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Anàlisi :: globalització neoliberal |
Historia del siglo XX (Hobsbawm): 14. Las crisis de fin de siglo
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per (penjat per) Antoni Ferret |
23 gen 2004
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Cuando se esfumó el sueño de un capitalismo estable y pasable y volvimos a los malos tiempos |
(Pasajes seleccionados)
La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. Sin embargo, hasta la década de los 80 no se vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad de oro. (...) Durante muchos años los problemas económicos continuaron siendo «recesiones». No se habÃa superado todavÃa el tabú de mediados de siglo sobre el uso de los términos «depresión» y «crisis», que recordaban la era de las catástrofes. (...)
En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro (...)
Por otra parte, la situación en otras partes del planeta era bastante menos halagüeña. En Ã?frica, Asia occidental y América Latina el crecimiento del PIB se estancó. La mayor parte de la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó en las dos primeras de estas zonas durante gran parte de la década de los 80, y en algunos años también en la última. (...) En la antigua zona del «socialismo real» de Occidente, las economÃas, que habÃan experimentado un modesto crecimiento en los 80, se hundieron por completo después de 1989. (...)
No sucedÃa lo mismo en Oriente. Nada resulta más sorprendente que el contraste entre la desintegración de las economÃas de la zona soviética y el crecimiento espectacular de la economÃa china en el mismo perÃodo. (...)
Los problemas que habÃan dominado en la crÃtica al capitalismo de antes de la guerra, y que la edad de oro habÃa eliminado en buena medida durante una generación —la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad— reaparecieron tras 1973. El crecimiento volvió a verse interrumpido por graves crisis (...) en 1974-1975, 1980-1982 y a fines de los 80. En la Europa occidental el desempleo creció de un promedio de 1,5 por 100 en los 60 hasta un 4,2 por 100 en los 70. En el momento culminante de la expansión, a finales de los 80, era de un 9,2 por 100 en la Comunidad Europea, y de un 11 por 100 en 1993. (...)
Por lo que se refiere a la pobreza y la miseria, en los años 80 incluso muchos de los paÃses más ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, asà como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los soportales (...) (p 403-406)
En 1970 nadie hubiese esperado, ni siquiera imaginado, que sucediesen estas cosas. A principios de los 90 empezó a difundirse un clima de inseguridad y de resentimiento incluso en muchos de los paÃses ricos. (...) Nadie sabÃa qué habÃa que hacer con la depresión, salvo esperar a que pasase. (...)
La única alternativa que se ofrecÃa era la propugnada por la minorÃa de los teólogos ultraliberales. (...)
La batalla entre los keynesianos y los neoliberales no fue simplemente una confrontación técnica entre economistas profesionales (...) Ambos bandos esgrimÃan argumentos económicos: los keynesianos afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el Estado del bienestar creaban la demanda del consumidor, que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economÃa era la mejor manera de afrontar las depresiones económicas. Los neoliberales aducÃan que la economÃa y la polÃtica de la edad de oro dificultaban —tanto al Gobierno como a las empresas privadas— el control de la inflación y el recorte de los costes, que habÃan de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento en una economÃa capitalista. (...)
Los paladines de la libertad individual absoluta permanecieron impasibles ante las evidentes injusticias sociales del capitalismo de libre mercado, aun cuando éste (...) no producÃa crecimiento económico. (...)
Sin embargo, este modelo [el modelo «sueco» o keynesiano] fue también minado —y quizá en mayor medida— por la mundialización de la economÃa que se produjo a partir de 1970, que puso a los gobiernos de todos los estados —a excepción tal vez del de los EEUU, con su enorme economÃa— a merced de un incontrolable mercado mundial. (...)
En cualquier caso, la mayorÃa de los gobiernos neoliberales se vieron obligados a gestionar y a dirigir sus economÃas, aun cuando pretendiesen que se limitaban a estimular las fuerzas del mercado. Además, no existÃa ninguna fórmula con la que se pudiese reducir el peso del Estado. Tras 14 años en el poder, el más indeológico de los regÃmenes de libre mercado, el Reino Unido «thatcherista», acabó gravando a sus ciudadanos con una carga impositiva considerablemente mayor que la que habÃan soportado bajo el Gobierno laborista.
De hecho no hubo nunca una polÃtica económica neoliberal única y especÃfica, excepto después de 1989 en los antiguos estados socialistas del área soviética, donde —con el asesoramiento de jóvenes leones de la economÃa occidental— se hicieron intentos, condenados previsiblemente al desastre, de implantar una economÃa de mercado de un dÃa a otro. (...) (p 408-412)
La tendencia general de la industrialización ha sido la de sustituir la destreza humana por la de las máquinas; el trabajo humano, por fuerzas mecánicas, dejando a la gente sin trabajo. Se supuso, correctamente, que el vasto crecimiento económico que engendraba esta constante revolución industrial crearÃa automáticamente puestos de trabajo más que suficientes para compensar los antiguos puestos perdidos (...) La edad de oro pareció confirmar este optimismo. Como hemos visto, el crecimiento de la industria era tan grande que la cantidad y la proporción de trabajadores industriales no descendió significativamente, ni siquiera en los paÃses más industrializados. Pero las décadas de crisis empezaron a reducir el empleo en proporciones espectaculares, incluso en las industrias en proceso de expansión. En los EEUU, el número de telefonistas del servicio de larga distancia descendió un 12 por 100 entre 1950 y 1970, mientras las llamadas se multiplicaban por 5, y entre 1970 y 1990 cayó un 40 por 100, al tiempo que se triplicaban las llamadas. (...) El creciente desempleo de estas décadas no era simplemente cÃclico sino estructural. Los puestos de trabajo perdidos en las épocas malas no se recuperaban en las buenas: nunca volverÃan a recuperarse.
Esto no sólo se debe a que la nueva división internacional del trabajo transfirió industrias de las antiguas regiones, paÃses o continentes a los nuevos (...) Además (...) las industrias con un uso intensivo de trabajo emigraban de los paÃses con salarios elevados a paÃses de salarios bajos (...)
Pero incluso los paÃses preindustriales o de industrialización incipiente estaban gobernados por la implacable lógica de la mecanización, que más pronto o más tarde harÃa que incluso el trabajador más barato costase más caro que una máquina capaz de hacer su trabajo (...)
La tragedia histórica de las décadas de crisis consistió en que la producción prescindÃa de los seres humanos a una velocidad superior a aquella en que la economÃa de mercado creaba nuevos puestos de trabajo para ellos. (...)
Para plantearlo de otra manera. La revolución agrÃcola hizo que el campesinado, del que la mayorÃa de la especie humana formó parte a lo largo de la Historia, resultase innecesario, pero los millones de personas que ya no se necesitaban en el campo fueron absorbidos por otras ocupaciones intensivas en el uso de trabajo (...) ¿Qué les ocurrirÃa a esos trabajadores cuando estas ocupaciones dejasen a su vez de ser necesarias? Aun cuando algunos pudiesen ser reciclados para desempeñar los oficios especializados de la era de la información que continúan expandiéndose (...) no habrÃa puestos suficientes para compensar los perdidos. (...) (p 412-414)
Los máximos perdedores fueron los partidos socialdemócratas o laboristas occidentales, cuyo principal instrumento para satisfacer las necesidades de sus partidarios —la acción económica y social a través de los gobiernos nacionales— perdió fuerza, mientras que el bloque central de sus partidarios, la clase obrera, se fragmentaba. (...) Además, desde 1970, muchos de sus partidarios (especialmente jóvenes y/o de clase media) abandonaron los principales partidos de la izquierda para sumarse a movimientos de cariz más especÃfico —especialmente ecologistas, feministas y otros de los llamados «nuevos movimientos sociales»—, con lo cual aquéllos se debilitaron. (...)
Lo que muchos reformistas del mundo socialista hubiesen querido era transformar el comunismo en algo parecido a la socialdemocracia occidental. (...) La desgracia de estos reformistas fue que la crisis de los sistemas comunistas coincidiese con la crisis de la edad de oro del capitalismo, que fue, a su vez, la crisis de los sistemas socialdemócratas. (...) (p 416-419)
A comienzos de los 80 se produjo un momento de pánico cuando, empezando por México, los paÃses latinoamericanos con mayor deuda no pudieron seguir pagando, y el sistema bancario occidental estuvo al borde del colapso (...)
En las décadas de crisis, la economÃa capitalista mundial, que juzga exclusivamente en función del beneficio real o potencial, decidió «cancelar» una gran parte del Tercer mundo. (...) De hecho, sólo se produjeron inversiones considerables (de más de 500 millones de dólares) en 14 de los casi 100 paÃses de rentas bajas y medias fuera de Europa (...) (p 420) |