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Notícies :: pobles i cultures vs poder i estats |
Al ascua su sardina
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per ulls |
13 mar 2004
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Mario Zubiaga - Profesor de Ciencia Política la UPV/EHU |
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No malvivimos como ratas en las ruinas de Grozni. No nos exterminan quirúrgicamente en Gaza. No hemos sido bombardeados indiscriminadamente por los cruzados. Nadie defiende en Euskal Herria un proyecto mesiánico. Ninguna «solución final» al conflicto vasco es posible. La reivindicación de nuestro pueblo no tiene la triste necesidad de morir matando.
Si ha sido ETA, no ha sido ETA. Habrá sido una organización que ha perdido definitivamente la medida de la realidad. Dada la horrorosa desmesura de la matanza, una presunta demostración de fuerza previa a cualquier movimiento razonable se convertiría en la más absurda de las estrategias. ¿Alguien podría entender que doscientas personas han pagado con su vida la no presentación de unas listas conjuntas abertzales a las elecciones? Por eso la izquierda abertzale no puede contemplar siquiera tal hipótesis, porque si fuera cierta estaríamos asistiendo a su autodestrucción definitiva.
El calibre del atentado es tal que nadie que conozca el pozo del Tío Raimundo puede asumir que alguien «de los nuestros» haya podido ser responsable. De ahí que la mayoría de la población vasca desee que la autoría de los atentados sea lo más ajena posible. Y quiero creer que la población española también se alegraría si así fuera.
Sin embargo, en esta confusa tesitura, el PP arrima sin vergüenza al ascua su sardina electoral. El Gobierno español suspira por que ETA no niegue tajantemente su participación antes del domingo a las nueve de la mañana. El contubernio judeo-masónico es ya eusko-islámico. El Islam y los vascos, son los mayores enemigos de la Constitución española. Ajuria Enea es una mezquita y su almuecín berrea llamando a la limpieza étnica, mientras sus esbirros etarras con los afilados alfanjes decapitan españoles por el solo hecho de serlo. Qué bella conjunción histórica: el enemigo del norte y el del sur ante Castilla. Qué gran estandarte electoral.
Pero más allá de los indudables efectos que la tragedia pueda tener en las urnas, quizás sean más relevantes otras consecuencias que en distintos ámbitos pueden producirse a medio plazo.
Aquí, la tragedia de Madrid nos puede ayudar a conducir el conflicto por vías menos dolorosas. En primer lugar, es hora de desenmascarar un discurso político exacerbado que, desde 1998, cuanto más cercana estaba la superación de la violencia, más irrefrenablemente mentaba el terrorismo indiscriminado, la barbarie, el exterminio y la supuesta lim- pieza étnica. Sin negar todo el sufrimiento precedente, pues la acumulación puntual de víctimas no quita ni pone nada al carácter individual del dolor, lo de Madrid sí que es terrorismo indiscriminado. Lo de Madrid expresa un conflicto muy profundo que está lejos de alcanzar la madurez resolutiva. Expresa un conflicto antiguo pero de expresión global incipiente. Un conflicto, en todo caso, incomparable al nuestro.
No podemos confiar en que la tragedia del 11-M lleve a la santa alianza mundial a tomar las decisiones adecuadas. Los países embarcados en la nueva reconquista intentarán asegurar sus fronteras frente a las razzias de nuevo cuño, y del mismo modo que los monarcas cristianos acabaron con cualquier experiencia de diálogo intercultural en el medioevo, las respuestas autoritarias y aislacionistas muros reales y virtuales se acentuarán en el inmediato futuro. La ideología dominante que define los conflictos como patologías sociales, que niega la humanidad al enemigo alimañas con prédicas de otra época, la obsesión por «extirpar» la parte enferma del mundo, y la ilusa confianza moderna en la más insegura de las seguridades tecnológicas, nos auguran horrores semejantes o mayores a los de Madrid o Bagdad.
En nuestro caso, sin embargo, deberíamos confiar en que la respuesta a la tragedia sea más inteligente. Efectivamente, la magnitud de los atentados de Madrid debe ayudarnos a redimensionar nuestro conflic- to. ETA debiera dar continuidad a su progresiva conversión en «discurso»: su mera existencia manifiesta que la persistencia de un conflicto que debe ser solucionado. Pero al tiempo, su acción, cada vez más simbólica, debe mostrar que es fácilmente superable, y, por supuesto, no puede entrar en dinámicas que obstaculizarían tal solución.
Por su parte, el conjunto de actores políticos vascos, sea cual sea su devoción constitucional, debe entender que en el occidente cristiano no pueden ponerse trabas a la solución de un problema nacional basada en el respeto a todos los derechos y la expresión de la libre voluntad ciudadana sobre el marco político en el que se desea vivir. Incluso ese señor bajito y con bigote debiera aprender de la experiencia de su homólogo austríaco, y darse cuenta de que no siendo conveniente tener abiertos dos frentes al tiempo, quizás deba cerrar el más fácil, el del norte. Olvidada la vieja metáfora de las nueces, a ver si, por lo menos ahora, algunos se caen del guindo y caen, eso sí, sobre una mesa de diálogo.
En todo caso, la primera respuesta, la del corto plazo, la conoceremos el domingo. Y sería de agra- decer que todos los protagonistas dijeran lo que saben para que el voto sea consciente y sólo moderadamente visceral. En otro caso, veremos cómo, danzando en un círculo macabro, cada miserable intenta arrimar su sardina a las ascuas de los cientos de viajeros calcinados por la dinamita.
Sin embargo, no debiera olvidar el ambicioso que más esta arrimando su sardina, el que desea obtener el mayor provecho de la tragedia, aquel que insiste en agitar el espantajo de ETA o que desea al mismo tiempo envolverse con el manto de la unidad frente a un enemigo exterior que él mismo, con sus decisiones irresponsables, ha provocado, podría arder políticamente en esas terribles ascuas el mismo domingo por la tarde, a eso de las ocho. Ojalá la catarsis colectiva, en esta ocasión, apele a la razón y no, como casi siempre, al «cierra España». - |