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Primitivismo y Revolucion
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per Miguel Amoros |
28 gen 2004
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Texto de la conferencia dada por Miguel Amoros, con David Watson y Los Amigos de Ludd, en Barna, noviembre 2003.
Difunde colectivo Re-Evolucion (Corunha)www.anticivilizacion.tk |
PRIMITIVISMO Y REVOLUCIÓN
“cómo, a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado
fue mejor� (Jorge Manrique)
Vivimos en una época difÃcil, donde el pasado es incomunicable. Los supervivientes de la vieja generación son incapaces de trasmitir la experiencia de sus derrotas y de sus victorias a los jóvenes rebeldes porque estos soportan unas condiciones de existencia tan diferentes que las verdades anteriores no encajan en su tiempo. La vieja generación no tiene descendientes, y la de ahora no tiene antepasados. El capitalismo y la civilización industrial han levantado un medio artificial en el que se desenvuelven a gran velocidad personas sin memoria. Los cambios son tan acelerados que extravÃan hasta la misma noción del cambio; se pierde pues la noción del tiempo. Cada quince o veinte años hay que partir de cero. Los muertos han sido enterrados mucho antes de que la nueva generación cayese en la tentación de venerar su recuerdo. La revolución no extrae su poesÃa del pasado pero tampoco puede sacarla del porvenir. Estamos instalados en un presente continuo, en el cual caminan iguales los viejos proyectos de emancipación vencidos y las ideologÃas más estrafalarias nacidas precisamente del fracaso. Son malos tiempos para la épica, tiempos de farsantes.
Al mismo tiempo que nació la ciudad industrial nació el deseo de huir de ella. El sentimiento moderno de la naturaleza nace con el aire pestilente y la acumulación de basura. La emoción es legÃtima pero transformada en nostalgia no será más que una de las caras del progreso. Como reacción contra los estragos de la industria llega a sensibilizar a las gentes; sin embargo, eso no basta. De lo que se trata es de que el sentimiento se vuelva conciencia, y la conciencia, fuerza práctica. Ha de recurrir a la reflexión y al análisis histórico, es decir, ha de volverse teorÃa para poder generalizarse como revuelta. Ha de madurar, salir de la infancia y aceptar ser asociación y razón. Ha de oponer a la civilización industrial un pensamiento riguroso y una organización fuerte que le permita pasar a la práctica luchando contra aquella. Ha de ser acción revolucionaria, ya que la revolución social será naturista, o como se dice ahora, primitivista, o no será.
Al hablar de primitivismo conviene distinguir entre quienes buscan en el conocimiento de las sociedades arcaicas armas conceptuales con las que enfrentarse al mundo y transformarlo, y quienes buscan en los modos de vida salvajes la inocencia y beatitud perdidas al paso de la historia. Los primeros no pretenden recrear esas formaciones sociales por mucho que se inspiren en ellas; los segundos afirman con toda seriedad que la libertad de las gentes pasa por el retorno a etapas prehistoricas. La simple abolición del Estado, del capital y de la producción industrial parece no ser nada si al final no nos quedamos todos asilvestrados. En un caso se trata de desarrollar la crÃtica social y demostrar que otras maneras de vivir son posibles, que la sociedad capitalista es algo relativamente reciente y que puede tener fin; en el otro, es cuestión de una ideologÃa autocomplaciente que enmascara el conflicto social e impide que llegue a la conciencia de los explotados. Asà pues estamos ante dos tipos de primitivismo completamente diferentes: uno subversivo, que quiere aclarar las nuevas cuestiones que plantea la lucha social y llevar la revolución más lejos; otro conformista y reaccionario, que las embarulla y siembra confusión, que se apalanca en el instinto y rechaza el método, acomodándose en los espacios que la sociedad industrial le permite. Aquél es prueba de salud, éste, enfermedad del espÃritu. De esta gripe de la conciencia vamos a ocuparnos.
Una ideologÃa tan descosida e irreal, destinada al anaquel de los liberalismos aberrantes, no deberÃa tener demasiada importancia puesto que su práctica no va más allá del excursionismo y es tan arriesgada como el fabricar jabón de Marsella, pero en la medida en que anima un discurso irracionalista que empuja al aburguesamiento o al delirio, importancia tiene. Hace de la naturaleza una religión, un arma contra el pensamiento. Como tal, no le falta el pecado original, criar animales y cultivar la tierra en grupo, es decir, civilizarse. El primitivista vulgar y filisteo pide la abolición de toda cultura --de toda civilización-- y de toda organización social, especialmente de las ciudades, la cuna de la libertad y el lugar de las formas más extremas de la lucha de clases. El pensamiento y el arte, la literatura y los oficios, testimonios de la creatividad y del genio humanos, manifestaciones genuinas de la libertad del hombre, son a sus ojos desechables. El papel de la ciencia o de la imprenta en la lucha contra la religión y las monarquÃas es menospreciado, igual que cualquier otro hecho histórico. No es que el primitivismo vulgar rechace el conocimiento cientÃfico o las invenciones liberadoras, rechaza toda forma de conocimiento y toda trasmisión de saberes que se acerque al horizonte histórico. De las civilizaciones no hay nada que aprender ni que enseñar más allá de la receta del falafel. En definitiva, el filisteo primitivista no pide la libertad, exige la ignorancia, o sea, la barbarie.
El primitivista vulgar toma las formaciones sociales y los conceptos como si fueran eternos y hubieran desempeñado siempre el mismo papel, de forma que mirando la sociedad con un cristal de ese color todos los momentos históricos son uno: todas las civilizaciones son territorios de la domesticación y de la falta de libertad. Ni el pasado, ni la memoria tienen sentido. Para él la anarquÃa no es la culminación de un ideal civilizado, “la más alta expresión del ordenâ€?, sino una especie de limbo desgobernado habitado por lectores de Stirner y de Zerzan. La libertad es identificada con la ausencia total de normas, es decir, con la ausencia de comunidad. Se trata pues de una ideologÃa radicalmente antihistórica y forzadamente individualista. Para ella toda forma de organización es fuente de autoridad, todo movimiento de masas aspira a constituir un poder y toda revolución es liberticida. No hay entonces que organizarse, ni promover actos masivos, ni perseguir fines revolucionarios. El primitivismo vulgar es una ideologÃa moralista que como tal no se moja en la acción, ni soporta enfrentarse con la realidad. Es inmovilista. Bajo la óptica de renuncia al combate social la revolución es otro error; a la revolución social el primitivista vulgar opone la insurrección, pero no una insurrección popular, procedimiento revolucionario que se produce en determinadas condiciones históricas, sino una insurrección estrictamente individual y moral, una rebelión interior. La libertad para él no es algo que se resuelva en sociedad. No habrÃa entonces cuestión social que plantear, sino simplemente cuestión personal, biológica, animal. La cuestión social se escamotea con la presunción de que todo vÃnculo estable (toda relación social) es autoritario. No hay frente al que acudir, sino abrigo en el que ocultarse. No hay que contaminar a la sociedad de ideas naturistas, hay que elevar una muralla de despropósitos primitivistas y guarnecerse tras de ella.
El carácter reaccionario del primitivismo vulgar y filisteo vuelve a mostrarse en su actitud hacia el movimiento obrero. De un solo golpe liquida la función del proletariado en la historia, la de la revolución y la del propio anarquismo, que no lo olvidemos, es un ideario de libertad y de emancipación nacido en el fragor de la lucha de clases. Según su punto de vista, la historia de la lucha de clases es solamente la historia de la lucha por el poder. El proletariado sólo aspira a tomar el poder, como la burguesÃa; no hay diferencias entre las distintas tendencias obreras pues todas pretenden lo mismo. Por consiguiente execra la lucha de los trabajadores contra la explotación y por la libertad, y por lo tanto, toda forma de lucha que persiga objetivos concretos y cercanos y genere coordinación y asociación. Para el primitivista vulgar esas luchas --los métodos de clase y sus fines-- generan nuevas formas de autoridad. De acuerdo con la ecuación sociedad igual a poder, condena por igual tanto la acción directa, la huelga general o las asambleas, como los delegados, los comités o los consejos obreros. El viejo objetivo liberador, la libre federación de productores libres, la idea de que la emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos, es bajo su punto de vista una falacia autoritaria y domesticadora. El primitivista vulgar está contra el trabajo --como todo el mundo-- y de rebote, contra el trabajador; el hecho de que en el mundo convivan miles de millones de trabajadores que no pueden sustentarse con actividades “gozosasâ€? como la caza o la pesca, no parece conmoverle ni incitarle a revelar sus planes de retorno a lo primitivo. No se molesta en exponer las posibilidades reales de sus elucubraciones pues, como ya hemos dicho, no se baña en el rÃo de la acción. Se limita a propugnar como objetivo lejano un estado social anómico del que puedan surgir efÃmeras asociaciones mediante pactos temporales. De nuevo, la barbarie, pero esta vez, la barbarie burguesa, la mismÃsima sociedad pintada de verde guayaqui. El ideal primitivizado de la segunda residencia con huerto y vecinos.
El primitivista vulgar no quiere destruir el orden social, ni forzar un cambio radical en la sociedad, ni disolver abruptamente las condiciones de vida existentes, pues eso es en definitiva la revolución. Es eminentemente reaccionario. Opone a la práctica social revolucionaria un obrar existencial aparente y ficticio, depurado de todo criterio social. Elimina de la práctica todo lo socialmente concreto, todo lo histórico. Sus prédicas libertarias no le obligan a nada, pero le dan un aire rebelde que le complace y asegura. Todos se sienten papúas a veintemil quilómetros de distancia de Nueva Guinea. Sus loas a la libertad absoluta se dirigen en exclusiva contra las prácticas que la hacen posible. Una vez más estamos ante la actitud trasgresora y a la vez inmovilista del burgués decadente, propia de los tiempos en que la clase dominante necesita subvertir sus propios valores para seguir manteniéndolos.
La deshumanización de la sociedad ha acarreado la idealización de la naturaleza. Como los burgueses ilustrados hicieron en el XVIII y los escritores románticos tras ellos, los primitivistas vulgares dotan a la naturaleza de contenidos, la espiritualizan, la convierten en hogar de la libertad y de la armonÃa. Proyectan en la naturaleza representaciones propias de la vida privada de las clases medias, las herederas del ideario burgués. Buscan el cielo casero en la ideologización de lo salvaje. Predican la salvación personal a costa de la civilización --de la sociedad--, no en la lucha contra la opresión. Renuncian a la experiencia social de la libertad pues para ellos la civilización, la sociedad entera, incluida la primitiva, es una forma de vida extraña al orden natural. La oposición entre naturaleza y sociedad presupone la ruina completa del mundo civilizado; en consecuencia para el primitivista vulgar habrá que reconstruir la naturaleza y no hacer la revolución; ni siquiera la revolución primitivista. No quiere abandonar la adolescencia y dar un salto hacia adelante en la historia; quiere, especulativamente por supuesto, volver al estado animal, “ser salvajeâ€?. Ya se sabe: en la noche de los tiempos todos los animales eran libres y todos los gatos, pardos.
El primitivista vulgar huye de la historia tanto como de la acción. Al pasado y al presente no los considera perspectivas ordenadoras del vivir. El culto a la naturaleza o la idealización de las comunidades arcaicas y del modo de vida animal, obedecen al deseo de soslayar los peligros de la historia (los peligros de la acción), porque, ante todo, el primitivista vulgar no corre riesgos. En el fondo sabe que no se compromete a nada porque no hay retorno posible a la naturaleza; no queda naturaleza virgen a donde ir. La naturaleza anterior a la historia no existe, ni siquiera para los primitivos; toda ella gira en torno a la economÃa y está determinada por la denostada civilización industrial y urbana. Como dijo Bernard Charbonneau, “la naturaleza es el jardÃn público de la ciudad totalâ€?. La naturaleza está ya urbanizada y suburbializada. Tanto para liberar la naturaleza como para liberar a los individuos son necesarios el pensamiento estratégico y la acción social; en una palabra, son necesarias las revoluciones que nos han de llevar a una civilización libre de la mercancÃa y de la industria. La revolución es la única manera de hacer historia consciente y la historia es el modo especÃficamente humano de existencia, el medio donde los individuos pueden situarse y reconocerse, hacerse a sà mismos y para sà mismos.
Miguel Amorós
Charla debate con David Watson y Los Amigos de Ludd en Espai Obert de Barcelona, el 25 de noviembre de 2003. |
Comentaris
Re: Primitivismo y Revolucion
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per . |
29 gen 2004
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Nuestra civilizacion forma parte de la cultura de la guerra.
Su destrucción posibilitaria el advenimiento de una cultura de paz.
Revolucion, pues! |
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