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Anàlisi :: educació i societat
Historia del siglo XX. 11: Cambio de costumbres o «revolución cultural»
12 des 2003
Cuando una gran parte de las personas, sobre todo los jóvenes, como resultado del cambio de condiciones de vida y de trabajo, comenzaron a pensar y a comportarse de otras maneras
(Pasajes seleccionados)


Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX esta distribución básica y duradera [de la estructura familiar] empezó a cambiar a la velocidad del rayo, por lo menos en los países occidentales desarrollados, aunque de forma desigual dentro de estas regiones. (...) En Bélgica, Francia y los Países Bajos el índice bruto de divorcios (...) se triplicó aproximadamente entre 1970 y 1985. (...) incluso en países con tradición de emancipados en estos aspectos, como Dinamarca y Noruega, se duplicaron o casi triplicaron en el mismo período. (...)

La cantidad de gente que vivía sola (es decir, que no pertenecía a una pareja o a una familia) también empezó a dispararse. (...) Pero entre 1960 y 1980 el porcentaje casi se duplicó, pasando del 12 al 22 por 100 de todos los hogares, y en 1991 ya era más de la cuarta parte. En muchas de las grandes ciudades occidentales constituían más de la mitad de los hogares. En cambio, la típica familia nuclear occidental, la pareja casada con hijos, se encontraba en franca retirada. (...)

La crisis de la familia estaba vinculada a importantes cambios en las actitudes públicas acerca de la conducta sexual, la pareja y la procreación (...)

Estas tendencias no afectaron por igual a todas las partes del mundo. Mientras que el divorcio fue en aumento en todos los países en que era permitido (...), el matrimonio se había convertido en algo mucho menos estable en algunos. (...) (p 323-325)



Los jóvenes, en tanto que grupo con conciencia propia que va de la pubertad (...) hasta mediados los veinte años, se convirtieron ahora en un grupo social independiente. Los acontecimientos más espectaculares, sobre todo de los años 60 y 70, fueron las movilizaciones de sectores generacionales, que, en países menos politizados, enriquecían la industria discográfica, el 75-80 por 100 de cuya producción —a saber, música rock— se vendía casi exclusivamente a un público de entre catorce y veinticinco años. (...)

La novedad de esta cultura juvenil tenía una triple vertiente. En primer lugar, la «juventud» pasó a verse no como una fase preparatoria para la vida adulta, sino, en cierto sentido, como la fase culminante del pleno desarrollo humano. (...)

La segunda novedad de la cultura juvenil deriva de la primera: era o se convirtió en dominante en las «economías desarrolladas de mercado», en parte porque ahora representaba una masa concentrada de poder adquisitivo, y en parte porque cada nueva generación de adultos se había socializado formando parte de una cultura juvenil con conciencia propia y estaba marcada por esta experiencia, y también porque la prodigiosa velocidad del cambio tecnológico daba a la juventud una ventaja tangible (...) Lo que los hijos podían aprender de sus padres resultaba menos evidente que lo que los padres no sabían y los hijos sí. (...)

La tercera peculiaridad de la nueva cultura juvenil en las sociedades urbanas fue su asombrosa internacionalización. Los tejanos y el rock se convirtieron en las marcas de la juventud «moderna» (...) El inglés de las letras del rock a menudo ni siquiera se traducía, lo que reflejaba la apabullante hegemonía cultural de los EEUU (...)

Había nacido una cultura juvenil global. (...)

Fue el descubrimiento de este mercado juvenil a mediados de los años 50 lo que revolucionó el negocio de la música pop y, en Europa, el sector de la industria de la moda dedicado al consumo de masas. (...) los jóvenes de los EEUU, Suecia, Alemania Federal, los Países Bajos y Gran Bretaña gastaban entre siete y dies veces más por cabeza que los de países más pobres pero en rápido desarrrollo como Italia y España. (p 326-330)



Dos de sus características [de la cultura juvenil] son importantes: era populista e iconoclasta, sobre todo en el terreno del comportamiento individual, en el que todo el mundo tenia que «ir a lo suyo» con las menores injerencias posibles, aunque en la práctica la presión de los congéneres y la moda impusieran la misma uniformidad que antes, por lo menos dentro de los grupos de congéneres y de las subculturas. (...)

La novedad de los años 50 fue que los jóvenes de clase media y alta, por lo menos en el mundo anglosajón, que marcaba cada vez más la pauta universal, empezaron a aceptar como modelos la música, la ropa e incluso el lenguaje de la clase baja urbana, o lo que creían que lo era. La música rock fue el caso más sorprendente. (...)

La liberación personal y la liberación social iban, pues, de la mano, y las formas más evidentes de romper las ataduras del poder, las leyes y las normas del Estado, de los padres y de los vecinos eran el sexo y las drogas. (...)

Paradójicamente, quienes se rebelaban contra las convenciones y las restricciones partían de la misma premisa en que se basaba la sociedad de consumo, o por lo menos de las mismas motivaciones psicológicas que quienes vendían productos de consumo y servicios habían descubierto que eran más eficaces para la venta. (...) Se daba tácitamente por sentado que el mundo estaba compuesto por varios miles de millones de seres humanos, definidos por el hecho de ir en pos de la satisfacción de sus propios deseos, incluyendo deseos hasta entonces prohibidos o mal vistos (...) (p 331-335)



La revolución cultural de fines del siglo XX debe, pues, entenderse como el triunfo del individuo sobre la sociedad, o, mejor, como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social. (...)

Las instituciones a las que más afectó el nuevo individualismo moral fueron la familia tradicional y las iglesias tradicionales de Occidente, que sufrieron un colapso en el tercio final del siglo. El cemento que había mantenido unida a la comunidad católica se desintegró con asombrosa rapidez. (...)

Las consecuencias morales de la relajación de los lazos tradicionales de familia acaso fueran todavía más graves, pues, como hemos visto, la familia no sólo era lo que siempre había sido, un mecanismo de autoperpetuación, sino también un mecanismo de cooperación social. (...)

La triste paradoja del presente fin de siglo es que, de acuerdo con todos los criterios commensurables de bienestar y estabilidad social, vivir en Irlanda del Norte, un lugar socialmente retrógrado pero estructurado tradicionalmente, en el paro y después de veinte años ininterrumpidos de algo parecido a una guerra civil, es mejor y más seguro que vivir en la mayoría de las grandes ciudades del Reino Unido.

El drama del hundimiento de tradiciones y valores no radica tanto en los inconvenientes materiales de prescindir de los servicios sociales y personales que antes proporcionaban la familia y la comunidad, porque éstos se podían sustituir en los prósperos estados del bienestar, aunque no en los países pobres del mundo (...); radicaba en la desintegración tanto del antiguo código de valores como de las costumbres y usos que regían el comportamiento humano (...) (p 336-347)
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