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Notícies :: mitjans i manipulació : guerra
El resultado de una guerra basada en mentiras
10 abr 2004
Una guerra fundada en ilusiones, mentiras e ideología de derecha estaba destinada a naufragar en sangre y fuego: Saddam Hussein contaba con armas de destrucción masiva. Estaba en contacto con Al Qaeda y tuvo que ver con los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001. El pueblo iraquí nos recibiría con flores y música. Habría democracia. Hasta el supuesto derribo con cuerdas de la estatua de Saddam Hussein fue un fraude: un vehículo militar estadunidense tiró del dichoso armatoste ante la mirada de unos cuantos cientos de iraquíes. ¿Dónde estaban las decenas de miles que debieron haberla echado abajo, que debían estar celebrando su "liberación"?
La noche del 9 de abril de ese año, la BBC logró encontrar un comentarista que echara pestes contra mí y The Independent por en-trecomillar la palabra "liberación". De hecho, la libertad de la dictadura de Hussein en esos primeros días y semanas significó libertad para saquear, para secuestrar, para asesinar. Esa primera torpeza angloestadunidense, permitir que las hordas se apoderaran de Bagdad y otras ciudades, fue seguida por la llegada de escuadrones mucho más siniestros de incendiarios que destruyeron sistemáticamente todo archivo, todo ministerio gubernamental (excepto los del Petróleo y el Interior, que, por supuesto, estaban custodiados por soldados estadunidenses), manuscritos islámicos, archivos nacionales e irremplazables antigüedades. La identidad cultural de Irak estaba siendo aniquilada. Y, sin embargo, se suponía que los iraquíes debían regocijarse en su "liberación".

La potencia ocupante se mofaba de informes de que se cometían raptos y violaciones de mujeres -de hecho, los secuestros de hombres y mujeres se daban en proporción de 20 al día y ahora pueden ser tantos como cien diarios-, y de plano se negó a calcular la cifra cotidiana de iraníes asesinados por pistoleros, asaltantes y soldados estadunidenses. Esta misma semana, mientras las promesas, mentiras y ofuscaciones se de-rrumbaban, el vocero militar de Washington sólo disponía de cifras sobre las bajas en sus fuerzas, en el momento mismo en que se informaba que 200 iraquíes perecieron en el ataque de los marines a Fallujah.

En el curso del mes, el aislamiento de las autoridades de ocupación del pueblo al que se supone que protegen sólo tuvo paralelo en el vasto abismo de falsas esperanzas y autoengaño existente entre las potencias ocupantes en Bagdad y sus amos allá en Washington. Todos, sin embargo, estaban de acuerdo en que la resistencia a la presencia invasora era causada sólo por partidarios del antiguo régimen. De hecho, Paul Bremer, procónsul de Washington en Irak, los llamó al principio "remanentes del partido" Baaz, que es como llamaban los rusos a sus opositores afganos después de que invadieron Afganistán en 1979. Luego Bremer los llamó "intransigentes", y poco después "mar-ginales". Y cuando los ataques contra las fuerzas estadunidenses se recrudecieron en los alrededores de Fallujah y otras ciudades musulmanas sunitas, nos dijeron que esta zona era el "triángulo sunita", aunque es mucho más grande de lo que la palabra indica y para nada tiene forma triangular.

Así pues, cuando el presidente George W. Bush realizó su célebre viaje al Abraham Lincoln para anunciar el fin de las "operaciones militares importantes", debajo de una manta que proclamaba "Misión cumplida", y luego los ataques contra las tropas de su país continuaron aumentando en intensidad, llegó la hora de rescribir el capítulo sobre el Irak de posguerra. Ahora "combatientes extranjeros", de Al Qaeda, habían irrumpido en la batalla, según el secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld. Los medios estadunidenses se hicieron eco de este disparate, aun cuando ningún operativo de Al Qaeda había sido arrestado en Irak y, de 8 mil 500 "detenidos por razones de seguridad" que tenían los estadunidenses, sólo 150 parecían venir de fuera de Irak. Es decir, únicamente 2 por ciento.

Más tarde, cuando el invierno se acercaba y Hussein fue capturado -y de todos modos continuaba la resistencia-, las potencias ocupantes y sus periodistas consentidos co-menzaron a advertir sobre una guerra civil, en la cual ningún iraquí se ha involucrado y ni siquiera habla de tal posibilidad. Ahora había que rendir a Irak por miedo. ¿Qué ocurriría si estadunidenses y británicos partieran? La guerra civil, por supuesto. Y no queremos guerra civil, ¿verdad?

Los chiítas continuaron tranquilos, con un liderazgo dividido entre el erudito y pro occidental ayatola Alí Sistani y el impetuoso pero inteligente Moqtada Sadr. Abrieron sus fosas comunes y lloraron a los miles que fueron torturados y ejecutados por los carniceros de Saddam, y luego nos preguntaron por qué en un tiempo apoyamos al dictador, por qué tardamos 20 años en descubrir la necesidad de emprender nuestra invasión humanitaria. Aquellos de nosotros que condenamos a Saddam durante 20 años -por su uso de armas químicas, por las barbaridades que se cometían en sus prisiones- fuimos condenados por Washington y Londres. El tirano era "nuestro hombre" en la guerra contra Irán.

A finales de otoño, los que en Washington operaron en favor de esta guerra buscaron ocultarse en las sombras. ¿Qué era eso de que un cabildo neoconservador, integrado por antiguos partidarios del Likkud israelí, estaba detrás de Bush y Dick Cheney?, exigía saber un columnista del New York Ti-mes. Cuando uno de ellos, Richard Perle, se encontró conmigo en un programa de radio, trató de demostrar que la vida en Irak avanzaba y me acusó de ser "un reportero que favorecía la persistencia del régimen baazista". Capté el mensaje: cualquiera que condenara este sangriento desastre era en secreto un baazista, un amante del dictador y sus torturadores. Cuán bajo han caído los halcones de Washington.

De hecho, si las autoridades de la ocupación se hubieran molestado en estudiar los resultados de una conferencia sobre Irak impartida recientemente en Beirut por el Centro para Estudios de Unidad Arabe, tal vez se habrían visto obligados a reconocer lo que no pueden: que sus opositores son iraquíes y que se trata de una insurgencia nacional. Un académico iraquí, Suleimán Jumeili, quien de hecho vive en Fallujah, relató cómo descubrió que 80 por ciento de los rebeldes que han caído eran activistas islámicos. Sólo 13 por ciento de los muertos habían sido primordialmente nacionalistas y sólo 2 por ciento habían sido baazistas. Pero no podemos aceptar estas estadísticas porque, si se trata de una revuelta iraquí contra nosotros, ¿cómo explicar que no es-tén agradecidos por su liberación?

Así pues, después de las atrocidades co-metidas en Fallujah hace poco más de una semana, cuando cuatro mercenarios estadunidenses fueron asesinados, mutilados y arrastrados por las calles, el general Ricardo Sánchez, comandante estadunidense en Irak, puso en marcha la operación a la que se ha dado el ridículo nombre de Resolución Vigilante. Y ahora que miles de milicianos chiítas de Sadr se han unido a la batalla contra los estadunidenses, Sánchez tuvo que volver a cambiar el guión. Sus enemigos ya no son "remanentes" de Saddam o ni si-quiera miembros de Al Qaeda: ahora son un "pequeño (sic) grupo de criminales y rufianes". No se permitirá que el pueblo de Irak caiga bajo su yugo, advirtió. No hay "lugar para una milicia de renegados".

Por consiguiente, los marines se abrieron paso a sangre y fuego en Fallujah, mataron a más de 200 iraquíes, mujeres y niños inclusive, mientras combatían con tanques y helicópteros a los pistoleros en el barrio perdido de Bagdad llamado Ciudad Sadr. Hicieron falta uno o dos días para entender qué nuevo autoengaño se había apoderado del comando militar estadunidense. No, no enfrentaba una insurgencia que se extendía por todo el país: ¡estaba liberando de nuevo a los iraquíes! Lo cual, por supuesto, significará unas cuantas "operaciones militares importantes" más. Sadr se incorpora a la lista de los más buscados por un asesinato que dio lugar a una orden de aprehensión de la cual nadie nos informó cuando misteriosamente fue emitida hace varios meses -se supone que por un juez iraquí-, y el general Mark Kimmit, número dos de Sánchez, nos enteró de que la milicia de Sadr será "destruida".

Y de esta manera el baño de sangre se extiende aún más en Irak. Kut y Najaf están ahora fuera del control de las potencias ocupantes. Y con cada nuevo colapso, nos ha-blan de nuevas esperanzas. Sánchez ha expresado su "total confianza" en sus tropas, las cuales "tienen claro su propósito" y "realizan progresos" en Fallujah, y asegura que -éstas son sus palabras exactas- "un nuevo amanecer se aproxima". Lo cual es, ni más ni menos, lo que los comandantes estadunidenses dijeron hace exactamente un año, cuando sus fuerzas penetraron en la capital iraquí y Washington proclamó su victoria contra la Bestia de Bagdad.
Mira també:
http://www.jornada.unam.mx/2004/abr04/040410/019a1mun.php?origen=opinion.php&fly=1

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