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¿Por qué hay que salir a la calle, un año después?
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per (penjat per) Antoni Ferret |
10 mar 2004
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Publicado en «Rebelión» |
Roberto Montoya
Millones y millones de personas denunciaron con sus gritos en cientos de ciudades de todo el mundo la injustificada e ilegal guerra de agresión que se avecinaba. A pesar de la masividad de ese movimiento, el primero significativo conocido en la historia ante una guerra todavía no iniciada, ésta no se pudo frenar. Como era de prever, si el emperador Bush y sus aliados de turno hicieron caso omiso a las posturas en contra que mantenían varias grandes potencias en el Consejo de Seguridad de la ONU, tampoco iban a cambiar un ápice su decisión ante el clamor que emanaba de la calle. ¿Fracasó el movimiento antiguerra? ¿Para qué movilizarse de nuevo ahora?
Podría hablarse de fracaso si los "vencedores" hubieran podido mostrar al mundo las terroríficas armas de destrucción masiva que supuestamente amenazaban a la humanidad y por las que justificaron su cruzada. Podríamos hablar de fracaso si hubiéramos comprobado que eran ciertas las vinculaciones entre Sadam Husein y Osama bin Laden, confabulados para lanzar una suerte de "yihad" terrible contra el resto del mundo "civilizado". Podríamos hablar de fracaso si las tropas "aliadas" hubieran sido recibidas por el pueblo iraquí como "liberadoras" y que el fin de la guerra anunciado por Bush, el 1 de mayo de 2003, hubiera sido real; que el país estuviera ya organizando libremente su futuro, sin el yugo, real, que padecieron durante las décadas que Sadam estuvo en el poder. Podríamos hablar de fracaso si se hubieran mostrado como infundadas nuestras acusaciones de que la guerra contra Irak obedecía fundamentalmente a los intereses geoestratégicos y de control de sus fuentes energéticas por parte de EEUU y sus lacayos de turno. Si fuera el futuro Gobierno iraquí, elegido en las urnas, el que decidiera el modelo económico de su Estado, eligiendo libremente a las empresas y países que participarían en su reconstrucción.
Pero nada de esto sucedió, por lo que no podemos menos que reivindicar nuestras denuncias, nuestras acusaciones, nuestra movilización. Analicemos caso por caso lo que sucedió.
Las armas de destrucción masiva
Las armas de destrucción masiva (AMD) no aparecieron, ni aparecerán…porque no existieron, porque no existían.
Bush, que había impedido al lanzar la guerra contra Irak que los expertos de la ONU dirigidos por Hans Blix siguieran haciendo su trabajo, envió al caer Bagdad, en abril de 2003, a un grupo propio de expertos, 1.400 inspectores, con la misión de encontrar esas temibles armas de destrucción masiva. Aseguraba que las encontrarían, sosteniendo que Sadam había logrado engañar a los expertos de la ONU, que les había ocultado las armas. El informe final del jefe de esta misión norteamericana, David Kay, que conocimos hace pocos días, supone un duro golpe para Bush. Kay sostuvo: "Estábamos todos equivocados al creer que Sadam Husein contaba con esas armas". Kay dijo que posiblemente Sadam nunca pudo recomponer el programa de armas químicas y bacteriológicas con las que sí contaba durante la guerra contra Irán, entre 1980 y 1988 y que llegó a utilizar contra su propia población kurda en 1991, ante la pasividad de las tropas "aliadas". Armas que, por otra parte, le habían proporcionado en esa época los propios EEUU, varios otros gobiernos y empresas de Occidente (incluidas empresas españolas) y hasta Rusia. No olvidemos que en aquellos años el gran "demonio" para Occidente era el ayatolá Jomeini, mientras que el régimen iraquí era laico.
Kay dijo "todos nos hemos equivocado", corrigiendo así sus propias estimaciones iniciales. Pero en realidad no "todos" nos habíamos equivocado. No sólo millones de personas en la calle sosteníamos que lo de las armas era una simple coartada. No sólo países como Francia, Alemania o Rusia sostenían que no había pruebas suficientes para justificar la guerra y por eso no aceptaron que hubiera una nueva resolución legitimando explícitamente la guerra.
Lo habían dicho mucho antes ex jefes de misiones de desarme de la ONU en Irak, como el norteamericano Scott Ritter, lo habían escrito en libros ex analistas de la CIA, como Kenneth Pollack, basándose en datos concretos sobre las armas que se le habían destruido a Irak después de la guerra del Golfo de 1991; más las que destruyeron los inspectores de la ONU durante los ocho años que actuaron allí tras el fin de la Guerra del Golfo. Lo dijeron ante el Consejo de Seguridad de la ONU también en 2002 y 2003 el propio Hans Blix y el director del Organismo Internacional de la Energía Atómica, Mohamed el Baradei. Lo máximo que llegaron a encontrar fueron misiles de corto alcance, que superaban sólo 50 kilómetros la distancia permitida, y lograron que Sadam comenzara a destruirlos delante de ellos. Más de 40 ya habían sido destruidos cuando los inspectores se vieron obligados a salir de Irak en marzo de 2003 ante la advertencia de Bush de que comenzarían los ataques.
Pero ninguna de estas evidencias importaban en ese momento. El objetivo estaba prefijado desde hacía mucho tiempo, desde el mismo momento en que Bush subió en realidad a la Presidencia de EEUU, el 20 de enero de 2001. En su primera rueda de prensa ya comenzó sus acusaciones contra Sadam Husein, y todavía faltaban nueve meses para el 11-s, para el comienzo oficial de la cruzada antiterrorista internacional.
Cada una de las acusaciones que hizo Bush sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam fueron repetidas en cuestión de horas por Blair, el laborista más reaccionario que haya conocido ese partido en toda su historia, y por Aznar, quien fue traduciendo al español las mismas mentiras.
A pesar de que los demócratas en EEUU en su momento dieron tanto luz verde a Bush para su guerra contra Irak, como la dieron para que éste se dotara de un presupuesto militar descomunal, hoy, en pleno año electoral, intentan sacar partido del fracaso de la hazaña bélica de Bush y piden que se investiguen los informes de los servicios de Inteligencia norteamericanos con los cuales se justificó la guerra. Lo hacen después de que Irak fuera arrasada, que murieran miles de personas, que se destruyera su infraestructura; cuando ya se ha repartido parte del botín y el país está sumido en una violencia que será difícil controlar.
¿Ha fracasado el movimiento antiguerra en este tema? No, todo lo contrario. Se ha demostrado que sus denuncias eran todas reales. Es un aliciente para movilizarse de nuevo ver que los "aliados" tienen grandes dificultades para completar su operación y que cada vez son más los que les exigen cuentas.
La "alianza" Sadam Husein-Bin Laden
Al igual que en los meses previos a la Guerra del Golfo de 1991, EEUU puso en marcha tras el 11-S y más intensamente en 2002 y 2003, una vasta y compleja maquinaria de propaganda de guerra, para preparar a la opinión pública mundial ante una nueva agresión contra Irak, calificada por ellos de "inevitable". Las "intoxicaciones" a los medios de comunicación fueron abrumadoras. Un día se filtraba a un diario las "sospechas" de la CIA o cualquiera de las múltiples agencias de seguridad de EEUU o del MI6 británico, de que Sadam podía estar detrás de los envíos de sobres con esporas de ántrax que dejaron varios muertos en EEUU. Otro día se especulaba que Sadam había establecido una alianza letal con Osama bin Laden para sembrar el terror en el mundo.
La belicista cadena de televisión norteamericana Fox o tabloides derechistas como el británico Daily Telegraph "revelaban" otro día las "pruebas" que les iban suministrando con cuentagotas distintos servicios de Inteligencia, de que Sadam contaba con aviones preparados para dispersar mortíferos agentes químicos sobre ciudades de EEUU, o que tenía misiles capaces de alcanzar las ciudades más pobladas de Israel. Otro día eran directamente ruedas de prensa de los gobiernos de Bush, Blair, Aznar o Berlusconi, las que daban cuenta de aterradoras amenazas que supuestamente se cernían sobre el mundo, si no se actuaba a tiempo.
Ante tal premura, explicaban, lo de menos era ver en detalle "las pruebas", bastaba que lo dijeran algunos de los servicios de Inteligencia más renombrados a nivel mundial, que lo dijeran gobiernos de larga tradición "democrática".
El preocupante tema de los sobres con ántrax que sembraron el pánico en todo el mundo y que permitieron hacer pingües negocios a los grandes laboratorios que fabricaban su antídoto, o a los fabricantes de mascarillas, desapareció de los medios de comunicación de un día para el otro. Fue precisamente cuando ya no se pudo impedir que se conociera hacia donde estaban orientadas las pistas de los investigadores: nada menos que al Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del ejército norteamericano (USAMRIID), situado en Fort Detrick, en Maryland. Supuestamente ese centro había dejado de experimentar con armas biológicas en 1970, cuando se firmó la Convención Internacional contra el desarrollo de Armas Químicas y Biológicas. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que se venía denunciando que tanto el Ejército como la CIA seguía en secreto con esos experimentos. El círculo se cerraba. Sólo alguien que hubiera formado parte del pequeño grupo de científicos que tenía esa experiencia y que podía manipular las esporas sin dañarse a sí mimo podía haber enviado esos misteriosos sobres.
Se llegó detener a uno de esos científicos, pero fue liberado poco después. En medios científicos se especulaba con que el autor de esos atentados podía ser precisamente alguno de esos científicos, que actuara o bien por encargo de importantes laboratorios, o que formara parte de esos expertos que venían reivindicando más inversión pública en áreas específicas de la investigación científica.
Al llegar a ese punto la investigación, se bloqueó el tema, no se supo más de él, se impidió todo acceso a la información a los medios de comunicación.
En cuanto a la supuesta alianza de Sadam Husein con Osama bin Laden, fue una mentira que duró algo más de tiempo, aunque era ridícula desde el comienzo.
Sobre todo, si se tiene en cuenta que cuando el "infiel" Sadam, líder de un Estado y un partido laico como el Baaz, invadió Kuwait, Osama bin Laden emitió una "fatua" contra él y propuso al régimen saudí que no reclamara la ayuda de EEUU para defenderse de un eventual ataque iraquí, sino que encabezara una "yihad" en defensa del islámico emirato de Kuwait, para desalojar y derrotar a las tropas de Sadam. Pero esos "detalles" no impidieron que Bush y sus amigos mantuvieran, con poca convicción es cierto, la teoría de esa alianza demoníaca entre los dos.
Finalmente, los propios servicios de Inteligencia de los "aliados", incluido el CNI español, tuvieron que reconocer que en ningún caso se había podido demostrar semejante frente terrorista.
Pero, como sucedió también en los prolegómenos de la Guerra del Golfo, la propaganda de guerra siempre deja un "poso" en la mente de millones de asustados ciudadanos de Occidente y nadie pide cuentas después de las mentiras con las que se justificaron los bombardeos y las muertes de miles y miles de personas. "Intoxica que algo queda", parece ser la máxima que siguen, logrando sin duda bastantes resultados.
Los iraquíes rechazan a sus "liberadores"
Después del 11-S muchos norteamericanos se preguntaron ¿por qué nos odian tanto?, ¿por qué tenemos tantos enemigos en el extranjero? La misma pregunta se la volvieron a hacer las tropas estadounidenses destacadas en Irak. Muchos siguen sin entender por qué la población iraquí no les agradece que les hayan liberado de un tirano, como sin duda era Sadam Husein. Es la misma actitud que se encontraron en Afganistán, como mucho antes en Vietnam o en cualquiera de las docenas y docenas de países que EEUU invadió a lo largo de su historia, desde que existe como país independiente. No hay duda de que al menos un porcentaje muy alto de la población iraquí temía y odiaba a Sadam Husein y su sangriento régimen. Sin embargo, esa misma población tiene una memoria histórica, sabe que EEUU y otros muchos países armaron a Sadam en los 80 para poder enfrentar a Jomeini; sabe que no se hizo nada para impedir la represión a la población kurda y chií a comienzos de los 90; sabe, por experiencia propia, la masacre que supuso la Guerra del Golfo; sabe bien lo que sufrió durante los 12 años de cruel embargo, que fundamentalmente afectaba a la población civil.
Y esa población vio también atónita, con sus propios ojos, cómo cuando días después de que EEUU comenzara la invasión del territorio iraquí el 20 de marzo de 2003, su Ejército ya concedía a empresas norteamericanas las primeras contratas públicas de reconstrucción. El botín de guerra se empezó a repartir inmediatamente, de una forma burda. EEUU comenzó a asignar las más importantes obras, especialmente aquellas para poner rápidamente a punto la explotación y exportación del precioso petróleo iraquí, en manos de empresas estadounidenses, arrogándose el derecho de permitir o vetar a empresas de otros países. Como "fuerza ocupante", EEUU, junto a Gran Bretaña, diseñó la estructura económica iraquí, previendo que los beneficios resultantes de la venta del "oro negro" formaran parte del Fondo de Reconstrucción…controlado por esos dos países, tema que sigue provocando polémica con otros países y con la propia ONU.
Tras nombrar a dedo al gobierno provisional, el "administrador", Paul Bremer, hizo que éste organismo fantoche aprobara rápidamente la privatización de la economía iraquí, "legalizando" así la participación protagónica en ella de las multinacionales estadounidenses.
Una medida que hipoteca de hecho al gobierno del que finalmente se doten en Irak.
La complicidad de Aznar
En las semanas previas al comienzo de la guerra en Irak, en marzo de 2003, José María Aznar aseguraba en una entrevista de televisión que España no tenía en Irak otros intereses que no fuera el de ayudar a los iraquíes a liberarse de su yugo y a la humanidad a liberarse de un peligro mundial. Sostenía entonces, que esa no era la postura de "otros", en clara alusión a Rusia, Francia y Alemania, que tenían y tienen ciertamente intereses en las fuentes energéticas iraquíes.
Sin embargo esa también se mostró como una mentira de Aznar. Pronto comenzarían las reuniones del Gobierno con más de 200 empresas interesadas en el gran negocio que supone participar en la reconstrucción de un país que podrá pagar esa "ayuda" generosamente, con su oro negro. Las empresas españolas, especialmente las relacionadas con la explotación petrolífera, ya han empezado a recibir las primeras migajas que reservó para ellas el emperador Bush, en contrapartida por los valiosos servicios prestados por el Gobierno Aznar.
A pesar de la manifiesta complicidad del Gobierno español con el de EEUU y el de Gran Bretaña en la guerra contra Irak, es el que menos ha sido perjudicado políticamente hasta ahora, a pesar de que día tras día han ido cayendo por tierra todas esas "pruebas" por las cuales se justificó la devastadora guerra contra Irak. Aznar, como Ana Palacio, como Rajoy o Zaplana, se defienden ante las críticas con un argumento ridículo: "nos basábamos esencialmente en los informes de los propios expertos de la ONU y en el consenso que había en el Consejo de Seguridad", algo que cualquier ciudadano que siguió un año atrás las fuertes polémicas en la ONU sabe que es totalmente falso.
Y finalmente aflora otro argumento en boca de nuestros gobernantes, que sí es real, auténtico, pero del cual tendría precisamente que avergonzarse el Gobierno de verse obligado a reconocer:
"Nuestros servicios de Inteligencia no tienen medios para saber por sí mismos si Sadam tenía o no armas de destrucción masiva", nos vienen a decir, reconociendo que ese énfasis con el que defendían en el Parlamento y ante la ciudadanía sus acusaciones contra Irak, se basaba en los informes de los servicios de Inteligencia de EEUU y Gran Bretaña, ni más ni menos.
De esta manera el Gobierno siente que no necesita hacer ninguna autocrítica, se considera exento de cualquier responsabilidad. No explica por qué, no teniendo medios propios para contrarrestar las versiones de EEUU y Gran Bretaña, no optó por una medida más cauta, como la que mantuvieron otros países, que rechazaron ser comparsas del emperador Bush. Todo lo contrario, Aznar, al hablar ante el Congreso de EEUU semanas atrás, volvió a bendecir la alianza con Bush y se permitió seguir hablando de "armas de destrucción masiva" sin ruborizarse.
Todo esto demuestra en definitiva que las causas por las cuales millones de personas nos movilizamos hace ahora un año se vieron confirmadas y sus máximos responsables puestos en evidencia, desgraciadamente, después de tanto dolor, de tantas muertes inocentes. Irak, como Afganistán, siguen desangrándose cada día, gracias a la cruzada emprendida por Bush, Blair y Aznar y de no volver la movilización a las calles, las presiones contra ellos, éstas experiencias podrán repetirse mañana con ataques a Irán, a Siria, o, no puede excluirse, a la propia Cuba.
Muchas veces los partidos políticos no recogen como quisiéramos éstas denuncias, éstas denuncias, éstas presiones; muchas veces los medios de comunicación no se abren suficientemente a todo este clamor popular, pero queda la calle, la calle es de todos. Hay que usarla, hay que salir de nuevo a gritar ¡¡¡NO A LA GUERRA!!!
Roberto Montoya es jefe de la sección Internacional de EL MUNDO, autor de los libros "Los Terratenientes" (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970); "El Imperio Global" (La Esfera de los Libros, Madrid, 2003) y coautor, junto a Daniel Pereyra, de "El caso Pinochet y la impunidad en América Latina" (Pandemia, La Rioja, Argentina, 2000). |
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