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Notícies :: guerra
Guantánamo: dos años de torturas.
07 gen 2004
Este sábado se cumple el segundo aniversario del traslado de prisioneros desde Afganistan a la base norteamericana en Guantánamo. Después de todo este tiempo más de 650 personas, incluyendo niños siguen sin derechos de ningún tipo.
gitmo-prisoners02.jpg
ACTE PEL RETORN DE LES LLEIS A GUANTANAMO
DISSABTE 10 DE GENER, DE 11 A 15H
LLOC: Portal de l'Àngel / Plaça Carles Pi i Sunyer, Barcelona

L'acte consistirà en una PERFORMANCE a càrrec del voluntariat d'Amnistia Internacional escenificant la situació a Guantánamo i es presentarà la pàgina web des d'on s'iniciarà una recollida de signatures electrònica adreçada al president dels EUA.

En complir-se dos anys del trasllat dels primers presos de l'Afganistan i d'altres països a la base naval de Guantánamo, Amnistia Internacional
vol recordar la necessitat que s'aclareixi la situació legal de les més de 650 persones que encara hi estan detingudes.

Aquestas son las instal.lacions de x-ray:
http://www.globalsecurity.org/military/facility/guantanamo-bay_x-ray-pic

i aquestes les noves instal.lacions delta:
http://www.globalsecurity.org/military/facility/guantanamo-bay_delta-pic
gitmo-prisoners01.jpg
Mira també:
http://www.guardian.co.uk/guantanamo/0,13743,1000982,00.html
http://www.thememoryhole.org/mil/gitmo-pows.htm

Comentaris

Re: Guantánamo: dos años de torturas.
07 gen 2004
El que em fot mes gracia, es que els idols ideologics d'aquesta colla de desgraciats capitalistes (Locke, Montesquieu, Voltaire, Adam Smith...) van destacar, a part per estructurar ideologicament el capitalisme, per denunciar les practiques no-moderades com l'esclavisme, la pena de mort i sobretot l'INQUISICIO española i portuguesa... i a mi aixo em sembla una preso de Catars o l'inquisidor Torquemada en la seva millor epoca... LAMENTABLE
Re: Guantánamo: dos años de torturas.
07 gen 2004
no te nom STOP!
Re:Mas sobre Guantánamo:
07 gen 2004
JAMES MEEK

Éstas son todas las pertenencias de las que «disfrutan» los presos de Guantánamo desde hace más de dos años. /TOMAS VAN HOUTRYVE




Cierto día de verano del año 2002 en Cuba, un tal Abdul Razaq, un paquistaní de 31 años de edad, profesor de inglés, notó algo que se salía de lo corriente en las pautas rutinarias con que se movían las figuras con ropas anaranjadas de las jaulas de tela metálica que tenía a ambos lados. Dos o tres jaulas más allá de la suya, otro prisionero paquistaní como él, Shah Mohamed, se movía silenciosamente en su intento de ahorcarse con una sábana atada al alambre. Se había colocado la tela alrededor del cuello y se estaba asfixiando.


Otros prisioneros de las celdas vecinas se habían dado cuenta y, como hacen siempre que cualquier recluso del campamento de prisioneros de los Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo ha tratado de poner fin a su vida, prorrumpieron en un gran griterío en numerosos idiomas.

«Primero conminamos a Shah Mohamed a gritos a que desistiera pero, cuando siguió adelante, llamamos a los guardias», afirma Razaq, que fue liberado de Guantánamo en julio y volvió a su ciudad natal en octubre después de pasar otros tres meses detenido por las autoridades paquistaníes. «Llegaron los guardias y le salvaron. Era la primera vez que intentaba suicidarse e inmediatamente se lo llevaron inconsciente a otro lugar».

Se trataba de uno de los cuatro intentos de suicidio de Mohamed durante su estancia en Guantánamo. En mayo fue puesto en libertad y vive en el valle paquistaní de Swat, en la parte más extrema de las montañas de Malakand, en Peshawar, a unas pocas decenas de kilómetros de la casa de Razaq. Es una zona de agricultores temerosos de Dios, que cultivan tabaco y azúcar, aficionados al cricket, orgullosos de su tierra y de su libertad y defensores de su derecho a llevar armas.

Mohamed, de 23 años, es panadero y mide 1,60 de altura. Desde que regresó, tiene pesadillas. Su rostro asoma detrás de una lustrosa barba negra y de una larga melena. Parece un chiquillo que jugara a esconderse entre los pesados abrigos de un guardarropa.En Kandahar y en Guantánamo fue interrogado en 10 ocasiones.

Su rostro sólo se ilumina cuando le preguntas por la pesca. Desde su regreso ha dedicado a esa actividad buena parte de su tiempo.El otro día capturó una trucha de más de dos kilos con su caña de fabricación japonesa. «El daño mayor me lo han hecho a la cabeza. Mi estado físico y mental no es normal. Soy otra persona -afirma-, no soy capaz de reírme ni de pasármelo bien».

A la pregunta de por qué intentó suicidarse tantas veces, Mohamed responde con vaguedades. Habla de sus preocupaciones por los problemas que había en casa; la salud de su madre, el negocio de su hermano y «mis propios problemas». Sin embargo, sus intentonas de hacerse daño en Guantánamo empezaron a partir de que lo recluyeran durante un mes, sin explicación alguna, en una celda de castigo cerrada a cal y canto. Según parece, no porque hubiera quebrantado ninguna de las normas del campamento sino porque las autoridades no disponían de ningún otro lugar en el que tenerlo mientras se terminaban unas nuevas instalaciones.


CELDAS DE CASTIGO


En la Sección India, como se conoce a la zona de las celdas de castigo, «no había ventanas. Consistía en cuatro paredes y un techo de hojalata, una bombilla y un aparato de aire acondicionado que encendían a tope y hacía un frío espantoso. Me quitaban la manta por las mañanas y me la volvían a dar por las noches. Así estuve un mes. Les preguntaba si es que hacían aquello para castigarme y el intérprete me respondía que no, que esto lo hacen por órdenes del general».

Como tratamiento de las tendencias suicidas de Mohamed, los médicos norteamericanos le pusieron, en contra de su voluntad, unas inyecciones de un fármaco que no sabe cuál es. «Yo me negaba y entonces llamaban a siete u ocho individuos que me sujetaban y me ponían la inyección -cuenta-. No podía mirar ni hacia arriba ni hacia abajo. Durante un mes tuve una sensación de parálisis... Por sus efectos, me sentía incapaz de pensar o de hacer nada. Me administraron tranquilizantes.No hacían más que decirme que mi cabeza no funcionaba bien. Me forzaron a ponerme esas inyecciones y a tomarme las pastillas, aunque yo no quería».

La version de los 20 detenidos liberados (casi todos paquistaníes y afganos) es la única fiable para conocer cómo es la vida en esta cárcel de Guantánamo. Como en los recorridos organizados de la Casa Blanca, las visitas para periodistas ofrecen una imagen superficial de la realidad de sus ocupantes.

En los dos años transcurridos desde que se abrió, el lugar se ha consolidado. El recinto de encarcelamiento improvisado y, a veces, brutal de un principio -en un territorio gris de la legislación internacional-, está ahora perfectamente desarrollado.Allí se castiga a unos extranjeros con toda la severidad del punitivo sistema carcelario de los EEUU sin el alivio de los derechos legales de que disfrutan los reclusos norteamericanos.

Añádase a ello la amenaza, mentalmente corrosiva, extraña a la constitución de los Estados Unidos, del encarcelamiento sin fecha de liberación, sin tribunal ni apelación, al capricho de un solo hombre, el presidente de los Estados Unidos. La pregunta de cómo es Guantánamo en realidad tiene todo el atractivo de lo desconocido.Sin embargo, dentro de ella se esconde una pregunta más siniestra, con todas las implicaciones que conlleva su respuesta para la libertad en los Estados Unidos y en el resto del mundo: ¿qué es Guantánamo?

Una de las escasas afirmaciones políticas de un hombre que todavía permanece allí detenido pero que ha escapado a los censores se contiene en una breve postal enviada por un recluso francés, Nizar Sassi, a su familia en agosto de 2002. «Si queréis una definición de lo que es este lugar -escribió-, es donde no tienes derecho a tener derechos».

La mayoría de los 660 detenidos que todavía están en Guantánamo fueron apresados en Afganistán aunque otros muchos fueron entregados a los Estados Unidos por otros países. «Se trata de un grupo extremadamente heterogéneo. Hay registradas unas 40 nacionalidades y 18 idiomas distintos», cuenta Daryl Matthews, un psiquiatra forense que trabaja en Hawaii y que pasó en mayo una semana en el campamento.

«Hay una primera distinción fundamental entre los que hablan árabe y los que hablan urdu y pasto. Hay entre ellos individuos extraordinariamente bien educados y occidentalizados y otros que no lo están bajo ningún concepto. Hay algunos muy jóvenes y otros muy mayores y sabios; los que hablan bien inglés y los que no saben decir una palabra; los completamente laicos y los profundamente devotos. También hay detenidos con serios trastornos mentales», añade el psiquiatra.

El origen de los prisioneros es variopinto. Jamil al-Banna y Bisher al-Rawi, dos refugiados que vivían en Gran Bretaña, fueron detenidos en Gambia, en el Africa occidental, y entregados a los Estados Unidos por los gambeses. David Hicks, un australiano que se había dedicado anteriormente a la pesca del tiburón y al comercio de pieles de canguro, dio con sus huesos en la cárcel de Shebergan después de haber combatido en Albania con el KLA [Ejército de Liberación de Albania] y con Lashkar-e-Taiba, una organización rebelde de Cachemira.

Mehdi-Muhamed Ghezali, que se crió en la localidad sueca de Rebro, de padre argelino y madre finlandesa, tenía por delante una prometedora carrera como futbolista antes de enrolarse en las filas talibanes en Afganistán y ser capturado. Nizar Sassi y Mourad Bechnellali crecieron en Venissieux, un suburbio de la ciudad francesa de Lyon. Sus vidas terminaron girando alrededor de la mezquita del Boulevard Lenin antes de emprender viaje hacia Oriente.

Sami al-Haj, un sudanés, ayudante de cámara de la emisora de televisión Al-Jazeera, fue identificado y retenido cuando cruzaba la frontera de Afganistán a Paquistán después de la caída de Kabul con el resto de su equipo. Airat Vakhitov, uno de los ocho rusos que hay en Guantánamo, pensó que había recuperado la libertad cuando le descubrió un periodista del diario francés Le Monde en una cárcel de los talibanes en la que, a lo largo de siete meses, había permanecido en total oscuridad y sufriendo periódicas palizas como sospechoso de actividades de espionaje para el KGB.Sin embargo, lo único que consiguió fue cambiar la prisión de los talibanes por la de los norteamericanos.


GENTE SENCILLA


Para muchos detenidos, entre ellos los pocos que han sido excarcelados desde entonces, el calvario empezó, según su versión, por motivos que nada tienen que ver con los combates, por estar donde estaban cuando resultaron detenidos. Mohamed afirma que se dirigía a su trabajo de panadero de los talibanes; Razaq sostiene que él era misionero. Fueron capturados por la Alianza del Norte en Afganistán y seleccionados para ser sometidos a una entrevista por la CIA. Después fueron trasladados por vía aérea a Kandahar, donde quedaron retenidos durante unas cuantas semanas antes de ser embarcados en un avión con destino a Cuba.

En su primera entrevista con un periodista, Razaq me explicó que estaba convencido de que la única razón por la que le mandaron a Cuba fue porque hablaba inglés. La Alianza del Norte lo tuvo encerrado durante un mes en la cárcel de Shebergan, en condiciones de hacinamiento y con escasa comida. Cuando llegaron unos soldados y preguntaron que quién, de entre aquel grupo de paquistaníes, árabes y uzbequistaníes, hablaba inglés; Razaq dio un paso al frente.

Le ataron las manos y lo condujeron a una pequeña habitación de paredes de adobe donde le obligaron a arrodillarse delante de dos norteamericanos de uniforme, uno de ellos sentado en un banco adosado a una de las paredes y el otro, de pie. La entrevista duró tres minutos y se limitó a dos preguntas: su nombre y razón por la que está usted en Afganistán. Acto seguido se lo llevaron fuera. Tuvo tiempo de ver a un grupo de hombres, puestos en fila con las manos atadas, a los que les habían colocado una capucha sobre la cabeza, justo antes de que se la pusieran también a él. Los llevaron a un aeródromo y los trasladaron a Kandahar.

Otro de los paquistaníes puestos en libertad, Mohamed Saghir, un hombre de barba cana, propietario de un aserradero, que tiene 53 años, me cuenta que él ni siquiera pasó por esa entrevista aparentemente intrascendente en Shebergan antes de que, atado de pies y manos y con los ojos vendados, lo condujeran la ciudad santa de los talibanes.

Los detenidos que han sido excarcelados cuentan la brutalidad con la que les trataron en Kandahar desde el mismo momento de su traslado a este lugar. «Una cosa de los norteamericanos de la que me he enterado es que son muy brutos a la hora de transportar personas de un lado a otro», afirma irónico Razaq. «Me ataron las manos tan fuerte que no pude emplear la derecha durante un par de meses. Te agarran bruscamente del cuello y te tiran violentamente del avión con unos modos muy desconsiderados. Pasó mucho tiempo hasta que supimos que estábamos en Kandahar. Creíamos que nos iban a matar allí mismo».

En Kandahar, el alojamiento era incómodo. Los prisioneros dormían y pasaban el día sentados en pequeños grupos bajo unos toldos de lona, en la pura tierra, cercados por alambradas de espino y bajo constante vigilancia. A cada uno le daban sólo una manta a pesar de que era invierno. Razaq puntualiza que el agua embotellada que les daban para beber aparecía congelada por la mañana. Añade que, durante los primeros 20 días, tuvieron estrictamente prohibido hablar entre ellos. Saghir asegura que a nadie se le permitía dormir durante más de una hora. «Si alguien se quedaba dormido más de ese tiempo, le gritaban: ¡Levanta ahora mismo!».

Los interrogatorios a los prisioneros eran constantes, con largos intervalos entre sesiones. «Solíamos preguntarles que por qué nos tenían allí -recuerda Mohamed- y nos respondían que nos iban a interrogar y que a los que se les encontrara inocentes se les permitiría marchar. Nunca nos dijeron que nos fueran a llevar a Cuba».

Razaq fue uno de los últimos en salir de Kandahar. Vio cómo el campamento se iba vaciando a su alrededor. De acuerdo con su testimonio, da la impresión de que, una vez que un detenido era enviado a Kandahar, la gigantesca burocracia militar estadounidense no podía hacer otra cosa que reenviarlo a Guantánamo. «No tengo ni idea de qué fue lo que hizo que sospecharan de mí, aunque circularon rumores de que me habían detenido porque estaban convencidos de que yo era un alto cargo muy importante de los talibanes -comenta-.De hecho, durante mi último interrogatorio en Kandahar, el interrogador norteamericano me ofreció agua para beber y me aseguró que me iban a soltar».


AFEITADO GENERAL


Lo último que hicieron sus guardianes norteamericanos antes de despachar a Cuba a los detenidos de Kandahar fue afeitarles las barbas, un hecho que a los afectados les resultó humillante.La explicación que le dieron a Razaq fue que, sin duchas, habían cogido piojos. «Nos resistimos, pero llegaron cuatro o cinco de las fuerzas especiales y, con la maquinilla que tenían, me raparon completamente la barba y el bigote», explica Saghir.

Para viajar a Cuba, a los prisioneros se les hizo entrega de los monos anaranjados bien conocidos gracias a las imágenes televisivas de su llegada a Guantánamo. Los llevaron atados de pies y manos, con los ojos vendados, amordazados y con tapones en los oídos.Una vez a bordo del avión militar de transporte, les sujetaron los pies al suelo con cadenas, les ataron las manos a los brazos de los asientos y les colocaron en torno al cuerpo unas correas que les impedían moverse. «El intérprete nos dijo: 'No hagan ningún movimiento, no se preocupen, los llevan de vuelta a casa' -relata Mohamed-. No sé cuántas horas nos tuvieron así, pero salimos de Kandahar de noche y llegamos a Cuba al anochecer.Hicimos escala en algún sitio desconocido y nos hicieron transbordar de avión».

Saghir explica que, al igual que a la llegada a Kandahar, los detenidos, todavía atados, amordazados y con los ojos vendados, fueron arrojados violentamente del avión a su llegada a Cuba.«Algunos incluso se rompieron la nariz» -afirma- «Tuve un buen cardenal bajo el ojo izquierdo, del golpe que me di contra el suelo».

A los primeros prisioneros se les hizo ir de la pista de aterrizaje a un camión, de éste los pasaron a una lancha que cruzó la bahía y, de ella, a las jaulas de tela metálica, sin más aditamentos, que iban a constituir su vivienda durante los primeros meses del 2002. Aquellas primeras imágenes de unos hombres ciegos, sordos, mudos, atados y vestidos de naranja chillón se transformaron en una potente arma en manos de quienes se oponían a la forma en la que el gobierno Bush hacía frente al terrorismo, particularmente en Europa y en el mundo musulmán.


HERENCIA ESPAÑOLA


El mismo país que no refrendaba la existencia de un tribunal penal internacional había erigido una cárcel internacional en condiciones de extrema dureza. En sí misma, la extraña elección de Guantánamo, un enclave fortificado de los norteamericanos en uno de los últimos baluartes del comunismo que quedan en el mundo, se sumaba a la sensación de que se había arrojado a los prisioneros al centro de una serie de círculos concéntricos de aislamiento. Los cubanos recuerdan que los primeros campos de concentración del mundo fueron construidos en su isla por los españoles en el siglo XIX.

Durante las primeras semanas de existencia del Campamento Rayos X, el régimen interno era incluso más duro de lo que mostraban las imágenes de aquellas minúsculas jaulas. A los prisioneros no se les permitía cruzar palabra, ni siquiera un murmullo. «Me pase el primer mes en el más absoluto silencio», afirma Mohamed.

Según Saghir, en esta primera etapa en Guantánamo había muy escasa tolerancia para la práctica de la religión islámica, entre cuyas exigencias figura la de rezar cinco veces al día. «Durante el primer mes y medio, no nos dejaban hablar con nadie, ni llamar a la oración, ni rezar en los recintos. Nos daban tan sólo 10 minutos para comer. Yo intenté ponerme a rezar y se me echaron encima cuatro o cinco miembros de los comandos que me dieron una paliza. Si a alguien se le hubiera ocurrido llamar lo habrían amordazado. Después del primer mes y medio, nos pusimos en huelga de hambre», explica Saghir.

Fue después de esta acción de rebeldía masiva, que se prolongó durante cuatro días, cuando se levantó la prohibición de hablar, se instaló un altavoz para difundir las llamadas a la oración, se les concedió más tiempo para las comidas y se les facilitaron ejemplares del Corán y otros libros. Mohamed subraya que otra huelga de hambre de ocho días, motivada porque un guardián tiró un Corán al suelo, terminó cuando uno de los oficiales superiores presentó disculpas y formuló una promesa de que no se volvería a tocar ningún ejemplar del libro más sagrado para ellos.

Razaq, que llegó a Guantánamo cuando ya se había desmantelado el Campamento Rayos X, ha subrayado que la cultura de la protesta era una característica de la vida allí. En algunas ocasiones, los detenidos se arrancaban las chapas de plástico en las que constaba el código de identificación asignado por los norteamericanos y se las tiraban a los guardias o armaban un estrépito a base de golpear los bancos metálicos. «Cuando nos quitábamos las chapas, los guardias nos obligaban a entregarles las mantas, pero dos de nuestros compañeros se negaron y entonces los rociaron con gas hasta dejarlos inconscientes, los ataron y se los llevaron a la sección de castigo. Durante el traslado, el comportamiento de los guardias fue bastante brutal», cuenta Razaq.

La vida en Rayos X se hizo más fácil cuando se levantó la prohibición de hablar. Las autoridades del campamento instituyeron una especie de mosaico lingüístico de manera que los detenidos tuvieran una posibilidad razonable de encontrar a alguien con quien charlar pero evitando al propio tiempo que se formaran grandes corrillos de gente que hablara el mismo idioma.

Los prisioneros de Guantánamo no tienen forma de saber lo que ocurre en el mundo. Aparte de los guardias y de los interrogadores, su único contacto es con los representantes del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y con alguna visita que les hagan miembros de los servicios de espionaje y representantes de los ministerios de Asuntos Exteriores de sus países de origen. El CICR nunca habla de las condiciones de Guantánamo y poca cosa más se ha filtrado al exterior.

[Este es el caso del español Hamed Abderraman, de 28 años, del que su familia, en Ceuta, lleva más de un año sin saber nada, informa Juan Carlos de la Cal «Recibimos cinco cartas de él seguidas el año pasado. Pero no decía nada. Sólo que estaba bien, que nos echa de menos y que espera vernos en un día mejor que este.Evidentemente, estaban censuradas. Nosotros le hemos enviado cuatro pero nos las han devuelto. Imagina, ¿cómo puede estar bien en ese agujero?», se pregunta Nayat, su hermana.

La familia de Hamed asegura que nadie del Gobierno español les ha llamado, a pesar de lo que recientemente manifestó la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, sobre que su Ministerio está en «contacto permanente con el preso y su familia». «Eso es mentira», se queja amargamente Nayat. «Nos dieron un número de teléfono que siempre tiene el buzón de voz y nada de nada. Ni una llamada, ni una visita, ni un mensaje. Toda la información que tenemos es a través de la televisión. Es una vergüenza, porque aunque seamos musulmanes y de Ceuta, somos españoles. Aunque yo me siento cada vez menos porque lo que está haciendo este Gobierno por mi hermano lo hará por mí algún día», añade Nayat.

Hamed fue detenido en octubre de 2001 en Afganistán por tropas norteamericanas. Unos meses antes se había despedido de su familia, en el deprimido barrio ceutí de El Príncipe, para vajar a Londres en busca de trabajo. Su intención era ahorrar para pagarle a su madre un viaje a La Meca. En enero del pasado año, ésta se enteró por la televisión de que su hijo estaba en Guantánamo.«La actitud del Gobierno español es inhumana con esta familia.Si esta detención es en sí un atentado brutal contra los derechos humanos, la actitud de este Ejecutivo no es mucho mejor. Estoy defendiendo a un hombre del que no sé todavía de qué se le acusa», afirma a CRONICA su abogado Javier Nart]

Los que sí han conseguido algo son los activistas suecos que hacen campaña por la excarcelación de Mehdi Ghezali. A pesar de los intentos de la Administración norteamericana para impedirlo, han recurrido a la legislación sueca sobre libertad de información para conseguir una versión censurada del informe de un miembro de los servicios de espionaje, Bo Eriksson, que visitó Guantánamo en febrero de 2002.

«Las celdas miden aproximadamente dos metros por tres -escribió Eriksson-. En el exterior, su libertad de movimientos está restringida por las ataduras de pies y manos. Uno de los guardias mantiene permanentemente sujeto con una mano al detenido por la parte posterior del cuello y le fuerza a echar la cabeza hacia adelante, de modo que no puede más que mirar al suelo mientras se mueve.El hecho de que las paredes de las celdas sean de tela metálica implica que, como es natural, los detenidos no tengan un solo momento de intimidad. En alguna ocasión han colgado de la valla un trozo de plástico a fin de impedir que otros les vean, pero se han visto obligados a retirarla dado que se hace insoportable por el calor a pesar del frescor de la brisa que proviene del mar».


NUEVO CAMPAMENTO


En abril del año 2002, los prisioneros fueron trasladados a un nuevo recinto, el Campamento Delta, y se procedió a clausurar el Campamento Rayos X. Les volvieron a crecer las barbas. Las nuevas instalaciones, que constituyen la parte principal del campamento de prisioneros en estos momentos, comprenden secciones de 48 jaulas cada una, separadas por un estrecho pasillo. Las secciones no tienen paredes exteriores, sólo un tejado de alquitrán.Se levantan sobre bloques de hormigón en una superficie de grava, rodeadas de unas vallas altas y opacas, de color verde, rematadas por alambre de espino.

Además de este tipo de alojamiento existen otros seis, como mínimo.Hay lugar para el régimen interior más relajado del Campamento Cuatro, donde los prisioneros más dóciles y serviciales reciben como recompensa una habitación de tipo dormitorio y la posibilidad de relacionarse libremente con otros detenidos. Existe asimismo la Sección Delta, donde los internos con problemas mentales están sometidos a observación especial; y la Sección India, en la que se encuentran las celdas de aislamiento de castigo.

Mohamed, Saghir y Razaq han sufrido todos ellos la experiencia de las celdas de castigo. Saghir explica que le encerraron durante más de una semana en uno de los cajones metálicos sin ventanas cuando uno de los árabes escupió a un guardia y la hilera de 24 jaulas al completo fue castigada al aislamiento.

Una de las razones aducidas por los Estados Unidos para justificar el encarcelamiento de los prisioneros de Guantánamo por tiempo indefinido en celdas de aislamiento es que es preciso interrogarlos para obtener información confidencial de alto valor. Lo más habitual es que cada prisionero haya sido sometido a interrogatorio entre 10 y 20 veces, lo que, calculando que las sesiones duran un promedio de 90 minutos, ha producido unas 15.000 horas de transcripciones, que posiblemente hayan reunido unos 200 millones de palabras, lo que equivale a unas 250 biblias, aproximadamente.

Los prisioneros describen el lugar de los interrogatorios como una habitación pequeña, sin ventanas, con aire acondicionado, hecha de contrachapado de madera e iluminada por tubos fluorescentes en el techo. Uno, dos o tres norteamericanos formulan las preguntas, a través de un intérprete en caso necesario. El único mobiliario es una mesa de madera con las patas metálicas y sillas también metálicas. Hay un aro de metal fijado al suelo que sirve para atar las cadenas del prisionero mientras es interrogado.

«Las preguntas eran: ¿dónde está Osama? ¿Sabes algo de los cabecillas de al-Qaeda? ¿Has estado con ellos? Cosas así», informa Saghir.«No se enfadaban por lo que les respondía. Nosotros les preguntábamos y decían que no sabían cuándo nos iban a dejar en libertad, que sólo sus jefes lo sabían y que ellos se limitaban a cumplir con su trabajo».

En ocasiones, parecía que los interrogadores querían que los detenidos mostraran simpatía hacia las víctimas del 11-S. A Saghir le dijo una vez un intérprete que había estado a punto de que lo pusieran en libertad porque había dado una respuesta «correcta».«En el último interrogatorio me preguntaron si yo llamaría musulmanes a los que atentaron contra las torres gemelas. Yo respondí que no, pero que yo no tenía una formación religiosa de alto nivel, que yo no era quién para juzgar a aquella gente. El intérprete me dijo entonces que había ido un paso más allá y que no iba a haber más interrogatorios».

Para los reclusos, Guantánamo es un lugar inhóspito, triste y represivo. No obstante, hay algo allí que quizá no llame de manera inmediata la atención de los europeos, consternados ante el grado de seguridad, las cadenas y la forma humillante y vejatoria con que se mete en jaulas a los prisioneros. A fin de cuentas, no difiere mucho de las instalaciones habituales del sistema civil de prisiones, brutal, de los Estados Unidos.

Al centrar la atención en las condiciones materiales, se corre el peligro de pasar por alto el aspecto más singular de Guantánamo: el procedimiento arbitrario, injusto y sin precedentes con el que el presidente Bush ha privado de libertad a centenares de personas sin la más mínima idea de cuánto tiempo van a permanecer encerrados y sin la más mínima posibilidad de organizar la defensa de su caso. Este es el punto que los estamentos jurídicos de los Estados Unidos y Europa consideran más amenazador. El que produce mayor tormento mental a los prisioneros y a sus familias.

«En los Estados Unidos, las prisiones son un gran negocio -afirma Daryl Matthews-. La gente no llega a comprender la magnitud y los sufrimientos de estas prisiones. Yo he mantenido entrevistas con individuos que tenían puestos una máscara y unos grilletes.Son lugares que dan miedo. En el caso de estos tipos de Guantánamo yo no creo que el tema esté en las condiciones materiales de reclusión. Es fácil sentirse fascinado por un lugar en el que no se puede entrar, pero ahí no está el tema. El tema está en los derechos humanos».


TRIBUNALES INFAMES


Las comisiones militares encargadas de juzgar a los detenidos tienen la facultad de imponer las sentencias más duras, hasta la de muerte. A diferencia de los violadores, secuestradores de niños y asesinos en serie que se enfrentan a acusaciones que comportan la pena de muerte en los Estados Unidos; a diferencia del terrorista de Oklahoma Timothy McVeigh, de los espías soviéticos de la guerra fría o de los criminales de guerra nazis; a diferencia incluso del dinamitero del zapato, Richard Reid, terrorista confeso y miembro de al-Qaeda, a los centenares de individuos encerrados en Guantánamo ni siquiera se les ha informado de las causas por las que llevan dos años privados de libertad, ni de en qué fechas y bajo qué condiciones podrían ser excarcelados, acusados o procesados, ni se les ha dado la oportunidad de plantear su situación ante un tribunal.

«Semejante aislamiento e incertidumbre, -subraya categórico Matthews-, supone una carga extraordinaria sobre los detenidos. Se aburren mortalmente, hay ruidos, no tienen intimidad, hacen algo de ejercicio, pero no mucho. Tienen que convivir permanentemente con extraños que no les agradan, guardias y otros reclusos. No pueden tener consigo objetos personales. En una prisión normal, los reclusos se centran en el tiempo que les queda por cumplir, en los contactos con sus abogados, en ser capaces de hacer algo constructivo con vistas a salir de allí; se trata de recursos de suma importancia con los que los presos afrontan la tensión del encarcelamiento, pero es que esos otros no pueden hacer nada de eso».

Cuando los terroristas atentaron contra los Estados Unidos el 11 de septiembre, el mundo encontró en Bush y en su ministro de Justicia, John Ashcroft, a unos hombres que ya habían asumido la idea de que las encarcelaciones a gran escala y las ejecuciones eran la fórmula para luchar contra la criminalidad, unos hombres empeñados en empujar a los jueces a que impusieran sentencias más duras, unos hombres que tenían la sensación de que los abogados defensores eran la ruina de la justicia.

La retórica de que se había aflojado la mano en la guerra contra el terrorismo se inscribía de manera natural en el discurso derechista de los últimos tiempos, que retrataba a unos liberales sin agallas que traicionaban a las víctimas del delito por su preocupación excesivamente escrupulosa en relación con los derechos de los sospechosos. Ashcroft concatena esas opiniones de manera explícita: «Hemos demostrado que las ideas sencillas, unas leyes duras, unas sentencias duras y una constante colaboración, son más fuertes que los criminales o que las células terroristas».

La orden presidencial que sentó las bases para la creación del campamento de prisioneros de Guantánamo y para la constitución de las comisiones militares que juzgarán a los detenidos acusados de delitos terroristas o crímenes de guerra fue publicada el 13 de noviembre de 2001, el mismo día que la Alianza del Norte se hizo con el control de Kabul. Con la repentina e inesperada caída de Mazar-i-Sharif en el norte pocos días antes, el gobierno Bush empezó a ver con claridad que estaban a punto de caer en sus manos cientos, quizás miles de talibanes y combatientes aliados, algunos de los cuales podían ser terroristas.

De pronto pasó a ser urgente qué condición otorgar a los cautivos de forma que los Estados Unidos pudieran interrogarlos, detenerlos a voluntad del presidente y castigarlos. En aquel momento, las esperanzas de capturar a Bin Laden eran altas. Es posible que, hasta cierto punto, los detenidos de Guantánamo estén pagando el precio de la incapacidad de los norteamericanos de atrapar al cabecilla de al-Qaeda.


LA «LOGICA» DE BUSH


Siguen siendo un misterio las razones por las que el gobierno Bush prefirió no seguir la legislación internacional y optó por fabricar la suya. Su primera desviación respecto de las normas internacionales fue la de negarse a clasificar a los cautivos de Afganistán como prisioneros de guerra. Cierta fuente me ha contado la historia, posiblemente apócrifa, de que Bush y su equipo estaban repasando la convención de Ginebra cuando el presidente llegó al punto que establece que los prisioneros de guerra deben recibir una paga de 75 francos suizos al día. La historia continúa diciendo que, en ese momento, Bush perdió la calma y ordenó a los suyos que encontraran una fórmula para que los cautivos no fueran considerados prisioneros de guerra.

Oficialmente, los Estados Unidos se amparan en el hecho de que, en Afganistán, la resistencia no iba uniformada como soldados regulares. Es cierto que, al igual que los miembros de la CIA que actúan en Afganistán e Irak, y al igual que muchos de los de la Alianza del Norte, aliados de los Estados Unidos, los combatientes talibanes y los no afganos no llevaban uniforme, pero eso no impide que sean declarados prisioneros de guerra. El artículo 5 de la Tercera Convención de Ginebra es claro al respecto: cualquier beligerante capturado cuya condición sea dudosa deberá ser considerado prisionero de guerra hasta que su condición sea fijada por un «tribunal competente». Los Estados Unidos pusieron en marcha cientos de tribunales de éstos durante la guerra del Golfo de 1991 y en la reciente de Irak.

Preguntado acerca de las razones por las que no había habido tribunales de éstos para los cautivos de Afganistán, el comandante John Smith, abogado militar del departamento del Pentágono que organiza los futuros procesos de los detenidos de Guantánamo, afirma que se debe a que «el presidente decidió que no había necesidad de ello».

De haberse constituido formalmente esos tribunales, los Estados Unidos podrían haber interrogado, acusado y procesado igualmente a los prisioneros de guerra. Del mismo modo, también podrían haber sustraído de los ojos del público algunos de los casos más patéticos de cautivos antes de hacerles pasar por Guantánamo, como ha ocurrido con Mohamed Hagi Fiz, un anciano afgano de 70 años, desdentado y frágil, puesto en libertad en octubre de 2002, o con Abdul Razeq, un afgano que sufre esquizofrenia, puesto en libertad en mayo de 2002 con medicación para seis meses.

La singularidad de la posición norteamericana es que, a pesar de que no califica como prisioneros de guerra a los cautivos de Guantánamo, los considera prisioneros de guerra en un sentido muy concreto: pueden ser mantenidos en prisión hasta que la guerra se acabe. Se les llama combatientes enemigos, una expresión que no figura en la legislación internacional. A la pregunta de cuál es esa guerra, el gobierno Bush responde que «la guerra contra el terrorismo». En otras palabras, los cautivos pueden seguir encerrados tanto tiempo como guste el presidente de los Estados Unidos: o sea, por siempre jamás.

Lo más paradójico es que el gobierno norteamericano no se considera obligado a someterlos a juicio, por lo que no tiene obligación de proporcionarles abogado. Incluso en el caso de que sean procesados y absueltos, de acuerdo con sus peculiares reglas, podrían sin más volverlos a encerrar de nuevo.

«A mí me da la impresión de que nuestro gobierno está incurriendo en contradicción. Por una parte decimos que no son prisioneros de guerra y que no se les va a tratar como prisioneros de guerra pero, al mismo tiempo, decimos que estamos en guerra. O una cosa o la otra. Si el mensaje que lanzamos al resto del mundo es que en nuestro país seguimos los procedimientos debidos y las prácticas más acrisoladas, no deberíamos aplicar a otras personas unos tratos que son injustos», opina James Harrington, abogado de los barrios altos de Nueva York que representa a un ciudadano norteamericano que está a la espera de sentencia (no en Guantánamo) acusado de terrorismo.

«A estos tipos los han cogido» -añade-, «los han enviado a un país que no es el suyo, los han metido allí [Guantánamo] para que no estén en los Estados Unidos y así no tengan los mismos derechos que en los Estados Unidos, y además se les aplican unas normas hechas ad hoc por el gobierno para acomodarse a los intereses del gobierno».

Después de haber acuñado la idea de combatiente enemigo para abordar la captura de Bin Laden y de haberla aplicado al batiburrillo de prisioneros sacados de las cárceles de la Alianza del Norte en Afganistán, el gobierno norteamericano se ha sentido tan a gusto con ella que ha comenzado a aplicarla al resto del mundo y en el interior del país de una manera que alarma a los activistas de derechos humanos y a los abogados. Ahora, al parecer, cualquiera, sea ciudadano norteamericano o no, puede ser declarado combatiente enemigo y, en consecuencia, ser detenido por tiempo indefinido a discreción de Bush.

La condición de combatiente enemigo está extendiéndose fuera de Guantánamo y está llegando al interior de los Estados Unidos.En la actualidad, son tres los combatientes enemigos encarcelados en prisiones militares de los Estados Unidos. Uno de ellos es un estudiante de informática, de nacionalidad qatarí, que vive en Illinois, Ali Saleh Kahlah al-Marri. Se encontraba a la espera de juicio, acusado de delitos menores ligados de manera indirecta al terrorismo cuando, inmediatamente después de que las acusaciones del gobierno en su contra parecieran que estaban en dificultades para mantenerse en pie, el gobierno Bush le declaró combatiente enemigo y lo trasladó a un centro de reclusión de alta seguridad de la Armada, dando lugar a que el juicio no se celebrara y a que el acusado se encuentre encerrado durante todo el tiempo que le plazca al presidente.

Los dos aspectos de las comisiones militares que más pasiones han despertado son que el Gobierno se arroga el derecho de conocer el contenido de todas las conversaciones entre los abogados defensores y sus clientes y que, en caso de condena, el acusado no tiene posibilidad de que su situación sea revisada por un órgano independiente de apelación.

Sin embargo, en la manera en que se supone que van a funcionar las comisiones militares hay otros muchos detalles que parecen como si se estuvieran leyendo páginas de una obra de Franz Kafka.

Lo primero que llama la atención del profano que pretende enterarse de lo que son las comisiones militares es el enorme poder del que queda investido el subsecretario de Estado de Defensa de los Estados Unidos, Paul Wolfowitz, que es la «máxima autoridad sobre la composición» de las comisiones. Los jueces (siete en un proceso en el que se pida la pena de muerte) son designados por Wolfowitz. Antes de que se emita sentencia, cualquier juez puede ser sustituido; por Wolfowitz. Los fiscales militares son seleccionados, como no, por Wolfowitz.

Los sospechosos contra los que presenten acusaciones y las acusaciones que presenten son decisión de Wolfowitz. Todos los acusados tienen derecho a un abogado defensor militar, a elegir de un grupo previamente seleccionado por Wolfowitz. Los acusados tienen derecho a contratar a un abogado civil, pero tienen que pagarlo de su propio bolsillo y deberán revelar de dónde sacan esos fondos, que corren el riesgo de ser confiscados por orden de Wolfowitz bajo sospecha de que puedan ser utilizados para actividades terroristas. Los acusados no tienen que perder las esperanzas en caso de condena; pueden recurrir a un jurado integrado por tres personas, nombradas por Wolfowitz.

«Lo que el gobierno Bush ha hecho ha sido adoptar textualmente como modelo un conjunto de normas que Roosevelt aprobó para hacer frente al problema de los saboteadores alemanes en la II Guerra Mundial, siete años antes de las Convenciones de Ginebra», asegura Eugene Fidell, abogado y presidente del Instituto Nacional de Justicia Militar de EEUU.


MUCHOS INOCENTES


«Uno de los fiscales me ha dicho que ellos creen que el 30% de los que hay en Guantánamo no ha tenido nada que ver con el terrorismo.Lo que ocurre es que estaban donde no tenían que estar cuando no tenían que estar», comenta Clive Stafford-Smith, un abogado británico conocido por representar a clientes en el corredor de la muerte. «Cuando un fiscal te habla de un 30%, yo automáticamente tiendo a pensar que es más bien un 70%. Ahora bien, la cuestión de fondo es que no estamos hablando de los 600 individuos más infames del mundo. Hablamos de un par de centenares, como mínimo, que no han hecho nada».

«Secuestras a unas personas que es posible que sean inocentes, te las llevas a la otra punta del mundo cubiertas con una capucha y encadenadas con grilletes, las mantienes incomunicadas durante un par de años, les niegas un abogado y no les dices de qué se les acusa. El problema no está en ver si se ha hecho algo mal, la cuestión está en si se ha hecho algo bien», añade Smith.

A Shah Mohamed no le pidieron disculpas ni le dieron ninguna indemnización cuando lo excarcelaron. Simplemente una carta de tres párrafos de una unidad destacada en el aeropuerto de Bagram, en Afganistán. Está firmada por un tal Joseph P. Burke, un soldado con un rango inferior al de cabo. La carta termina con las siguientes palabras: «Se ha llegado a la conclusión de que este individuo no representa amenaza alguna para el Ejército de los Estados Unidos ni para sus intereses en Afganistán o Paquistán. El gobierno se propone que esta persona vuelva a reincorporarse a su familia de manera plena».

«Si me han enviado una carta para dar fe de que soy inocente, ¿por qué entonces me tuvieron encerrado allí 18 meses?», pregunta Shah Mohamed. «¿No tienen ninguna responsabilidad o ninguna obligación conmigo?». Responsabilidades, ninguna; en todo caso, un sentimiento de vago rencor: a pesar de haberlo declarado inofensivo, el Ejército de los Estados Unidos lo devolvió a Paquistán de la misma manera que lo había llevado a Cuba: encadenado a unos grilletes.


«Cuando nos quitábamos las chapas para protestar por nuestra situación, los guardias nos obligaban a entregarles las mantas. Pero dos de nuestros compañeros se negaron y entonces les rociaron con gas hasta dejarlos inconscientes.

Luego los ataron y se los llevaron a la sección de castigo. Durante ese traslado, el comportamiento de los guardias fue bastante brutal»

ABDUL RAZAQ

«Yo me negaba a que me pincharan y entonces llamaban a siete u ocho individuos que me sujetaban y me ponían la inyección. Después no podía mirar ni hacia arriba ni hacia abajo. Durante un mes tuve la sensación de parálisis. Por sus efectos, me sentía incapaz de pensar o de hacer nada. También me obligaban a tomar tranquilizantes.No hacían más que decirme que mi cabeza no funcionaba»

SHAH MOHAMED

«Durante el primer mes y medio no nos dejaban hablar con nadie, ni llamar a la oración, ni rezar en los recintos. Sólo nos daban 10 minutos para comer. Yo intenté ponerme a rezar y se me echaron encima cuatro o cinco miembros de los comandos que me dieron una paliza. Si a alguien se le hubiera ocurrido llamar a la oración le habrían amordazado. Por eso nos pusimos en huelga de hambre»

MOHAMED SAGHIR

«El mayor daño me lo han hecho a la cabeza. Mi estado físico y mental ya no es normal. Soy otra persona completamente distinta.No soy capaz de reírme ni de pasármelo bien. Intenté suicidarme después de estar un mes encerrado a cal y canto en una celda sin ventanas y con el aire acondicionado encendido a tope. Me moría de frío y no lo soportaba más»

SHAH MOHAMED

«Recibimos cinco cartas seguidas de mi hermano el año pasado.Pero éste ninguna. No decían nada. Sólo que estaba bien, que nos echa mucho de menos y que espera vernos en un día mejor que éste. Evidentemente estaban censuradas. Imagina, ¿cómo puede estar bien en semejante agujero? Nosotros le hemos enviado cuatro pero nos las han devuelto»

NAYAT, HERMANA DEL ESPAÑOL DETENIDO

«Una cosa de los norteamericanos de la que me he enterado es que son muy brutos a la hora de transportar personas. Me ataron las manos tan fuerte que no pude emplear la derecha en un par de meses. Te agarran bruscamente del cuello y te tiran violentamente del avión con muy malos modos»

ABDUL RAZAQ
Re: Guantánamo: dos años de torturas.
08 gen 2004
Me puedes pasar el enlace de este último comentario?
Gunaánamo
08 gen 2004
0314p4a.jpg
Civilización en estado puro...
Re: Guantánamo: dos años de torturas.
08 gen 2004
De El Mundo,crónica.
Re: Guantánamo: dos años de torturas.
12 gen 2004
esto no tiene nombre.
Estados unidos debe morir
Guantanamo:dos años de torturas
12 gen 2004
aiguantanamo.jpg
El acto del sábado fue muy bien: Esta imagen con la música de Los Planetas de Holst.

Portada en el Periodico y El Pais de Catalunya.
Mira també:
http://www.diario.com.mx/servicios/hemeroteca/nota.asp?notaid=59dc640dcca392729d79db804216f706
Re: Guantánamo: dos años de torturas.
18 gen 2004
Es bestial, lo peor es que es una situación tapada, los medios de comunicación que controlan las masas ya no dan noticias sobre un abuso de los derechos humanos por parte del país "más democrático" "defensor de libertades y pueblos oprimidos" puto país, algun dá le llegará la hora, pero hai que reconocer que los cabrones lo hacen muy bien, tienen a su gente feliz y orgullosa de su país, "joer que libres somos" si de cojones panda de gilipollas, hasta que alguno abra un poco los ojos y le jodan la vida. Está claro que los afganos nunca harán una peli estilo prisioneros del vietnam, pero en este caso de guantánamo, y claro como la única fuente de culturalización americana es el cine, y aún por encima dependerá de como se lo cuenten. Y aquí, los gobiernos europeos calladitos porque se enfada el jefe.
Sindicato Sindicat