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Notícies :: globalització neoliberal : ecologia : guerra
El agua, la economía y...la vida
19 mai 2004
Hedelberto López Blanch
Rebelión

El agua, un recurso más antiguo que la vida humana y completamente necesario para la subsistencia y el desarrollo económico, aparece en este siglo XXI como otro motivo de posibles guerras si no se toman las medidas necesarias por parte de los organismos internacionales y de los gobiernos.

Según estudios realizados, en el año 2025 la demanda de agua en el mundo será un 58 % superior al suministro, y en algunas zonas del planeta será mayor, lo que concitará (y ya lo hace) pugnas y desavenencias entre diferentes naciones o dentro de los propios países.
Aunque el 70 % del planeta Tierra esta cubierto por agua, solo el 2,4 % es potable y el 97,6 % salada.

De ese 2,4 %, el 68 % se destina a la irrigación, el 22 % a las industrias y empresas productivas y el 10 % al consumo humano.

Ahora bien, solo el 0,7 % de ese posible 10 % es alcanzable de forma inmediata y puesto a disposición de los consumidores pues el resto se halla en los casquetes polares, en acuíferos profundos o en intrincadas selvas.

La situación no sería acuciante si se llegaran a acuerdos racionales y no se desperdiciara el preciado líquido pues a pesar de que los porcentajes son preocupantes, la realidad es que la renovación de las aguas por las lluvias y los deshielos descargados en los ríos es de 43 000 kilómetros cúbicos anuales, mientras el consumo total se estima en 6 000 kilómetros cúbicos en el mismo período.

Las complicaciones vienen porque el agua esta distribuida en el planeta de forma desigual: el 60 % aparece en solo 9 países mientras 85 padecen escasez; 1.000 millones de personas consumen el 86 % del líquido disponible; 2.400 millones no pueden consumir los suficiente y más 2.500 millones consumen aguas sin tratar lo que provoca constantes enfermedades y hasta la muerte.

A estas diferencias originales, determinadas por la madre naturaleza, se unen las ambiciones políticas de algunos países o de los poderosos que tratan de convertirse en personas más ricas por medio de la privatización del agua.

Uno de los casos políticos que convierte la situación en un verdadero desastre económico y social es el de Palestina bajo la ocupación de Israel.

En junio de 1967, Israel lanzó la llamada Guerra del Agua contra territorios árabes y ocupó Cisjordania, la Franja de Gaza, el Sinai egipcio y las alturas del Golán sirio y se apoderó de todas las fuentes de Palestina.

De esa forma domina el 88 % de los recursos hidrográficos, que lo distribuye con enorme disparidad una empresa israelí que se guía por el plan de oclusión.

Un asentamiento judío en Gaza o Cisjordania tiene un flujo de 2.500 metros cúbicos de agua por año, mientras una aldea palestina solo cuenta con 90 metros cúbicos.

Existen 250 comunidades palestinas que no disponen del servicio ni de redes hidráulicas y solo dependen de los pozos de agua de lluvia o de manantiales en vías de agotamiento como Tummún (10.000 habitantes) o Jenin (30.000 pobladores).

A esto se suma la enorme contaminación de las aguas debido a que no son tratadas y en la mayoría de las ciudades y campamentos las redes albañales no existen o están muy dañadas por la guerra de ocupación. Israel desoye los convenios y las convenciones internacionales sobre la utilización del agua sin que algún organismo sea capaz de ponerle coto a su actitud.

En disímiles países ocurrirían desastres ecológicos como el de Gaza y Cisjordania si los que se ubican en las zonas altas cerraran los cauces de donde nacen los ríos para su utilización propia.

Por ejemplo, en un tiempo, Turquía estimó vender aguas del Eufrates a Israel por medio de un acueducto hasta el Mediterráneo y después por barco hacia ese país. Esto conllevaría enormes problemas a Irak y Siria que se abastecen del mismo río. Por suerte, ese proyecto se detuvo.

Existen cientos de acuerdos internaciones para el uso del preciado líquido y hace unos años fue aprobada la llamada Convención de Naciones Unidas sobre el derecho de los usos de aguas internacionales con fines distintos de la navegación, pero aun no ha sido ratificada por un número importante de países.

Otro tanto sucede con la privatización y comercialización del preciado líquido, una de las premisas fundamentales que se implantarían con la concreción del �rea de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que Estados Unidos pretende imponer en Latinoamérica.

En una de sus cláusulas el ALCA plantea la apertura comercial a los servicios públicos y sociales como el agua, la electricidad, la salud y la educación y con ello someter a las empresas públicas a las reglas del mercado lo que iría en detrimento directo de los sectores más pobres de la población.

Antes de que este fatídico engendro se extienda por toda la región, ya han surgido ejemplos desalentadores como fueron las violentas manifestaciones en Bolivia, Perú y otras naciones del área por esos motivos.

En Cochabamba, Bolivia, en el año 2000, se desencadenó un conflicto que se saldó con una docena de muertos, 11 días de estado de sitio y violentos disturbios al triplicarse los precios del agua tras ser privatizado ese servicio a favor de la empresa trasnacional, Aguas del Tunari, subsidiaria de la Bechtel norteamericana.

Las manifestaciones obligaron al gobierno a dar marcha atrás, pero la Bechtel demandó al estado boliviano por más de 25 millones de dólares, basándose en el Tratado Bilateral de Inversiones entre Bolivia y Holanda (firmado hace años) que establece las mismas cláusulas que el ALCA.

De esa forma, la transnacional norteamericana exige el pago de la enorme cantidad, no por lo que había gastado (menos de un millón de dólares) sino por lo que dejó de percibir si el convenio hubiera continuado su cauce.

Este conflicto jurídico-económico aun está por solucionarse con grandes posibilidades de que una vez más, arbitrarias leyes impuestas por los poderosos salgan triunfantes.

La realidad es que las naciones de nuestro hemisferio deben estar bien alertas sobre las amenazas que representa el ALCA y rechazar por todos los medios posibles que el agua, fundamental para el desarrollo de la vida en el planeta, no se convierta en una mercancía más a favor del enriquecimiento de las transnacionales.
Mira també:
http://www.rebelion.org/economia/040519hl.htm

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