¿Con Blumberg o con el gobierno?
¿Si se disuelve a la policía quién se ocupa de la seguridad?
¿Si la multitud es un concepto de clase, qué clase de seguridad necesita la multitud?
La (in)seguridad de la Multitud
La potencialidad anticapitalista del caso Blumberg
(Primicia para Indymedia)
"Mi supuesta luna de miel con la sociedad existió los primeros tres o cuatro meses. Pero pasó. La gente no tiene por qué ser incondicional. Ahora debo rendir examen cada día".
Presidente Néstor Kirchner.
"Los parlamentos se desvanecen: ya ni los políticos creen en ellos, las decisiones importantes se toman afuera... A este paso, la democracia acabará siendo una farsa".
Günter Grass.
"Las Fuerzas Armadas entregarán una apoyatura técnica, logística y en diferentes áreas a la Policía".
Ministro de Defensa Nacional, José Pampuro.
"En el imperio, la corrupción está en todas partes. Es la piedra angular y la clave de la dominación. Reside, adoptando diferentes formas, en el gobierno supremo del imperio y sus administraciones vasallas, en las fuerzas policiales administrativas mas refinadas y las mas corruptas, en los lobbies de las clases dirigentes, en las mafias de grupos sociales emergentes, en las iglesias y las sectas, en los perpetradores y perseguidores de escándalo. En los grandes conglomerados financieros y las transacciones económicas de todos los días. A través de la corrupción, el poder imperial extiende una pantalla de humo a lo largo del mundo y ejerce su dominio sobre la multitud en medio de esta nube pútrida, en ausencia de la luz y la verdad".
Antonio Negri.
"Juicio y castigo. Disolución de la Bonaerense. Elección popular de los jueces".
Bandera en la marcha del 1-4-04.
"El derecho a la autodeterminación, base de la libertad humana, se contradice con la propiedad privada. Por lo tanto, cuando se legisla se violan derechos humanos en beneficio de una clase social". "Partimos de una crítica radical a lo que existe, sabemos que estamos en un marco de estado de derecho y queremos llegar hasta su negación."
Gabriel y Juan Manuel de las Defensorías Populares Autónomas (DPA).
Delegar es padecer...
I) Corrupción, inseguridad y expoliación.
El capitalismo es corrupción. Todo sistema que es capaz de vivir del robo de la energía humana es corrupto. Todo sistema que es capaz de asalariar el trabajo para transformarlo en capital es corrupto. Todo poder que es capaz de transformar cualquier relación social y afectiva en valor es corrupto. Todo paradigma que es capaz de asesinar, torturar y desaparecer 30.000 compañeros para sobrevivir es corrupto. Todo régimen social, al que no le tiembla el pulso para asesinar 100 chicos de hambre por día es corrupto.
La corrupción no es un subproducto no deseado y corregible del capitalismo. Ni siquiera alcanza con decir que el capitalismo provoca necesariamente corrupción. El capitalismo nace, se sostiene y desarrolla desde su propia corrupción. No hay capitalismo sin corrupción. El capitalismo es corrupto o no es capitalismo. La corrupción social como sistema se llama capitalismo.
Una pesadilla atormenta al capital: el regreso del espectro de la multitud. Resignificando los actuales tiempos posfordistas, retorna, el combate entre Hobbes y Spinoza. Se vuelve presente la alternativa en disputa que afronta el hombre desde los orígenes de la modernidad. Una humanidad dividida en clases antagónicas, se enfrenta, a tener que dirimir quién administra la sociedad. Si el estado o la multitud. Si el poder representativo o la potencia autodeterminada. Si la institución gobierno o la institución autogobierno.
Para poder efectuar una caída del salario como la que provocó la devaluación, antes el poder, precisaba de una tiranía. En cambio ahora les basta con el capital-parlamentario. Lo extraordinario se vuelve ordinario. La dictadura militar del capital como forma excepcional de control y disciplinamiento social, resulta reemplazada, por una democracia civil del capital como su forma corriente de dominio.
La democracia representativa se torna, cada vez mas, una dictadura civil del capital. Esta forma política de gobierno sobre las masas es cada vez mas insustancial para las mayorías. En el debate acerca de las últimas leyes represivas sancionadas en el congreso nacional, ni siquiera tuvieron derecho a la polémica las voces reformistas altisonantes. Los diputados peronistas actuaron con espíritu de cuerpo impidiendo la exposición, de todos aquellos, que no consideraban irreductibles a su postura represiva. A este paso, el viejo tribuno revolucionario, un solitario defensor del pueblo, habitando la cueva de los chacales parlamentarios de los patrones, va camino a su extinción.
La voz de los sin voz, los representados, siempre queda muda.
Las pocas voces de los opositores antisistémicos resulta menospreciada o silenciada. En los momentos álgidos del debate la democracia parlamentaria se muestra tal cual como es: el gobierno de los empresarios y la propiedad privada. Basta recordar el repudio en el congreso nacional del diputado Luis Zamora cuando visitó la Argentina el padre del actual presidente norteamericano, George Bush, a comienzo de los '90. Y como se lo retiró a los empujones del recinto.
No necesitamos enredarnos en las falsas opciones: dictadura o democracia. Según lo ordene la coyuntura, ambas, son formas del dominio del capital. Para la multitud la opción es clara. Una sociedad poscapitalista solo puede provenir de una democracia radical o asamblearia. Un cambio de raíz que sustituya una democracia limitada que funciona a las órdenes de las clases dominantes, por una democracia absoluta de la multitud.
Los niveles de pobreza superan en un 1000 por ciento los de la dictadura militar. Luego de sufragar por 20 años la indigencia se transformó, no en una desviación del capitalismo, sino en su norma constituyente. A la anormalidad del genocidio castrense le corresponde la normalidad del genocidio parlamentario. Hace casi tres décadas el despotismo político de los patrones asesinaba treinta mil compañeros en ocho años. Ahora, en solo un año, el capital-parlamentario asesina de hambre la misma cantidad de personas.
El robo en cuotas de la energía humana como plusvalía, es correlativo, al crimen fulminante del delito como profesión posfordista. Con salario o sin él, la producción de valor todo lo inviste. La moral fordista entre trabajo honesto y deshonesto se difumina. La recomposición del estado poskeynesiano reunifica salario y delito como formas diferentes de producción de plusvalor y acumulación de capital.
Mientras la multitud tolera como natural el robo de la expoliación, en cambio, el crimen como muerte súbita ofrece una fuerte resistencia a ser naturalizada.
La multitud empieza a detectar al aparato del estado como la causa fundamental de los asesinatos. Un capital-criminal distribuido por toda la retícula social. Este biopoder de la muerte está siendo enfrentado por la resistencia de la vida de manera colectiva. Conformando, en otras palabras, una biopolítica del común.
II) La seguridad en manos de la multitud: El retorno del "¡Qué se Vayan Todos!"
Revelar como causa fundamental del delito al núcleo del sistema capitalista -sus fuerzas represivas- es retomar la senda del ¡Qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!
Después que las masas desoyeron el estado de sitio y desalojaron a De la Rúa del poder, sintetizaron, como la causa de todos sus males, a la forma política de la democracia indirecta; arrinconando al sistema con el QSVT y las asambleas de democracia directa. Ese fue un grito de guerra social, que antagonizaba, estado versus multitud. Una profana melodía cuya partitura y composición no precisó mas que cuatro palabras para completar todo un programa político de insumisión: ¡Que se vayan todos!
Pero como si fuera poco, la multitud como sujeto social epocal, glosó su epopeya para que la posteridad no deformara su gesta, impidiendo su capitalización, por ningún representante. Su proclama como verdadera lección de semiología política de masas se permitió disipar todo metalenguaje posterior. Aclarando, que no se prefería a unos representantes por sobre otros. Sino que se aborrecía a todos por igual y que no tenía que quedar ni uno solo.
Esas bellas y plebeyas palabras, aún hoy, taladran los tímpanos de los peronistas que fueron electos con la anuencia del 17 por ciento del total del padrón.
El golpe civil de los devaluadores peronistas y radicales, del Duhaldismo-Alfonsinismo del diecinueve de diciembre de 2001, se montó, sobre los cadáveres que desparramó De la Rúa el veinte. La multitud puso los muertos y el estado la morgue. Después de la masacre del Puente Pueyrredón, donde Duhalde intentó su 19 de diciembre para disciplinar a la rebeldía que no le daba tregua, reguló su salida anticipada evitando tener su 20 de diciembre. La impostura peronista continuó para terminar depositando sus asentaderas, su carisma y sus garras en los mullidos sillones de los despachos oficiales, en los estudios televisivos y en la campaña permanente en la que está sumergido el gobierno de Kirchner para no desmoronarse.
El presidente y su partido saben que tienen un gobierno débil. No sólo por su origen famélico, sino, por la propia política progresista que ejecuta. Que no es mas que la continuación del neoliberalismo capitalista por otros medios. Como Meza en Bolivia, Lula en Brasil, Gutiérrez en Ecuador o Toledo en Perú; el señor K, no desconoce que el rumbo tomado reabre todos los frentes de la lucha de clases. Precarización, inseguridad y pobreza, tienen índices peores que antes de la devaluación de los sueldos.
Continuando un rumbo que estaba agotado, y que la multitud hizo estallar en el 2001; al calor de la lucha por el salario, el retiro de los planes sociales a los que no aceptan la cooptación oficial y la inseguridad en aumento, el estilo Pingüino santacruzeño, se está derritiendo. No es que no lo perciba, sino que está inscripto en su propia naturaleza capitalista no poder evitarlo.
El 19 y 20, y la nueva subjetividad conquistada, resulta indeleble. Acompañará por siempre a los cuerpos y las psiquis de los cientos de miles que protagonizaron las tres semanas posteriores a la caída del gobierno de la Alianza. La huella que deja una política autoorganizada, en cada uno, solo puede ser borrada extirpándola de los cuerpos que dieron vida a la primera insurrección Argentina del siglo XXI. Pero ni aún muertos sus participantes se perderá su experiencia. Como cada lucha popular del pasado, esta, ya pasó a engrosar el registro histórico. Una memoria colectiva que no es solamente patrimonio de la multitud Argentina, muy por el contrario, es un bien social de la insumisión que recorre el mundo entero.
Con un parlamentarismo decrépito, militares impresentables y las fuerzas represivas antagónicamente cuestionadas, toda la institucionalidad capitalista se tambalea.
Para el poder, la defensa de la vida como práctica autoprotectoria, una política segurizante de las mayorías expoliadas y desempleadas que no deposita su supervivencia, en nada ni en nadie, mas que en sí mismas; puede retomar y llevar mas lejos el peor de sus fantasmas: la reactualización del monstruo constituyente del "¡Qué Se Vayan Todos!".
En las elecciones de 2003 ocho millones de argentinos no votaron, sufragaron en blanco o anularon su voto. Si los súbditos no delegan su potencia y, además, condenan la seguridad policial y militar, el estado, pierde todo sentido. Ni hegemonía, ni consenso ni coacción. La multitud está enterrando lo viejo que se niega a morir. El estado moderno descripto por Gramsci tiene cavada su sepultura.
Discursos, imaginarios y realidades capitalistas se derriten en la fragua autoorganizada de la multitud. Los productores de valor alumbran con su práctica, y con sus consignas como la expresión política simbólica reconcentrada, un imaginario radical constituyente. En ese estadio de autoconciencia colectiva, sólo es cuestión de tiempo, para constatar en que oportunidad el nuevo sujeto histórico disputará con el poder instituir una nueva sociabilidad anticapitalista y sus organismos de autogobierno.
Repudiada las fuerzas armadas y con su prestigio irremediablemente descompuesto, los nuevos ejércitos policiales son el reaseguro del Leviatán posmoderno.
Los patrones saben que no van a poder contener por mucho mas tiempo, sólo con los discursos de K, la cooptación de los planes de empleo, los aumentos salariales selectivos y los cambios cosméticos en seguridad, la radicalización de las luchas populares que galopan al encuentro de una nueva insurrección.
La política como espectáculo, la captura de la autonomía, la muerte de los pobres y las lágrimas fingidas de los gobernantes, maduran el hartazgo de los 10 millones de argentinos que subviven con dos pesos diarios.
Caída en desgracia la democracia indirecta como farsa consensual, debilitado ese dispositivo despótico de seducción social y descartada por el momento la opción militar, para el poder, el reforzamiento coactivo y carcelario se torna imprescindible.
El poder, los empresarios, el estado, saben que están en problemas. Sin militares que acudan al rescate del capitalismo como en el '76, los representantes, sacando honrosas excepciones, se preparan desde el parlamento, la justicia y el ejecutivo, para el caso extremo de ser superado el estado por nuevas insurrecciones.
Esos intérpretes que entienden a la política como teatralización, van a demostrar, como siempre, a que intereses en definitiva responde la democracia representativa.
Recordemos, compañeras y compañeros, que el estado resulta una forma mas de la mercancía capitalista. Una dominio plutocrático o gobierno de los ricos. Un dispositivo de captura de la vida. Un mediador vampirizante que se alimenta y administra la succión de la sustancia mas valiosa para el capital: la energía autónoma del trabajo humano.
Pero si no es el estado el proveedor de seguridad y justicia ¿Quién está en condiciones de proteger la existencia? Ni mas ni menos que la propia vida del común. Una multitud que se reapropie de todas las funciones que había delegado. Incluso de la aplicación de las penas como justicia retributiva. La democracia asamblearia está en condiciones de proveer de seguridad y justicia. En una república anticapitalista del valor de uso, de la abundancia y la gratuidad, se terminaría con las carencias materiales que obligan al trabajo delictivo como fuente de subsistencia en el capitalismo.
El 70 por ciento de los actuales delitos se relacionan con los robos y hurtos a la propiedad. Con nuevas relaciones sociales de producción, distribución, uso y consumo desaparecería la causa principal del crimen: la pobreza en la que está sumergida mas de media población.
En comunidad y fraternalmente los oprimidos desafían la lógica del poder represivo. Haciendo epicentro en la fábrica recuperada Zanón, la experiencia de la coordinadora del Alto Valle, demuestra, que hay otra forma de producir y defenderse. En las barriadas heridas por el desempleo, donde se desarrollan prácticas piqueteras, y en los campos donde existen movimientos autónomos, es un hecho, la autodefensa comunitaria. Al frente, en las primeras líneas de las marchas de los desempleados por el capital, los jóvenes delincuentes, cambian el encierro carcelario que sobrevuela su existencia, por un lugar en la resistencia contra un sistema injusto que los condena a vagar entre el crimen y la muerte.
Si para cientos de miles de argentinos el delito resulta una necesidad, en las prácticas autoorganizadas, encuentran un lugar para reproducir su fuerza de trabajo y construir jardines afectivos entre iguales. Recuperan su autoestima y crean nuevos lazos intersubjetivos y sociales. Estos todavía son experimentos minoritarios pero de una potencialidad enorme.
¿Pero qué pasa con el resto de la multitud? Los que aún son esclavizados en cualesquiera de sus formas por el capital. Por ejemplo los cartoneros, los asalariados precarios posfordistas y los comerciantes autoexplotados, los profesionales expoliados y los operarios de las PyMEs.
Los vendedores en sus negocios de barrio, los asalariados, los desempleados, los que trabajan produciendo valor se empiezan a organizar. Los corredores de seguridad son un intento del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por cooptar la autodefensa y encauzarla hacia los verdugos de la Policía Federal, evitando de esta forma, su total autonomización del estado.
Si los padres y vecinos pueden unirse con los comerciantes para cuidar a su prole, bien lo pueden hacer, sin necesidad de delegar la vigilancia y la represión en la policía.
La forma asamblearia es un método de construcción política del nuevo sujeto social. El inicio de un poder constituyente que busca la complementariedad de un hacer económico anticapitalista. Unico reaseguro de su completa independencia del capital y del estado.
Una república comunal, asamblearia y anticapitalista, está en condiciones de proveer bienes y servicios para toda la multitud. Como forma política de autogobierno, está entre sus capacidades, brindar seguridad comunitaria e impartir justicia.
¡Qué es la autonomía sino crear las propias leyes y castigar a quién las inflija! ¿Pero quién va a dictar las normas? Por su puesto que la propia multitud liberada del capital ¿Habrá un parlamento? ¿Qué organismo legislará? La propia asamblea será quien sancione sus reglas de convivencia. ¿Habrá Jueces? ¿Quiénes van a castigar a los infractores? La propia asamblea lo hará. Todo aquel que sea acusado de un delito podrá defenderse ante la asamblea. Todo acto punible será un crimen contra toda la comunidad, por lo tanto, será el mismo organismo de autogobierno de la multitud quien lo enjuicie y dicte su condena.
La asamblea legisla, administra y sentencia. El sujeto social reunifica desde su hacer la economía y la política. Aboliendo la vieja división entre poder legislativo, ejecutivo y judicial. Se invierte, antagónicamente, las premisas de la democracia patronal. Es decir, queda prohibida la legislación, el gobierno y el juzgamiento por intermedio de los representantes. Solo la multitud es quien al unísono delibera, dispone y dictamina. Su accionar resulta un poder constituyente perpetuo. Es una nueva forma institucional que deroga el poder constituido del estado capitalista.
La división de poderes es un invento capitalista que se viene perfeccionando desde la edad media. El poder es uno, pero adopta una forma tripartita de dispositivos estatales. Una disfunción funcional, única manera de garantizar el dominio del capital sobre el trabajo. Una especialización de las técnicas de gobierno sobre la vida al servicio del orden patronal que se consolida en los últimos tres siglos.
Una hacer que reconcilie la creatividad cooperante, la defensa común del ecosistema y la administración de lo producido; no precisa de nadie mas que los propios sujetos hacedores para juzgar a los que violan las normas dictadas por el poder constituyente asambleario.
¿Y la policía y las fuerzas de seguridad? No hacen falta. En una sociedad donde el capital sea desapoderado de la tecnología y el estado, la vida, se libera de la causa número uno del delito: la precariedad material recurrente. Reemplazado al empleo como forzada condena al servicio del capital, el trabajo, se constituirá en una extensa planicie vocacional de tiempo liberado de la producción obligatoria. El tiempo como hoy se lo concibe, como medida y espacio de la reproducción, circulación y consumo de la mercancía, dominando a la comunidad como una factoría social de plusvalor, habrá cesado. En su lugar la humanidad instituirá un nuevo uso del tiempo y el espacio.
Para aquellas labores como la seguridad que no puede ser todavía reemplazada por una máquina, nada mejor, que esté en manos del propio sujeto social emancipado. Una rotación en la vigilancia comunitaria. Ninguna especialización en fuerzas represivas. La multitud no delega su cuidado en nadie mas que en sí misma. Las armas son de la multitud y los actos que se ejecuten con ellas, deben rendir cuenta, ante la sociedad organizada en asamblea.
Un mas allá del estado y el capital es también un mas allá de las formas coercitivas como la policía y el ejército.
La multitud no necesita tutores ni líderes. Menos aún precisa represores que siempre actúan como verdugos de los mas débiles al servicio de los representantes.
III) La seguridad del estado es la inseguridad de la multitud.
Como Murúa y Caro de las empresas y fábricas recuperadas, con el nombramiento del ministro de seguridad Arslanián, se intenta cooptar la perspectiva de una seguridad autónoma de masas. Solá, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires estaba ante la siguiente opción:
Negar toda participación de la multitud en el control policial. En ese caso su menú pasaba por el autismo y la represión de las expresiones mas radicales del reclamo.
Elegir el estilo K. Desarrollando la captación y metabolización estatal de las demandas por mayor seguridad. En esa dirección está orientado la recreación de los foros comunitarios. Una forma de representación ampliada del poder vigilante. Evitando una profundización del cuestionamiento del núcleo duro del orden capitalista: sus fuerzas coactivas. Un intento de retornar a los carriles estatales la autoorganización que cuestiona la seguridad policial.
La cruzada de Blumberg plantea falsas opciones para el movimiento anticapitalista: Casanova o Arslanián. Ruckauf o Kirchner. Una política autónoma no le pide a ninguna de las variantes del estado que proteja a la multitud.
Mientras tanto, algunas experiencias como las Defensorías Populares Autónomas -Articuladas por tres asambleas de Buenos Aires, el MOCASE, el MUP, el Centro Social y Cultural Flores Sur, Comuneros Libres y los MTD's Lanús y Javier Barrionuevo en la Aníbal Verón, entre otros-, son mil veces mas democráticas que cien Zaffaroni juntos ocupando los tribunales de (in) justicia capitalista.
Kirchner es heredero de Duhalde y Arslanián fue ministro de este último. No esperemos grandes cambios. Es imposible que el estado capitalista los produzca. Los dispositivos de seguridad están indisolublemente integrados al Leviatán posfordista. Una matrix que gestiona una guerra social permanente no declarada, y que actúa, como subordinador de la energía delictiva transformada en capital.
Con la colaboración de las fuerzas armadas, los nuevos ejércitos de azul, camuflados y verde oliva en los barrios, las policías, la gendarmería y la prefectura, son los radares estatales que detectan la insumisión para luego capturarla como mercancía, encerrarla en prisiones o aniquilarla en las calles.
No es verdad que haya mano de obra desocupada de la época de la dictadura. En 20 años nunca lo fue. Sigue empleada en la SIDE y en las policías de todos los colores. Está acantonada en los ejércitos de seguridad privada. Muchos de los cuadros militares del proceso son sus dueños y directores. Son parte de las patotas y "batatas". Mercenarios pretorianos que custodian a los intendentes y gobernadores. La red gansteril conducida por los muchachos Duhaldistas y por el ex gobernador Juárez en Santiago del Estero, como ayer en Catamarca por los Saadi, son los síntomas de un sistema completamente enfermo. Una fuerza civil, parapolicial y de seguridad al servicio de la dominación y control del estado municipal, provincial y nacional. Un ejército de ocupación privado y estatal, del que disponen, los empresarios y los gobiernos para disciplinar y reprimir a la fuerza de trabajo.
Resultan insuficientes las propuestas progresistas o transicionales para combatir el crimen. No alcanza con correcciones de estilo. Todo el sistema transpira sangre y muerte.
El delito legalizado del plusvalor mata por mes 60 obreros en accidentes de trabajo. Los castigos del código penal de la era fordista están desfasados. Y su reactualización solamente conlleva endurecer las penas sobre los sujetos que el sistema excreta y que considera su escoria improductiva. En la etapa posfordista del capital, que desecha millones de vidas, el poder apela como su forma política al estado de excedencia.
Millones son desempleados de manera crónica por los empresarios. Mientras el robo del trabajo asalariado es ley, el crimen es su necesaria contracara. No es sólo una desviación a la norma del trabajo bajo patrón, sino su natural consecuencia. Combatir el delito conlleva terminar con el capital. Para menos, están las diferentes variantes del PJ como partido del orden. Tonalidades represivas que van de Kirchner a Menem.
Mientras el capital busca la manera de salir del atolladero posfordista del trabajo muerto, la nueva forma política que adopta es el Estado de excedencia. Este es un control inestable, ya que descarga y concentra la antagonía social en el estado.
De la mano del gobierno peronista de Kirchner el capitalismo argentino hace trabajar a un millón y medio de infantes. Y subalimenta al 70 por ciento de los niños. Al mismo tiempo comete un infanticidio asesinando de desnutrición a 100 críos por día. Igual que el genocidio del 76 al 83, pero con otros métodos, liquida mas de 30.000 seres humanos. Con la espeluznante diferencia que ahora el régimen parlamentario lo hace en un año.
En su retiraba, hace casi tres décadas, el gobierno justicialista de Isabel Perón mató 2000 militantes populares. La descomposición del "estado de bienestar a la Argentina", con las tres A, entreabrió las puertas del infierno terrenal. Siendo la agonía del mandato justicialista el prólogo de una dictadura militar que aniquiló a 30.000 compañeros. A partir del 24 de marzo de 1976 los gobiernos cívico-militares se apropiaron de los hijos de sus víctimas; mientras secuestraban, torturaban y asesinaban una generación de revolucionarios.
No sólo está pendiente la sanción efectiva para todos los responsables del genocidio de la tiranía militar. Los crímenes del gobierno peronista, pre-dictadura, nunca fueron juzgados. Sino mas de un político y sindicalista, de los que se reciclaron desde el '83, debería estar cumpliendo su condena.
En la guerra global permanente, para el imperio, humanidad es sinónimo de opinión pública. Las noticias son herramientas de la inteligencia militar y las teleplateas objetos a manipular. En el mismo sentido, para el capital-parlamentario argentino, la sociedad es la gente. Y la gente es una población indiferenciada sin contenido de clase. Una teleaudiencia a ser encandilada con falsas promesas. Ni aún después de la erupción destituyente de 2001, la bandera mas desplegada por Lupín, su política de derechos humanos, modificó sustancialmente en nada la impunidad del pasado.
El gobierno apela al efecto transferencial. Buscando apoderarse del prestigio de otros, se rodea de figuras con una histórica trayectoria en su lucha por el juicio y castigo a todos los culpables.
Si bien no existe la total inmunización ante tanta psicopatía mediática, el sistema menosprecia a la multitud. Un sujeto político que viene modificando su subjetividad y que explotó de manera destituyente el 20 de diciembre. El sustrato del cuerpo de la multitud es un cerebro colectivo con vida propia. No hay dirigente que la pueda convocar, conducir, capitalizar y representar. Aprende de sus errores, mide a los oportunistas que buscan manejarla, se desprende de los lastres que la refrenan, y corrige su rumbo cuantas veces haga falta para retomar la iniciativa. La práctica del nuevo sujeto social es un hacer reflexivo que retroalimenta a la nueva resistencia que se está desarrollando en los últimos 28 meses.
Si algo hubiera cambiado con el estilo K, dirigentes como Ruckauf, tendrían que estar presos por ser cómplices de la última dictadura castrense. De igual forma que los burócratas gremiales, como Rodríguez de SMATA, que entregaron trabajadores a la empresa Mercedes Benz para su posterior desaparición. Estos personajes encima tienen la caradurez de querer enseñarnos sus nuevas lecciones de seguridad y democracia.
En el 2004, con otro gobierno peronista, transversal y progresista, la inseguridad de la multitud se nutre desde las dependencias oficiales. Tres mil luchadores sociales siguen procesados, los responsables de la masacre del 20 de diciembre y los asesinos de Barrionuevo, Santillán y Kosteki caminan libres entre nosotros. ¡De cuánto cinismo es capaz el peronismo!
Los últimos 20 años están marcados por la impunidad del poder. Los avances que se dieron con la CONADEP, el juicio a las juntas militares y la prisión para una pequeña porción de los victimarios, fueron pisoteados, con las leyes de obediencia de vida y punto final de los radicales. Mientras que, los indultos peronistas de Menem completaron la tarea. De igual forma, a 11 meses del gobierno de Kirchner, el 90 por ciento de los represores siguen libres.
Al genocidio de ayer, se suma hoy, la matanza silenciada del capital-parlamentario. Las nuevas leyes represivas aprobadas por las dos bancadas peronistas el 8 de abril y la futura colaboración de las fuerzas armadas, demuestran, que la pátina progre se destiñe aceleradamente. Una decoloración sanguinolenta que pinta de rojo las futuras muertes de los pobres que el mismo sistema genera.
De nada sirve ocultar el nuevo desafío. El tema inseguridad se transformó en una divisoria de aguas. Una dicotomía irreductible de la población argentina, que como toda sociedad capitalista, está compuesta por clases antagónicas.
No es igual la seguridad que necesitan los patrones que la que precisa la multitud. Para los primeros, es necesario acelerar el pasaje del estado de excedencia al estado represivo. Para los segundos (la mayoría) resulta imperioso abolir el estado capital-parlamentario de excedencia, para instituir en su lugar, la república asamblearia antikapitalista.
Mientras tanto, desafiando el sentido común represivo, la autonomía anticapitalista construye su nuevo imaginario. Tan constituyente de la realidad como las marchas y la resistencia territorial. Haciendo uso de una intensa batalla simbólica, que supere, el concepto de la contrahegemonía gramsciana, para ubicarse, como el discurso alternativo-disruptivo-constitutivo de los inéditos usos seguritarios de la multitud.
El capitalismo es un crimen social naturalizado. En San Antonio de los Cobres, Salta, el 60 % está desocupado. En la última década en la Ciudad de Buenos Aires se han triplicado los niños que viven en la calle. Hay dos millones de infantes que trabajan en Brasil. En América Latina hay 40 millones de chicos viviendo y trabajando en la calle.
La plusvalía es la roca basal del sistema. Un saqueo de la potencia de trabajo de la multitud en cuenta gotas. El capitalismo, es un auténtico poder de la cleptocracia. Un sistema social conducido por los ladrones del trabajo humano. No mata de golpe a todos los productores, si bien se cobra la vida de mas de medio millar por año en accidentes laborales, sino que chupa lentamente cada gota de la sangre humana haciéndola capital.
Es imposible que la clase social de los Blumberg, que opera los medios de comunicación, como del gobierno que es su sirviente, marche condenando la principal causa del crimen: la inseguridad laboral que ellos provocan. Vivir en la intermitencia productiva no precariza solamente el trabajo. Por el contrario, inestabiliza toda la vida de los hacedores. Esta inseguridad por el presente y por el futuro de las familias trabajadoras jamas estará en la agenda de aquellos que viven de su expoliación. El estado represivo de la excedencia humana resulta consubstancial al desarrollo capitalista. Una matrix despiadada que no tiene miramientos en condenar a la pobreza a 17 millones de argentinos.
En el caso de los productores, mientras se tolere que el único imaginario posible es aquel que sostiene que la sociedad sólo se realiza a partir del trabajo asalariado, soportará como normal, el crimen permanente que significa el capitalismo. Con todas las inherentes consecuencias que acarrea este paradigma en la era posfordista: las mafias político policiales, los intendentes criminales que liberan zonas y los trabajadores excluidos del salario y subordinados al poder del capital-criminal.
Hay mas de dos millones de indigentes que no reciben un peso de ayuda del estado. Una legión de desempleados que de algo tienen que vivir. La desocupación que provocan los empresarios los condena a tomar el delito como un trabajo, o de lo contrario, suicidarse o morir de inanición. El chiquitaje de la delincuencia independiente es una buena excusa para justificar todo el andamiaje policial, penal y carcelario. En cambio, la mayoría de los expulsados del trabajo asalariado como norma; robando, secuestrando y prostituyéndose quedan incluidos en el desarrollo de la mercancía criminal como fuente de ganancia del capital.
IV) Disolución de la policía, autoprotección asamblearia y tribunales comunitarios.
El capitalismo es una forma de relación social despiadada. Subsunción, cárcel o muerte. Esos son los caminos que trazan los patrones y el estado para la mayoría de los argentinos. Para aquellos que no acepten la dominación del capital-criminal y quieren ser trabajadores autónomos del delito, les espera morir acribillados en una redada o sobrevivir encerrados en las cárceles como zombis. El poder no acepta competencia.
Las prisiones son un depósito de despojos humanos. Que nada tienen que envidiarle al séptimo círculo del infierno del Dante. Hace tiempo que el sistema carcelario no resocializa a nadie. No le interesa. ¿Para qué? Hasta la época fordista la prisión era el castigo extraeconómico para moldear al reo. Una brutal reeducación para que al salir en libertad aceptara el yugo de la expoliación asalariada. En el posfordismo, no hay "trabajo digno y genuino" para todos los asalariados en libertad condicional que se ofrecen obligadamente en el mercado para ser explotados por el capital. Menos aún, habrá trabajo "honesto" para los que el sistema ya condenó a prisión, robándoles "la libertad", de venderse a un patrón. Para el estado, si los presos quieren "trabajo genuino", que entreguen como mercancía su saber delictivo. Haciendo de su encierro una escuela de nuevos oficios criminales, y de sus carceleros, sus nuevos patrones.
Los hacedores de toda riqueza, los productores de valor, la multitud, habiendo aceptado el yugo salarial como forma consustancial que ordena su vida, por ahora, solamente ha tomado partido en movilizarse masivamente cuando los asesinatos toman ribetes extra-ordinarios que superan la ordinaria expoliación del capital. Ya sea el caso del genocidio de la década de los '70; el crimen del soldado Carrasco y de María Soledad Morales; el homicidio de Walter Bulacio y José Luis Cabezas; y las masacres populares como la del 20 de diciembre de 2001 y la matanza planificada del puente Pueyrredón del 26 de junio de 2002.
Organizar la seguridad de la multitud significa organizarse contra los valores, el trabajo, el imaginario y los símbolos del capital.
Del mismo modo que no hay conciliación posible entre el capital y el trabajo, tampoco la hay entre el estado y la asamblea, y entre las fuerzas de seguridad y la autoprotección comunitaria.
La solución a la in-seguridad, la precarización de la existencia que proviene del trabajo tarifado y la defensa de la vida insumisa, está en manos de los productores y sólo en sus manos.
O se pide la protección del verdugo -el estado- o se lo combate. Eso significa antagonizar con el capitalismo.
O se delega el poder y se lo padece, o se autoejerce la potencia creativa que mantiene con vida al Leviatán posfordista. Eso significa autonomizarse del estado y el trabajo asalariado.
No hay alianzas de clases posible. De un lado está la patronal, sus partidos y políticos, sus intelectuales y ONGs, los sindicalistas y los medios, la curia y el estado; y del otro, la autoorganización de la multitud del trabajo y el autogobierno que garantiza su seguridad.
La política del común, concentra en su mismo hacer, al sujeto social y al económico. Desprecarizando la vida material y volviéndola ontológicamente mas segura. Disfrutando sus participantes del goce del valor protectorio como valor de uso fraternal. Esta es una práctica que devuelve, al individuo y al colectivo, la mutua preservación de una comunidad de hombres libres. Una seguridad de la vida cooperante y, como tal, la fuente de donde mana la defensa común de la especie.
A la competencia capitalista se le contrapone la cooperación anticapitalista. Al estado que se prepara para profundizar la guerra social contra las mayorías, se le opone, la autopreservación comunitaria en asamblea. Al egoísmo la generosidad. Al odio al pobre, el amor entre los oprimidos. A la paranoia al semejante excluido del salario, el encuentro con el productor de valor. A la reclusión en los hogares desamparados, la movilización en la calle de la multitud. A las marchas como rituales, la conquista del espacio público. A la previsibilidad represiva, la sorpresa constituyente.
Ni juicios por magistrados ni juicios por jurados. Tribunales comunitarios.
Ni policía, ni fuerzas de seguridad, ni militares. Autoprotección como una labor mas de los sujetos autónomos.
La seguridad popular no es un tema estrictamente militar sino biopolítico. Es la vida redimida, en una comunidad de hombres y mujeres emancipados del capital, que autocuidándose, garantiza la perdurabilidad de su libertad.
Los empresarios entienden a la multitud como a una manada que va al encierro carcelario, al matadero del crimen, o a la esquila de la producción de valor, esté o no asalariado. Al mismo tiempo que el estado le ofrece seguir las huellas tramposas del baquiano de turno, la multitud, le contrapone la autodeterminación de una mayoría productora que se rebela, y demuestra, la nada de los lobos y pastores sin la potencia del rebaño que los alimenta.
No es una cuestión de buenas o malas personas. Ni de cambiar este por aquel. La policía, las fuerzas armadas y de seguridad son instituciones capitalistas. Y como tales, son instituciones corruptas.
Todo aparato diferenciado del hacer, el legislativo y judicial, y el gubernamental y militar, siempre funciona sometiendo a los productores de toda riqueza: los trabajadores que autovaloran el capital.
El anticapitalismo es el fin de toda especialización. Trabajo, seguridad y justicia quedan unificadas. La autonomía, el darse las propias leyes, es un ejercicio en estado permanente de la multitud asamblearia.
Cuando la vida termine con el trabajo como obligación forzada por el capital, los sujetos liberados, recuperarán todas las funciones que les fueron arrebatadas o delegaron en el estado.
En la Argentina, uno de cada cuatro niños trabaja. En el capitalismo, los desheredados, los indigentes, las generaciones sin futuro ya fueron condenados. La mayoría de los delincuentes tienen menos de 25 años. Desde 1998 se aprobaron una veintena de normas que solo sirvieron para reforzar el dominio y el exterminio sobre los pobres. Con las nuevas leyes represivas, la reforzada flexibilización laboral, los pactos con el FMI, queda meridianamente claro que rigen los procedimientos de los otros -las normas heterónomas- las reglas antagónicas a la multitud.
La clase social expoliadora, y su estado, sólo tolera a la multitud como muchedumbre aborregada y cooptada, explotada y desempleada, alienada y encarcelada. Las leyes de los capitalistas, de todos y cada uno de los patrones, no son las normas de la multitud. Sean grandes, medianos y pequeños empresarios. Concesionarios de los servicios públicos privatizados y los mass media, dueños de la industria y el comercio, banqueros y estancieros, integrando poderosas sociedades anónimas y PyMes, monopolios y oligopolios, urbanos y rurales, nacionales y extranjeros, conservadores y progresistas.
La multitud lucha, reflexiona y madura su bronca. La segunda ola destituyente necesita completar la tarea iniciada el 19 y 20. Una marea plebeya que barra con toda la nobleza de estado, y que, además, constituya, sus nuevas instituciones proveedoras de seguridad comunitaria. Una república anticapitalista del valor de uso y la autogestión social generalizada.
No se fueron todos, sino que se quedaron todos. Es mas, volvieron algunos que se habían ido. Y los que resulta peor, vienen por más. Resistencia no es éxodo. No hay transición posible entre la destitución de lo viejo y la constitución de lo nuevo. Entre capitalismo y anticapitalismo. En su lugar, ante un orden social injusto, sólo queda la oposición irreductible y la desobediencia a sus órdenes.
Ni con Blumberg ni con el gobierno.
Disolución de la policía.
Seguridad asamblearia.
Tribunales comunitarios.
Colectivo Nuevo Proyecto Histórico (NPH)
13 de abril de 2004
La (iN)seGuridad de la MuLTiTud
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