La Jornada; México D.F. Sábado 17 de abril de 2004
James Petras
Intelectuales de Occidente y resistencia del Tercer Mundo
Fallujah, Bagdad, Ramadi, Nasiriya: todo un pueblo se levanta para enfrentar al ejército de ocupación colonial, sus mercenarios, clientes y colaboracionistas. En un principio, cuando los iraquíes realizaban manifestaciones pacíficas de protesta, fueron masacrados por las fuerzas estadunidenses, británicas, españolas y polacas: manos desarmadas contra tanques y ametralladoras. La resistencia armada, que empezó siendo minoritaria, es hoy, sin duda, la fuerza más popular, apoyada por millones. Los ejércitos coloniales, temerosos de cualquier iraquí, disparan sin ton ni son a las multitudes y retroceden, sitian ciudades enteras, lanzan misiles sobre atestados vecindarios de la clase trabajadora; sus helicópteros vomitan fuego de ametralladoras sobre casas, fábricas, mezquitas (...) A los ojos de los soldados coloniales, el enemigo está en todas partes.
Por una vez tienen razón. La resistencia cunde: en cada cuadra, casa, tienda, se oyen disparos. La resistencia está en todas partes. Cada casa es atacada, la resistencia sigue luchando. Los pobladores ayudan a los combatientes heridos, lavan sus heridas. Dan agua a los sedientos, para aliviarles la ardiente garganta y refrescarles las manos, pues las armas automáticas queman.
¿Y dónde están los mercenarios occidentales? Esos pistoleros alquilados de mil dólares al día, con sus chalecos antibalas y sus espejuelos oscuros. Su arrogancia e insolencia han desaparecido: también ellos han visto los cuerpos achicharrados de sus antiguos compañeros de muerte.
Cientos de iraquíes han sido asesinados, miles han resultado heridos, muchos más perecerán, pero después de cada funeral otras decenas de miles, los pacíficos, los apolíticos, los que "aguardaban a ver qué ocurría", han tomado las armas.
"Es una guerra civil", rebuzna la prensa burguesa. Eso quisiera. Chiítas y sunitas están en esto juntos, hermanos y hermanas (sí, luchadoras callejeras) en armas, cada uno cubriendo las espaldas de sus camaradas que se enfrentan a los tanques. Y la resistencia está triunfando. Olvidémonos de las "proporciones": cinco, 10 o 20 iraquíes por cada soldado colonial. La resistencia iraquí ha obtenido la victoria política: ningún funcionario designado tiene futuro. Existen en tanto el ejército estadunidense permanezca, pero saldrán huyendo de los tejados de sus fortalezas tan pronto como el invasor se retire.
En lo militar, Estados Unidos y los mercenarios sufren miles de bajas; decenas de muertos y heridos cada día. En Washington, los militaristas civiles, arquitectos de la destrucción de Irak, sienten pánico. "¡Envíen más tropas!", claman Rumsfeld, Wolfowitz y el aspirante presidencial Kerry. Desde su rancho de Texas, Bush decreta que el líder insurgente Moqtada Sadr es un "asesino". Lejos del fuego, de las mutilaciones y la mortandad, su televisión no muestra al niño de la cara destrozada. Una vez más está lejos de los campos de matanza: Vietnam y ahora Irak. Ahora sí tiene pretexto para pedir una demora de su llamado a las armas: es nominalmente el presidente que de manera unilateral declaró el fin de la guerra en mayo de 2003. Hoy, abril de 2004, hay más de 600 soldados muertos por la respuesta de la resistencia iraquí al reto de Bush -"traigan lo que quieran"-: esa resistencia que arrebató las calles al ejército colonial, que conquistó las ciudades a puro valor y ahora mantiene el terreno con determinación absoluta.
Los "árabes" resisten, mientras Sharon, esa col retacada de más, permanece en silencio. Sus alguna vez locuaces agentes, Wolfowitz, Feith, Abrams y sus subordinados permanecen extrañamente callados. ¿Estarán preocupados de que pueda producirse una represalia masiva contra quienes cocinaron los datos para meter a Estados Unidos en una guerra en la cual miles de sus soldados perecerán o quedarán baldados, con tal de "proteger" el indisputado afán israelí de dominar Medio Oriente?
A principios de la primavera de 2004, en abril para ser exactos, los sueños de un nuevo imperio colonial se les vinieron encima a los artífices del Nuevo Orden Mundial, un imperio unilateral sin enemigo al frente. El fin de la "gran esfera de prosperidad conjunta de todo Medio Oriente" de Sharon-Wolfowitz-Blair-Cheney. La resistencia iraquí ha convertido el sueño de Rumsfeld y Wolfowitz de una serie de guerras contra Siria, Irán, Cuba y Corea del Norte en una pesadilla de sangrientas batallas callejeras en todas las calles de Fallujah y Ciudad Sadr, en Bagdad.
El heroísmo, el valor, la inspiración, la resistencia en masa lo son más porque el pueblo iraquí está atenido a sus propios recursos, a su propia solidaridad, a su historia, a su creencia en que será libre o acabará con todos los soldados coloniales antes de morir combatiendo. La frase "patria o muerte" (*) cobra un significado especial y muy específico en Irak: no es la divisa de un líder, un emblema para inflamar e inspirar al pueblo: es la práctica viva de un pueblo entero. "Patria o muerte" sale lo mismo de labios de los adolescentes que combaten en las calles, que de los vendedores callejeros o de las viudas de velo negro. Los "días de abril en Irak" son una lección para todo el tercer mundo y para otros aspirantes a colonialistas imperiales. La resistencia armada en masa no puede ser derrotada ni en términos militares ni políticos. Su heroísmo se levanta en agudo contraste con la cobardía de los autodesignados líderes árabes: los monarcas jordano y saudita, el verboso y corrupto "presidente vitalicio" Mubarak, los colaboracionistas ayatolas iraníes. Ninguno ha movido un dedo para ayudar a la lucha de liberación nacional iraquí. Temen que el ejemplo de la exitosa resistencia iraquí encienda una hoguera bajo sus amplias posaderas.
¿Y los intelectuales de Occidente? Desde que comenzó la resistencia, hace un año (...), ni un solo intelectual estadunidense, de las docenas de pensadores progresistas y críticos ("No en mi nombre") se ha atrevido a declarar su solidaridad con la lucha anticolonial. Tienen "dificultades", escucho, "en apoyar a fundamentalistas árabes, terroristas, antisemitas, etcétera (...)" Ecos de los intelectuales franceses que también se oponían a los movimientos armados populares de resistencia contra los nazis, porque "los comunistas se han adueñado del control (...)" o más tarde porque los "colonos" también tenían "derecho a estar en Argelia" (Albert Camus). En su libro Escucha, yanqui, C. Wright Mills desafió a los "progresistas" estadunidenses que recularon de su apoyo a la revolución cubana a principios del decenio de 1960. "Esta es una verdadera revolución popular de sangre y entrañas", escribió. "Ustedes pueden significar una diferencia, pueden ser parte de la solución o parte del problema."
Los intelectuales de Occidente son un problema. Ellos no dan las órdenes a los soldados ni mucho menos son ellos (o sus hijos o nietos) quienes tiran del gatillo que asesina a niños de escuela iraquíes. Simplemente están sentados sobre sus pulgares. "Pero nos oponemos a la guerra", protestan mientras acuden encaramándose unos en otros para apoyar a Kerry, quien está en favor de la guerra e inclusive propone enviar otros 40 mil soldados a arrojar misiles en vecindarios sobrepoblados, claro que bajo el auspicio de Naciones Unidas.
¿Dónde están, pues, los intelectuales de Occidente en estos días en que el pueblo iraquí se ha levantado en armas para resistir al leviatán militar estadunidense? Hay dos bandos: una nación entera que combate a un ejército de ocupación colonial, y el imperialismo estadunidense. Los intelectuales serios y congruentes deben hacer una elección. Negarse a tomar partido equivale a hacerse cómplice; la complacencia intelectual es un lujo para los intelectuales del imperio que no existe en Irak. Más de mil intelectuales y profesores iraquíes han sido asesinados durante la ocupación. No se trata de cuestiones oscuras ni complejas: un bando demanda elecciones libres, prensa libre y autodeterminación, mientras el otro, los oficiales colonialistas, proscribe periódicos, designa gobernantes títeres y asesina a los opositores.
La parálisis de los intelectuales estadunidenses de izquierda, su incapacidad de expresar solidaridad con la resistencia iraquí, es una enfermedad que aflige a todos los intelectuales "izquierdistas" de los países coloniales. Tienen miedo del problema (la guerra colonial) y de la solución (la liberación nacional). Al final de cuentas, las comodidades y libertades de las que ellos disfrutan, el aplauso universitario y la adulación que reciben en la patria colonial pesa más que los costos mentales de una declaración inequívoca de apoyo a los movimientos revolucionarios de liberación. Recurren a falsas "equivalencias morales" contra la guerra y contra los "fundamentalistas", los "terroristas", contra todos los que se embarcan en su propia emancipación sin prestar la atención suficiente a los autodesignados guardianes de los Valores Democráticos Occidentales. No es difícil entender la ausencia de solidaridad con los movimientos de liberación entre los intelectuales progresistas de los países imperiales: también ellos han sido colonizados, tanto en lo material como en lo mental.
Miles de personas humildes de Irak están dando a estos eruditos una lección práctica de solidaridad: el 4 de abril pasado, en medio de los tanques hostiles y los helicópteros de combate, miles marcharon de Bagdad a Fallujah para llevar alimentos y medicinas a los combatientes sitiados en esa ciudad, que será recordada por siempre como la cuna de la emancipación.
¿Tomarán nota nuestros intelectuales? ¿Podrán al menos circular una declaración "En nuestro nombre" de solidaridad con la resistencia iraquí?
Entre tanto, la resistencia popular en Irak se trenza en combate cuerpo a cuerpo con los bien alimentados y abrumadoramente armados ejércitos de ocupación. Nadie pregunta si el vecino, el amigo o el camarada es sunita, secular, chiíta, baazista o comunista, nadie se hace a un lado cuando una mezquita, una escuela o un proyecto de vivienda es bombardeado o ametrallado: todos se han comprometido a participar en la batalla, a unirse en un movimiento nacional para echar al invasor, a los ladrones del petróleo, a los asesinos que tienen a la mano y los que están lejos. Es una lástima, más por ellos mismos que por cualquier contribución material que pudieran hacer a esta lucha histórica, que los intelectuales progresistas estadunidenses hayan optado por abstenerse y demostrar una vez más la irrelevancia que para los intelectuales de Occidente tiene la liberación del tercer mundo.
(*) En español en el original Traducción: Jorge Anaya |