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Notícies :: antifeixisme : corrupció i poder
«Yo maté al asesino de Carrero Blanco»
21 des 2003
Redacción).- Antonio Rubio publica hoy en El Mundo la primera entrevista realizada a uno de los militares que acabó con la vida de 'Argala', el etarra que mató a Carrero Blanco. 'Leónidas', oficial retirado de 55 años, relata cómo la operación la prepararon los marinos, para vengar la muerte del almirante. La elección de Argala se debió, según Leonidas, a que el dirigente etarra fue el autor material del atentado contra Carrero Blanco: "El fue el que el 20 de diciembre de 1973 -ayer se cumplió el 30 aniversario- accionó la carga explosiva que mató a nuestro Presidente". La idea del atentado contra Argala partió de los compañeros del almirante Luis Carrero Blanco, los marinos.
Leonidas, que ya ha cumplido 55 años y fue oficial del Ejército español, tenía muy claro que la muerte de Carrero Blanco no podía quedar impune y en 1977, tras la amnistía política concedida por el Gobierno de UCD, se unió a un grupo de siete oficiales del Ejército con el único propósito de vengar el asesinato del almirante.

La elección de Argala para llevar a cabo el «ojo por ojo y diente por diente» se debió, según Leonidas, a que el dirigente etarra fue el autor material del atentado contra Carrero Blanco: «El fue el que el 20 de diciembre de 1973 -ayer se cumplió el 30 aniversario- accionó la carga explosiva que mató a nuestro Presidente. La idea del atentado contra Argala partió de los compañeros del almirante Luis Carrero Blanco, los marinos.

Los marinos, según nos relata pormenorizadamente Leonidas, fueron los que dirigieron y prepararon durante más de siete meses la acción mortal contra el que entonces se había convertido en uno de los máximos dirigentes de ETA militar, José Miguel Beñaran Ordeñana, Argala.

El almirante Carrero Blanco fue vengado, por sus compañeros, cinco años y un día después de que su vehículo Dodge Dart negro volara por los aires en la calle Claudio Coello de Madrid. Los autores del atentado fueron los miembros del comando Txikia de ETA, que estaba integrado por: Iñaki Múgica Ezkerra, Iñaki Pérez Wilson, José Miguel Beñaran Argala, Jesús María Zugarramurdi Kiskur y Javier María Llarreategui Atxulo.

En realidad, ETA decidió atentar contra el presidente Carrero Blanco en 1972. Argala tuvo una cita en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid el 14 de septiembre de aquel año con un hombre de unos 30 años, que vestía con gabardina y que estaba relacionado con el mundo del cine y de la televisión.

El hombre de la gabardina entregó al dirigente etarra un sobre, blanco, con los itinerarios y costumbres que tenía el almirante Carrero Blanco. Esa información, después, resultó vital para atentar y asesinar al almirante en diciembre de 1973.

Leonidas, que hoy vive y trabaja en España, no tiene remordimientos por la acción que llevó a cabo en 1978, en compañía de otros militares. Al contrario, el ex oficial del Ejército se muestra satisfecho porque cumplió con su deber.

PREGUNTA.- Argala era la única persona que conocía al hombre de la gabardina, único testigo sobre su identidad. ¿Por qué atentaron contra él?

RESPUESTA.- Cuando actuamos contra Argala no teníamos la información que usted me apunta en estos momentos. Eso lo sabría muy poca gente. Fuimos contra él porque, primero, teníamos que vengarnos.Después, porque mandaba el comando de ETA y, además, conectó los cables del dispositivo que asesinó a don Luis Carrero Blanco.

P.- ¿Por qué esperaron a 1978, cinco años después, para llevar a cabo el «diente por diente?

R.- Decidimos actuar después de que el Gobierno concediera una amnistía en 1977. No entendíamos cómo se podía amnistiar y perdonar a la gente que había asesinado al presidente del Gobierno.

P.- Pero, ¿quién es el que realmente se plantea atentar contra Argala de la misma forma en que mataron a Carrero Blanco?

R.- Esa idea parte directamente de los marinos. Ellos son muy técnicos, muy profesionales y nunca se han metido en política, ni en algaradas, ni en asonadas. Lo de Camilo Menéndez en el 23-F fue una anécdota.

P.- Es decir, que alguien dentro de la Marina piensa y organiza el grupo.

R.- Afirmativo.

P.- Sin embargo, en ese grupo también estaban Jean Pierre Cherid (ex miembro de la OAS), José María Bocccardo (argentino y ex miembro de la triple A) y Mario Ricci (italiano neofascista).¿Qué tenía que ver esa gente con la Marina?

R.- Todo tiene una explicación. Ellos eran los braseros, los que formaban el segundo escalón del grupo. Estaban bregados en mil batallas y se encargaron del trabajo de campo: localizar, controlar y vigilar a Argala. También buscaron varias casas en la zona de Anglet que nos sirvieran de cobertura y refugio.

P.- Entonces, ¿quién formaba parte del primer escalón del grupo ejecutor?

R.- En total éramos ocho. Tres marinos, un militar del Ejército del Aire, un paisano, un oficial de la Guardia Civil y dos caquis (del Ejército de Tierra). Esa era la estructura fundamental del grupo. Recuerdo que de los tres marinos uno era del SECED (servicio de información de Presidencia, que después se transformó en el CESID y más tarde en el CNI), otro en el Servicio de Inteligencia Naval y el último en el Alto Estado Mayor.

P.- ¿Cuándo localizan a Argala?

R.- Recuerdo que fue en mayo o junio de 1978. Desde esa fecha, hasta que el etarra voló por los aires, lo estuvimos vigilando con nuestros propios medios. Podíamos haberlo eliminado antes, pero queríamos que fuera el 20 de diciembre, en el aniversario de la muerte de don Luis.

P.- Sin embargo, el 20 de diciembre de 1978 José Miguel Beñaran, Argala, no salió en todo el día de su casa. El dirigente etarra estaba enfermo, en cama y con fiebre. ¿Qué pensaron cuando iban pasando las horas y Argala no salía de su casa?

R.- Pensamos lo peor. Que nos habían detectado, que alguien se había ido de la lengua. En aquella época no había ningún tipo de colaboración entre los gobiernos de España y Francia y nuestro grupo era totalmente clandestino. Es decir, que no nos apoyaba nadie. Ni Gobierno, ni ministros, ni nadie.

P.- ¿Cómo prepararon el golpe contra Argala?

R.- Nos fuimos desplazando conforme lo requerían las necesidades de la operación. Fundamentalmente por subgrupos. Pero el día de la acción estábamos presente todo el grupo. Todos queríamos disfrutar con el espectáculo y ver cómo volaba por los aires el hombre que asesinó a don Luis Carrero Blanco.

P.- Cuando, finalmente, el día 21 de diciembre observaron cómo Argala bajaba de su casa, se introducía en su vehículo y el Renault-5 se elevaba por los aires, ¿qué pensaron o sintieron?

R.- Una gran satisfacción. Todos consideramos que habíamos hecho un servicio a la Patria. Teníamos claro que nadie se iba a ir de rositas después de asesinar al presidente del Gobierno.

P.- ¿Quién colocó los explosivos debajo del vehículo de Argala?

R.- Un capitán de la Guardia Civil.

P.- Pero siempre se había dicho que fue Jean Pierre Cherid.

R.- Negativo, totalmente negativo. Hubo hasta una especie de pelea dentro del grupo porque todo el mundo quería tener el honor de ser el protagonista de la venganza. Finalmente nos calmamos y el artefacto lo colocó el experto. El capitán de la Guardia Civil, que había hecho un curso de explosivos.

P.- ¿Cómo, dónde y quién consiguió los explosivos?

R.- Pedro el Marino. Los explosivos salieron de una base norteamericana.No recuerdo con exactitud si fue de Torrejón o de Rota, pero sí sé que los americanos no sabían para qué se iba a utilizar.Fue un favor personal que le hicieron a Pedro el Marino.

P.- Tras la explosión y muerte de Argala, ¿cómo se produce la retirada y vuelta a España?

R.- Cada miembro del grupo se retiró del escenario y regresó a España de forma diferente. De esta forma pretendíamos que si alguien nos seguía le costara mucho más llegar hasta nuestra base. La mayoría emprendió viaje hacia París, otros optaron por Nantes y Burdeos y algunos se quedaron en Francia esperando que todo se tranquilizara para volver a España.

P.- ¿Quién financió toda la operación?

R.- Todos nos rascamos el bolsillo, pero la parte más importante salió de un crédito personal que se solicitó al Banco Central.Hay que aclarar que los del banco no tenían ni idea para qué iba a ser destinado el dinero, se pidió a nivel personal.

P.- ¿Con ese dinero también compraron las armas que llevaban durante el tiempo que estuvieron en Francia?

R.- No, ésas, que las compramos en Bélgica, salieron de nuestro bolsillo.

P.- ¿Qué tipo de armas utilizaron?

R.- Eran unas Browning, de lo mejorcito que había en el mercado en aquella época. Cada una de ella nos costó unas 30.000 pesetas y la compramos en el mismo sitio donde adquirían su material los etarras.

P.- Una vez que regresan a España y que están todos juntos, ¿qué hacen?

R.- Nos reunimos en un restaurante de Madrid para celebrar que todo había salido bien y que don Luis ya estaba vengando. Recuerdo que comimos cordero y que después terminamos la fiesta jugando una partida de mus.

P.- El atentado contra Argala fue reivindicado por el Batallón Vasco Español (BVE). ¿Ustedes formaban parte del BVE?

R.- BVE, ATE, Triple A. Eso sólo son siglas, nombres que van saliendo y que se van utilizando conforme se necesita. La realidad es que nos encontrábamos en medio de una guerra, una guerra sucia, una guerra terrorista y que él, Argala, era nuestro enemigo.Además, había asesinado a nuestro Presidente y nosotros teníamos la obligación legal, moral y natural de pagarle con la misma moneda.

P.- Dígame la verdad, detrás de ustedes tenía que haber algún estamento, algún ministerio, alguien.

R.- No, no había nadie. Yo no tengo conciencia de que hubiera alguna organización gubernativa que moviera los hilos para que nos cargáramos a Argala. Es más, tampoco tengo conciencia de que hubiera un mirar hacia otro lado para facilitar la acción.

P.- Cuando ustedes comienzan a preparar el atentado, en mayo de 1977, el jefe de operaciones especiales del SECED era el comandante Andrés Casinello. ¿Tampoco él sabía nada de sus intenciones?

R.- El gran rubio, como conocíamos todos a Andrés Casinello, ya se había convertido en un hombre de Estado y nos decía que no quería que ninguno de sus hombres, de manera oficial, participara en ninguna acción. Tras el atentado tuvo una fuerte enganchada con uno de los que estaban conmigo en el grupo y le dijo que se había cerrado una etapa y que había que olvidar todo.

P.- Hoy, en diciembre de 2003, veinticinco años después del asesinato de José Miguel Beñaran, Argala, ¿volvería a actuar de la misma forma?

R.- En aquella época, en 1978, aún no habíamos cumplido los treinta años y no entendíamos que para cambiar un país se tuviera que asesinar a un presidente del Gobierno y que después no se hiciera nada contra los asesinos. Tampoco entendíamos la amnistía que se dio en 1977. Ese hecho sentó muy mal en la milicia. Pero, hoy, sí puedo decir que es posible que con cuarenta años no lo hubiéramos hecho o nos lo hubiéramos planteado de otra forma.También quiero decir que no me arrepiento de lo que hice.

Leonidas, que hace tiempo dejó la milicia, sigue en contacto con la realidad de España y se muestra muy preocupado por los últimos acontecimientos políticos: el plan Ibarretxe y las reivindicaciones catalanas. También considera y aclara que el BVE y los GAL fueron dos cosas totalmente distintas: «A nosotros no nos apoyaba nadie y actuamos por patriotismo. En los GAL el Gobierno estaba detrás de las acciones y, además, todos se movían por dinero».
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EL JEFE Y «LOS BRASEROS» DEL COMANDO
El capitán de navío Pedro Martínez, más conocido por Pedro el Marino, fue la persona que coordinó, organizó y consiguió los explosivos que utilizó el comando que atentó contra el etarra Argala.

Tras el asesinato del almirante Carrero Blanco (1973) y la muerte de dictador Francisco Franco (1975), Pedro el Marino se convirtió en el aglutinador de todos los grupúsculos que querían pagar a ETA con su misma moneda: ojo por ojo, muerte por muerte. Se puede decir que con él comienza la guerra sucia contra la organización terrorista vasca.

Pedro el Marino pertenecía a los servicios de inteligencia naval y alrededor de él consiguió formar un grupo de mercenarios y ultraderechistas extranjeros como Jean Pierre Cherid (francés y ex miembro de las temibles OAS), José María Boccardo Alemán (argentino y ex miembro de la triple A) y Mario Ricci (italiano, neofascista y miembro de Avanguardia Nazionale).

Cherid, Boccardo y Ricci fueron los braseros, hombres de segundo nivel, a los que se refiere Leonidas en su entrevista y los que se ocuparon de localizar la residencia que José Miguel Beñaran, Argala, tenía en la ciudad francesa de Anglet.

Jean Pierre Cherid, con el tiempo, se convirtió en uno de los mercenarios más activos de la guerra sucia contra la banda terrorista ETA. El ex miembro de la OAS murió en 1984, cuando manejaba unos explosivos que iba a colocar a un dirigente etarra.

Entre los restos de su vehículo y su cuerpo la gendarmería francesa encontró un listín de teléfonos donde aparecía el número del Gabinete de Operaciones Especiales del Ministerio del Interior, el de Pedro El Marino y el de un sargento de la Guardia Civil.

Los policías galos también encontraron entre los restos del atentado un carné de la Dirección General de la Guardia Civil, con la foto de Jean Pierre Cherid, expedido el 14 de febrero de 1981 y a nombre de Iván González Rodríguez. Tras su muerte, su mujer reclamó al Ministerio de Interior la pensión de viudedad.

Jean Pierre Cherid y su grupo localizaron la residencia de Argala en mayo de 1978 y desde ese tiempo hasta su ejecución se dedicaron, fundamentalmente, a controlar y vigilar al dirigente etarra.

El jefe del grupo, Pedro el Marino, ya tiene más de ochenta años, reside fuera de las fronteras españolas y en la actualidad está muy delicado de salud.

Comentaris

Batallon Vasco Español
21 des 2003
Se trató de una organización parapolicial española que nació amparada por sus aparatos represivos a partir de la muerte de Carrero Blanco. BVE fue la sigla más habitual de estos grupos, formados en su mayoría por mercenarios a sueldo, agentes de la policía o de los servicios secretos, y ultraderechistas. También firmaron sus acciones como AAA (Alianza Apostólica Anticomunista), ATE (Antiterrorismo ETA) o ANE (Acción Nacional Española). Actuaron indistintamente en Iparralde y Hegoalde desde junio de 1975 hasta abril de 1981. El pistoletazo de salida lo dio Luis Peralta España, viceministro de Gobernación, quien el 12 de mayo de 1975 afirmó en Bilbo: «Al terrorismo hay que combatirlo con sus propias armas y seguirlo hasta sus guaridas de Francia».

Días más tarde el BVE cometía su primer atentado, que lo fue contra Josu Urrutikoetxea, en Miarritze. En la acción falleció el mercenario Marcel Cardona. Sólo en ese año, el BVE cometió en Iparralde más de 20 atentados. En algunos de ellos fueron detenidos policías españoles in fraganti. En los años siguientes el BVE o sus homólogos reivindicaron la BVE (BATALLON VASCO ESPAÑOL) muerte de veinticuatro personas en Hegoalde y de otras diez en Iparralde. En Iparralde murieron a manos de estos grupos parapoliciales: Eduardo Moreno (Behobia, 23-7-1976), Agurtzane Arregi (Donibane Lohizune, 2-7-1978), José Miguel Beñaran (Angelu, 21-12-1978), Enrique Alvarez (Baiona, 26-6-1979), Jon Lopategi (Angelu, 2-8-1979), Justo Elizaran (Miarritze, 13-9-1979), J.M Etxeberria (Donibane Lohizune, 11-6-1980), José Camio y J.P. Haramendi (Hendaia, 23-11-1980) y Martín Sagardia (Miarritze, 30-12-1980). Así mismo las de Martín Eizagirre y Aurelio Fernández, militantes del PCr (París, 28-6-1979) y Jokin Etxeberria y Espe Arana (Caracas, 14-11-1980). En Hegoalde, el atentado más trágico de los grupos parapoliciales fue una bomba que colocaron en el bar Aldana de Alonsotegi, el 19 de enero de 1980 y que causó la muerte a cuatro personas: Manuel Santacoloma, Pacífico Fika, Mari Paz Armiño y Liborio Arana. Otro atentado sangriento fue el cometido contra la ikastola Iturriaga de Bilbo, el 23 de julio de 1980 y en el que fallecieron María Contreras, embarazada de nueve meses, Antonio Contreras y Anastasio Leal. En otros atentados cometidos en Hegoalde, también murieron David Salvador, Martín Merkelenaz, José Ramón Ansa, Tomás Alba, Carlos Saldise, Francisco Javier Ansa, Miguel Mari Arbelaiz, Luis Mari Elizondo, Joaquín Antimasbere, José Miguel Zubikarai, Yolanda González (Madrid), Felipe Sagarna, Juan Manuel Martínez, Iñaki Ibargutxi, María José Bravo, Ana Tere Berrueta y José Mari Etxebeste.

El último atentado del BVE fuera de Euskal Herria tuvo lugar en París el 23 de abril de 1981 y fue contra Xabier Agirre, un joven de Bergara que tenía regularizada su estancia en el Estado francés desde el indulto general de 1977. Jean Piere Cherid y los hermanos Perret, que trabajaron para el BVE a sueldo de la Administración española, se integraron más tarde en la infraestructura del GAL.
Jose Miguel Beñaran Ordeñana, Argala
21 des 2003
Argala fue uno de los hombres más carismáticos y decisivos en la historia de ETA. Murió el 21 de diciembre de 1978 después de que una bomba colocada bajo su coche en Angelu le destrozara. La fecha escogida y el procedimiento utilizado venían a dejar constancia de la operatividad e ideología de los grupos parapoliciales que quisieron dar su sello cinco años después de la muerte de Luis Carrero Blanco.

José Miguel Beñaran nació en Arrigorriaga en 1949. Después de una infancia y adolescencia marcada por el entorno social del franquismo, Argala entró en ETA con otros jóvenes de su cuadrilla. En 1968 y como consecuencia de unas detenciones, José Miguel Beñaran abandonó su localidad refugiándose en Oñati durante largo tiempo y adoptando el mote de Iñaki. Exiliado después en Iparralde participaría activamente en la futura evolución de la organización armada. En esos años de intensidad dialéctica Argala hizo célebre una frase de su propio cuño: «Yo discuto con todos, intelectualizo a los militares y militarizo a los intelectuales».

En diciembre de 1973 José Miguel Beñaran Ordeñana, ahora con el sobrenombre de Fernando, se encontraba en Madrid, junto con otros miembros del Comando Txikia. Era el militante metódico y disciplinado que rebosaba y traslucía de modo natural su inmensa calidad humana. Su clandestinidad la vivió de forma intensa. Era discutidor nato, jamás hacía concesiones, sostenía sus argumentos con gran solidez y siempre de frente. Captaba rápido los errores de su oponente, ganando la discusión con rapidez. Sin embargo, si quien sostenía otros planteamientos lo hacía desde una postura honesta, discutía sin descanso hasta equilibrar las posiciones, independientemente de quién hubiera partido el análisis más correcto.

De nuevo en Iparralde, participaría en la reestructuración de ETA. En el seno de la organización armada había divergencias en cuanto a los cambios internos y, fundamentalmente, en cuanto al análisis del futuro político. Argala jugó aquí un papel determinante, en doble sentido: analizando las consecuencias de la caída del régimen franquista y los cambios que se avecinaban, y estudiando el desdoblamiento para abarcar todos los frentes de lucha sobre un nuevo modelo organizativo, dejando para ETA el campo militar. De esta forma se constituía en noviembre de 1974 ETA militar y el análisis realizado por José Miguel Beñaran quedaría plasmado en un manifiesto óel Agirió que se publicaría a últimos de ese mes.

En octubre de 1976 Argala se casó en la isla francesa de Yeu, en donde estaba deportado, con Asun Arana cuyo compañero, Jesús Mari Markiegi, había muerto en una emboscada policial en Gernika en 1975. Después de abandonar Yeu, ambos alquilarán una casa en Angelu. Cuando se produjo su muerte la Policía bloqueó y prohibió la entrada en su pueblo natal, Arrigorriaga. Como protesta por el cerco, una asamblea popular decidió que todos los vecinos se encerraran en sus casas y que acompañaran al cadáver sólo la madre, los hermanos y los compañeros. Dos personas que portaron la bandera de KAS abrieron el pequeño cortejo que avanzaba lentamente ante el cordón policial. Al llegar frente al ayuntamiento, con la ikurriña enlutada y a media asta, tres agentes se cuadraron ante el paso del féretro. Un puñado de militantes, familiares y amigos fueron los únicos testigos del final del viaje de Argala.
Re: «Yo maté al asesino de Carrero Blanco»
21 des 2003
Y estos "patriotas" de mierda hablan luego de "terrorismo"....¡si lo inventaron ellos!
Menudos fichas el tal Leónidas y Pedro el Marino !
Pero Carrero voló...y fué una obra de arte.Eso no lo pueden borrar estos fascistas embusteros que estaban apoyados desde arriba,financiados y protegidos por todo un Gobierno ¡qué valientes...!
Re: «Yo maté al asesino de Carrero Blanco»
21 des 2003
Autobiografia politikoa
(José Miguel Beñaran Ordeñana, Argala)

Cuando se me ha invitado a presentar este libro, consistente en un análisis teórico acerca del nacionalismo vasco, su concepción a través de la historia por las diferentes clases sociales existentes en Euskadi, su relación con el internacionalismo en la conciencia de la clase obrera, me ha parecido lo más indicado no hacer una presentación crítica --cada lector hará sin duda la suya--, sino un breve relato de mi experiencia política personal; de mi toma de contacto con la problemática nacional vasca y con la más especifica de la clase de nuestro país, el desarrollo de esa conciencia inicial a través de mi actividad política como militante de ETA en Euskadi peninsular y posteriormente como refugiado vasco en Euskadi continental.

Tratando de evitar que el objetivo de este relato pueda ser mal interpretado, debo aclarar que, desde luego, no consiste en dar a conocer mi biografía, sino tratar de aportar al lector un elemento de juicio vivencial --ni más valido, ni menos que el de cualquier otro vasco-- en un intento de enriquecer con datos de la experiencia el trabajo teórico realizado por Jokin Apalategi.

Tampoco pretendo en modo alguno que mi experiencia personal sea susceptible de extensión a otras personas, por mucho que su evolución se haya podido producir en los mismos cauces organizativos. Por otra parte, considero que la experiencia sólo es racionalizable cuando se ha situado ya a cierta distancia en el pasado --e incluso en este caso su explicación puede ser diferente según el momento de la vida desde el que se la observa-- con lo que su recuperación para el análisis adolecerá de la incapacidad para recoger determinadas circunstancias y elementos causales que se perdieran en el olvido sin tomar conciencia de ellos.

Nací en Arrigorriaga en 1949. Arrigorriaga --cuando yo residía en ella-- era una localidad con una población que calculo en 8.000 habitantes, de los que una buena parte son inmigrantes de diferentes regiones y pueblos del Estado español. Próxima a la zona euskaldun del valle de Arratia, giraba no obstante exclusivamente en la órbita de la industriosa y comercial villa de Bilbao y sus alrededores, fuertemente integrada de emigrantes, por ésta y otras razones históricas, de habla casi totalmente castellana. Debido a ello, Arrigorriaga, fundamentalmente, era también de lengua castellana. El euskara era, hasta hace unos doce años, un idioma en vías de desaparición; conocido casi exclusivamente por el reducidísimo sector de los baserritarras, probablemente lo utilizaban en sus hogares, pero, por lo menos los jóvenes, se avergonzaban de hablarlo fuera de ellos., El conocimiento del euskara era, pues, más una causa de complejo de inferioridad que una razón para la afirmación nacional como pueblo diferenciado.

Mi padre, nacido en la misma localidad, era de origen obrero; trabajador desde la infancia y durante mis primeros seis años de vida trabajador y copropietario, junto con sus hermanos, de un pequeño negocio de carpintería que utilizaba un solo asalariado, quien, frecuentemente, fuera de horas de trabajo convivía con ellos en régimen familiar.Mi padre, hijo de euskaldunes, desconocía por completo el euskara. Mi madre, de origen baserritarra, se vio obligada, también desde niña, a acudir a las grandes villas a ofrecer sus servicios como "femme de menage", trabajo que realizó hasta su matrimonio. Vasco-parlante, no sé si por necesidades de convivencia con mi padre y su familia --todos habitaban una sola vivienda-- o por un complejo de inferioridad muy extendido por aquel tiempo entre los vasco-parlantes --probablemente por ambas razones--, utilizaba en casa únicamente el castellano, por lo que hasta fechas recientes he desconocido el euskara.

Siendo niño aún, fortuitamente --mediante la lotería--, mi padre consiguió cierta cantidad de dinero, suficiente como para iniciar por su cuenta la construcción de viviendas, convirtiéndose de este modo en pequeño industrial de la construcción, nivel social en el que habría de permanecer hasta el día de su muerte.

Un factor fundamental durante mucho tiempo en mi educación seria la enseñanza recibida en la escuela. Estudiaba con admiración las hazañas de los conquistadores españoles y las llamadas cruzadas, considerando la perdida del imperio español como el lamentable resultado de un cúmulo de injusticias históricas realizadas por otras naciones como Inglaterra o Francia. José Antonio Primo de Rivera --fundador de la Falange-- era considerado por mí como héroe nacional, y los rojos, como se denominaba en los libros de historia a todos los enemigos del franquismo, una horda de ateos, violadores y asesinos.

La cuestión nacional vasca jamas llegué a planteármela en la infancia de un modo positivo, si bien la conocía por mi padre y sus audiciones nocturnas de una emisora de radio prohibida cuyas emisiones quedaban semiahogadas en una mar de ruidos y pitidos que las convertían casi en ininteligibles.

Mi padre era patriota vasco, simpatizante del P.N.V., y yo patriota español y partidario de Franco por la paz que, tras los años de "revueltas y quemas de conventos", nos había dado a "todos los españoles". Debido a ello los enfrentamientos en casa se producían con relativa facilidad y, si jamás llegué a ser castigado a causa de ellos, fue simplemente gracias a que mi padre comprendía que discutía con un niño al que mejor que reprender era dejar crecer y madurar.

También mi familia paterna y sus relaciones --que constituía mi medio ambiente-- eran casi en su totalidad nacionalistas vascos. Con frecuencia podría sentir ese extraño ambiente de conversaciones en la intimidad de los hogares, en los que se citaban los nombres de Sabino Arana, fundador del P.N.V., y José Antonio Aguirre, en aquel entonces presidente del Gobierno Vasco en el exilio. Pero todo esto, que sin darme cuenta iba impregnando mi subconsciente, era incapaz de combatir la enseñanza escolar, e incluso de plantearme problemas a los que de cualquier modo era aún poco sensible por mi corta edad.

De lo que, en cambio, guardo una viva sensación es de la imposibilidad para relacionarme con mi abuela materna. Ella apenas hablaba castellano y yo no conocía el euskara por lo que nuestras conversaciones jamás superaban de un breve intercambio de palabras sueltas. Habría de morir sin que llegásemos a tener una autentica conversación. Recuero también que cuando íbamos a visitarla, mi madre hablaba en euskara con su familia sin que yo llegase a comprender nada. Todo ello me hacía sentirme disminuido en el ambiente de aquellas esporádicas visitas, que más tarde comprendería era el de una gran parte de mi pueblo, la más auténtica.

Por otra parte, mi padre, a pesar de su nacionalismo sabiniano, era un ferviente admirador de la organización social de la U.R.S.S. y del comunismo en general, aunque quizá entendido de un modo un tanto particular, Esto hizo que los términos socialismo y comunismo, una vez liberado del lastre educativo recibida en la escuela, me resultaran una opción social más positiva que otras, a diferencia de la herencia anticomunista que demasiados vascos de todas las capas sociales han recibido del nacionalismo tradicional. La dificultad para acercarme a ellos se situaba en el terreno ideológico, pues era decididamente religioso.

Los amigos de mi padre eran obreros y mis amigos hijos de obreros, por lo que ése ha sido el ambiente social en que me he desarrollado; aunque hasta la adolescencia no haya estado capacitado para conocer la división de la sociedad en clases sociales. Tampoco serían estas relaciones las que me inclinasen a posicionarme con la clase obrera y optar por el modelo social marxista. Creo que mi evolución en este sentido se produjo en dos etapas.

La primera, caracterizada por tres elementos. negación del individualismo pequeño-burgués, condena de la explotación capitalista y correspondiente afirmación obrerista y visión idealista de inspiración religiosa de la sociedad.

Recuerdo como una vivencia continuada las preocupaciones económicas de mi padre en el desarrollo de su empresa. Para comenzar la construcción de un edificio, dependía siempre de la venta de los locales del anteriormente construido y de los créditos bancarios. Le recuerdo muchas veces solo en su despacho, preocupado hasta la angustia, cuyo contagio no podía yo evitar. Pronto comprendí que aquella competencia, aquella ley de la selva que rige las relaciones sociales entre empresarios, no podía aportar un mínimo de felicidad social --entendiendo la felicidad como yo la entiendo, lógicamente--; que era mejor colectivizar la propiedad para que los beneficios y las preocupaciones fueran de todos. Era tan fuerte en mí esta vivencia que no recuerdo haber deseado nunca continuar los negocios de mi padre a pesar de los beneficios que indudablemente reportaban. Quizá también yo era de animo débil, pues otros en situación semejante lo han hecho.
Desde que tengo uso de razón --es un decir-- he tenido ocasión de contemplar la explotación de la clase obrera, aunque sin comprenderla como tal durante mucho tiempo. He visto trabajadores --vecinos míos-- que tras una jornada laboral normal se veían obligados a "meter horas" en la construcción de mi padre u otras, y todo ello únicamente para alcanzar a sobrevivir junto con sus familias: Hacia los diecisiete años ingresé en una organización católica, denominada Legión de María, uno de cuyos objetivos era bucear en la miseria social para consolar a quienes se veían obligados a padecerla. A través de mi participación en ella, conocí lo que creía no existía en nuestro país, pero aún desconocía los motivos del sufrimiento que veía; lo que progresivamente se me fue haciendo evidente es que el consuelo no quita el hambre ni las enfermedades. Únicamente con las luchas obreras que en mitad de la década de los sesenta se produjeron en mi zona, y especialmente con la huelga de Bandas y la represión desatada durante el "estado de excepción" consiguiente, y la lectura de novelas sobre el tema del sacerdocio obrero llegué a la comprensión de la división social en clases con intereses opuestos.

Ya comprendía el problema, pero no conocía aún posibles soluciones válidas para resolverlos. Se me escapaba el carácter antagónico del enfrentamiento burguesía-proletariado, y en general toda la racionalización de la problemática social. Mi visión era puramente vivencial y su interpretación idealista. Debía estar con el que sufría y ayudarles, debía hacer algo por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pero no alcanzaba a comprender la existencia de un modo de producción capitalista que causaba la explotación de la case obrera y la represión contra ella. Recuero que, por ejemplo, para sensibilizar frente a la guerra del Vietnam, poníamos en la puerta de la iglesia parroquial fotografías de niños muertas por las bombas. Pero lo que ni yo ni mis compañeros de aquel entonces comprendíamos con todas sus consecuencias, era que la guerra del Vietnam no era un mal en sí mismo, sino producido por el imperialismo americano en su lucha contra las justas aspiraciones de liberación nacional y social del pueblo vietnamita; y que la única solución posible estribaba en la derrota de las tropas norteamericanas en aquel territorio.

Sería poco más tarde, en una segunda etapa, cuando habría de sufrir una profunda transformación ideológica que me permitiese colocar en su lugar cada elemento del rompecabezas, Aficionado al estudio y necesitado de racionalizar mis experiencias, de comprender el por qué de las cosas, mi concepción religiosa de la vida, del hombre y de sus relaciones sociales entró en crisis, debido a que no me era suficiente para explicar ninguno de los problemas que se me planteaban. Comencé a estudiar la teoría marxista.

Ya para entonces se oía hablar de una nueva organización política patriótica y socialista que luchaba por la independencia de Euskadi, era E.T.A. Surgían las Ikastolas y aparecían jóvenes que cantaban en euskara. La cuestión vasca brotaba a la luz con toda su problemática. Nuestro pueblo, casi aniquilado, resurgía y su resurgir se dejó sentir también en Arrigorriaga. Comenzaron las clases nocturnas de euskara para adultos y los vasco-parlantes comenzaron a superar su complejo para mostrarse orgullosos de hablar el euskara.

Como resultado de ambos factores --estudio del marxismo y resurgir nacional vasco--, tomé conciencia clara de la existencia de Euskadi como nación diferenciada, integrada por siete regiones separadas por las armas de los Estados opresores, español y francés; de la división de la sociedad en clases enfrentadas por interés irreconciliables; de que Euskadi misma no era una excepción en este sentido, comprendí lo que fue la "evangelización de América" por los españoles y lo que fueron "las cruzadas", lo que fueron "los rojos" y el "glorioso alzamiento nacional"; que no se trata de que los ricos ayuden a los pobres, ni únicamente de que se aumenten los salarios de la clase obrera, sino de socializar los medios de producción; que para lograr la solidaridad social es precisa una profunda revolución cultural, y que para ello, no basta con la buena voluntad, sino que es precisa una transformación del modo de producción capitalista actualmente dominante por otro socialista; que para ello es preciso que la clase obrera obtenga el poder político; que un aparato de Estado no es neutral y que esto obliga a la clase obrera a destruir el Estado burgués para crear otro propio, que la burguesía recurre a las armas cuando ve en peligro sus privilegios, lo que induce a pensar que si la clase obrera no se plantea el problema en términos semejantes, tendremos ocasión de presenciar muchas matanzas y pocas revoluciones.

Iniciado este proceso de comprensión, que espero jamás llegue a considerar suficientemente maduro, se me planteó la entrada en E.T.A., y acepte.

A pesar de la dificultad de las relaciones orgánicas debida a exigencias de la clandestinidad en que debía desarrollarse nuestra actividad política, mi pertenencia a E.T.A. me permitió profundizar más en el conocimiento de la cuestión nacional y su relación con la lucha de clases. Pero fue fundamentalmente la escisión producida en torno a la realización de la VI Asamblea --declarada ilegal-- la que, obligándome a revisar todos mis planteamientos antes de posicionarme, me permitió darles coherencia y confirmarme en su justeza.

La tesis defendida por el grupo denominado VI Asamblea consistía en que la opresión nacional sufrida por el Pueblo Vasco era una consecuencia histórica más del desarrollo social que tenía como motor la lucha de clases. En el proceso de consolidación del modo de producción capitalista, las burguesías de los Estados español y francés, buscando el dominio de mercados lo más amplios posible, habían separado Euskadi en dos pedazos y, tratando de homogeneizar sus respectivos mercados, tanto a nivel jurídico como lingüístico, habían destruido la peculiar organización jurídica vasca e intentado aniquilar la lengua, imponiendo por contra las culturas castellana y francesa, que de este modo se convertirán no sólo en dominantes, sino en las únicas permitidas. Superado el modo de producción capitalista, y no teniendo los trabajadores españoles y franceses --nueva clase hegemónica-- ningún interés en mantener la opresión del Pueblo Vasco, ésta automáticamente tendería a desaparecer. Por lo tanto, el objetivo principal lo constituía el triunfo de la revolución socialista a nivel de los Estados español y francés. Para lograrlo lo antes posible, era necesario unificar a los trabajadores a nivel de Estado ya que es a este nivel al que se desarrolla la lucha de clases de un modo diferenciado. E.T.A. había defendido siempre la independencia de Euskadi y, según VI Asamblea, esta reivindicación dividía a los trabajadores vascos, por lo tanto, era preciso abandonarla y posicionarse por la autodeterminación nacional sin adoptar opción concreta alguna respecto a ella. La opción independentista, no sólo era contrarevolucionaria en cuanto que sembraba la división en el seno de la clase obrera y frenaba el proceso revolucionario, sino que además era pequeño-burguesa por cuanto representaba el intento de la pequeña burguesía vasca de convertirse en clase hegemónica del nuevo vasco a crear; intento por otra parte banal, visto el punto al que había llegado el proceso de desarrollo histórico. La opción independentista era, pues, reaccionaria además. Curiosamente --por lo repetitivo-- y coincidiendo con esta tesis, se planteaba la lucha armada como un método elitista y de ambiciones mesiánicas que, intentando sustituir al necesario protagonismo de las masas obreras, no representaba sino la expresión de una pequeña-burguesía que se revolvía desesperadamente contra su inexorable marginamiento histórico. Siguiendo este esquema --y aunque jamás fuera dicho--, E.T.A. no representaba sino la versión anti-franquista, y por ello radical, de la política pequeño-burguesa del P.N.V.; y en definitiva, una organización llamada a ser asimilada por dicho partido una vez alcanzada la democracia política, si esto llegaba a producirse.

Estando de acuerdo con su análisis acerca del origen de la opresión del Pueblo Vasco, rechazaba por completo las consecuencias que de dicho análisis extraían. Su esquema, copia exacta del aplicado por Lenin en la U.R.S.S., lo encontraba erróneo en Euskadi. Los pueblos, y dentro de ellos cada sector, no optan en un momento, sino continuamente en un proceso a lo largo del cual pueden cambiar sus opciones si así lo aconsejase la realidad circundante. No era el Estado dictatorial franquista con su acerbo centralismo e imperialismo español la única causa de la existencia de la opción independentista, sino también la incomprensión históricamente demostrada por los partidos obreros españoles frente a la cuestión vasca. La opción independentista era la expresión política de la afirmación nacional de los sectores populares con conciencia nacional que iban día a día ampliándose. El Pueblo Vasco ha tenido ocasión de comprobar a lo largo de la historia que una revolución socialista a nivel de estado no es la solución automática de su opresión nacional; que los partidos obreros españoles están demasiado impregnados del nacionalismo burgués español. Por otra parte, el logro de la independencia exigía la derrota del Estado español por lo menos en Euskadi, es decir, una verdadera revolución política que sólo podía ser llevada a cabo por las capas populares bajo la dirección de la clase obrera, única capaz de asumir hoy en Euskadi con todas sus consecuencias, la dirección de un proceso de tal envergadura. Precisamente, este asumir la cuestión vasca por la clase obrera es lo que ha posibilitado el resurgimiento nacional de Euskadi.

Mis posteriores relaciones, como representante de E.T.A., con representantes de diversos partidos obreros revolucionarios españoles, no sirvieron sino para confirmar esta visión. Dichos partidos no entendían la cuestión vasca sino como un problema, un problema molesto que conviene hacer desaparecer. Siempre me pareció ver que la unidad de "España" era para ellos tan sagrada como para la burguesía española. Jamás llegaban a entender que el carácter nacional que adoptaba la lucha de clases en Euskadi fuese un factor revolucionario; por el contrario, no era para ellos sino una nota discordante en el proceso revolucionario español que aspiraban orquestar.

Con respecto a las relaciones entre Euskadi continental y Euskadi peninsular, el exilio me ofreció la ocasión de conocer directamente la problemática existente. Hasta entonces, mi opción frente a este tema obedecía más a razones históricas e ideológicas que a un conocimiento real de la Euskadi continental actual. No obstante, la experiencia no hizo sino confirmar mis hipótesis y dotarlas de una base más científica. Euskadi continental es una zona de casi nula industrialización; las bases de su economía lo constituyen las actividades del sector primario y las turísticas. Con una población que no sobrepasa el cuarto de millón de habitantes y marginada completamente de los centros económicos franceses, sufre una aguda emigración de mano de obra joven. Aunque el euskara es ampliamente conocido en las zonas rurales, e incluso algo en la costa, su participación junto a Francia en dos guerras de liberación nacional contra las potencias centrales y la inexistencia de clase social alguna capaz de marcar una dinámica nacional propia, ha tenido como consecuencia, que hasta hace aún pocos años la conciencia nacional fuese propiedad exclusiva de determinados sectores intelectuales. Pero la onda expansiva de la lucha de Euskadi peninsular, junto a la labor de dichos sectores intelectuales, ha producido una toma de conciencia cada vez mayor. El Estado francés supo ver el peligro que representaban ambos factores y declaró ilegales tanto a E.T.A. como a Enbata. Como sucede con frecuencia en tales casos, la medida no serviría sino para fortalecer el resurgimiento nacional y nuevas organizaciones habrían de brotar y extenderse, aunque lentamente. Por otro lado, es evidente que la única solución económica viable para Euskadi continental es su integración con la zona peninsular donde puede encontrar los capitales y la tecnología de que necesita para dejar de constituir una reserva turística y productora de mano de obra destinada a la emigración A pesar de las diferencias culturales creadas entre ambas zonas de Euskadi por dos siglos de separación forzada, la comunidad lingüística posibilita dicha integración Pude, pues, comprobar que, a pesar de lo incipiente del grado de desarrollo de la conciencia nacional en Euskadi continental, la unidad de ambas partes de nuestro pueblo no estaba sólo justificada por razones históricas, sino también económicas y que por todas ellas era posible. Por lo tanto, ambas zonas del país no habrían de caminar separadas en dos estrategias correspondientes a los estados en que se hallaban incluidas, sino que era preciso desarrollar una sola estrategia nacional y unitaria, aunque coordinando tácticas y etapas diferentes en correspondencia con la realidad de cada zona.

En cuanto a la lucha armada, mi interpretación acerca de ella tampoco se correspondía con la realizada por VI Asamblea. El hecho de que fuese practicada de modo minoritario no significa en modo alguno que expresase los intereses de la pequeña-burguesía vasca. Constituía únicamente la expresión más radical del descontento de las capas populares vascas y en especial de la clase obrera. La identificación de esta clase con quienes la practicaban comenzó a hacerse patente de modo evidente con ocasión del juicio de Burgos en diciembre del año 70. A partir de entonces, no haría sino crecer. La lucha armada era resultado de la convergencia de la opresión nacional y la explotación de clase que los trabajadores vascos --entendido el término en el sentido más amplio-- sufrían bajo la dictadura franquista, y no podía sino desarrollarse en tanto ésta se mantuviese. La mayor o menor aceleración de su proceso de desarrollo obedecía a las condiciones de vida y formación ideológica histórica respecto a ella del pueblo Vasco.

La lucha armada tampoco frenaba las labores de organización de masas a otros niveles; por el contrario, al constituirse en el peor enemigo del régimen español, convertía el resto de formas de lucha en enemigos secundarios y más fáciles de admitir para el franquismo. Cierto que provocaba oleadas de represión sobre los sectores que trataban de organizar a las masas trabajadoras patrióticas, impidiendo su organización; pero ello no se debía a la lucha armada en sí, sino a la unidad orgánica que en E.T.A. se producía entre dichos sectores y los encargados de la práctica armada.

VI Asamblea se declaraba internacionalista y tachaba a E.T.A. de nacionalista pequeño-burguesa. Pero, ¿qué es el internacionalismo obrero? ¿Ser internacionalista exige a los trabajadores de una nación dividida y oprimida renegar de sus derechos nacionales para de este modo confraternizar con los de la nación dominante? En mi opinión, no. Internacionalismo obrero significa la solidaridad de clase, expresada en el mutuo apoyo, entre los trabajadores de las diferentes naciones, pero respetándose en su peculiar forma de ser nacional. Si las relaciones entre las fuerzas obreras españolas y las patrióticas vascas no han sido mejores no se debe a las justas exigencias de estas últimas, sino a la incomprensión y actuación oportunista mostrada por aquéllas frente a la cuestión nacional vasca. ¿El internacionalismo obrero exige que los trabajadores de la nación políticamente más avanzada frenen su ritmo para ir de la mano de los de las más atrasadas? Si fuera así, la humanidad estaría aún estancada. Si determinadas revoluciones socialistas e innumerables luchas de liberación nacional, de indudable signo progresista, han podido alcanzar el éxito se debe de modo muy importante a la existencia de países que no entendieron de aquel modo el internacionalismo obrero. E incluso más, la experiencia demuestra que cada país que triunfa sobre el capitalismo sienta las premisas para la extensión de la revolución socialista mundial porque no hay consejo más eficaz que el ejemplo. La mejor forma de cultivar el internacionalismo es avanzar el proceso revolucionario social, allá donde haya condiciones para ello.

El sector patriótico de la case obrera vasca que no existía de modo consciente hace cuarenta años --lo que permitió que la dirección de la lucha nacional fuese ejercida de modo importante por la pequeña-burguesía-- existía ya en la década de los sesenta. La evolución de E.T.A. con sus bruscos saltos y desgajamientos en una y otra dirección, no expresaba sino la búsqueda de la afirmación ideológica y política de dicha clase en el seno de una realidad ocupada por sectores con intereses ajenos a ella.

La separación de la VI Asamblea sería decisiva en este sentido. A partir de ella, no se trataría ya de saber dónde se estaba sino cómo había de estarse. El que E.T.A. --entendida más como fenómeno político que como organización-- no haya sido capaz, hasta fechas recientes, de comenzar a organizar a los trabajadores patriotas vascos de modo coherente no se debe a su, por algunos pretendido, carácter pequeño-burgués, sino a la inexperiencia política, lógica en un sector social que en Euskadi acababa de tomar conciencia de su identidad y lo tenía aún todo por aprender.

Precisamente la toma de conciencia de este sector social, constituido por los trabajadores vascos con conciencia nacional, es lo que permitía pensar en Euskadi como un marco autónomo para la revolución socialista que forzosamente habría de ir unida a la lucha de liberación nacional; con todas las dependencias respecto al resto de los Estados español, francés y mundial, que lógicamente existen.

La realidad posterior no ha hecho sino confirmar estas hipótesis. Las luchas obreras surgidas en Euskadi han tenido siempre su límite de generalización en el marco geográfico de la nación vasca; igualmente la lucha política ha tenido en Euskadi carácter diferenciado del resto de los estados vecinos. Ello ha obligado a los partidos de extensión estatal española, a considerar la conveniencia de descentralizar sus estructuras, creando órganos de dirección y siglas a nivel de Euskadi peninsular. Los partidos obreros españoles han dejado de ser el enemigo principal del estado para que este papel fuese ocupado por las fuerzas patrióticas obreras vascas y en especial E.T.A. Estas mismas fuerzas han servido de elemento revulsivo y radicalizador del proceso revolucionario de todo el Estado español, confirmando la justeza de la visión que E.T.A. ha tenido del internacionalismo obrero.

A pesar de la disimilitud entre Euskadi continental y peninsular, producida por las diferentes estructuras socioeconómicas y de formas de padecimiento de la opresión nacional, el proceso de aproximación entre ambas zonas es ya evidente --relaciones culturales, relaciones económicas intercooperativas, partido político extendido a ambas zonas-- y su interrelación cada día mayor, contrarrestando la tesis de quienes las pretendían insertar, respectivamente, en los procesos francés y español e independientes entre sí. Por el contrario, debido a la interrelación antes citada, son los mismos aparatos de Estado español y francés quienes han comenzado a unificar su lucha contra el pueblo Vasco.

Una vez iniciado el proceso de descomposición del franquismo., E.T.A., lejos de engrosar las filas de las organizaciones pequeño-burguesas, ha dado lugar a la creación de partidos obreros; que además están demostrando ser capaces de impulsar a los sectores que representan a una práctica revolucionaria frente a la política reformista de quienes siembre se han auto-proclamado auténticos comunistas revolucionarios.

Hoy, frente a la doble solución --pequeño-burguesa vasca o socialista española-- que se le presentaba al Pueblo Vasco en el primer tercio de siglo, un sector de la clase trabajadora está en condiciones de ofrecer una tercera vía: la revolución socialista vasca.

Tampoco debemos engañarnos: el triunfo de esta opción es difícil. Y sus principales obstáculos --con ser importantes-- no van a ser únicamente los partidos burgueses --ellos sólo pueden alargar la lucha-- ni la existencia de un elevado número de trabajadores sin conciencia nacional; el resurgir y extenderse de la conciencia nacional vasca, así como su asimilación por los inmigrantes, es un proceso largo, pero ya hoy lo suficientemente profundo como para considerarlo difícilmente reversible. Hoy quizá el mayor obstáculo consiste en el alto nivel de consumo existente en Euskadi peninsular --motor del proceso revolucionario vasco--, que puede hacernos olvidar que el objetivo de los trabajadores vascos no es consumir lo necesario y lo superfluo hasta el nivel de lo ridículo --y a la vez dramático--, sino transformar nuestras relaciones sociales de producción, haciéndolas fraternales y solidarias, y nuestras relaciones con los medios de producción apropiándolos y colocándolos a nuestro servicio; decidir qué queremos producir y cómo queremos distribuirlo; poder pensar y relacionarnos en nuestra lengua y crear nuestra propia cultura; en suma, ser hombres libres en un país libre. Esto constituye una revolución social y, para llevarla a cabo, es precisos que el poder político sea nuestro, sin sustituismos de ninguna clase; es precisos que se lo arrebatemos a las burguesías española y francesa que hoy lo detentan; es precisa una revolución política.

Por supuesto que las fuerzas políticas de la burguesía se opondrán a ella. Pero lo más triste seria que también lo hiciesen las fuerzas políticas representativas de la clase obrera española. Nosotros renunciamos a intentar determinar cómo ha de configurarse el proceso revolucionario español y muchos estaríamos dispuestos a ayudarles en su tarea.
Pero a cambio exigimos que a los trabajadores vascos se nos respete el derecho a decidir ya desde hoy cómo queremos construir el futuro, nuestro futuro.

La opción que hoy ofrece el sector patriótico de la clase obrera vasca no es únicamente una opción para Euskadi, sino indirectamente también para los trabajadores españoles y franceses en cuanto que la revolución socialista vasca no puede sino potenciar las de sus respectivos países. Ella constituye la mejor aportación que la clase obrera vasca puede hacer a los trabajadores de todo el mundo.

Si los partidos obreros españoles no lo comprendiesen así y buscasen frenar el proceso político vasco en un intento de integrarlo en el de sus respectivos estados, estarían haciendo un triste favor a los trabajadores vascos y a la clase obrera en general. La incomprensión que hasta el presente han demostrado a las peculiaridades de la lucha en Euskadi es consecuencia directa de su incomprensión de la existencia misma del Pueblo Vasco. Ella constituye precisamente el motivo de que el sector objetiva y subjetivamente más revolucionario de éste haya optado por la independencia y de que todo él tenga hoy una dinámica en ese sentido.

Entre el Pueblo Español hemos encontrado también auténticos revolucionarios que han sabido reconocer la existencia y los derechos de nuestra pueblo; pero desgraciadamente muy pocos. Si los partidos obreros españoles hubiesen sido como ellos, quizá hoy quienes defendemos la independencia de Euskadi hubiésemos optado por otra solución más unitaria. De cualquier modo, los pueblos caminan hacia su integración económica y política y los trabajadores debemos potenciar la solidaridad y unidad internacionales siempre que no nos obligue a sacrificar nuestra personalidad nacional. De ahí que, frente a la tarea de evitar enfrentamientos y borrar suspicacias entre los trabajadores vascos y los españoles y franceses e iniciar un proceso de acercamiento y ayuda mutua, han de ser estos últimos quienes dejen de pensar en términos de imperio y comprendan de una vez que los trabajadores vascos no somos españoles ni franceses, sino única y exclusivamente vascos, y que lo que nos une con ellos no es la pertenencia a una misma nación sino a una misma clase.

José Miguel Beñaran Ordeñana
Re: «Yo maté al asesino de Carrero Blanco»
21 des 2003
Quina passada. No te perdua el text, des de la vida de nen (quans paralelismes hi pot troba un de grandet) fins a les diferencies amb ETA-VI (es alla on he arribat). Quina passada. Argala, en el record.
Re: Otegi habla de pactos con el PNV en un homenaje al dirigente de ETA "Argala"
21 des 2003
EL PP RECUERDA QUE ES UN DELITO

El PP va a pedir al Gobierno vasco explicaciones por permitir que los proetarras celebrasen este domingo en la localidad vizcaína de Arrigorriaga un acto de homenaje a un etarra.

Otegi, que no faltó a la cita, aprovechó para promocionar una candidatura conjunta del brazo político de ETA y el PNV.
Re: El día en que ETA derribó uno de los más sólidos pilares de la dictadura franquista
22 des 2003
«¡Cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer!», exclamarán algunos. Otros pensarán que se trata de una vieja historia. Y los menos no sabrán de qué se está hablando.

El caso es que el pasado sábado se cumplieron tres décadas desde que ETA atentara contra el almirante Luis Carrero Blanco, en aquel momento presidente de un Estado español sometido al gobierno dictatorial de Francisco Franco.

Voló, voló, Carrero voló... Y multitud de prendas al aire. Es el primer recuerdo que viene a la mente de muchos cuando escuchan ese apellido. Quienes hace treinta años eran muy jóvenes o ni siquiera habían nacido, aprendieron antes el estribillo de la canción que su significado. Posteriormente se enterarían de que el almirante Luis Carrero Blanco había muerto en un espectacular atentado llevado a cabo por ETA. Ocurrió el 20 de diciembre de 1973.

Tres décadas después, la canción ya no se oye. En 1983, Eva Forest, autora del libro «Operación Ogro», vaticinaba en el prólogo de una reedición editada por "Punto y Hora" que «pasados treinta años será como cuando a nosotros nos hablaban nuestros abuelos de la guerra de Cuba, algo remotísimo». Pero las efemérides son la excusa perfecta para rememorar estas viejas historias.

El primer paso es recordar quién era Carrero. Nacido en Santoña (Cantabria) en 1903, tras completar su formación militar sirvió en Marruecos entre 1924 y 1926. Allí conoció a quienes una década más tarde serían sus principales aliados en el golpe de estado contra la República española.

Acabada la guerra, con el paso de los años fue ascendiendo puestos en el escalafón, hasta convertirse en el designado para asegurar la pervivencia del franquismo tras la muerte del déspota ferrolano.

Carrero era uno de los reyes de la baraja ­recordando la idea de los estadounidenses en Irak­ dentro de los hombres fuertes del régimen.

Según se indica en «Operación Ogro», que recoge el relato de los miembros del comando Txikia, en 1972 llegó a manos de ETA un informe en el que se señalaba que el almirante, por aquel entonces vicepresidente del Gobierno español, acudía todos los días a las nueve de la mañana a una iglesia situada en la calle Serrano de Madrid. Era recogido delante de su casa y se desplazaba siempre por el mismo trayecto a bordo de su Dodge 3700 de color negro, acompañado por su chófer y un guardaespaldas.

La primera idea fue la del secuestro, para después efectuar un canje por todos los presos políticos existentes en el Estado español con penas superiores a los diez años.

Para el mes de marzo ya estaba casi todo listo.

Sin embargo, ocurre que el curso de la historia varía por pequeñas acciones que parecen intrascendentes. ¿En qué hubiera cambiado la historia del Estado español si a dos ladrones no se les hubiera ocurrido robar en la tienda de ropa infantil comprada por ETA para esconder a Carrero mientras permanecía secuestrado? Nunca lo sabremos. El caso es que el intento de robo acabó en un tiroteo entre los dos ladrones y agentes de la Policía Armada. En vista de ello, los miembros del comando decidieron abandonar la «tapadera» y posponer todo el operativo.

Poco después, en junio de 1973, Carrero fue nombrado presidente. Su nuevo cargo hizo que alterase sus costumbres y que se reforzase la vigilancia a su alrededor. El comando abandonó Madrid.

En setiembre, los integrantes del comando Txikia regresaron a la capital española. Ante el cambio de situación, la dirección de ETA les comunicó poco después que elaborasen un plan para «eliminar» a Carrero. Tras estudiar las posibilidades, se decidió colocar una carga explosiva bajo el asfalto y hacerla estallar al paso del vehículo presidencial. Para ello, alquilaron un sótano desde el cual excavaron un túnel. La fecha del atentado se fijó para el 18 de diciembre, pero por diferentes razones se retrasó dos días.



El día 20, Carrero asistió por última vez a misa de nueve. Veinte minutos más tarde, volvió a montar en su coche para regresar a casa. En la calle Claudio Coello todo estaba preparado. El comando había colocado, además del explosivo subterráneo, un coche cargado con diez kilos de «Goma 2» para que estallase por simpatía.

Hacia las nueve y media se accionó la carga. El vehículo de Carrero, de casi dos toneladas de peso y que no estaba blindado, se elevó 35 metros y, tras superar cinco pisos de altura, fue a caer al patio interno de la residencia de los jesuitas. El presidente español y sus dos acompañantes ­el chófer y el guardaespaldas­, fallecieron casi al instante.

Las primeras versiones hablaban de «una explosión de gas». A las siete de la tarde se reconocía que se había tratado de un atentado. Para esa hora, en Madrid ya se habían producido más de cien detenciones.

Por la noche, ETA reivindicó la acción a través de un comunicado que fue emitido por la emisora francesa Radio París en su informativo de las 23.00. Durante la madrugada, agentes policiales hirieron de muerte al joven de 19 años Pedro Barrios tras confundirle con un supuesto activista.

Este atentado tuvo multitud de interpretaciones. Muchos no se creyeron que ETA fuese capaz de un operativo de tal envergadura. Hubo quien denostó el atentado y quien lo celebró con alborozo.

«Reconozco el trabajo de ETA. Un trabajo de enorme concienciación del pueblo vasco y que ha tenido acciones de enorme importancia para el desarrollo político de todo el país, como fue la muerte de Carrero Blanco». La reflexión, realizada en 1977, es de Chiqui Benegas, uno de los máximos responsables del PSE.
Re: «Yo maté al asesino de Carrero Blanco»
21 mar 2006
Espero que no censureis en esta pagina . Solo decir que lo de los Gal fue una reaccion contra una situacion insoportable en la que solo recibian bombas los de un lado , y tenian las manos atadas por obedecer la ley . Lo de guerra contra el estado es mentira , guerra solo es cuando los dos se enfrentan abiertamente a tiros , y eso no ocurrio . Si hubiera ocurrido, estos de ETA no hubieran llegado a mas de dos telediarios . El terrorismo es la forma que tienen los pocos extremistas y fanaticos de doblegar a las mayorías democraticas . Como no lo pueden hacer con votos , lo hacen con bombas lapa . En España , por complejos del pasado , hemos cedido siempre ante los nacionalismos violentos , eso es una politica de una miopia destructiva . Reivindiquemos lo que nos une dentro de la diferencia , eso es lo sensato.
Acabar con una frase de TRuman Capote : "Ten cuidado con lo que odias , porque acabaras pareciendote a ello ". Tanto odiamos a nuestros monstruos que acabamos siendo monstruos.

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