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Notícies :: criminalització i repressió : dones
Anika Gil: «Lo peor es el terror, que no se puede describir, sólo vivir»
11 des 2003
Han pasado casi dos años desde que la vecina de Iruñea Anika Gil fuera detenida por la Guardia Civil. Desde entonces, nada ha sido igual para ella. El cineasta Julio Medem ha puesto cara y ojos a la tortura con su testimonio. Tras ello, Gil se ha sentido capaz, por vez primera, de narrar con detalle lo ocurrido en esos días
Hoy empezaré a escribir sobre nuestra detención, ocurrida el 28 de febrero de 2002 y los duros sucesos posteriores. No sé cuándo terminaré, pero continuaré poquito a poco, por un lado porque las compañeras me han dicho que tengo que sacar lo que tengo dentro y, por otro, porque quiero hacer un testimonio, porque quiero recordar lo máximo posible. Sé que se me hará muy difícil, ya que todavía no controlo muy bien la noción del tiempo, pero intentaré hacerlo lo mejor posible.

Eran las 7.00 cuando me despertaron los golpes. Mi compañero Eneko estaba a mi lado y lo desperté, totalmente turbada [...] Nos quedamos con el niño mientras aquellos terribles golpes destrozaban la puerta. Al ver que estaba rota empezamos a gritar «¡No disparen, hay un niño! ¡Hay un niño!». Entonces escuchamos: «¡Salgan, todos al suelo!» [...]

No sabía dónde andaba; tropezándome, me metieron en una celda [...] Una brusca voz me preguntó «¿Quién te ha dicho que te sientes? !Contra la pared!». Yo, de un salto, puesto que me había dado un buen susto, me puse de pie y mirando a la pared. Después de un rato, oí el ruido de los cerrojos y, entre palabras que no entendía, escuché algún golpe y algún grito. Para no oír lo que estaba pasando, me tapé los oídos y empecé a cantar por dentro. Después, abrieron el cerrojo de mi calabozo y por lo menos entró un hombre. Me hizo preguntas. Yo le respondía que no o que no sabía. Entonces, después de darme un golpe en la cabeza, me amenazó: «Vale, si no quieres colaborar tengo cinco días para hacerte hablar. Te queríamos dar una oportunidad, pero alguien tiene que comérselo y si no quieres colaborar lo compartiréis todos, todos iréis para dentro» [Š]

La mujer que me había acompañado todo el trayecto le dijo a la otra que yo tenía un niño, que era muy bonito... Hacían comentarios como que ellos cogerían al niño, que era mala madre, que era una pena, pero que no volvería a ver a mi hijo, que el pobre quedaría en manos del Estado mientras yo estuviera en la cárcel, etc. [...] Todavía tenía en mente la entrada en casa y las imágenes de mi hijo. Esa última la tengo todavía [Š]

Me puse en pie, contra la pared de un salto. Entró el hombre y me preguntó: «¿Estás con la regla?». Yo le respondí que no, pero me dijo que en caso de necesitar compresas las pidiera. «Aquí pasan cosas que no son normales, cambia el metabolismo, así que no te extrañes si empiezas a manchar» [Š]

Cuando estaba en el calabozo aquella noche, entraron tres o cuatro hombres y comenzaron a hacerme preguntas. Yo les respondía, pero mis respuestas no les gustaban. Se enfadaron mucho, y comenzaron a insultarme. «¡Lista, zorra, hija de puta, te vamos a matar!». Me preguntaban sobre mi hijo haciendo comentarios muy duros sobre su situación.

Me empujaron, golpeándome contra la pared. Yo estaba llorando y temblando, diciéndoles que les decía la verdad una y otra vez. Me ordenaron que hiciera flexiones, de arriba abajo, hasta que me caí. Y comenzaba otra vez lo mismo. No sé cuánto tiempo pasó; luego, cuando se fueron, me dijeron que me da- rían tiempo para pensar y que sería mejor si hablaba, que si no ellos me harían hablar [Š]

Estaba atemorizada. Esta vez me pusieron el antifaz y me sacaron del calabozo [Š] No veía más que la pared, era blanca. Volvieron a empezar con el primer interrogatorio y no creían lo que yo les decía. Cada vez se ponían más violentos. Otra vez golpes en la cabeza, empujones, gritos, flexiones hasta que las piernas no pudieron aguantar más... De pronto, uno me ordenó que me desnudara. Yo, asustada y temblando, les dije que no me desnudaría, que no me quitaría la ropa. En la habitación había unos tres o cuatro hombres y uno de ellos me dijo: «¿Qué no? ¡Ya te la quito yo!». Comenzó a quitarme el jersey, luego la camiseta y al final el sujetador.

Volvieron a entrar en el calabozo y comenzaron con el interrogatorio. Yo seguía diciendo lo mismo. Uno dijo: «Hay que cambiar de método, ¡que se desnude, que sólo se quede con los calcetines!». Me entró un escalofrío y me desnudé entre llantos y temblores, siempre mirando contra la pared, dejando la ropa en el suelo. En sus manos me sentía desnuda tanto por fuera como por dentro. Entre las preguntas, me repetían una y otra vez «¡Firmes!» cuando llevaba las manos a cubrir la tripa o la cara. Mientras tanto me daban golpes en la cabeza, me sobaban el cuerpo, más empujones y tirones de pelo...

En un momento uno de ellos me dijo que estirara el brazo hacia atrás. Entonces me colocó lo que identifique por el tacto como una pistola y me ordeno que la cogiera. Me dijo que aquella pistola había sido utilizada para asesinar a un concejal de Zaragoza.

No puedo decir cuantas veces (quizás unas dos o tres) me interrogaron de forma similar, desnuda, hasta que me caía [Š]

Tenía las piernas muy pesadas y doloridas. Tocamientos en la tripa, pechos, culo... estaba muy mal, me sentía muy mal... Volvieron a abrir la puerta del calabozo y me pusieron el antifaz, y en vez de llevarme a una habitación, me volvieron a llevar al forense. Como la vez anterior vino hacia las 20.00, pensé que había pasado todo un día y me alegré, pero no fue así, porque eran sólo las 12.00. Me hundí en un agujero negro. Al forense le dije que tenia un miedo espantoso. Temblaba al hablar. Sentada en la silla, parecía que estuviera saltando. Le dije que si le decía algo me matarían, pero él me contestó que lo que le dijese solo lo leería el juez. [Š]

Cualquier ruido me producía temblores, el corazón me daba un vuelco y comenzaba a temblar. Otra vez el infierno. Desnudarme, tocamientos, flexiones, movimientos obscenos por detrás, golpes en la cabeza... Estaban enfadados y yo no podía hacer nada. Entonces me dijeron que me iban a violar con un vibrador o con un palo. Entonces uno de ellos me empezó a dar un gel o algo parecido en la parte superior del culo, diciendo que serviría de ayuda. Otro le decía que no pusiera nada, «para que se rompa por dentro». Noté un palo o algo parecido bajando de la espalda hacia el culo. Me dio un ataque de nervios, me ahogaba y tenía que respirar muy rápidamente, mis pies no aguantaron mi peso y me desplomé. [Š]

Después me dijeron que me vistiera y se marcharon. Después de pasar un minuto, desde la puerta me ordenaron que me pusiera de pie contra la pared. No puedo describir como estaba. Totalmente destrozada [...]

Me dijeron que me iban a poner los electrodos. A la pregunta de dónde, respondieron con «¿Quieres tener más hijos?». Entonces, me echaron agua en la parte inferior del culo. Me hizo una gran impresión y pegué un salto. Se me aceleró el corazón, noté algo, me habían tocado con algo. Me volvió a dar otro ataque, respiraba muy rápido, me faltaba el aire, me temblaba todo el cuerpo... Me dejaron en paz [Š]

Cuando me llevaban de vuelta al calabozo, me hicieron parar. Oí una respiración fuerte y rápida, dijeron «Escucha, escucha, je, je, parece un orgasmo, ¿eh?». Entonces me di cuenta que le habían puesto a alguien la bolsa. Me puse muy mal. Me volvieron a llevar donde el forense [...]

Fue mas o menos en esa época cuando comencé a tener alucinaciones. Al principio fueron las manchas negras que había en la pared, que comenzaban a moverse delante de mí. Mas adelante, comenzaron a tomar forma, forma de mujer, de un piojo, de un pastor, etcétera. Luego empezaron a crecer y a coger formas de pupilas de una cara, la puerta de una casa... Yo cerraba los ojos y me los frotaba, pero seguían igual [...] Entonces empecé a pensar que había empezado a desplomarme.

Mientras, seguían los interrogatorios. Algunas veces en el mismo calabozo, otras en una habitación o en los váteres. Entonces comenzaron a utilizar otros métodos. Me pusieron una bolsa en la mano y me ordenaron que me la colocara. Yo lo hice, estaba destrozada, quería que todo terminara de una vez. Estaba muy nerviosa. Cuando vieron que me estaba quedando sin respiración, me quitaron la bolsa.

Habitualmente, antes de venir donde mí le hacían una visita a mi compañero. Le sacaban entre ruidos y golpes, diciéndole cosas como «Te vas a cagar, ven aquí, majete», para que yo las oyera. También oía las visitas de otras personas, muy parecidas [Š] Estaba histérica, me llevaba las manos a los ojos y a los oídos. Para terminar con todo aquello, suplicaba entre temblores y lloros. Aquello sí que era insoportable. Entonces se enfadaban mucho: «¿Por qué tiemblas? ¡Deja de temblar! ¡Que dejes de temblar ahora mismo!». No podía controlar la reacción de mi cuerpo [Š]

Una vez, en el interrogatorio, uno de ellos, muy enfadado, me dijo que no estaba colaborando y que me daba a elegir entre la puerta de salida (esto es, el simulacro de una fuga) y la bolsa. Yo les contesté que si preten- dían matarme, prefería lo de la puerta. Estaba muy mal. Entonces, no sé después de cuántas vueltas (por el recinto, por los pasillos, siempre con el antifaz y agarrada por los brazos), oí el ruido metálico de una puerta y dándome un gran empujón, me gritaron «¡Corre, corre!». Yo, con el antifaz puesto, sin ver nada, con los cordones de los zapatos sueltos, de alguna forma comencé a correr, gritando y llorando. De repente, uno me paró por detrás. Cuando volví a la realidad, me di cuenta de que estaba en una sala grande [Š]

Me volvieron a llevar a la celda a ver si me tranquilizaba. Pero no me dieron tiempo, puesto que volvieron enseguida. Volvió a aparecer el hombre que daba las ordenes: «¡Basta ya de tonterías, enseñadle la bolsa!». Me colocaban la bolsa en la cabeza y comenzaban a interrogarme. Yo al principio podía respirar, no me asusté demasiado (aparte de la situación en la que estaba), pero después me apretaban. Me ahogaba. Me volvían a poner la bolsa mientras me interrogaban una y otra vez. Una vez uno me cerró la boca y la nariz mientras me decía «¡Que no muerdas la bolsa!». Las piernas me fallaron, perdí la fuerza y lo veía todo negro [...] Mientras me volvía la conciencia, me di cuenta que me había caído para atrás, que uno de ellos me sujetaba por detrás, por debajo de los brazos, y otros dos, colocados uno a cada lado, me controlaban las pulsaciones y los latidos del corazón [...] Cuando me subieron, estaba destrozada porque también me habían utilizado para hacerle sufrir a Eneko [...]

Cuando llegamos a algún lugar, me dijeron que me sentara y, sin quitarme el antifaz, me dijeron «Vamos a leer tu declaración y luego vas a aprenderla de memoria, subiremos arriba y la repetirás ante un abogado de oficio». Y comenzaron a hacer preguntas que yo tenía que responder. Mis respuestas no eran de su gusto y entonces me decían lo que tenía que decir. En un principio protesté, pero luego me decían cosas como «¿Quieres que te pongamos la bolsa? Todavía no has probado la bañera ni cosas peores, pero tenemos a tu hermano localizado. ¿Quieres que te lo traigamos? ¿Quieres abrazar a tu hijo?».

Me hicieron pensar que no había nada que hacer, que estaba en sus manos y que podían hacer lo que quisieran. Estuvimos largo rato repitiendo la declaración una y otra vez, hasta que la aprendí de memoria [Š]. Les notaba contentos. Me dijeron que todo había terminado, pero eso no era verdad.

Otra vez me sacaron del calabozo y me llevaron a otra habitación. Hablaban tranquilamente, como si fueran amigos. En- tonces me dijeron que me iban a presentar a un amigo de nombre «Bestia», el guardia civil que golpeaba fuertemente a los detenidos. Oí el ruido de la puerta y una fuerte voz me saludo y me contó algunos pasajes de mi vida [Š] Pero cuando se fue, en la habitación de al lado comencé a oír espantosos ruidos, golpes, y gritos de sufrimiento mezclados con la voz de ese «Bestia». Me puse muy nerviosa, llorando y temblando; con las manos me tapaba los ojos y los oídos [Š]

Me volvieron a llevar donde el forense. Era el cuarto día, pero aún tenia que pasar el día y la noche con ellos. Con gran temor, pero pensando que era la ultima oportunidad, le conté todo rápidamente [Š] Otra vez me dijo que el informe sólo lo leería el juez, nadie más. Yo le supliqué que no se enteraran, que todavía me quedaba el día y la noche, y que si se enteraban de algo me matarían [...]

De pronto pararon enfrente de mi celda. Mi corazón saltó. «¡Anika!, ¿qué le has dicho al forense?». Abrieron la puerta y entraron. Estaba muy asustada, aterrorizada. Comencé a temblar pensando que me matarían allí mismo. Estaban muy enfadados, me dieron algún golpe y tirón de pelo, pero lo peor fueron las amenazas y coacciones que me hicieron respecto a mi declaración . Me repetían una y otra vez lo que debía hacer delante del juez [...]

Todavía duermo mal, tengo pesadillas y el dolor de las piernas no me permiten descansar bien. Tengo la vista muy cansada. A menudo tengo dolores de cabeza. No me concentro bien, difícilmente puedo leer y escribir. Me ha costado toda una semana escribir esto, lo he tenido que hacer poquito a poco.

Cuando estaba ante el juez, me preguntó si quería declarar o no [...]Me sentía totalmente perdida. Le pedí al juez que me ayudara. Yo no sabía cómo empezar la declaración. Entonces comenzó a hacer las preguntas de la declaración policial, y le dije entonces que no quería declarar [...] Entonces, le pregunté si podía nombrar lo que me habían hecho para torturarme, pero el juez me preguntó «¿Qué va a declarar? ¿Sólo lo que usted quiera?» Me sentí mal, intimidada, y no dije nada más [...]

Lo escrito aquí no es suficiente para poder explicarlo. No se pueden nombrar todas las cosas, porque siempre queda algo sin poner. Lo peor es el terror que se siente y que no se puede describir, sólo se puede vivir. -
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