viscerales y humorales: aquello que la proliferación mediática ha permitido es una videomutación, un devenir-imagen de la mente colectiva, la traducci ón en una única narración visiva, que llamamos imaginario colectivo. El videocerebro global funciona por imágenes, asà como por otra parte piensa por imágenes nuestro cerebro individual. No es un artificio te órico, se trata de reconocer una natural extensión de nuestras facultades. En la aceleración electrónica y económica, y en la aceleración de los acontecimientos histó ricos, la mente colectiva no tiene el tiempo de comunicar y elaborar mensajes verbales, y reacciona sólo a estÃmulos visivos. La imagen-video deviene asà la forma y el lugar de la lucha polÃtica. El imaginario colectivo nace cuando una infraestructura mediática transmite y repite una misma imagen millones de veces, produciendo un lugar común, una alucinación consensual en torno a un mismo objeto (que luego es declinado y comunicado a travé s de otros vectores, del chisme al cine). En el caso del medium televisivo esta transmisión serial de millones de imágenes es mucho má s letal, porque ocurre en el mismo instante. Otra cosa es por el contrario el imaginario de red, que funciona de modo interactivo y no instantáneo, para lo cual hablamos de imaginario conectivo. El imaginario es por consiguiente la transmisión colectiva serial de una misma imagen a través de medios diversos. Parafraseando a Goebbels, es como una mentira repetida millones de veces que deviene discurso público, conversación cotidiana, verd ad. El imaginario colectivo es en definitiva este lugar donde se cruzan medios y deseo, donde una misma imagen repetida un millón de veces modifica contemporá neamente millones de cuerpos, inscribe el placer, la esperanza, el miedo. Comunicación y deseo, mediasfera y psicosfera, son los dos ejes que describen la guerra para las masas globales, son el modo a travé s del cual la guerra golpea nuestros cuerpos lejanos del conflicto, el modo en el cual la imagen se inscribe en la carne.
Narraciones de especie
¿Por qué la realidad “existeâ€? sólo en tanto encuadrada en un potente network televisivo? ¿Por qué una noticia logra modificar el curso de los acontecimientos sólo cuando “pinchaâ€? las news seriales? A la constitución del imaginario colectivo no colabora sólo la videomutación de las tecnologÃas de masa, la infraestructura fÃsica del medium, sino tambié n los instintos naturales de la especie humana. En cuanto animal polÃtico, animal social, el hombre tiende a construir narraciones colectivas, que siguiendo la metáfora zoófila podrÃamos llamar narraciones de especie. En este sentido la televisión es un medium “naturalâ€?, porque responde a la necesidad de construir una narración colectiva única para millones de personas, una narración de especie, para naciones ent eras, como hace un tiempo hacÃan y hacen aún otros géneros, como la épica, el mito, la Biblia, el Corán. La televisió n representa antes que nada un sentimiento ancestral de especie, el meta-organismo al cual todos nosotros pertenecemos, la muda [MUTA] de nuestros semejantes. Cada área geopolà tica tiene su video atractor principal (CNN, RAI1, BBC, etc.), un macro-atractor respecto al cual se declinan todos los otros medios. Junto a estos, existen meta-atractores con el rol de conciencia crÃtica respecto a los macro-atractores, funció n frecuentemente desarrollada por la prensa escrita y la web (Repubblica en Italia, el Guardian en Inglaterra). El modelo es seguramente más complicado, podrà amos continuar hasta indicar en los blog los micro-atractores de grupo, los más pequeños atractores en escala, pero aquà es útil sólo decir que la audiencia del atractor primero y su poder de penetració n son asegurados por el instinto natural de especie. Es curioso definir los medios masivos de esta manera, porque no son más push media, medios que comunican de modo unidireccional (uno-a-muchos), sino que son pull media, medios que atraen, que agregan, medios hacia los cuales antes que nada somos nosotros los que invierten deseo (muchos-a-uno). Parafraseando la reflexión de Reich sobre el fascismo, podrà amos decir que no son las masas las plagiadas por los medios, sino que es la perversión del deseo gregario el que desea y sostiene el sistema mediático.
AnarquÃa digital. Un videoteléfono contra el imperio
La media war tradicional engloba la red y el imaginario interconectado, entre televisión internet telefonÃa videocámaras, deviene campo de batalla: los personal media como las videocá maras digitales permiten llevar la crueldad de la guerra directamente al salón de la casa, por primera vez en la historia con la velocidad de una bajada de internet y por afuera de cualquier control gubernamental. Este imaginario “en redâ€? no se puede parar, como no se puede parar la evolución tecnológica. La transparencia absoluta es un destino al cual nadie puede sustraerse. La era de los videotelé fonos compromete seriamente la privacidad; pero, en un sentido inverso, compromete cualquier tipo de secreto, inclusive el secreto de estado. Es grotesco el descargo de Rumsfeld frente al US Senate Commitee on Armed Services a propósito del escándalo de Abu Ghraib: “ We're functioning... with peacetime constraints, with legal requirements, in a wartime situation, in the Information Age, where people are running around with digital cameras and taking these unbelievable photographs and then passing them off, against the law, to the media, to our surprise, when they had - they had not even arrived in the Pentagonâ€?. Pocos dÃas después Rumsfeld prohà be a los militares norteamericanos en Iraq el uso de cualquier cámara de fotos o videoteléfonos. Rumsfeld por otro lado ha sido vÃctima también de la difusió n en internet del famoso video, grabado en 1983, en el cual estrecha cordialmente la mano a Saddam Hussein. Los nuevos medios digitales parecen fundar una anarquÃa digital impredecible, donde un videotelé fono combate al imperio. Las imágenes de las torturas son la némesis intestina de una civilización de las máquinas que escapa al control de sus creadores, de sus demiurgos. Existe una némesis de la má quina pero también una némesis de la imagen: el imperio del Espectáculo, como dice Baudrillard, ha sido puesto de rodillas por la hipertrofia del Espectáculo mismo, por su misma avidez de imágenes, de una pornografÃa autó faga. La matriz digital infinitamente replicable ha permitido el derrumbe de la cultura del copyright a través del network P2P pero también la explosión del spam digital y del rumor blanco en los contenidos web. Los videotelé fonos han creado una megamáquina fotográfica en red, un panóptico superligero, un Big Brother horizontal. Y en esta red ha quedado atrapada la Casa Blanca. La repetición digital no nos deja má s el juego de espejos del pensamiento débil postmoderno –la imagen como simulacro autorreferencial– sino un universo interconectado donde la videopoiesis puede conectar puntos lejanÃsimos y detonar cortocircuitos fatales.
War porn
En realidad lo que ha aflorado a la superficie de los medios con el escándalo de Abu Ghraib no es un cortocircuito casual, sino la implosión de un vórtice fatal de guerra medios tecnologÃa cuerpo deseo. Filó sofos, periodistas, comentadores de toda extracción se han agolpado para encuadrar el nuevo punto nodal desde diversas perspectivas. La novedad es la siguiente: las fotos de Abu Ghraib y el video de Nick Berg (sean verdaderos o falsos) han acuñ ado un nuevo género narrativo del imaginario colectivo. Han proyectado por primera vez una snuff movie sobre la pantalla del imaginario global y han legitimado aquellas subculturas de red que eran nutridas por estas imágenes: rotten.com ha conseguido llegar a las masas. Lo que está ocurriendo en los diarios y en los weblog de todo el mundo no es tanto la elaboració n de un trauma como las repercusiones polÃticas, culturales, estéticas de un nuevo género de Imagen al cual todos deberemos en el futuro tener en cuenta, que nos obliga a poner al dÃa nu estro sistema inmunitario y nuestras estrategias de comunicación. Como ha apuntado Seymour Hersh, Rumsfeld ha dado a todo el mundo una buena excusa para ignorar de ahora en más la Convención de Ginebra, además de haber tambié n disminuido la barra del lÃmite de civilización en relación a lo visible, obligándonos a convivir con el horror. El periodismo norteamericano ha llamado war porn a la fascinació n tanto de los diarios populares como de los talk-show gubernamentales por el brillo de las armas, los tanques armados hi-tech, las incursiones aé reas y la epopeya patriotera de los soldados en el frente, una panoplia que alguno considera un sustituto aséptico de la verdadera y propia pornografÃa. Adbusters ha definido como war porn puro la tapa del Time cuando ha escogido al Soldado Americano como Person of the year: sobre la portada tres soldados posan fieros abrazados a sus armas. El war porn indica, al pie de la letra, también un subgénero pornotrash hasta ahora poco conocido que simula escenas de sexo violento entre soldados o estupro de civiles (videos seudo-amorosos rodados en la Europa del este que a veces son vendidos por reales). El war porn llega legitimado como subcultura de red y pone su interés fetichista en imágenes de guerra snuff transformadas en armas polÃticas, voyeurismo y pesadillas de masas. ¿Es casual el aflorar del war porn precisamente ahora de las aguas cenagosas del pantano Iraq?
El rechazo cuerpo-digital
El acercamiento metafórico entre guerra y sexo hecho por el periodismo anglo-norteamericano es Ãndice de algo más profundo que no se ha jamás explicitado, de aquella libido alienada del bienestar que espera la guerra para desencadenarse seg ún instintos ancestrales. La guerra es tan vieja como el hombre, la agresividad instintiva se encarna históricamente en formas colectivas e institucionales, pero la guerra de hoy es separada por numerosos estratos de tecnologà a de su sustrato animal. Han servido las fotos de Abu Ghraib para hacer aflorar el fondo obsceno de energÃa animal oculto detrás del make-up democrático. ¿Esta reaparición histó rica de lo reprimido ha ocurrido casualmente sólo hoy gracias a la difusión masiva de cámaras digitales y videoteléfonos o existe un vÃnculo entre cuerpo y tecnologÃa que antes o después es fatal? Asà como los medios masivos se llenan de noticias trágicas y morbosidad, el encuadre de los medios digitales parece huérfano desde el inicio de algo, de aquella pasión del real (Alain Badiou) que exiliada sobre la pantalla antes o después explota de modo incontrolado. Los nuevos personal media se conectan de forma directa a la psicopatologÃa cotidiano, podrÃamos decir que crean un nuevo format , un nuevo género de comunicación pero sobre todo una relación con el cuerpo que la televisión, por ejemplo, no tenÃa. El war porn parece ser el rechazo de la tecnologà a de parte de las fuerzas inconscientes que van a expresarse a través de los mismos medios que las remueve: un rechazo que puede indicar una adaptación en curso entre cuerpo y digital. La proliferación de las prótesis digitales no es asà racional, aséptica, incorpórea como parece. ParecÃa que los medios electrónicos habÃan introducido una racionalidad tecnológica, el enfriamiento y la alienación de las relaciones humanas; aparece cada vez má s claro que antes o después reafloran en la superficie las sombras de lo digital. En un cierto punto, la tecnologÃa desencadena fÃsicamente su contrario. Internet es el ejemplo más evidente: la incorpórea tecnolog Ãa de red esconde bajo su apariencia un tráfico de contenidos porno que ocupa la mitad de su ancho de banda. Del mismo modo, la proliferación orwelliana de videocámaras no produce un imaginario transparente, un imaginario apolà neo, sino que se llena de violencia sangre sexo. El próximo Big Brother de la Endemol será un Big Brother snuff como el film Battle Royal, en el cual los estudian tes de una clase son segregados por Takeshi Kitano en una isla y obligados a asesinarse el uno al otro hasta dejar un solo sobreviviente. Hemos pensado siempre a los medios como prótesis de la racionalidad humana, la tecnologÃa como prosecusió n del logos por otros medios. En realidad, los nuevos medios portan consigo su lado oscuro, que con la decadencia de occidente aflora con fuerza. Este cuerpo siamés compuesto de libido y medios, de deseo e imá genes, lo reencontramos en el war porn, en las imágenes de Abu Ghraib. Dos movimientos paralelos que son el mismo movimiento: la guerra reintroduce la libido alienada del bienestar occidental, los personal media se llenan de la libido desesperada, por ellos mismos alienada. El inconsciente no sabe mentir, los esqueletos en el armario antes o después tocan a la puerta.
Reset del imaginario
La guerra es la consecuencia de la incapacidad de soñar, del agotamiento de la energÃa libidinal en una hemorragia de prótesis, mercancÃas, imágenes. La violencia de la guerra tiene la función de hacernos volver a creer en las imá genes de la vida, en las imágenes del cuerpo asà como en las imágenes de la publicidad. La guerra es un reset del imaginario, vuelve a llevar a la excitación publicitari a al grado cero de donde puede partir nuevamente hacia caminos fáciles y ya frecuentados, salva a la publicidad de la anulación final del orgasmo, del nirvana donde los consumos, los valores son inflacionados e indistintos. La guerra devuelve la new economy a la old economy, a las mercancÃas tradicionales y sólidas, hecha afuera a las mercancÃas inmateriales que arriesgan disolver la economÃa en un gran potlach, en la antieconomà a del don representada por internet. La guerra tiene también el efecto “benéficoâ€? de restituirnos al pensamiento “fuerteâ€?, a la responsabilidad polÃtica de nuestro pensamiento, contra las fugas interpretativas del pensamiento dé bil, de la semiótica, de la postmodernidad (la postmodernidad es la imagen occidental que busca una coartada para su impotencia). Las imágenes pornográficas de la guerra, hemos dicho, son el reflujo del instinto animal que nuestro aparato econ ómico y social ha reprimido. Pero no queremos hacer psicoanálisis, no queremos encontrar una justificación reactiva a nuevas costumbres y modas, queremos un análisis “fÃsicoâ€? de la energÃa libidinal. A travé s de la guerra, asistimos al regreso de imágenes con una fuerza autónoma y autopoiética. Existen diversos tipos de imagen: las imágenes war porn no son representación, h ablan directamente a nuestro cuerpo, son una fuerza afirmativa, cruel, lúcida, como el teatro de Artaud, son imágenes remagnetizantes que no dejan incrédulos, son “Ãconos neuróticos sobre autopistas espinalesâ€? como podrà a definirlas Ballard. La imagen radical nos restituye el cuerpo, la imagen radical es cuerpo, no simulacro. Su efecto es antes que todo fÃsico y luego cognitivo. La imagen-movimiento y la materia-flujo son rigurosamente la misma cosa (Deleuze). Vuelve a emerger la tradición maldita de la imagen, la potencia sÃquica y contagiosa de la escena reivindicada por Artaud, una imagen maquà nica que junta lo material y lo inmaterial, el cuerpo y el sueño. Fiction is a branch of neurology (Ballard). El war porn libera como una bomba libidinal las energÃas animales de la sociedad occidental, energÃas más o menos reprimidas, energÃas que podrÃan reinvertirse en actitudes fascistoides o bien liberadoras, que podrà an detonar un efecto de identificación y apologÃa a la Ku Klux Klan o bien mitopoiesis de revuelta. Las imágenes radicales son imágenes que logran aún ser polÃticas, que a través de una simple difusió n masiva logran tener un impacto a la vez polÃtico estético carnal.
Videopoiesis. La imagen-cuerpo
¿Cómo se puede hacer un uso inteligente de la televisión? La primera reacción inteligente es apagarla. Grupos de activistas como Adbusters.org o Esterni.org organizan desde hace años jornadas de huelga de la televisión. ¿ Puede la civilización occidental pensar sin televisión? No. Incluso si dejamos de mirar la televisión para un black-out mundial por fall-out radioactivo, el imaginario, las esperanzas y los miedos continuarÃan razonando en un modo “televisivoâ€?. No es habituación, el video ha devenido el lenguaje colectivo primario. Hace un tiempo eran la religión, la mitologÃa, las sagas épicas y las novelas, hoy es el video el lenguaje de nuestro imaginario: podrÃamos suprimir el rito (dejar la TV), pero no el mito. La TV se puede apagar, el video-imaginario no. Es sobre esta constatació n que se funda la idea de una videopoiesis autónoma, de una práctica que no produzca genéricamente otra información alternativa sino dispositivos mÃticos para el imaginario colectivo. Buscando utópicamente la imagen perfecta, la imagen que por sà sola logre parar la guerra, hacer caer al imperio, poner en acción la revolución, el movimiento global ha teorizado y practicado el videoactivismo (desde Indymedia hasta la Telestreet) y la mitopoiesis (de Luther Blissett a Wu Ming ), pero aún no ha probado fundir las dos estrategias, producir una videopoiesis con impacto mÃtico, Ãconos que sepan robar la escena del mediascape a Bin Laden y Bus, format seductores e inquietantes como los fragmentos de video difundidos por red en Pattern recognition de William Gibson. Videopoiesis no tiene el significado banal de la proliferación de videocámaras en manos de los videoactivistas, sino la creació n de narraciones de video que tengan la fuerza del cuerpo y la del mito, significa un trabajo sobre los géneros y sobre los formatos antes que sobre el contenido informativo. El desafÃo es la imagen-cuerpo . En la videopoiesis sale esta vez lo reprimido del movimiento, la cuestión del cuerpo y del deseo que ha sido sepultada bajo un imaginario para-católico y tercermundista. Mientras el imaginario occidental se repuebla de cuerpos de hé roes hechos rodajas, el movimiento se encuentra una vez más cohibido en afrontar su fondo reprimido. El war porn desafÃa al movimiento no a igualar el horror sino a producir imá genes que despierten al cuerpo amodorrado. La televisión ha producido históricamente macro-cuerpos, cuerpos mÃticos, cuerpos agigantados del poder de los medios, embarazosos como hace un tiempo los cuerpos de los dioses. El ré gimen televisivo crea monstruos, cuerpos hipertróficos como el del presidente de los EE.UU., de Al-Quaida o de las estrellas del cine y de la música, mientras la red y los personal media buscan desmembrarlas, hacer una carnicerà a, producir otros cuerpos ensamblando los restos. La videopoiesis se encuentra con tener que eliminar antes que todo la autocensura inconsciente que viene siendo practicada en los sectores más iluminados y radical-chic, la autocensura que fiel a un imaginario cripto-católico censura la risotada de los simios. Eliminada la autocensura, la videopoiesis puede comenzar su bricolaje con el cuerpo desmembrado.
Warpunk. ¡I like to watch!
Ver imágenes crudas hace bien. Mirar a la cara las propias sombras es aquello de lo que occidente tiene necesidad, aquello que hoy puede hacer lo que no hacen las armas polÃticas de la mayorÃa y del poder económico. En Atrocity Exhibition de Ballard los noticieros de la guerra y las escenas de violencia mejoran la actividad sexual de los adultos y la salud de los pequeños sicóticos. Los señores de la guerra está n ocupando el imaginario colectivo con una demostración de fuerza. ¿Por qué dejarlos hacer pacÃficamente? Si en el mundo real somos siempre vÃctimas del chantaje de la no-violencia, en el reino del imaginario podrà amos cultivar finalmente nuestros más vivos deseos. Si el imaginario norteamericano está sumiéndose gradualmente en una deriva nazi, frente a la apologÃa de la violencia, la respuesta no puede ser más que la apologà a de la resistencia, la apologÃa de la acción: ¡Warpunk! El warpunk no es una subcultura delirante que abraza las armas como gesto esté tico sino el uso de imaginarios radicales como armas de legÃtima defensa. Warpunk es usar el war porn de manera trá gica, superar la autocensura de occidente y sobre todo la del movimiento. Parafraseando un refrán japonés, el warpunk arranca a la guerra y al imperio el arte de embellecer la muerte. De los señ ores de la guerra norteamericana se teme sobre todo su hybris, el modo en el cual enfrentan cada obstáculo pisoteando las reglas escritas y no escritas de occidente. No parecen tener intención de parar. Qué sentido tiene contraponer un imaginario victimista a esta amenaza, las manos pintadas de blanco alzadas al cielo, los amontonamientos al estilo Abu Ghraib en cada plaza del mundo? El victimismo es un malvado consejero, es el av al definitivo del nazismo, el balido de la oveja que vuelve al lobo todavÃa más indiferente. El movimiento global es un buen ejemplo de pensamiento débil y cultura reactiva. Quizá s porque, al contrario de las fuerzas del Mal y de las de lo Peor, de guerreros y terroristas, el movimiento no ha jamás desarrollado un pensamiento de la muerte, un pensamiento de lo trágico. Lo trá gico es la mirada que sabe danzar sobre cualquier imagen del abismo. En el video I like to watch de la Church of Euthanasia de Chris Korda (descargable en www.churchofeuthanasia.org) escenas de sexo oral y masturbació n se mezclan con partidos de football y baseball y se superponen a las archiconocidas burlas del atentado a las Twin Towers. La simbologÃa fálica más maximalista es llevada al paroxismo: el Pentágono es golpeado por una eyaculació n, erecciones múltiples se delinean en el perfil de las Twin Towers que devienen objeto de una fellatio arquitectónica. El video es la proyección de los instintos más bajos de la sociedad norteamericana, del fondo común que une las imá genes espectaculares de la guerra, de la pornografÃa, del deporte, una orgÃa hiperbólica de animalidad que muestra a occidente de modo cristalino su fondo real. El warpunk es una flota de B52 que suelta bombas libidinale s e imágenes radicales en el corazón del imaginario occidental.
Matteo Pasquinelli
matATrekombinant.org
Bologna, mayo 2004
Web + PDF file: www.rekombinant.org/article.php?sid=2368
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